13 de mayo de 2013

Manos

Es demasiado tarde y hace frío ahí afuera, no quiero irme, estas no son horas de expulsarme al mundo, y unas manos aprisionadas en unos blancos guantes de látex no es la mejor manera de empezar eso que llaman vida. Reconozco que, por un momento, he estado muy cerca de darlo todo por perdido, sí, antes de empezar siquiera, y dejar de respirar, convencer a mi corazón para que dejase de latir, negarme a ver los negativos de este anticuado carrete fotográfico en que se convertirá mi vida. Sin embargo, una mano de dimensiones desproporcionadas a mi pequeña estatura, desnuda, temblorosa y pálida, se ofreció a hacerme de puente, a ponerme la cosas más fáciles en este arduo camino. Desbordado por el tamaño de aquellos dedos, opté sencillamente por agarrarme al que más a mano tenía, luego me enteré de que lo llamáis "índice". ¡Qué alivio! ¡No estaba solo! Y algo me hacía pensar que nunca jamás lo estaría. (Hoy me doy cuenta de que ha sido la única intuición verdaderamente acertada que he tenido). Es la mano que me da de comer, la que me sostiene, la que hace que me levante siempre tras cada caída, es la mano que ayuda en mis primeros pasos. Nunca algo, que conforme yo crecía se hacía más pequeño, pudo aguantar el peso tan grande de una vida. 

Desconozco cómo y por qué, pero un buen día, supongo que mirando hacia abajo, porque mirar al cielo siempre fue demasiado ambicioso para mí, descubrí dos de esos extraños artilugios articulados, ¡yo también tenía manos! Gané en autonomía, no necesitaba a nadie para ponerme en pie, para comer, aprendí a sostener entre mis dedos libros, que abrieron mundos imposibles, historias envidiadas por los más grandilocuentes soñadores despiertos. Pero no solo eso, también podía escribir, bien fuese mediante el uso de un bolígrafo o con el ronroneo de unas teclas desacompasadas, como hago ahora. Era fascinante. 

Así, mis manos se convirtieron en el trampolín de tus caricias, extendidas sin orden aparente por todo mi cuerpo. Mis manos reconocieron tus labios como campo de batalla para una guerra sin término de besos, te taparon los ojos mientras un leve susurro te ofrecía volar sin moverte del sitio. Mis manos se entrelazaron con las tuyas, de repente, como si se conociesen de toda la vida, sin fallos ni encontronazos bruscos, con la delicadeza que tiene tu cuerpo al soportar mis abrazos.

Por eso, a veces, pienso que son mis manos las que te añoran, las que te dibujan en mis ojos cuando te echo de menos, las que me hacen callar cuando necesito gritarle al mundo que lo odio. Y es que sí, son mis manos las que no saben por qué te fuiste y no yo, que dejé de preguntármelo hace tiempo. 

2 de mayo de 2013

Cuentos infantiles

Detrás del frío, enfrentándose al aire, 
expuestos en la intimidad de lo público, 
jugaron a preguntarse por todo aquello 
que querían gritarle al mundo. 

En aquel ficticio amanecer
torpemente creado por unas cuantas farolas, 
empezó el baile de ideas, 
la lucha templada de unas manos ilusas,
que se veían capaces de atrapar el presente
para jugar con él eternamente. 

El abandono no tardó en abalanzarse sobre ellos,
las armaduras cayeron, 
las ganas se elevaron por sus cuerpos embrollados.
Y fue entonces, sólo entonces,
cuando se escaparon los dragones.