26 de diciembre de 2015

Identidad

La construcción de la identidad es un trabajo arduo e incesante, una tarea sin descanso que a menudo, o más bien constantemente, te lleva a enfrentarte a personas a las que quieres, a ser continuamente puesto en cuestión, interrogado, sujeto que debe explicar incesantemente y con tesón por qué es como es, mientras que el resto, los que depositaron su identidad en las moldeadoras manos de terceros, descansa en la comodidad de una existencia banal y sin sentido. Hacerse cargo de uno mismo, de quien verdaderamente se quiere ser exige tiempo y dedicación, decisiones complicadas, momentos de soledad, quizá estos los más productivos de cara a la solidificación de cimientos previos, aunque también algunos destruyen sin compasión todo lo que hallan a su paso. Pero no todo va a estar lleno de tintes racionales, es necesario un alto componente de pasión, de fuerza y compromiso para no desfallecer ni darse por vencido. Hace falta amor, por lo que haces, por lo que sueñas poder hacer, por lo que eres y lo que luchas por llegar a ser, amor para tener paciencia y repetir(te) hasta la saciedad por qué escoger el camino elegido y no virar bruscamente para acomodarte al flujo de vidas anónimas que nadean en la existencia.


‘¿Ser o no ser?’, como se cuestionaba Hamlet y que tiene una vigencia desafiante en el proyecto identitario, porque, no se engañen, o se es de un modo auténtico en el que uno se hace cargo de la construcción de la propia identidad, o no se es y se vive en la inautenticidad, que se traduce en un no ser en absoluto. Si uno se decanta, ya que hablar de una verdadera ‘decisión’ quizá no sea lo más correcto en este caso, por ese no ser del que hablamos, se convierte irremediable e irremisiblemente en títere de la abulia y la apatía que dictatorizan los tiempos que corren, o más bien, se desplazan de tropiezo en tropiezo. Se entrega desnudo y desarmado a la tiranía de la desazón y la queja constante, se convierte en delicioso manjar para los devoradores de conciencias, en tabula rasa de aquellos que, con martillo y cincel, siguen esculpiendo ideas sobre robustas mentalidades que no pedirán explicaciones sobre el adoctrinamiento al que son sometidas.


Y por último, uno debe, y no queda otra opción, aprender a perder, a dejar atrás, a olvidar, no solo planteamientos rancios y oxidados, verdades a medias que se disfrazan de absolutas, falacias jocosas que se travisten en forma de argumentos válidos, sino también personas que un día formaron parte de tu vida pero que no fueron capaces de comprender por qué ese afán tuyo de ser tan tú y tan poco los otros. Hasta dónde llegar es cuestión de cada uno, pero es cierto que existen relaciones tóxicas que frenan la verdadera necesidad de ser que algunos logran encontrar. Desenganchémonos, por favor, porque la libertad es condición necesaria, si bien no suficiente, para poder desarrollar y vivir una existencia auténtica.