Intranquilidad y apatía muestran
vuestros ojos, esos que rara vez levantan sus pupilas del frío asfalto, esos
que han dejado de transmitir el calor propio de las pasiones que nunca más os
moverán. Gafas de sol que con frecuencia esconden inquisitivas miradas que
vuelan hasta posarse sobre cada uno de los que os rodean, imaginando acaso que
su vida es mucho mejor que la vuestra. Y, como todos pensamos lo mismo, nadie
hace nada por cambiar lo que no le gusta de esa aciaga cotidianidad hacia la
que irrevocablemente se siente empujado. ¿Para qué esforzarnos cuando es más
sencillo quejarse?
“Estamos controlados, no podemos
hacer nada” dicen algunos. Pero, ¿quién nos controla, quién nos vigila? “Pues
quién va a ser, el gobierno”, puedo leer en la cabeza de alguno de los que me
estáis leyendo. “Esos que tienen el dinero, esos que nadie conoce pero deciden
sobre nuestras vidas”, ¿en serio estáis pensando esto? Tal vez sea el momento
de abandonar todas esas teorías conspiratorias que tan profundamente arraigadas
se encuentran en vuestros cerebros, parasitándolos hasta la saciedad. Los
hombres de negro, como os gusta llamarlos a veces, aprovechándoos de lo lúgubre
y misterioso del color, de la oscuridad que éste connota, los hombres de negro,
digo, no existen. No se reúnen para tomar café y jactarse de vuestras miserables
vidas. Realmente no pienso que sean tales, eso es lo que creéis vosotros. Esa
élite adinerada en cuyas manos está nuestro futuro no es más que un espejismo,
creado, tal vez, por la falta de valores (morales, principal aunque no
únicamente) que empapa a nuestras sociedades.
¿Alguien se acuerda de la
película el Show de Truman? Sí, esa
en la que toda la vida del protagonista es un gran reality show, donde todo está controlado al milímetro por los directores
del programa. El escenario es una semiesfera gigantesca, infectada de cámaras
situadas en lugares recónditos… ¿lo recuerdan? Bueno, es igual, piensen en Gran
hermano, ¿ahora sí, no? En ambos casos, prestando un poco de atención, nos
damos cuenta de una forma de control diferente a la que muchos pensáis que se
da de hecho en nuestra sociedad. No existe una jerarquización del poder, no
mandan los de arriba y los de abajo obedecen; no, nada es tan simple. El
control, en estos ejemplos, recae sobre las cámaras de vídeo situadas por toda
la estancia, que graban cada uno de los movimientos, comentarios, situaciones
jocosas y problemas a los que hay que enfrentarse.
Llamadme loco, pero creo que hay
una ineludible semejanza entre las cámaras de vídeo y los ojos que mencioné al
inicio del artículo. Son los otros, sus miradas siempre atentas a los actos que
realizamos, esas que no pierden ni un detalle de nuestras palabras, que siempre
serán usadas para perjudicarnos, son los otros, decía, los que controlan, y
castigan, nuestras vidas. Estamos vigilados constantemente, las cafeterías,
aulas, mercados, se han convertido en los confesionarios de la actualidad. Tenemos
tan interiorizada esa falsa ilusión de libertad total, que nos olvidamos de
tomar las riendas de nuestra existencia para guiarnos hacia lo poco que queda
de ella. Nos hemos abandonado, ya no cuidamos de nosotros mismos, al menos, no
interiormente. El cultivo de la mente ha quedado en un plano demasiado lejano
para enumerarlo. Así se entiende que seamos blanco fácil de ideologías
volubles, efímeras y pasajeras, que permanecen en el andén de nuestras cabezas
a la espera del próximo tren que se las lleve.
Son los otros quienes nos
acusan, quienes nos delatan, quienes tienen poder real sobre nuestras vidas. Y
ahora, ¿qué hacemos?
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