14 de diciembre de 2013

El cuerpo

A veces pienso, me pregunto, si la vuestra es una vuelta voluntaria a la minoría de edad que tanto le dolía a Kant, o si, como opción alternativa, se debe más bien a una involuntaria dolencia que trágicamente se ha cernido sobre vosotros. Os refugiáis en el dualismo cartesiano, ése contra el que tan duro arremetéis en discusiones de las catalogadas como serias, para no cuidar vuestro cuerpo, para descuidarlo diríamos, para entregarlo al desenfreno del hedonismo irracional, impulsivo, descontrolado. Total, ¿qué más da? Corpore insano, pero in sana mente, como dice la canción, ¿no? Y es que de algo hay que morir, claro, como no habré caído antes en tan pesado argumento. Mis disculpas. Ya os dejo, pues, seguir cultivando vuestra mente, o alma, por si todavía me lee algún creyente, que goza de un status superior a ese mundano cuerpo, y que a la vez lo tortura sin piedad alguna, lo esclaviza y subordina a sus deseos, aunque bueno, quizá todavía haya quien piense que los deseos se hallan en el cuerpo, craso error que, sin embargo, no es momento de corregir (y que tampoco creo que estéis dispuestos a hacerlo, ¿para qué cambiar y abandonar la comodidad de lo que ya damos por sabido?).

Está más que aceptado, y goza de alto reconocimiento y estima sociales, el cultivo de la mente, mediante el uso indistinto de libros, películas, música, actuaciones teatrales… He llegado a escuchar que lo importante es leer, que lo mismo da lo que sea, claro que sí, y yo todo este tiempo pensando que cabría distinguir entre la buena y la mala literatura. Tal vez sea el momento de abandonarme a Moccia, o a las sensuales historietas de un tal Grey, que tanto revuelo han causado entre la mediana edad, ¿estamos ante una nueva revolución sexual y no me he enterado? Lo siento, discúlpeseme la risa. Pero bueno, no me desvío más, a lo que íbamos. Ese alto cuidado de vuestro espíritu (empleo el término por mayor comodidad, evitando usar mente y alma) tiene como contrapunto el ya citado desprecio al cuerpo. Quizá tengáis razón, seguramente el soporte de toda nuestra vida, el chasis posibilitador de que tengáis esa mente que tanto esfuerzo os requiere, no sea para nada importante. Justifico ahora vuestro sedentarismo, vuestra aversión por una dieta saludable (qué loco aquel que se priva de dulces y patatas fritas, con lo buenos que están), la ya habitual muerte parcial a la que sometéis vuestros hígado y pulmones a diario a fuerza de alcohol y tabaco.

Breve inciso, no lo pongo entre paréntesis que luego os los saltáis, como los anteriores, el primero, el alcohol, para los despistados, ayuda a ahogar las penas, a olvidarlas, a divertirse o desinhibirse, y el segundo, el tabaco, ya es vicio, costumbre, os dejasteis llevar cuando erais jóvenes y ya no se puede abandonar el hábito, pues todo el mundo sabe que el abandono de tres costumbres nocivas acorta tu vida [tu pene ya se acorta fumando (sí, hay gente que estudia eso)]. Nótese la ironía de la última frase fuera del paréntesis, gracias. Así uno se encuentra ante la cómica situación de un individuo, porque considerarle persona igual es sobrestimarle, cuya descripción física me ahorro, no vaya a ser que luego me pongáis una de esas etiquetas que tanto os gustan, con su copa en una mano, su cigarro en la otra, sentado en el sofá, comiendo palomitas mientras ve la típica comedia romántica americana, pues ha sido una dura y agotadora jornada de lectura instrucciones de electrodomésticos (¿el caso no era leer?), situación cómica, señalaba, porque dicho individuo tranquilamente arremete contra aquel que consume marihuana en alguna que otra festividad; porque todos sabemos que el alcohol y el tabaco drogas no son, serán otra cosa, pero ¿drogas? ¡Venga ya! Al final el inciso no ha sido tan breve, siéntolo mucho.

Pues eso, toda esta verborrea para finalmente disculparme por ser uno de esos tontos que se preocupa por su cuerpo, y que nadie ose pensar en motivos estéticos después de lo leído más arriba. Tendré que integrarme en eso que llaman sociedad, que todos sabemos que es buena, porque para eso es la nuestra, y que tiene pocos fallos, y los que tenga son mínimos, así que para qué corregirlos habiendo otros que están peor que nosotros, total, es una pérdida de tiempo. Al igual que, seguramente, para muchos de vosotros, habrá sido una pérdida de tiempo leerme un día más.



PD. Igual repaso luego lo escrito, que esto de escribir tan rápido produce arrepentimientos posteriores, no vaya a ser que alguien se ofenda.

11 de diciembre de 2013

Cicatrices

Señala Javier Marías, en la sinopsis de uno de sus libros, que con la escritura se abre una herida que se va suturando a medida que escribimos; en el mismo instante que nos duele, cicatriza. Quizá sea ésta la única forma de hacerle daño al mundo, de herirle dulcemente, de grabar a fuego nuestro recuerdo en cabezas ajenas. Tal vez la muerte de la palabra contribuya, aunque torpemente, a la inmortalidad del hombre que rasga sus trazos en el papel. Seguramente sea por eso que las letras duelen, acarician o provocan cosquillas. Posiblemente, en un patoso intento de no hacernos más daño, mi boca quiso pronunciar un te quiero que, sin embargo, cicatrizó en un adiós que quedó para la posteridad. Y en algo semejante a esto, aseguran muchos, reside la magia del lenguaje, en su capacidad de travestirse, de causar dolor con la mayor muestra de cariño que nadie pudo ofrecerte. Y es que, ¿cómo pudo un te quiero disfrazarse de adiós? Supongo que por el bien de todos, hasta de aquellos que se identifiquen con esta historia de nadie.

Es probable que me canse, que desista en este burdo intento de dañar al mundo con vacuas palabras, que asuma que es momento de dejarlo, que me abandone a las cicatrices de otros y a lo que me quieran mostrar a través de ellas. Siempre será mejor, y si no, al menos más cómodo, servir de lienzo para bisturís ajenos en forma de bolígrafo o máquina de escribir, trozo de papel en blanco dispuesto a empaparse de la sangre resultante de lecturas sobrecogedoras. Optaré por temblar con sus historias, veré en cada personaje una parte de mí, ya sea para sentirme orgulloso de ella o bien para no perder un minuto en comenzar a corregirla. Sentiré sus besos, me afectarán sus alegrías y tristezas, intentaré seguir eternamente con ellos tras cerrar la tapa del libro, utilizando como puente mi imaginación. Y todo ello a sabiendas de que morirán tras la última página, de que la despedida será más amarga que las que tendré con muchas personas de carne y hueso

Así, quedaré atravesado, indistintamente y con igual fuerza, por las heridas que me hicieron los libros y las que me provocó la vida, creyendo tontamente que seguir escribiendo conseguirá paliar el dolor, sin la capacidad suficiente para aprender a soportarlo y descubrir la desolada belleza que acunan tiernamente estos rasguños.

5 de diciembre de 2013

Quién sabe

Cierras los ojos durante un breve instante, intentando deshacerte de ese cúmulo de imperativos en los que se ha convertido el mundo, ilusamente convencido de que el frágil telón de tus párpados impedirá que la realidad te haga daño. Decides dejarte llevar por esa comodidad que empapa a todos con su tedio y parsimonia, que te lanza vilmente la obligación de no moverte, de no hacer que se tambalee ese modo de vida que eligieron para ti. Siempre fue más sencillo decorar la celda que buscar el modo de salir de ella. Intentas deshacerte del molde en que fuiste forjado, pero ya es tarde, y la única solución a tu alcance es un doloroso remoldeamiento, siempre parcial, asumiendo que tu patrón inicial no llegará del todo a desvanecerse. Te armas de valor, instrumento abstracto que tal vez sea sólo un espejismo, y tratas de desaprenderlo todo, tu desencanto no entiende de fronteras, reales o imaginarias. La desolación llega, sin demasiados impedimentos, a la fortaleza de tus conocimientos, derruyendo impíamente las murallas, devastando tus convicciones, cuestionándote y hasta obligándote a replantear todo lo que crees saber. El resto de tus ideas no corren mejor suerte, y quedas momentáneamente calmado, exhausto tras la batalla que comenzaste y de la que, sin embargo, no has sido más que un mero espectador pasivo.

Pero no hay tiempo que perder y vuelves a ponerte en marcha, desconocedor de lo que te espera, desprovisto de la defensa necesaria para emprender un nuevo ataque. Es momento de sumergirse en la disolución de tus emociones y sentimientos, que escapará entre tus manos debido a su líquida naturaleza. Ahora duele, no por la impotencia de no poder atraparla, duele porque descubres que quizá nunca sentiste por ti mismo, que quizá otros lo hicieron por ti y únicamente aceptaste las etiquetas que te iban dando. Tal vez nunca has estado enamorado, ni llegarás a estarlo, tan solo llamarás "amor" a un modo de comportarte, a un conjunto de costumbres tan fuertemente arraigadas, tan firmemente establecidas, que incluso creerás que estás sintiendo algo, que sientes realmente.

Y en esta maraña te hallas, desorientado e indefenso ante ti mismo, sabedor de que la respuesta reside en ti, conocedor de tus límites y potencialidades, vulnerable porque acabas de percibir que eres tu peor enemigo. Aunque, bueno, supongo que tú nunca llegarás a saberlo.