23 de junio de 2015

¿Y las preguntas?

         Quizá hoy sea uno de esos días en los que la mente de uno pasa demasiado tiempo consigo misma, divagando de un lado para otro, temerosa de pararse más de algunos segundos en un punto fijo, como si tuviese miedo a ser encontrada, como si buscase huir, aunque no sepa adónde ni por qué y, lo más importante, ni de quién quiere realmente escapar. Quizá es de mí. Quizá también por eso haya ido de una respuesta a otra, examinándolas con cuidado, tomándolas en serio, no mirando más allá de lo que ellas podían ofrecerle, no importándole quién las defendía, atendiendo solo a las razones que se aducían a su favor. Puede ser, entonces, que esto explique que haya vuelto sobre la rutina de la vida diaria, sobre el sinsentido del paso del tiempo que todos quieren comprender y pocos logran alcanzar.

         Reconozco que no ha sido fácil conseguir que confesase, se resistía a explicar los motivos reales que la han traído de vuelta a este mundo que no comprende y del que suele querer evadirse. Me ha dicho, aunque a regañadientes, que ha sido extenuante su paseo entre respuesta y respuesta, que muchas sobran, que tenemos un número desproporcionado de soluciones incluso para problemas que no existen. Sé que cabe adivinar, y solo hacen falta conocimientos matemáticos básicos, que el número de respuestas es normal que supere al de las preguntas, sobre todo en tanto estas últimas suelen albergar más de una posible vía de resolución. Por esto mismo no entendía su preocupación, su desesperación ante la situación descrita.

        A los pocos minutos, creo haber comprendido de qué estaba hablando, cuál era su preocupación real. Vivimos extenuados, la cotidianidad de nuestras vidas nos exige cada vez más, no nos da un mínimo respiro, nos obliga a estar incesantemente buscando respuestas a unas preguntas que no hemos tenido el tiempo de pensar, de madurar, de hacer nuestras. Es más, mamá ‘sociedad’ nos facilita el trabajo y nos ofrece una serie de respuestas aceptadas y de sentido común para una gran parte de la población, de las que solo tienes que apoderarte y llevarlas a tu vida para tener una existencia como la de los demás, ni más ni menos. Gracias, ¿no? Porque ¿para qué preocuparnos en tomar la fatigosa ocupación de hacernos cargo de aquellos interrogantes que nos planteamos nosotros mismos y no los que nos son impuestos desde fuera? ¿Para qué elegir nuestras preguntas y decidir si queremos o no darles respuesta? ¿Por qué ocuparnos en construir nuestra identidad cuando es más fácil tomarla prestada de modelos sociales preestablecidos y que tan bien sientan?

         No hay tiempo para la demora, para la pausa, en la sociedad actual. Todo va tan deprisa que el segundero de los relojes nos barre cada momento de nuestra vida sepultándolo en el recuerdo de lo que nunca volverá, creándonos la falsa ilusión de que nuestra vida nos pertenece y de que realmente decidimos por qué derroteros se desarrollará.


         No podemos hacer caso omiso a la imperiosa necesidad de demora que urge en los tiempos que corren, demora que se presenta como parte constitutiva de toda persona que quiera construir su individualidad de manera propia, reflexiva, pasional, única. Defendamos el derecho a la pausa, al no querer correr, a tomarnos el tiempo necesario, y un poquito más, para crear y hacernos nuestras propias preguntas, aquellas que dirigirán nuestro devenir como sujetos, como personas que se buscan a sí mismas para poder construir sus vidas y constituirse en relación con el mundo y con el otro. No dejemos que nos arrebaten la capacidad de deleitarnos en las preguntas, que no nos obliguen a creer que cada una de estas necesita para existir de su correspondiente respuesta. Y, por encima de todo, hacer visible que quizá quepa la opción de que la vida solo avance verdaderamente cuando aumentan en nosotros los interrogantes, las cuestiones, y no sus contestaciones.

22 de junio de 2015

Berlín

¡Ey! ¡Que estoy aquí! Que no me he ido ni tengo intención de hacerlo. Ya sé que no ha sido fácil, que nos han sobrado lágrimas, que nos hemos dicho demasiadas cosas de las que ahora nos arrepentimos, pero no te preocupes, sécate los ojos, suénate fuerte y agarra sin miedo mi mano, que ya no sé caminar solo, que no quiero aprender a hacerlo, que me gusta mirar hacia atrás y ver cuatro huellas marcando el camino.

Vente, que te llevo, o me llevas tú durante una parte del trayecto, o, quizá, si hiciese falta, nos paramos el tiempo necesario para tomar aire, beber un poco de agua y dejar que nuestros cuerpos descansen. Sí, sí, no importa si la que necesita un respiro es tu cabeza, o la mía, sería injusto no darles una tregua, ¿no crees? Esperaremos lo que haga falta. 

Mira, sí, justo ahí, todo eso es nuestro, lo hemos construido casi sin darnos cuenta, ¿quién nos lo iba a decir? Hace unos años apenas éramos dos adolescentes llenos de cariño e ilusión, con ganas de comernos el mundo y devorar a todo aquel que se interpusiese entre nosotros y nuestros sueños. No, no te engañes, acepto que dudes, vale, pero que nada te haga pensar que nada ni nadie ha conseguido ser un obstáculo real. Hubo rachas mejores, pero eso ya lo sabíamos, aunque quizá nunca imaginásemos que la vida iba a jugar así con nosotros. 

No pasa nada. Ya está. Toca mirar hacia delante, vamos a seguir comiéndonos el mundo, vamos a seguir cumpliendo sueños, vamos a querernos como nunca, que es lo que siempre hemos hecho, vamos a contagiar de felicidad a todo aquel que nos mire con la envidia del silencio que suele unir a dos desconocidos en una mesa, repetidamente durante demasiados años, bajo el nombre de 'matrimonio'. 

Corre, no hay tiempo que perder. Cierra los ojos y deja en tierra tu miedo a volar. Que pase lo que pase, vamos juntos. Siempre.

Próximo destino: Berlín. 

6 de junio de 2015

Etiquetas

             Todo empezó con un beso, o quizá con un paseo mientras se daban la mano, tal vez me equivoque y lo cierto es que comenzase en una mirada furtiva. Y es curioso, porque miradas, esta vez desde ojos ajenos, son las que no paran de arremeter contra ellos, o ellas, porque decidieron mostrar su amor al mundo. Un sentimiento que dista mucho de ser diferente al de otros, de tener particularidades exclusivas de la sexualidad desde la que se viva y que, debería sobrar decirlo, no tiene que verse como algo diferente.

            Al final uno termina cansándose de los típicos comentarios irrespetuosos, aunque en muchas ocasiones no nos parezca que son tales. No puedo más con frases como que las lesbianas no disfrutan plenamente su sexualidad dada la falta de penetración (demostrando así, además, un gran desconocimiento de la sexualidad), que los bisexuales son únicamente personas con un apetito sexual insaciable y que responden a patrones de vicio en, que no se puede educar a un niño de la misma manera si la pareja es homosexual, por no hablar de la obsesión generalizada entre ciertos sectores religiosos de que, bueno, si deciden unir sus vidas, que no lo llamen matrimonio. ¿Por qué? ¿A qué viene semejante tontería? Ya está bien de intentar justificarlo por la etimología de la palabra o por la tradición cristiano-apostólica que la ha utilizado de una manera muy particular. El lenguaje evoluciona y es de imperiosa necesidad que se vaya adaptando a las transformaciones sociales y culturales que van teniendo lugar en el devenir de la historia. Es absurdo intentar que el lenguaje encorsete la rica y amplia realidad que nos rodea; todo lo contrario, debe nutrirse de ella.

            Siempre igual, aunque también es cierto que estamos aprendiendo a disimular cada vez mejor, a construir una fachada para nuestros obscenos pensamientos que lleva el nombre de ‘lo políticamente correcto’, de lo aceptado socialmente. Pero que no cunda el pánico, porque nos hemos acostumbrado a vivir de puertas para afuera, nunca nos atrevimos a configurar nuestra propia identidad más allá de lo bien visto por los demás. Supongo que esforzarnos en construir una mentalidad propia, reflexiva, crítica y dispuesta a un aprendizaje continuo, con sus constantes aperturas hacia nuevos horizontes y posibilidades de ver el mundo y entenderlo, siempre nos pareció una tarea demasiado ardua para ser llevada a cabo desde nuestro cómodo sillón, en el que nos sentamos con el fin de observar el mundo y permitir que nuestra vida se nos escape.

             Seguimos empeñados en entender el género y la sexualidad humana de maneras estancas, sin gradaciones posibles, presionando a los individuos para que se sitúen dentro de cada uno de los cajones preestablecidos y además favoreciendo que nazcan relaciones de poder entre unos sujetos y otros, de manera que sea posible la autorregulación social a través de comentarios como los indicados o de exclusión y marginación. Nos cuesta asumir, y quizá aquí muchos lo consideren plenamente absurdo, que género y sexualidad son construcciones sociales, culturales, donde la parte biológica del ser humano juega cada vez un papel menos relevante, quizá inapreciable en muchos casos concretos, si los examinásemos con detalle. El individuo, en su relación con los demás y con el mundo, realiza su proyecto vital y su configuración sexual y de género, existiendo una amplia gama de posibilidad, un abanico colorido que muchos se empeñan en manchar con solamente dos o tres colores, según el caso, hombre y mujer, por un lado, heterosexuales, homosexuales y bisexuales, por otro. Dejemos de poner nombres a realidades que se nos escapan de entre las manos.