2 de febrero de 2017

La bañera


Desde la ventana mi vista alcanza a vislumbrar torpemente una bañera. No hay nadie en su interior tomando un baño. Tiene, como único sostén, cuatro pequeñas piezas de madera atornilladas a su base. Su exterior ha sido pintado de un azul templado y la mitad de uno de sus laterales ha sido decapitada. Imagino que el lado superviviente esconde unos cómodos cojines y me planteo si, entonces, ha dejado finalmente de ser una bañera. La mesa que la acompaña parece indicar la dirección correcta hacia una respuesta adecuada, acorde a la nueva identidad de la ahora ‘no-bañera’.

¿Qué sentido podría tener ahora intentar llenarla de agua? ¿Será consciente la bañera de su nuevo ser? ¿Es posible que siga siendo bañera, aunque sea en la mínima e ínfima manera en que se sigue siendo algo en el recuerdo de alguien? ¿Cuándo dejó de ser bañera para empezar a no serlo? ¿Qué es exactamente ahora? ¿Es una bañera haciendo las veces de sofá? ¿Acaso un sofá con forma de bañera? ¿Alguien más se habrá percatado de su casi inadvertida presencia? ¿Alguien se ha parado a preguntarle cuál es su nueva identidad? 

Cambios. Transformaciones, voluntarias o no, que nos moldean incesablemente sin ni siquiera preguntarnos. De repente, una mañana al levantarnos, descubrimos esa parte que nos falta, ese trozo amputado que nos impide volver a ser aquello que con tantas ganas pretendíamos al abrir los ojos. Queremos, pero no podemos. Nos llenamos de agua, como la no-bañera, y vemos que no podemos contenerla en nuestro interior, hemos dejado de ser, para empezar a ser de nuevo. Tenemos a nuestro alcance la inmejorable oportunidad de transformarnos, manipular nuestros materiales y crear con ellos lo que nadie espera. Resurgir de nuestras propias cenizas no necesita de la cremación completa de nuestra identidad. Voluntad y paciencia, ganas de construirnos, conscientes de las influencias externas pero escogiendo autónoma y conscientemente entre el gran abanico que tenemos ante nosotros. Y, por qué no, creando nuevos caminos, abriendo nuevos horizontes de posibilidades. 

Olvidar. Dejar a un lado la necesidad impuesta e innecesaria de definirnos ante la mirada ajena de aquellos que nunca fueron capaces de ser ‘no-bañera’, de vivir en el interludio de dos notas musicales, en el intersticio vacío entre dos palabras, para desde ahí empezar a Ser de manera auténtica. Fuerza y determinación para aceptarse roto, vacío, en construcción, sin fecha concreta de finalización, quizá condenado de por vida a un rehacerse constante.

Decisión y seguridad para ser felices en el trayecto.