14 de diciembre de 2013

El cuerpo

A veces pienso, me pregunto, si la vuestra es una vuelta voluntaria a la minoría de edad que tanto le dolía a Kant, o si, como opción alternativa, se debe más bien a una involuntaria dolencia que trágicamente se ha cernido sobre vosotros. Os refugiáis en el dualismo cartesiano, ése contra el que tan duro arremetéis en discusiones de las catalogadas como serias, para no cuidar vuestro cuerpo, para descuidarlo diríamos, para entregarlo al desenfreno del hedonismo irracional, impulsivo, descontrolado. Total, ¿qué más da? Corpore insano, pero in sana mente, como dice la canción, ¿no? Y es que de algo hay que morir, claro, como no habré caído antes en tan pesado argumento. Mis disculpas. Ya os dejo, pues, seguir cultivando vuestra mente, o alma, por si todavía me lee algún creyente, que goza de un status superior a ese mundano cuerpo, y que a la vez lo tortura sin piedad alguna, lo esclaviza y subordina a sus deseos, aunque bueno, quizá todavía haya quien piense que los deseos se hallan en el cuerpo, craso error que, sin embargo, no es momento de corregir (y que tampoco creo que estéis dispuestos a hacerlo, ¿para qué cambiar y abandonar la comodidad de lo que ya damos por sabido?).

Está más que aceptado, y goza de alto reconocimiento y estima sociales, el cultivo de la mente, mediante el uso indistinto de libros, películas, música, actuaciones teatrales… He llegado a escuchar que lo importante es leer, que lo mismo da lo que sea, claro que sí, y yo todo este tiempo pensando que cabría distinguir entre la buena y la mala literatura. Tal vez sea el momento de abandonarme a Moccia, o a las sensuales historietas de un tal Grey, que tanto revuelo han causado entre la mediana edad, ¿estamos ante una nueva revolución sexual y no me he enterado? Lo siento, discúlpeseme la risa. Pero bueno, no me desvío más, a lo que íbamos. Ese alto cuidado de vuestro espíritu (empleo el término por mayor comodidad, evitando usar mente y alma) tiene como contrapunto el ya citado desprecio al cuerpo. Quizá tengáis razón, seguramente el soporte de toda nuestra vida, el chasis posibilitador de que tengáis esa mente que tanto esfuerzo os requiere, no sea para nada importante. Justifico ahora vuestro sedentarismo, vuestra aversión por una dieta saludable (qué loco aquel que se priva de dulces y patatas fritas, con lo buenos que están), la ya habitual muerte parcial a la que sometéis vuestros hígado y pulmones a diario a fuerza de alcohol y tabaco.

Breve inciso, no lo pongo entre paréntesis que luego os los saltáis, como los anteriores, el primero, el alcohol, para los despistados, ayuda a ahogar las penas, a olvidarlas, a divertirse o desinhibirse, y el segundo, el tabaco, ya es vicio, costumbre, os dejasteis llevar cuando erais jóvenes y ya no se puede abandonar el hábito, pues todo el mundo sabe que el abandono de tres costumbres nocivas acorta tu vida [tu pene ya se acorta fumando (sí, hay gente que estudia eso)]. Nótese la ironía de la última frase fuera del paréntesis, gracias. Así uno se encuentra ante la cómica situación de un individuo, porque considerarle persona igual es sobrestimarle, cuya descripción física me ahorro, no vaya a ser que luego me pongáis una de esas etiquetas que tanto os gustan, con su copa en una mano, su cigarro en la otra, sentado en el sofá, comiendo palomitas mientras ve la típica comedia romántica americana, pues ha sido una dura y agotadora jornada de lectura instrucciones de electrodomésticos (¿el caso no era leer?), situación cómica, señalaba, porque dicho individuo tranquilamente arremete contra aquel que consume marihuana en alguna que otra festividad; porque todos sabemos que el alcohol y el tabaco drogas no son, serán otra cosa, pero ¿drogas? ¡Venga ya! Al final el inciso no ha sido tan breve, siéntolo mucho.

Pues eso, toda esta verborrea para finalmente disculparme por ser uno de esos tontos que se preocupa por su cuerpo, y que nadie ose pensar en motivos estéticos después de lo leído más arriba. Tendré que integrarme en eso que llaman sociedad, que todos sabemos que es buena, porque para eso es la nuestra, y que tiene pocos fallos, y los que tenga son mínimos, así que para qué corregirlos habiendo otros que están peor que nosotros, total, es una pérdida de tiempo. Al igual que, seguramente, para muchos de vosotros, habrá sido una pérdida de tiempo leerme un día más.



PD. Igual repaso luego lo escrito, que esto de escribir tan rápido produce arrepentimientos posteriores, no vaya a ser que alguien se ofenda.

11 de diciembre de 2013

Cicatrices

Señala Javier Marías, en la sinopsis de uno de sus libros, que con la escritura se abre una herida que se va suturando a medida que escribimos; en el mismo instante que nos duele, cicatriza. Quizá sea ésta la única forma de hacerle daño al mundo, de herirle dulcemente, de grabar a fuego nuestro recuerdo en cabezas ajenas. Tal vez la muerte de la palabra contribuya, aunque torpemente, a la inmortalidad del hombre que rasga sus trazos en el papel. Seguramente sea por eso que las letras duelen, acarician o provocan cosquillas. Posiblemente, en un patoso intento de no hacernos más daño, mi boca quiso pronunciar un te quiero que, sin embargo, cicatrizó en un adiós que quedó para la posteridad. Y en algo semejante a esto, aseguran muchos, reside la magia del lenguaje, en su capacidad de travestirse, de causar dolor con la mayor muestra de cariño que nadie pudo ofrecerte. Y es que, ¿cómo pudo un te quiero disfrazarse de adiós? Supongo que por el bien de todos, hasta de aquellos que se identifiquen con esta historia de nadie.

Es probable que me canse, que desista en este burdo intento de dañar al mundo con vacuas palabras, que asuma que es momento de dejarlo, que me abandone a las cicatrices de otros y a lo que me quieran mostrar a través de ellas. Siempre será mejor, y si no, al menos más cómodo, servir de lienzo para bisturís ajenos en forma de bolígrafo o máquina de escribir, trozo de papel en blanco dispuesto a empaparse de la sangre resultante de lecturas sobrecogedoras. Optaré por temblar con sus historias, veré en cada personaje una parte de mí, ya sea para sentirme orgulloso de ella o bien para no perder un minuto en comenzar a corregirla. Sentiré sus besos, me afectarán sus alegrías y tristezas, intentaré seguir eternamente con ellos tras cerrar la tapa del libro, utilizando como puente mi imaginación. Y todo ello a sabiendas de que morirán tras la última página, de que la despedida será más amarga que las que tendré con muchas personas de carne y hueso

Así, quedaré atravesado, indistintamente y con igual fuerza, por las heridas que me hicieron los libros y las que me provocó la vida, creyendo tontamente que seguir escribiendo conseguirá paliar el dolor, sin la capacidad suficiente para aprender a soportarlo y descubrir la desolada belleza que acunan tiernamente estos rasguños.

5 de diciembre de 2013

Quién sabe

Cierras los ojos durante un breve instante, intentando deshacerte de ese cúmulo de imperativos en los que se ha convertido el mundo, ilusamente convencido de que el frágil telón de tus párpados impedirá que la realidad te haga daño. Decides dejarte llevar por esa comodidad que empapa a todos con su tedio y parsimonia, que te lanza vilmente la obligación de no moverte, de no hacer que se tambalee ese modo de vida que eligieron para ti. Siempre fue más sencillo decorar la celda que buscar el modo de salir de ella. Intentas deshacerte del molde en que fuiste forjado, pero ya es tarde, y la única solución a tu alcance es un doloroso remoldeamiento, siempre parcial, asumiendo que tu patrón inicial no llegará del todo a desvanecerse. Te armas de valor, instrumento abstracto que tal vez sea sólo un espejismo, y tratas de desaprenderlo todo, tu desencanto no entiende de fronteras, reales o imaginarias. La desolación llega, sin demasiados impedimentos, a la fortaleza de tus conocimientos, derruyendo impíamente las murallas, devastando tus convicciones, cuestionándote y hasta obligándote a replantear todo lo que crees saber. El resto de tus ideas no corren mejor suerte, y quedas momentáneamente calmado, exhausto tras la batalla que comenzaste y de la que, sin embargo, no has sido más que un mero espectador pasivo.

Pero no hay tiempo que perder y vuelves a ponerte en marcha, desconocedor de lo que te espera, desprovisto de la defensa necesaria para emprender un nuevo ataque. Es momento de sumergirse en la disolución de tus emociones y sentimientos, que escapará entre tus manos debido a su líquida naturaleza. Ahora duele, no por la impotencia de no poder atraparla, duele porque descubres que quizá nunca sentiste por ti mismo, que quizá otros lo hicieron por ti y únicamente aceptaste las etiquetas que te iban dando. Tal vez nunca has estado enamorado, ni llegarás a estarlo, tan solo llamarás "amor" a un modo de comportarte, a un conjunto de costumbres tan fuertemente arraigadas, tan firmemente establecidas, que incluso creerás que estás sintiendo algo, que sientes realmente.

Y en esta maraña te hallas, desorientado e indefenso ante ti mismo, sabedor de que la respuesta reside en ti, conocedor de tus límites y potencialidades, vulnerable porque acabas de percibir que eres tu peor enemigo. Aunque, bueno, supongo que tú nunca llegarás a saberlo. 

4 de noviembre de 2013

Bailar en las ruinas

                 El mundo que siempre aceptó a su alrededor empieza diluirse, a separarse bajo el tamiz de la razón y la crítica, quedando poco o nada a lo que pueda aferrarse, pues teme que también desaparezca y caiga al vacío de una realidad pronto inexistente. Todo aquello que siempre tuvo claro empieza a derrumbarse bajo sus pies, que saltan torpemente en un lado a otro, con anárquicos movimientos, en una especie de lucha contra un devenir incierto, inestable. En un principio, la cómica situación recientemente descrita dista mucho de causarle una sonrisa; por el contrario, pánico y temor son las sensaciones que lo empapan, que se apoderan de él, a las que se enfrenta y desea expulsar a toda costa.

                ¿Su primera alternativa? Aferrarse, fuertemente, a cualquiera de las realidades que se le ofrecen bajo la máscara de la religión, ideologías o idearios políticos, entre otras muchas construcciones del mundo, que pondrán un opaco velo a lo que pasa a su alrededor. Saciarán con creces su sed de respuestas y restarán importancia a aquellas preguntas que no puedan contestar, le ofrecerán un paisaje atractivamente novedoso, cálido y acogedor, que sólo le pedirá a cambio una justa simbiosis: habitar y colonizar su pensamiento, al igual que él ha construido su mundo entre las fronteras de su nuevo escenario. Pero, no se confundan, el teatro ante el que ahora se encuentra no sustituye a la realidad diluyente, diluida, que se esconde tras sus títeres, entre bastidores.

                Ahora bien, ocupar la primera posición entre las opciones a su alcance no implica que deba escogerla, y mucho menos que sea la mejor alternativa, seguramente nunca exista la mejor opción. Y es que, cuando el miedo de saltar de un lugar a otro en este mundo derruido se evapora, uno comienza a deleitarse en su ejercicio. Los brincos se transforman en frágiles saltos de danza clásica, el cuerpo se eleva y consigue flotar sobre las pocas ruinas que quedan, obteniendo así un mejor punto de vista, ganando en perspectiva. Se adopta entonces una mirada clara y distinta sobre todas aquellas compañías teatrales que enmascaran la belleza de la destrucción, consiguiendo apreciar los aciertos y errores de cada una, absorbiendo las explicaciones certeras y combatiendo a capa y espada las mentiras. Tratando, en última instancia, de llevar a cabo la ardua labor de levantar al espectador de su confortable asiento, para enseñarle las maravillas oteadas desde ese no lugar que alcanzó bailando.

                Es por ello que la filosofía, en tanto destructora de teatros y burdas representaciones de la realidad en ruinas, como despertador de conciencias dormidas, debe conservar su necesario lugar dentro de la educación. De poco valen vuestras experiencias particulares con la disciplina, con la materia escolar, no es argumento alguno para devaluarla y permitir que las generaciones futuras queden desprovistas de las poderosas armas que la filosofía pone a su alcance, entre las que priman la capacidad de crítica y cuestionamiento, la curiosidad por buscar alternativas y no aceptar todo lo que nos impongan. Instrumentos estos que serán los únicos capaces de que nuestros niños no claudiquen y se conformen con cualquier cosa que se les imponga desde un gobierno bipartidista y desinteresado, desde una religión obsoleta y opresora del pensamiento autónomo.


                Soy conocedor de que son pocas las conciencias que, de manera efectiva, logran despertarse, pero siguen siendo algunas, aunque mínimas, y son nuestra única, y última, esperanza.

22 de octubre de 2013

Deporte como alternativa

                  El despertador suena en mi mesilla, rompe el silencio de la noche, acaba con el descanso. Son las ocho de la mañana de un sábado o domingo cualquiera, y sí, ya toca despertarse. “Loco”, pensaréis algunos, “con tu edad y levantándote a esas horas”. “No entiendo cómo puedes quedarte en casa un viernes o sábado por la noche”, escucho frecuentemente a muchos de mis compañeros o conocidos, a lo que añaden: “encima sin salir de fiesta”. Suelen venir a mi cabeza esos comentarios mientras, torpemente, preparo el desayuno. Hay que comer bien, que nos espera una dura jornada de entrenamiento o quizá toque competir. “¡Anda! Pero que encima madrugas para hacer deporte, si es que no tienes remedio”. Si ya lo sé, comprendo que no lo entendáis, pero nadie me ha preguntado nunca por qué lo hago, la gente prefiere darse sus propias respuestas después de plantearse la pregunta. Muy enriquecedor, sí.

                 Ante todo, para que no haya malentendidos, el deporte es mi elección, nadie me obliga a ello, no lo hago sintiéndome presionado, consciente ni inconscientemente, por ninguna persona o grupo social. Mientras muchos, la mayoría quizá, simplemente se dejaban llevar, haciendo lo que todos hacen, tomando ideas prestadas sin pasarlas por el tamiz de la crítica personal y designándolas indebidamente como “propias”, mientras tanto, digo, yo decidí voluntariamente decantarme por el deporte como vía para aprender. Obviamente no es la única opción, hay más alternativas, pero todas implican arriar las velas y decidir a dónde quieres que te lleve la marea.

           Tolerancia, respeto, humildad, amistad, paciencia, esfuerzo, sacrificio, constancia, trabajo, sinceridad, y un largo etcétera, son los valores que he aprendido gracias al deporte. ¿Y saben lo mejor? Que todos estos frutos recolectados ahora puedo aplicarlos al resto de mi vida. Todos y cada unos de los momentos de deporte que recuerdo van acompañados de una sonrisa, desde el sufrimiento en el gimnasio hasta la satisfacción por la victoria en una cancha de baloncesto. Normalmente rodeado de amigos, con los que compartir alegrías y superar las derrotas; aunque, a veces, en soledad, propicios momentos que facilitan el encuentro con uno mismo, que nos ayudan a enfocar desde otra perspectiva nuestros problemas, a superarlos, así como tomar decisiones importantes en cualquier ámbito de nuestra vida.

                Pero parece que seguimos sin comprenderlo, continuamos obcecados en nuestro empeño de criticar al que hace demasiado deporte, al que le va la vida en ello, como decimos coloquialmente. ¿Dónde está el problema?, me pregunto. ¿Qué está haciendo mal? ¿A quién perjudica? ¿Qué pasa si uno quiere acompañar el ejercicio físico con una dieta sana y equilibrada? A veces siento, con comentarios como los que apuntaba al comienzo, que todo sería más fácil si mi vida durante el fin de semana transcurriese de noche, si llegase a casa, algún que otro día, con poco conocimiento de dónde estoy y de cómo he conseguido encontrar la cama. Todo sería “normal”, esa normalidad que tanto me duele y tan poco soporto, si hubiese tenido mis desavenencias con el alcohol, el tabaco y alguna que otra sustancia estupefaciente. Al menos, como vosotros, podría contárselo a mis amigos sin que me mirasen con caras raras, algunos, incluso, se sentirían orgullosos. Eso sí sería aceptado por todos, son los problemas que se suponen que se tienen a esta edad, o por los que uno debe haber pasado para… ¿para qué? ¿Para ser una persona normal, uno más entre el resto? Lo siento, pero mi “problema”, para muchos, es no tener esos problemas. Estamos perdiendo el norte y no aceptamos la ayuda de quien nos ofrece una brújula.

17 de octubre de 2013

Mirada desde el precipicio

Ahí estás, vuelvo a verte, no te vayas ahora que te tengo tan cerca, ahora que te siento en el precipicio que se abre entre mis dedos y estas monótonas teclas. No desates el único vínculo que me queda con un austero futuro que no deja de convertirse en pasado, ante una mirada impasible, negándose a perder el último brillo de esperanza. 

Aunque, pensándolo mejor, rompe todas las últimas lanzas que quieras, pues la guerra la dimos por perdida, ya ni las últimas hogueras desprenden el más mínimo calor. Deshaz tus sueños y haz la maleta, llénala de todos aquello que no conseguimos juntos, de los deseos que quedaron en la cuneta de nuestras repetitivas conversaciones unilaterales. Apaga las fotos bajo la luz de un mechero, y rompe los recuerdos, estámpalos furiosamente contra el suelo, y que se vaya en cada nueva embestida un poco de mí con ellos. 

Será entonces, cuando me haya ido o, al menos, cuando pienses que ya no estoy contigo, el mejor momento para recordarme como lo que realmente fui para ti, sin esa amalgama de sinsabores y tragos amargos que sólo emborronarán tu cabeza con arrepentimientos injustos. Pasarás, a partir de este momento, a reconocerme en todas y cada una de las canciones que sostuvieron los subjuntivos, en los poemas que acribillarán nuestro pasado con sus versos, y en cada sucia palabra que te escriba, a escondidas, desde la oscuridad de debajo de mi almohada.

10 de octubre de 2013

Sueños

Cayeron estrepitosamente las columnas que sostenían aquella fortaleza erigida torpemente entre sus cuerpos. Se diluyeron los miedos, temerosos del posible enfrentamiento contra aquellos labios que no paraban de robarse besos. Se desnudaron sus mentes, ofreciendo impolutos pensamientos contra el escarpado acantilado de la opinión ajena. Desbordadas, todas sus pasiones ocultas salieron a la luz, cegando involuntariamente las obsoletas palabras de amor que ahora comenzaban a rebotar torpemente por toda la habitación. Suicidas miradas se precipitaban por el abismo de los ojos del otro, tranquilas en su viaje hacia una interioridad aún por descubrir.

Quizá fue este el principal motivo por el que no consiguió evitar la conmoción cuando, la mañana siguiente, todavía envueltos en la añoranza de las sábanas, le preguntó con qué había soñado. Entonces contestó, en un apenas audible susurro, que hacía ya algún tiempo desde que sus sueños fueron ocupando, progresivamente, otros cuerpos, vidas distintas a la suya. Se apagaron las ilusiones y esperanzas, se marchitaron los deseos cuando le arrebataron la libertad de no ser otro eslabón más dentro de un engranaje que sonaba a oxidado. El precio de no pasar por el aro, de no obedecer a lo socialmente establecido, acabó con su vida interior, la única que verdaderamente le pertenecía. Aquella que en su tiempo denominamos vida exterior se había convertido en un triste reducto de redes establecidas por los demás, en la que ni uno mismo era ya el centro, sino un nudo más en ese burdo entrelazamiento de relaciones estúpidas, incoherentemente inconexas, un punto desde el que colgaba la soga que ponía fin al dolor.


Tal vez ese fue el comienzo del círculo, el desencadenante que le hizo perder su trabajo, la custodia de sus hijos y la fe en la vida, por la que tanto había luchado. Quién sabe si fue aquél el comienzo de su forzado ayuno, de su falta de liquidez económica, como eufemísticamente lo llamaban. Es improbable que consiguiese averiguarlo nunca, pero tampoco quería hacerlo, intentaba olvidar sus palabras ante aquel cuestionamiento acerca de sus sueños, pues la pregunta solo obtuvo por respuesta: «Un alma desnutrida, sin alimento, es incapaz de soñar».

21 de septiembre de 2013

Desde siempre

- Tengo la sensación de conocerte desde hace mucho tiempo, es como si siempre hubieses estado aquí, conmigo - dijo, cerrándome los labios con un beso, impidiendo que pudiese articular palabra alguna. 

Se despidió. Nos dimos la espalda, cada uno hacia su destino, solos pero acompañados por el recuerdo que aún dejaba la presencia del otro. No pude evitar sonreír, y es que, en cierto sentido, sus palabras no podían ser más ciertas. Me detuve, giré la cabeza e imaginé que ella acababa de hacer lo mismo, pero ya solamente podía ver su figura desde atrás, alejándose. 

Ella, la misma chica de aquel semáforo en rojo, la que se sentó frente a mí en el ruidoso autobús urbano, la que estaba sentada dos filas por delante y tres sillas a la derecha en aquel concierto. Ella, la que me hizo cambiar de cine, la que modificó mi rutina de biblioteca, la que consiguió que cruzase la calle para coincidir en su acera y observarla muy de cerca, desde el anonimato de mis gafas de sol. Ella, la que no me conocía por aquel entonces, la que, sin tener constancia de ello, ya había conseguido todo esto.

16 de septiembre de 2013

Traspiés de la memoria

Me entrego a la distopía del pasado, al estepario invierno de tu mirada, de tus pupilas reflejando mis ojos. Me lanzo al vacío sin resentimientos ni temores, me desvisto de caricias, quedo al desnudo frente a tus palabras hirientes. Inocente pero tenaz, sabedor de que vivieron por mí, decidieron en mi lugar y, lo peor de todo, pusieron sus sentimientos en mi cuerpo, sentí como ellos querían, tracé mi historia intentando rehacer sus errores. 

El colapso estaba escrito con tinta indeleble, con trazos de inquebrantable color negro en el espacio que dejaban nuestros cuerpos tras el sexo. En el interludio de los pulmones que nunca respiraron al compás, en el abismo que formaban las sábanas, resultante de aquellos movimientos respiratorios, se fueron ahogando nuestras promesas, las canciones que un día nos atrevimos a atrapar y señalar como nuestras. Malditos insentatos, ahora sus letras se han vuelto contra nosotros, y nos están ganando la batalla; algo me dice que no tendrán piedad, que nos harán añicos, es tarde para súplicas sin sentido.

Presagiando el final en el tiempo, el olvido recogió sus cartas, yo las mías. Acepté el desafío. Volví a perder. La memoria hizo el resto, mantuvo el espejismo de una historia inacabada, haciéndome inventar nuevos trazos de un dibujo que ya ni siquiera estaba delante de mí. Pero seguí mojando el pincel sobre las ya secas manchas de óleo, lanzando embates feroces a un espacio vacío, tal vez reflejo de una soledad interior nunca reconocida. Imaginación sobraba al pintor, que no cesaba en su intento de plasmar lo que tan claramente aparecía en su mente sobre aquel inventado lienzo.

Adiós, te dije, o tal vez me lo dije a mí desde tus labios, añorando ya tus besos, despidiéndome de aquella parte de mí que se iba contigo, envidiando que ella podría volver a perderse en tu cabellera sobre la cama, a fin de cuentas, respirarte. Tal vez por eso nunca has muerto, tal vez por eso nunca moriré.


23 de julio de 2013

Me preguntaba que...

                ¿Por qué nuestros esfuerzos se centran en encontrar agua en Marte en lugar de llevarla a aquellas zonas de la Tierra donde más la necesitan? ¿Quién no es cómplice? ¿Cómo hemos llegado a un mundo donde hay muertos de hambre y muertos de anorexia? ¿Dónde venden el fármaco para revivir las conciencias? ¿Qué se nos pasa por la cabeza? ¿Cuántos son los sacrificios inevitables para que sigamos manteniendo nuestro modelo de vida? ¿Quién no ve que es necesario, para conservarlo, que otros estén muriendo?

                ¿Por qué esperar durante más tiempo? ¿Cuáles son las cadenas inventadas esta vez para atarnos a nosotros mismos, para coartar nuestras conciencias? ¿Qué nos impide aferrarnos fuertemente a nuestros proyectos, nuestras metas, y luchar para que se hagan realidad? ¿Cómo es posible que escondamos tantas palabras de cariño a esas personas que hacen méritos para ganarlas diariamente?

                ¿Por qué lo diferente nos lleva, en un gran número de ocasiones, a reafirmarnos en nuestra inescrutable posición, bien sea ideológica, racial, religiosa, política, etc.? ¿Cómo es posible que veamos en el otro una oportunidad para criticar antes que una posibilidad de aprender? ¿A qué se debe ese afán de buscar exclusivamente discrepancias, en lugar de similitudes, puntos en común, que nos ayuden a aprender y crecer personalmente? ¿Dónde queda el silencio cuando se trata escuchar a los demás?

                ¿Por qué sólo amamos en las relaciones ajenas, en los senderos sentimentales que tanto miedo tenemos de emprender? ¿Qué nos lleva a sentir únicamente en las vidas de los demás, en las historias que nos narran los libros o proyectan las películas? ¿Cómo es posible que no aceptemos un beso entre dos hombres y veamos con normalidad que solucionen sus problemas con la violencia de dos manos cerradas golpeándose? ¿En qué momento empezamos a llenar el cariño que necesitan los niños con juguetes en lugar de hacerlo con horas de juegos y risas?

                ¿Por qué me siento un títere en manos de un destino que no he elegido? ¿Cuándo me pidieron opinión mientras decidían qué iba a ser de mi vida? ¿Cómo es posible que todos te arrastren hacia su apatía y desánimo intentando convencerte de que tú tampoco serás capaz de salir de ella, que caerás rendido, exhausto, en sus brazos? ¿A qué se debe esa manía de aniquilar mis sueños, mis esperanzas, mi situación de desconcierto y desolación en un mundo que no comprendo? ¿No debería cada uno preocuparse primero por su vida antes de entrometerse en la de los demás? ¿Por qué no nos dejamos en paz los unos a los otros?

                ¿Por qué han leído esto?


28 de junio de 2013

Los otros

                 Intranquilidad y apatía muestran vuestros ojos, esos que rara vez levantan sus pupilas del frío asfalto, esos que han dejado de transmitir el calor propio de las pasiones que nunca más os moverán. Gafas de sol que con frecuencia esconden inquisitivas miradas que vuelan hasta posarse sobre cada uno de los que os rodean, imaginando acaso que su vida es mucho mejor que la vuestra. Y, como todos pensamos lo mismo, nadie hace nada por cambiar lo que no le gusta de esa aciaga cotidianidad hacia la que irrevocablemente se siente empujado. ¿Para qué esforzarnos cuando es más sencillo quejarse?

                “Estamos controlados, no podemos hacer nada” dicen algunos. Pero, ¿quién nos controla, quién nos vigila? “Pues quién va a ser, el gobierno”, puedo leer en la cabeza de alguno de los que me estáis leyendo. “Esos que tienen el dinero, esos que nadie conoce pero deciden sobre nuestras vidas”, ¿en serio estáis pensando esto? Tal vez sea el momento de abandonar todas esas teorías conspiratorias que tan profundamente arraigadas se encuentran en vuestros cerebros, parasitándolos hasta la saciedad. Los hombres de negro, como os gusta llamarlos a veces, aprovechándoos de lo lúgubre y misterioso del color, de la oscuridad que éste connota, los hombres de negro, digo, no existen. No se reúnen para tomar café y jactarse de vuestras miserables vidas. Realmente no pienso que sean tales, eso es lo que creéis vosotros. Esa élite adinerada en cuyas manos está nuestro futuro no es más que un espejismo, creado, tal vez, por la falta de valores (morales, principal aunque no únicamente) que empapa a nuestras sociedades.

                ¿Alguien se acuerda de la película el Show de Truman? Sí, esa en la que toda la vida del protagonista es un gran reality show, donde todo está controlado al milímetro por los directores del programa. El escenario es una semiesfera gigantesca, infectada de cámaras situadas en lugares recónditos… ¿lo recuerdan? Bueno, es igual, piensen en Gran hermano, ¿ahora sí, no? En ambos casos, prestando un poco de atención, nos damos cuenta de una forma de control diferente a la que muchos pensáis que se da de hecho en nuestra sociedad. No existe una jerarquización del poder, no mandan los de arriba y los de abajo obedecen; no, nada es tan simple. El control, en estos ejemplos, recae sobre las cámaras de vídeo situadas por toda la estancia, que graban cada uno de los movimientos, comentarios, situaciones jocosas y problemas a los que hay que enfrentarse.

                Llamadme loco, pero creo que hay una ineludible semejanza entre las cámaras de vídeo y los ojos que mencioné al inicio del artículo. Son los otros, sus miradas siempre atentas a los actos que realizamos, esas que no pierden ni un detalle de nuestras palabras, que siempre serán usadas para perjudicarnos, son los otros, decía, los que controlan, y castigan, nuestras vidas. Estamos vigilados constantemente, las cafeterías, aulas, mercados, se han convertido en los confesionarios de la actualidad. Tenemos tan interiorizada esa falsa ilusión de libertad total, que nos olvidamos de tomar las riendas de nuestra existencia para guiarnos hacia lo poco que queda de ella. Nos hemos abandonado, ya no cuidamos de nosotros mismos, al menos, no interiormente. El cultivo de la mente ha quedado en un plano demasiado lejano para enumerarlo. Así se entiende que seamos blanco fácil de ideologías volubles, efímeras y pasajeras, que permanecen en el andén de nuestras cabezas a la espera del próximo tren que se las lleve.


                Son los otros quienes nos acusan, quienes nos delatan, quienes tienen poder real sobre nuestras vidas. Y ahora, ¿qué hacemos?

23 de junio de 2013

Que yo no valgo para esto...

Hoy se me han acabado los poemas, las miradas furtivas a unas calles que están llenas de tu ausencia, de tus carcajadas, de esos bailes tan extraños que realizas cuando andas. He dejado de inventar historias aciagas y fraudulentas que vender al mejor postor, o al sórdido lector que pierde su tiempo en este tipo de banalidades. Me he cansado de llevar una dieta pobre en libros, de contemplar apático la tan denostada pasión que emana de esas películas de amor. 

Hoy quiero correr, sentir la calidez de la vida en forma de rayo de sol sobre mis mejillas, necesito soñar, sin cesar en mi carrera, que puedo diluirme entre las partículas de polvo que el viento dispara contra mi cuerpo. Vuelvo a dejar que las letras de las canciones me desnuden, que hablen de mi vida sin haberme pedido siquiera permiso, y quedo indefenso ante la opaca mirada de mis propios ojos que ya no ven, sólo sienten.

Hoy me fundo en un abrazo interior, sin moverme, con esa memoria que suele faltarme, simplemente para recordarme que nunca estaré solo y que siempre viviré conmigo. 

9 de junio de 2013

Hoy no quiero verte

                 Hoy no quiero verte, no quiero escuchar palabras vacías de sentimientos, desisto en el empeño de reconquistarte con discursos inertes y prohibidas mentiras. Las promesas se las ha llevado el viento, les ha negado su condición de futuribles, y me ha traído, a cambio, las rotas cuerdas de un violín que no volverá a llorar ninguna nota más.

                Hoy no quiero verte, quiero negarte mis insulsos sueños y despojarte de cada uno de los besos con que te vestía. Necesito mojar mis mejillas con agua que simule la humedad de unas lágrimas nunca derramadas, necesito que comprendas que el infierno no es nada más que mi cama vacía, que soporta, a duras penas, el eco de la ausencia de tu cuerpo.


                  Hoy no quiero verte, así que ven, por favor, y apaga la luz. 

13 de mayo de 2013

Manos

Es demasiado tarde y hace frío ahí afuera, no quiero irme, estas no son horas de expulsarme al mundo, y unas manos aprisionadas en unos blancos guantes de látex no es la mejor manera de empezar eso que llaman vida. Reconozco que, por un momento, he estado muy cerca de darlo todo por perdido, sí, antes de empezar siquiera, y dejar de respirar, convencer a mi corazón para que dejase de latir, negarme a ver los negativos de este anticuado carrete fotográfico en que se convertirá mi vida. Sin embargo, una mano de dimensiones desproporcionadas a mi pequeña estatura, desnuda, temblorosa y pálida, se ofreció a hacerme de puente, a ponerme la cosas más fáciles en este arduo camino. Desbordado por el tamaño de aquellos dedos, opté sencillamente por agarrarme al que más a mano tenía, luego me enteré de que lo llamáis "índice". ¡Qué alivio! ¡No estaba solo! Y algo me hacía pensar que nunca jamás lo estaría. (Hoy me doy cuenta de que ha sido la única intuición verdaderamente acertada que he tenido). Es la mano que me da de comer, la que me sostiene, la que hace que me levante siempre tras cada caída, es la mano que ayuda en mis primeros pasos. Nunca algo, que conforme yo crecía se hacía más pequeño, pudo aguantar el peso tan grande de una vida. 

Desconozco cómo y por qué, pero un buen día, supongo que mirando hacia abajo, porque mirar al cielo siempre fue demasiado ambicioso para mí, descubrí dos de esos extraños artilugios articulados, ¡yo también tenía manos! Gané en autonomía, no necesitaba a nadie para ponerme en pie, para comer, aprendí a sostener entre mis dedos libros, que abrieron mundos imposibles, historias envidiadas por los más grandilocuentes soñadores despiertos. Pero no solo eso, también podía escribir, bien fuese mediante el uso de un bolígrafo o con el ronroneo de unas teclas desacompasadas, como hago ahora. Era fascinante. 

Así, mis manos se convirtieron en el trampolín de tus caricias, extendidas sin orden aparente por todo mi cuerpo. Mis manos reconocieron tus labios como campo de batalla para una guerra sin término de besos, te taparon los ojos mientras un leve susurro te ofrecía volar sin moverte del sitio. Mis manos se entrelazaron con las tuyas, de repente, como si se conociesen de toda la vida, sin fallos ni encontronazos bruscos, con la delicadeza que tiene tu cuerpo al soportar mis abrazos.

Por eso, a veces, pienso que son mis manos las que te añoran, las que te dibujan en mis ojos cuando te echo de menos, las que me hacen callar cuando necesito gritarle al mundo que lo odio. Y es que sí, son mis manos las que no saben por qué te fuiste y no yo, que dejé de preguntármelo hace tiempo. 

2 de mayo de 2013

Cuentos infantiles

Detrás del frío, enfrentándose al aire, 
expuestos en la intimidad de lo público, 
jugaron a preguntarse por todo aquello 
que querían gritarle al mundo. 

En aquel ficticio amanecer
torpemente creado por unas cuantas farolas, 
empezó el baile de ideas, 
la lucha templada de unas manos ilusas,
que se veían capaces de atrapar el presente
para jugar con él eternamente. 

El abandono no tardó en abalanzarse sobre ellos,
las armaduras cayeron, 
las ganas se elevaron por sus cuerpos embrollados.
Y fue entonces, sólo entonces,
cuando se escaparon los dragones.

27 de abril de 2013

Esas dudas que atraviesan tu cuerpo al respirar.

¿Las preguntas inconclusas?
Yo.
¿Los interrogantes perpetuos?
Tú.
¿Dormir en la inseguridad?
Yo.
¿Mis sueños?
Tú.
¿El dolor del sentimiento?
Yo.
¿El de mi boca?
Tú.

La huida


           ¿Quién no ha tenido alguna vez ganas de salir corriendo? ¿Quién no ha soñado despierto con escapar de todo aquello que hace que se le constriña el pecho? Es sólo que no siempre se puede, no todo depende de nosotros. Por ello, aunque solo sea durante el poco tiempo que dediquen a leer este artículo, les invito a que me acompañen en mi huida.

                Huyamos, ante todo, de esta visión economicista del mundo que se está imponiendo subrepticiamente en nuestras vidas. Si bien sería reduccionista  (y harto absurdo) pensar que todos los fenómenos sociales y culturales pueden explicarse atendiendo únicamente a la economía capitalista en que nos hallamos inmersos, tampoco podemos obviar la enorme influencia que ésta ha tenido en nuestra manera de configurar el mundo. Pocas son las esferas que han quedado a salvo de esta burda impregnación económica.

              El arte, contemplando bajo el término desde el cine a la literatura, pasando por pintura y escultura, música o arquitectura, se está convirtiendo cada vez más en una marioneta en manos de un torpe titiritero que mueve sus dedos de manera irracional. No quiero cerrarme con ello a las nuevas propuestas artísticas, pero nadie puede negarme que, en multitud de casos, nos están vendiendo la burra, permítaseme el coloquialismo. El arte se ha mercantilizado en exceso, pasando a un plano central el consumo desenfrenado que las nuevas masas de fieles hacen de él, vaciándose, por el contrario, de todo contenido o significatividad que tuviese antaño. Lo que importa es que la gente vaya al cine, compre libros, pague por espectáculos exclusivos, acuda a exposiciones de nuevos artistas en auge.

                De otro lado, también se ven fuertemente afectadas las relaciones interpersonales, nuestro modo de tratar con el otro, que ha pasado a verse como un medio al servicio de nuestros fines. La crisis axiológica que acuciamos hoy en día, a la que debe ponerse solución por delante de la crisis económica que tan interiorizada tenemos (¡qué ingenuos nosotros!), ha dado como resultado personalidades para las que todo vale con tal de conseguir aquello que ansían, ambicionan, pero que nunca sabrán valorar. El conjunto de individuos con el que interactuamos diariamente no es visto más que como un objeto al servicio de uno mismo, que debe exprimirse para conseguir el máximo jugo y después desecharse. Y quiero huir, poner pies en polvorosa, aunque sea momentáneamente, del pavor que me produce ver cómo el amor y la amistad se diluyen en la impersonalidad del trato a los demás como objetos. La lucha, el tesón, las ganas y la ilusión a la hora de empezar, y sobre todo al conservar, una relación interpersonal han sido desestimadas, tomadas por imposibles, vistas como ideales inalcanzables.

              Huyamos, finalmente, de la racionalidad que se impone a diestro y siniestro intentando adaptar la realidad a sus moldes, desbancando duramente todo lo irracional. Pero despojemos el término de toda lo peyorativo que lo acompaña, pues me refiero con «irracional» a los sentimientos, emociones, impulsos, motivaciones, que tal vez sean mucho más determinantes que la inmaculada razón que, según dicen, debe guiar en exclusiva nuestra vida. No se trata, por tanto, de pasar de un extremo al otro, sino de aunar ambas y ser conscientes de que no podemos dejar de lado todos esos sentimientos y motivaciones que nos mueven siempre con más fuerza que los argumentos racionales. Hay que abrir la jaula de pensamientos que encarcela nuestras pasiones, para que éstas nos impregnen, sintiéndonos un poco más vivos.

23 de abril de 2013

En el tiempo que dura un semáforo

En el tiempo que dura un semáforo, en ese tránsito de la vida del verde hasta la muerte del rojo en el que el ámbar se presenta como un ineludible sufrimiento, me he dado cuenta de que dejé de quererte en las vidas que nunca serán mías, en los ojos que nunca fueron capaces de sostenerme la mirada. En ese breve interludio, en el que verdaderamente tengo tiempo para dejar de pensar, he vuelto a enamorarme de quien está a punto de cruzarse en mi camino para perderse en el olvido que queda tras mi espalda. He soñado, en la intimidad de un pestañeo, con ese nuevo cuerpo que ante mí se presenta, expectante, desafiándose a la más ardua lucha carnal jamás presenciada desde el borde de mi cama.

En el tiempo que dura un semáforo me he dado cuenta de que ya no te quiero, ¿no es cierto? Y salvo que el amor no sea más que un recuerdo, no volveré a quererte, no guardaré de ti ningún otro recordatorio que me haga sufrir. No salvaré de mí ninguna excusa que pueda hacerme daño, que me haga empaparme de sueños irrealizables, solo toca coger impulso y salir hacia arriba. El agua me había congelado el cuerpo, pero mi corazón no ha espirado su último aliento.

1 de marzo de 2013

No es justo

¿Saben qué sucede? Que no es justo. 

No es justo que sea yo quien venga del cine con el estómago lleno, después de sumar a la cena un gran paquete de palomitas, mientras tres hombres duermen, tiernamente acogidos tras la cristalera de ese banco sobre el que tantas piedras arrojaríais. La disposición es perfecta, uno arriba y dos abajo, que hay más sitio, solo que la pendiente no debe hacer muy cómodo el descanso, ya no importa tanto combatir el frío y al menos esta noche no dormirán solos. Aunque supongo que llega un tiempo en el que descansar es lo de menos, en el que uno se contenta con que no sea su hija quien le señale con el dedo desde el otro lado del cristal. (Disculpen el dramatismo, pero es el último recurso al que me queda acudir cuando sospecho que muchos corazones se hallan blindados ante el dolor ajeno). Dudo mucho, o al menos me cuesta creer, que hayan peleado por los improvisados dormitorios, como muchas veces ocurre en la asignación de habitación al compartir piso. Pero, pobres, está claro que son ellos quienes necesitan nuestra ayuda, ¿no es así? 

Me parece recordar que eran tres los paquetes de galletas que presidían la cena, y seguramente también el futuro desayuno, uno de ellos abierto, cercano a un vaso de plástico que en su momento contuvo café, con suerte no hace mucho. "Al menos - me consuelo tontamente, hablando hacia mis adentros - no han dormido con el estómago vacío". Claro, como si eso fuese lo realmente importante. 

No es justo que a un solo golpe de cuello se despliegue ante mí otra realidad completamente distinta y ajena a lo que está sucediendo tras los cristales. Un grupo de personas, poco importa la edad, perfectamente vestidos, y conjuntados, desprendiendo fragancias embaucadoras, pasean indiferentes a la realidad que con ahogados gritos reclama su atención. Uno de los integrantes de tan pintoresco grupo comenta que necesita sacar dinero, pero que le da miedo hacerlo en el cajero ocupado por esos tres indigentes, éste le parece el eufemismo adecuado. Entonces yo pienso, siempre para mis adentros, pues nos encontramos en un sociedad en el que toda opinión (o comentario) debe ser respetado, que lo que me da es pena. No, no es de los tres que apaciblemente duermen, sino del gilipollas que acaba de hacer el comentario, discúlpenme el adjetivo calificativo. 

Y son muchas más las injusticias que tenemos tan cerca que no conseguimos/queremos ver. No es justo que no seamos capaces de relativizar nuestros problemas, que no consigamos abrir los ojos, destapar el velo y aceptar la realidad tal y como se nos está presentando cada día. No es justo que sea yo quien escriba esto, pero la justicia se diluye aún más cuando, al pasar la página, releguéis al olvido las palabras que, con suerte, consiguieron calar un poco en vosotros.

20 de febrero de 2013

Cansado


                 Respeto dicen. Respeto piden a gritos, desgañitándose como si les fuese la vida en ello. Respeto por una determinada doctrina, ideología, respeto por un sistema de creencias, respeto por su forma de pensar. Están tan preocupados exigiéndolo que se han olvidado de ser coherentes con aquello que tan afanadamente defienden. Pero siguen sin comprenderlo, parece que no entienden que el respeto se dirige hacia las personas, no a los pensamientos, ideas o creencias en cuanto tales. Son dos ámbitos diferentes, hay que irse dando cuenta.

                Desde tales creencias se me acusa de ser pecador, tan solo por el hecho de no compartirlas y ponerlas en duda, y la acusación se dirige hacia mi persona, no solo a lo que pienso. ¿Dónde quedan los gritos a favor del respeto? Estoy cansado de esa mirada que se hace de la “pobre oveja descarriada” que nunca hallará a dios, que está condenado a la infelicidad, o al menos a una felicidad no tan plena. Esa apestosa arrogancia se apropia del bien y el mal, de lo verdadero y lo falso, los delimita estrictamente (¡cómo si fuese tan fácil!), condenando a todo aquel que no comparta su visión. Creo que es hora de hacer gala de respeto, y deben hacerse coincidir los pensamientos con el respeto que se muestra de cara al público, que no haya rastro alguno de la compasión con la que se mira por encima del hombro al que creen distinto o no creen. Es momento de abandonar ese chirriante “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

                Estoy cansado de que se sitúe, a todo el que no comparte el dios cristiano, en el lado del error, de lo falso. Basta ya de pensar que la verdad solo les pertenece a ellos, es momento de abandonar la visión de que la verdad es una y única; las cosas han cambiado, y bastante. No es tan difícil entender la religión como una opción personal y no necesariamente obligatoria, puede relegarse al ámbito de lo privado, buscando que pierda poder en el control de lo público e influencia sobre la política. Respetemos también al que no quiera elegir, no por pereza, sino porque se ha percatado de la incapacidad del hombre para ir más allá de sus propios límites, al que ha sido sobrepasado por las preguntas y no quiere abandonarse a la comodidad de la creencia incierta, a pesar de las pretensiones de verdad que desde dentro se postulen).

                Estoy cansado de esta perversión de la democracia, harto del conformismo ciudadano que piensa que no alternativas al bipartidismo podrido desde el que se nos gobierna. Este pensamiento únicamente favorece el quietismo que ellos quieren, nos presentan cualquier opción contraria a sus proyectos desde la imposibilidad de un planteamiento utópico. Y nosotros, cada vez más tontos, idiotizados por un sistema educativo que se va a pique debido a la falta de acuerdo, y de decencia, de nuestros políticos a la hora de establecer una ley de enseñanza definitiva o que al menos no cambie con la alternancia de las legislaciones, nosotros carecemos de armas para combatir, intelectualmente nos están desarmando, ante la impasividad de nuestras miradas. Por eso cedemos ante lo que nos digan, nos enfrentamos unos a otros en la defensa incondicional, acrítica, del partido político al que hemos votado. Es una bonita manera de mantenernos entretenidos. ¿Dónde queda el espíritu revolucionario, que antes primaba entre los jóvenes, de lucha hasta conseguir lo que consideramos justo? Me parece que lejos, muy lejos, en una sociedad en la que el conservadurismo lo ha impregnado todo. Mejor no perder lo poco que nos queda, aguantar en condiciones cada vez más pésimas, hasta que nos lo quiten todo y no tengamos nada que perder. Entonces, y sólo entones, comenzaríamos a reclamar lo que por derecho nos pertenece. Aunque, sinceramente, no espero ni creo que se llegue a tal situación. Todo pasará, nosotros seguiremos a duras penas con lo que hayan hecho de nuestras vidas, la economía se restaurará y creeremos, con más fuerza si cabe de lo que lo hacemos ahora, que en ella residía el problema de nuestros males. Seguirán jugando con nosotros, con la educación, entre otras, y nunca llegaremos a percatarnos que nuestra verdadera crisis es de valores, de pensamiento, de su ausencia.

                Sigamos, mientras tanto, intentando atender con nuestros pequeños ojos a todas las demandas televisivas, bien sea en modo de publicidad o de programas deplorables. Tratemos de abarcar con nuestros brazos todos esos bestsellers y películas recomendadas que ponen en evidencia que el problema no está en el bolsillo sino en el vacío que llena nuestras cabezas. Tenemos el fútbol, el deporte en general, para enorgullecernos de nuestro país, las tiendas para gastar nuestro tiempo y la falta de criterio para poner el broche final al velo que nos hemos puesto tan cerca que no podemos destaparlo, y que transforma toda nuestra visión de la realidad.

4 de febrero de 2013

Olores

Huele a fracaso en mis sábanas,
a temor de un beso huidizo del alma.
Huele a tu cuerpo sobre el mío,
desprendiendo la fragancia envolvente
de un corazón impío.
Huele el deseo de mi mente por tenerte
en el calor de un abrazo sombrío,
en las huellas de unas palabras
que nunca trajeron calma.
Evocadores aromas de paz y de guerra,
sustitutos de tu mirada
que un día fue mi tierra.
Ya no huele a añoro, tristeza o melancolía,
solo me envuelve el olor al sexo,
y me recuerda que un día,
aquel día, fuiste mía.

30 de enero de 2013

Hojas rojas

Allí estaba, en silencio,
mirándome sin ojos,
suplicándome un segundo
del tiempo que ya no tenía
para lanzarla al cielo,
y que así ella pudiese
jugar con el aire,
olvidarse de la caída
hasta caer en el olvido.

Sentada, o quizá tumbada,
mostrándome cada una
de las cicatrices de su piel,
los caminos del tiempo
que se dibujaban en rostro inexistente.

Temía asirla entre mis dedos,
no podía imaginar matarla
en un torpe descuido,
era frágil, como un suspiro.
Ahí la dejé, dormida,
o tal vez, muerta en vida.

28 de enero de 2013

Volar

Hoy quiero conocerte en el silencio roto
de tu cuerpo desnudo sobre el mío,
quiero llorar en tus manos
el arrepentimiento de todo lo que no hice.
Necesito dormirme en tu ombligo,
confiar en que sea tu respiración
quien me dé el impulso necesario.
Jugaré a soñar que nada más existe,
pelearé con tus piernas para que sea
mi imaginación quien te lleve
a los lugares más recónditos donde perderte.

Hoy quiero odiarte en una mirada cariñosa,
gritarte orgulloso que solo pienso en ti
cuando algo me duele más que esas canciones,
que ya solo abrazo con la mente
los libros de carne y hueso
a los que he aprendido a perder.

Ahora sé mirar hacia dentro
con los ojos abiertos y el corazón en pausa,
así no oigo movimiento alguno
y me creo en paz conmigo mismo.

27 de enero de 2013

Campanilla

Lo más difícil dicen que son los comienzos, por eso yo pienso que hay más gente que debería conocerte, contigo son más fáciles. Es más sencillo cuando estás delante, aunque esto te lo ponga por escrito, no porque no pueda decírtelo sino porque me apetece dejar constancia. Como decía, no cuesta nada cuando son tus ojos los que miran y tu capacidad de escucha la que me arropa en los problemas. Tranquiliza ver esa pequeña figura cargada de libros bajando las escaleras de la cafetería, siempre muy temprano, para luego acercarse a la mesa y dar los buenos días con una sonrisa, por muy feo que pinte el día o por cerca que estén los exámenes. Da gusto sentirse como en casa, sobre todo para los que la tenemos algo lejos y tengo el gusto de comunicarte que me haces sentir así.

Han sido muchos momentos, tampoco quiero caer en lo típico de recrear algunos de los mejores y, la verdad, dada mi memoria se me habrán olvidado la mayoría. Pero es esa sensación de saber que siempre puedes contar con alguien, tener muy claro que estarás ahí siempre que lo necesite, que serás la fuerza con la que podré salir de los baches o las cadenas que me aten a la realidad cuando mi imaginación se despegue demasiado. Me quedo con la satisfacción y el gusto de haberte conocido, de poder contar contigo, como diría Benedetti, con la tranquilidad de haber disfrutado una parte de mi vida compartiéndola contigo.

Podría seguir intentando buscar razones, pero creo que no he dado ninguna, ni la daré, no persigo otra intención que la de esbozar una sonrisa en tu cara con la que, aunque sin parangón alguno, poder agradecerte haberme dejado formar parte de tu vida.

Ya no me recuerdo bien de dónde era lo que voy a decirte, pero bueno, a lo que iba, uno se da cuenta de que el mundo es un poco menos malo cuando existe gente como tú.


FELIZ CUMPLEAÑOS. 

17 de enero de 2013

Todo es silencio

Uno se pierde en la noche, se fascina ante los versos más tristes de Neruda, para pasar a martirizarse con la culpabilidad que le llega desde los versos de Benedetti, en el que luchan el amor inesperado, tal vez inoportuno, con la capacidad de cada uno para enamorar. Súbitamente, se le acaban las palabras, se le ahogan los pensamientos en la yema de sus dedos, y no tiene más que decir. Se convence de que no hay nada que pueda aportar a los demás a través de la lectura de lo que finalmente consiga escribir. Recuerda, de la mano de Ismael Serrano, tiembla, no al verla, sino al imaginar a alguien que nunca existió, de la mano de Fran Fernández y se pregunta, es algo que no puede dejar de hacer, al lado de Marwan, pero ni por esas encuentra respuestas. Tal vez no las haya, quizá no quiera verlas, lo que es seguro es que no son horas para dilucidarlas. Eso sí, la carita de tonto es la misma. 

Se aproxima el sueño, la conciencia se mece y rompe las cadenas de la cordura, dejarse llevar suena demasiado bien, ¿verdad Pucho? Pero él, o yo, quizá ambos, tal vez la misma persona, se ha cansado de jugar al azar, de ningún modo conseguirá saber dónde acabará. Revolotean pensamientos, ideas estrafalarias que siempre olvida, su cabeza no consigue parar, aunque nunca le ha puesto demasiado empeño. Debería apuntarlas, darles la forma que repentinamente cobran, plasmarlas en el papel, pero lo deja, y se le van. O quizá se queden, informes, pululando dentro, aunque nunca tuvo muy claro el lugar en el que estaban. 

Hay quien tiene miedo de la muerte, pánico al final de sus días, tal vez porque posponen tanto sus planes, sus sueños, que siempre será demasiado tarde para llevarlos a cabo. Temen que nunca llegue ese futuro con el que están demasiado comprometidos, en el que han depositado su vida, sin darse cuenta de que están saliendo fuera de sí, empujando su existencia hacia un vacío que todavía no ha llegado, y que tal vez no llegue. Y él se pregunta para qué viven, por qué matan cada día, qué les lleva a morir en la película que proyectan sobre la pared del mañana. El cuento de la lechera, ¿no era algo así abuela? 

La coherencia ya importa poco, tal vez nada. Aunque seguro que alguien la encontrará, se enorgullecerá de haber dado con algo que no existe, una sonrisa iluminará su cara al recoger lo que él solito ha puesto ahí. Total, si no llevamos razón, ¿habrá que hacer algo para llevarla, no? Rectificar no es de sabios, no me vengáis con esas otra vez. 

Las canciones se repiten, al igual que él sigue convencido de que el pasado volverá a pasar, le gustó demasiado aquella visión cíclica de la historia que le enseñaron en la escuela. Fíjense si le gusto que dejó de ir a clase, ya no necesitaba nada más que aprender, ¿el conocimiento nos hace poderosos, no es así? Y él se conformó con poco, es lo que debía hacer según le habían dicho en casa. ¡Qué importa lo que dejamos de aprender! 

A veces duda, aunque bueno, tampoco mucho, no os preocupéis, si es que llegasteis a hacerlo alguna vez. Palpita en él la curiosidad de si es un cuerdo entre locos, ¿o era un loco entre cuerdos? ¿Un cínico? Puede que un necio entre arrogantes, aunque reconoce la soberbia, de pensamiento eso sí, nunca en actos. Bueno, el pensamiento es propiedad de cada uno, siempre que dios no esté presente, claro. Pobre dios, nombre de hombre para existencia, aunque solo sea en la mente de muchos, de mujer. 

Me escudo, en lo que precede, en el derecho al delirio, de Galeano. ¡Ey, espera! ¿No será un deber? Ahora todos los confunden, o algo así me han dicho, no sé, ellos sabrán. A fin de cuentas, solo cuenta lo que te impongan con el único consentimiento de tu silencio.