25 de agosto de 2012

Microrrelatos



  • No me gustan las personas que ocultan su verdadera personalidad detrás de un falso disfraz – le dijo, al tiempo que sostenía con su mano derecha aquella bonita máscara veneciana.

*

                Creo que el motivo por el que te quiero tanto es que aún no nos hemos conocido. Somos tan ajenos el uno del otro que nada nos impide amarnos.

*

                Le acusaron de ser excesivamente racional, de buscarle una lógica a todo lo que hacía o le ocurría en su día a día. Él, mientras tanto, seguía enamorado.

*

  • ¿Cómo desaparecen los miedos cuando las sábanas ya no son suficientes? – me preguntó mi nieto de seis años. Yo, sorprendido, no pude hacer otra cosa que encogerme de hombros. Sigo haciéndome la misma pregunta.

*

                Solo cuando el gato negro que veía cada mañana rompió el espejo, acabó su mala suerte. Él nunca fue supersticioso.

*

                Después de algún tiempo, el justo para olvidar a qué había venido, abandonó su posición arrodillada. No recordaba su pecado y, a duras penas, dilucidaba la promesa que acababa de hacer. Así pues, confió en que aquellas monedas que le sobraron del cine en la noche anterior fueran suficientes para ayudarle a cumplir lo prometido. La luz que se encendió en aquella vela de plástico le fue suficiente para regresar tranquilo a casa.

21 de agosto de 2012

Diente de león


                 Me siento diminuto, ¿pero es que acaso hay otras alternativas? Sí, claro que las hay, yo también puedo verlas, aunque he de reconocer que cada vez me cuesta más comprenderlas. Me niego a entender que puedan superar tan fácilmente la insignificancia de nuestra existencia, de nuestras vidas fuera de esta pequeña esfera que se creó por casualidad hace unos cuantos billones de años. Por mucho que nos duela, a unos más que a otros, y a pesar de que intentemos justificar nuestra presencia en el mundo, somos noventa y nueve por ciento azar; siendo muy optimistas. ¿Cómo vivir con ello? Lo olvidas, es lo sencillo, lo que solemos hacer con los grandes problemas a los que nos toca enfrentarnos cada día. Pero, ¿qué pasa cuando no decides? ¿Qué ocurre cuando las mismas preguntas te superan una y otra vez, sin poder quitarlas de tu cabeza? ¿Cómo conseguís vivir con ellas?

                Enseñadme, por favor; aunque tampoco sé si quiero saberlo realmente. Probablemente la mayoría viva a pesar de ellas, algo más parecido a la supervivencia. Conformándose con no estropearlo demasiado, manteniendo el equilibrio como buenamente se puede, impulsados torpemente por ese maniqueísmo que se nos ha inculcado desde pequeños. Sin embargo, nadie se salva del paso del tiempo, todos crecemos, nos damos cuenta de que la gradación entre el bien y el mal que nos vendieron es demasiado grande como para pasarla por alto. ¿Y ahora qué? ¿Nos limitamos a la reducción de daños y la optimización de beneficios? Ojala fuese tan simple, pero entran en juego nuestros intereses, emociones, las necesidades más básicas que nos hacen seguir siendo humanos.

                Ahora bien, ¿da lo mismo? ¿Tiene el mismo valor la misma acción realizada por convencimiento que cuando se hace esperando un reconocimiento posterior? ¿Deja una buena acción de serlo cuando entra en juego la vanidad, el orgullo de quien la lleva a cabo? ¿Cómo se vencen estas contradicciones? Hoy no tengo respuestas, ni me apetece seguir planteando preguntas.

                Solo quiero volver a donde sea, cualquier sitio donde el viento, embistiendo mi cuerpo, o los rayos del sol, golpeando sin compasión mi cara, me recuerden que a veces sentir es lo único por lo que vale la pena estar vivo. Me apetece arrancar el diente de león de la planta a la que se halla sujeto, alejarle de su hogar para siempre. Me gustaría ver si consigue comprender entonces cómo me siento a veces, cuando la peor soledad es tener a alguien demasiado cerca y sabe que te encuentras en un punto de inflexión donde vuestros caminos se separan. Llegado ese momento, reconociendo mi derrota ante su imposibilidad de responderme, y solo en ese instante, soplaré con la fuerza de mi último abrazo, ese que nunca llegaremos a darnos, con las ganas de besarte que durante todo este tiempo me he guardado, y con la ilusión de un corazón preso que acaba de ser absuelto. Y  ese… ese será mi último intento para que desaparezcas de mi vida, para sacarte de mi mente.




19 de agosto de 2012

Punto final...


                 Hoy te necesito en mi cama, o en la tuya, no me importa. Quizá por eso te he llamado, o lo has hecho tú, ya no me acuerdo. La verdad es que lo echaba de menos, sí a ti también. Hemos alcanzado un nivel de confianza que muchos quisieran, sin rodeos, directos, bailando en la cuerda que se tambaleaba en el precipicio. No nos pasemos, sin estropearlo. Pero lo que realmente añoraba era sentirme querido, necesitaba un momento así; bueno, necesitaba muchos. Poco importa lo que sentimos el uno por el otro, poco importa que ni siquiera sintamos, que solo queramos no estar solos. Una suerte habernos encontrado, otra vez, por primera vez. Qué raro que hayamos cedido los dos, que nos entendiésemos, no me esperaba tanta facilidad en nuestro nunca pactado acuerdo. Tú pagabas mi sexo con cariño, yo pagaba tu cariño con sexo. ¿O fue al revés? Quizás a veces, tal vez siempre, no me acuerdo, y ya poco importa.

                Era genial cerrar la puerta y con ella, alguna que otra vez, los problemas, olvidarlos por unas horas. Fue bonito jugar a querernos, interpretar el papel olvidado de pareja perfecta, sentirnos deseados por unas horas. Todo sencillo, tal vez demasiado, tanto que de haber durando más habríamos roto el equilibrio. Sin tiempo siquiera para empezar a discutir, nuestros labios solo se movían para besarnos o para contarnos nuestros sueños e inquietudes, esos que nos mantenían a duras penas con vida.

                Así sucedió, rápido, tan fugaz que a ninguno de los dos nos dio tiempo de arrepentirnos. Y a la vez, lento, tan paulatinamente que me dio tiempo a dibujarte en mi cabeza, a grabar minuciosamente cada parte de cuerpo, a memorizar cada uno de tus secretos. Ahora podré imaginarte desnuda, a mi antojo, siento no haberte pedido permiso, pero no podrías haber hecho nada para evitarlo. Te tengo a mi disposición, puedo recordarte, recordarnos, sin tenerte a mi lado. Es lo mejor para todos.


“Que cuando estás desnuda estás vestida de mujer”