Era
genial cerrar la puerta y con ella, alguna que otra vez, los problemas,
olvidarlos por unas horas. Fue bonito jugar a querernos, interpretar el papel
olvidado de pareja perfecta, sentirnos deseados por unas horas. Todo sencillo,
tal vez demasiado, tanto que de haber durando más habríamos roto el equilibrio.
Sin tiempo siquiera para empezar a discutir, nuestros labios solo se movían
para besarnos o para contarnos nuestros sueños e inquietudes, esos que nos
mantenían a duras penas con vida.
Así
sucedió, rápido, tan fugaz que a ninguno de los dos nos dio tiempo de arrepentirnos.
Y a la vez, lento, tan paulatinamente que me dio tiempo a dibujarte en mi
cabeza, a grabar minuciosamente cada parte de cuerpo, a memorizar cada uno de
tus secretos. Ahora podré imaginarte desnuda, a mi antojo, siento no haberte
pedido permiso, pero no podrías haber hecho nada para evitarlo. Te tengo a mi
disposición, puedo recordarte, recordarnos, sin tenerte a mi lado. Es lo mejor
para todos.
“Que cuando estás desnuda estás vestida de mujer”
Un punto final al que sí le siguen los puntos suspensivos...
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