24 de septiembre de 2012

Obligado a nacer


                 No me apetece salir. Lo siento mamá, pero estoy muy cómodo aquí, no necesito nada más. Me asusta lo que me espera ahí fuera, estoy aterrorizado con lo que estáis haciendo. Sé que ahora mismo, dentro de ti, estoy indefenso, sí, pero invulnerable. Pero es que yo no elegí nacer, nadie me preguntó si quería existir. Y vosotros ya decidís por mí, habláis del derecho a la vida como uno de los más importantes, fijando a diestro y siniestro, o más bien, a tontas y a locas, un punto en el que afirmar rotundamente que ya soy persona. Entonces podréis asignarme una serie de derechos y obligaciones que no me parecen más que un castigo, el precio a pagar por nacer. El tiempo, ese que soñáis con poseer y al que algún día acabaréis poniéndole precio, almacenándolo en bancos, me empuja desesperadamente hacia el mundo, está ansioso por llevarme a vuestro lado, por empezar a verme morir.

                No te alegres, mamá, cuando sientas esas pataditas que tan a la desesperada propino, ¿acaso no ves que intento llamarte la atención para que no permitas que nos separen? Me muevo, no puedo estar quieto, busco el rincón más alejado de esa realidad que me espera, me acurruco cabizbajo mirando el cordón que me rodea, pensando en cometer una locura. No quiero ser como vosotros. Aunque sé que no me dejaréis escapar.

                Es solo que no tengo incentivos, nada me llama la atención. Habéis destrozado la política, el bipartidismo se alza como un poderoso y devastador coloso que destroza cualquier alternativa que sale a su encuentro. Ilusos, seguís pensando que vuestra representación como ciudadanos se halla en el Congreso de los Diputados. Pero allí cada uno representa a su familia, a los intereses de una cada vez más corrupta clase política que ve como el pueblo empieza a pasar hambre y no hace nada por remediarlo. ¿Esos son quiénes os representan? Pero os da igual, a la religión como opio del pueblo, se ha sumado el fútbol, llamándoos constantemente a la resignación, a no combatir por lo que, esta vez sí, POR DERECHO, os pertenece. Asimismo os da consuelo con vuestros problemas, os mantiene callados. Las preguntas son demasiado incómodas.

                Temo también, mamá, que me inculquéis esa doble moral que parece que os dé vida. Os desgañitáis, alzáis los puños al aire (esas pocas veces que lo hacéis) por las desgracias que ocurren en vuestro país, asesinatos de terroristas, un padre que quema a sus dos hijos, víctimas del maltrato, y una larga lista que bien sabrás. Al principio pensé que moríais por aquellos actos demenciales, y pensé que esa pizca de amor podría ser suficiente para salir a luchar al mundo. Mi gozo en un pozo, como dice abuela, al ver que poco, o más bien nada, os importaba que niños, de unos pocos meses más que yo, muriesen cada día por no poder alimentarse. Miráis a otro lado con los asesinatos, bombardeos y guerras en las que metéis las narices sin que nadie os haya llamado, llamando efectos colaterales a las víctimas de vuestra insensatez. Aunque bueno, quizá lo entienda, no es vuestra culpa, unos tienen que morir para que otros podáis sobrevivir. Y es que esto, mamá, no es vida. 

6 de septiembre de 2012

Tiempo al tiempo


                Hagamos gala una vez más de nuestra vergonzosa impasividad ante lo que nos rodea, nos irrita y nos hace sentir, aunque solo sea de vez en cuando. Dejémosle. Permitamos que el tiempo cure nuestras heridas, ponga fin y tal vez solución, en mayor o menor grado de satisfacción, a los problemas que nos atormentan cada día. Lo hará, y con mucho gusto, no os preocupéis.

                Recurramos a él, sin demora, sin miedo, aunque sea éste quien nos conduzca a aquél. Concedámonos el privilegio de fallar una vez tras otra, sin pararnos a pensar lo que nos hace caer. El tiempo terminará por poner a cada uno en su lugar, o al menos esos piensan quienes envidian el éxito conseguido de manera sencilla, mientras ellos saben de buena mano que nunca estarán tan cerca.

                Curioso comodín, el as en la manga del jugador sentado frente a Cupido, en la misma mesa, partícipes de una única partida. Nosotros, conocedores de su más que segura victoria, apostamos todo a su favor, encomendándonos a él para que cierre las heridas que darían un vuelco a nuestras vidas si fuésemos capaz de cicatrizarlas por nosotros mismos, si de verdad nos enfrentásemos a su dolor, superándolo, y no conformándonos con esperar a que desaparezca. Del otro lado, haciendo gala de su totipotencia, nos hace perdonar lo imperdonable, maquillando aquellas decisiones que no tomamos, esas que nos hacen torturarnos cada noche, justo cuando creemos vencer al tiempo un día más.

                Mientras tanto, se ríe de nosotros, jugando con nuestra mente, simulando que se deja captar por conceptos como presente, pasado y futuro. Y así, creemos vivir el presente, en un absurdo y hedonista carpe diem, inventando un futuro incierto, más similar al cuento de la lechera que al que realmente se abre ante nuestras narices y nos negamos a ver. Sin darnos cuenta de que vivimos en un continuo pasado, tratando de atrapar con una red para cazar mariposas un presente que se nos escapa irremediablemente, construyéndonos un futuro que dista mucho del que nos presentaron cuando éramos niños.