Todo
empezó con un beso, o quizá con un paseo mientras se daban la mano, tal vez me
equivoque y lo cierto es que comenzase en una mirada furtiva. Y es curioso,
porque miradas, esta vez desde ojos ajenos, son las que no paran de arremeter
contra ellos, o ellas, porque decidieron mostrar su amor al mundo. Un
sentimiento que dista mucho de ser diferente al de otros, de tener
particularidades exclusivas de la sexualidad desde la que se viva y que,
debería sobrar decirlo, no tiene que verse como algo diferente.
Al final uno termina cansándose de
los típicos comentarios irrespetuosos, aunque en muchas ocasiones no nos
parezca que son tales. No puedo más con frases como que las lesbianas no
disfrutan plenamente su sexualidad dada la falta de penetración (demostrando
así, además, un gran desconocimiento de la sexualidad), que los bisexuales son
únicamente personas con un apetito sexual insaciable y que responden a patrones
de vicio en, que no se puede educar a un niño de la misma manera si la pareja
es homosexual, por no hablar de la obsesión generalizada entre ciertos sectores
religiosos de que, bueno, si deciden unir sus vidas, que no lo llamen
matrimonio. ¿Por qué? ¿A qué viene semejante tontería? Ya está bien de intentar
justificarlo por la etimología de la palabra o por la tradición
cristiano-apostólica que la ha utilizado de una manera muy particular. El
lenguaje evoluciona y es de imperiosa necesidad que se vaya adaptando a las
transformaciones sociales y culturales que van teniendo lugar en el devenir de
la historia. Es absurdo intentar que el lenguaje encorsete la rica y amplia
realidad que nos rodea; todo lo contrario, debe nutrirse de ella.
Siempre igual, aunque también es
cierto que estamos aprendiendo a disimular cada vez mejor, a construir una
fachada para nuestros obscenos pensamientos que lleva el nombre de ‘lo políticamente correcto’, de lo
aceptado socialmente. Pero que no cunda el pánico, porque nos hemos
acostumbrado a vivir de puertas para afuera, nunca nos atrevimos a configurar
nuestra propia identidad más allá de lo bien visto por los demás. Supongo que
esforzarnos en construir una mentalidad propia, reflexiva, crítica y dispuesta
a un aprendizaje continuo, con sus constantes aperturas hacia nuevos horizontes
y posibilidades de ver el mundo y entenderlo, siempre nos pareció una tarea
demasiado ardua para ser llevada a cabo desde nuestro cómodo sillón, en el que
nos sentamos con el fin de observar el mundo y permitir que nuestra vida se nos
escape.
Seguimos empeñados en entender el género y la sexualidad
humana de maneras estancas, sin gradaciones posibles, presionando a los
individuos para que se sitúen dentro de cada uno de los cajones preestablecidos
y además favoreciendo que nazcan relaciones de poder entre unos sujetos y
otros, de manera que sea posible la autorregulación social a través de
comentarios como los indicados o de exclusión y marginación. Nos cuesta asumir,
y quizá aquí muchos lo consideren plenamente absurdo, que género y sexualidad
son construcciones sociales, culturales, donde la parte biológica del ser
humano juega cada vez un papel menos relevante, quizá inapreciable en muchos
casos concretos, si los examinásemos con detalle. El individuo, en su relación
con los demás y con el mundo, realiza su proyecto vital y su configuración
sexual y de género, existiendo una amplia gama de posibilidad, un abanico
colorido que muchos se empeñan en manchar con solamente dos o tres colores,
según el caso, hombre y mujer, por un lado, heterosexuales, homosexuales y
bisexuales, por otro. Dejemos de poner nombres a realidades que se nos escapan
de entre las manos.
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