28 de enero de 2015

Caminando de espalda, que el futuro, a veces, duele.

Es por fuerza de la costumbre que el futuro se nos presenta incierto. Difuso horizonte al que dirigirnos para morir constantemente, para decir, mirando atrás, que lo vivido mereció la pena. Solo los necios tratan de permanecer estáticos, intentando atrapar lo efímero del presente, para hacerlo perenne.

Desde el momento en que nacemos, todo es muerte, desfallecimiento constante inherente a la vida. ¿Qué nos salvará? ¿Qué nos librará de esta búsqueda diaria y marchita? Aunque, ¿acaso alguien quiere de veras permanecer? ¿Contra viento y marea? ¿Sí?

Hay días, y no son pocos, en los que toda fuerza titánica es inútil, y debe ser empleada para mirar a otro lado. Porque, a veces, la vida se convierte en eso, en un mirada sin rumbo incapaz de caer sobre ningún punto de esta maldita realidad que nos es ajena; como extraños nos son quienes no tienen ni para comer, o viven a la intemperie, buscando oportunidades y no caridades.

El mundo, en esos días en que no puedo apartar mis ojos de esta pantomima en perpetua autodestrucción, el mundo, digo, me pide a gritos tu sonrisa, aunque solo sea para que viva en mis ojos. Pero no estás, y no volverás a sonreírme desnuda, a vestirme de dudas sobre cómo empezar a quererte.

27 de enero de 2015

Amor: cara B

            ¿A qué aferrarnos ahora que el mundo, y con él los sentimientos y las sensaciones, se diluye, escapándose entre nuestros dedos?

            Vivimos en la sociedad de la inmediatez, sumergidos en el afán de novedades, en la necesidad constante de movernos, de cambiar de rutina, de gustos, de vida. Ello incide directamente, como apuntábamos el mes pasado, en nuestro modo de constituirnos como personas y en la construcción de la identidad. Debido a esto último, la actual situación afecta de igual manera a las relaciones interpersonales. El amor  y la amistad se han visto fragilizados por esta transformación, siendo mucho más vulnerables que antes a los aspectos vitales externos que afectan a las personas involucradas en la relación. La ruptura de las barreras nacionales, el comienzo de una era global, como muchos gustan de llamarla, a pesar de sus múltiples inconvenientes, ha facilitado la expansión de nuestros horizontes en todos los niveles de la vida. De ello tiene gran ‘culpa’ internet y la facilidad de socialización que existe actualmente con las redes sociales. Quiero precisar que este hecho no es necesariamente negativo, sino que nos obligar a replantearnos nuestra manera de concebir el mundo y a nosotros mismos.

            A pesar de lo que acabamos de mencionar, me parece acertado señalar que, en tanto personas, hemos ido inmunizándonos contra los desastres del fracaso emocional y personal, contra el dolor fruto de una ruptura amorosa o contra los desatinos a la hora de escoger un trabajo o a nuestros amigos. Cada vez con mayor facilidad, pensamos que todo es sustituible, que podemos suplir cualquier carencia vital con la reposición de lo que hemos dejado marchar, o se nos ha escapado, por otra cosa de igual entidad. Me explico con un ejemplo: ante el amigo que se nos va después de un conflicto directo, pensamos que ya vendrá otro que de verdad nos entienda, que encaje con lo que somos. De esta situación, podemos señalar, en una primera mirada, dos diagnósticos evidentes de lo que nos está sucediendo. En primer lugar, no somos capaces de plantearnos nuestros propios fallos en los problemas con los que a diario nos enfrentamos, siempre fue más sencillo delegar la responsabilidad en los demás. De otro lado, hemos perdido la capacidad de luchar por aquello que valoramos, que queremos. Nos quedamos quietos, inmóviles, atiborrándonos de las medicinas antes incluso de que se haya producido la herida.

          Todo lo que acabamos de señalar incide de un modo directo y con una fuerza desmesurada en las relaciones amorosas. El amor ha quedado indefenso, desguarecido ante la fuerza de una tormenta que no parece claudicar en su empeño por derribarle. Hemos transformado el significado del amor, adecuándolo, eso sí, a los tiempos que corren, quizá porque fuese una palabra demasiado bonita como para borrarla de nuestro vocabulario. Sin embargo, cuando actualmente hablamos de amor, no solemos ir más allá de la mera sensación que nos invade en un momento puntual, variante según cada caso, con una persona concreta. Para mí, siento decirles, esto no es más que ‘enamoramiento’. Ahora más que nunca, el amor debe erigirse como roca perenne e inmune a la liquidez de los tiempos que corren. Reivindico el amor como la construcción de un proyecto vital que tiene como creadores y partícipes a los amantes, a las personas que han decido compartir su vida, su tiempo, y eso es algo que nadie nunca les devolverá. El amor como verdadero elemento de dotación de sentido para una vida carente de sueños y expectativas, el amor como hogar compartido. Un amor que podrá terminar, sí, pero nunca nos dejará indiferentes.


            Y por tanto, aunque suene a tópico, este amor no entiende de edades, de sexos, de colores, de pasados inciertos, y mucho menos entiende de opositores. 

23 de enero de 2015

Ausencias y soledades

Deberías estar ahí,
sentada
en esa silla vacía
que lleva tu nombre.
Mirándome tranquila,
regalando tu sonrisa
a mis ojos perdidos
que solo son felices
cuando abrazan
tu reflejo
en sus pupilas.

Deberías estar ahí,
extendiendo tu mano,
buscando
tocar mis miedos
para que yo
deje de retenerlos
y te imagine
desnuda
en mi regazo.

Deberías estar ahí,
en lugar de perseguirme
por cada rincón
de esta ciudad anónima,
que sin conocerte,
me suplica
que te busque,
que te piense
a mi lado,
descubriéndola
entre abrazos.

Deberías estar ahí
y salir de mi cabeza,
que no cesa
en su intento suicida
de quemarte
con cada canción,
que no pierde
la esperanza
de perderte de vista
con el perecer diario
de la Luna.

Deberías estar ahí,
a mi lado
cuando despierto
cada mañana,
y no escabulléndote
en la irrealidad
de mis sueños,
donde todo rostro ajeno
me mira
desde su impersonalidad
y me llama
con tu voz,
suplicándome,
por favor,
que todo termine
de una vez,
que ya no puedes
con esta nueva vida
que vivimos
en dos mitades inconclusas,
inconexas, incomprensibles.

Deberías estar ahí,
aquí mejor,
muy cerca,
porque estando lejos
siento que me pierdo
en lo senderos
de una búsqueda
que no me corresponde,
de un amor
que ya no es el mío.

10 de enero de 2015

Vida o muerte

Vive.
En equilibrio
si lo prefieres,
pero vive.
Entre renglones
marchitos
y esperanzas
imposibles,
pero vive.
Vive despierto,
o en sueños,
pensando en ti,
o en ellos.
Vive por
y para
la vida,
aunque a veces
duela.
Enamórate
del dolor,
que el amor
siempre ayuda
a curar
las heridas.

Muere.
En cada roce
de tu piel
con sus mejillas,
de pie
o de rodillas,
pero muere.
Muere
con ella,
o con él,
mataos despacio,
que no duele,
morid entre besos,
morid en el sexo.
Muere
para renacer
en sus ojos
cada vez
que te mire.
Da igual
tu vergüenza,
tus miedos
ya no valen
nada,
se ha declarado
la guerra.
Así que muere,
entre sus piernas,
pero muere.

7 de enero de 2015

Una cuestión de tiempo

Los relojes
ya no saben
dar la hora
porque quedaron
huérfanos
de nuestro amor.

Las agujas
van hacia atrás
y luego vuelven,
intentando
recuperar
el tiempo
perdido.

Yo los miro,
y su tic-tac
se acompasa
con mis pestañas.
Entonces,
creo verte
a través
del tiempo.

Te intuyo
desnuda,
te visto
de versos.
Me miras
con miedo.

Nos desvanecemos
con cada
parpadeo,
pero quedas
grabada en mí,
inmune
al paso
del tiempo.

6 de enero de 2015

Descoloc-arte

Descolocarte de pies a cabeza,
de miedos a sueños,
de miradas perdidas
en la infinidad de una tarde
lluviosa de invierno.
Bailarte los añicos
de tus amores pasados
y reconstruir el puzzle
de tu piel con mis caricias.
Tocarte el alma
con mis prófugos versos,
con mis fríos dedos,
con el calor del sexo.
Abrazarte los deseos,
rompernos a besos,
mirarnos a oscuras
intuyendo nuestros cuerpos.

Descolocarte en el tiempo,
en tus futuros pretéritos
y en todos los proyectos
que dibujaste en mi espalda.
Desnudarte la mirada,
para examinarte el alma
y ver, despacito,
cómo te empapas de mí,
cómo vas conociendo
al funambulista
en que me he convertido
desde que mi equilibrio
depende de tus dedos.
Besarte bajo la piel,
último resquicio
en mi conquista
de tu cuerpo.
Soplarte los miedos,
impertinentes comensales
en nuestras conversaciones
empapadas de pretextos.

Descolocarte
para empezar
de nuevo.