4 de noviembre de 2013

Bailar en las ruinas

                 El mundo que siempre aceptó a su alrededor empieza diluirse, a separarse bajo el tamiz de la razón y la crítica, quedando poco o nada a lo que pueda aferrarse, pues teme que también desaparezca y caiga al vacío de una realidad pronto inexistente. Todo aquello que siempre tuvo claro empieza a derrumbarse bajo sus pies, que saltan torpemente en un lado a otro, con anárquicos movimientos, en una especie de lucha contra un devenir incierto, inestable. En un principio, la cómica situación recientemente descrita dista mucho de causarle una sonrisa; por el contrario, pánico y temor son las sensaciones que lo empapan, que se apoderan de él, a las que se enfrenta y desea expulsar a toda costa.

                ¿Su primera alternativa? Aferrarse, fuertemente, a cualquiera de las realidades que se le ofrecen bajo la máscara de la religión, ideologías o idearios políticos, entre otras muchas construcciones del mundo, que pondrán un opaco velo a lo que pasa a su alrededor. Saciarán con creces su sed de respuestas y restarán importancia a aquellas preguntas que no puedan contestar, le ofrecerán un paisaje atractivamente novedoso, cálido y acogedor, que sólo le pedirá a cambio una justa simbiosis: habitar y colonizar su pensamiento, al igual que él ha construido su mundo entre las fronteras de su nuevo escenario. Pero, no se confundan, el teatro ante el que ahora se encuentra no sustituye a la realidad diluyente, diluida, que se esconde tras sus títeres, entre bastidores.

                Ahora bien, ocupar la primera posición entre las opciones a su alcance no implica que deba escogerla, y mucho menos que sea la mejor alternativa, seguramente nunca exista la mejor opción. Y es que, cuando el miedo de saltar de un lugar a otro en este mundo derruido se evapora, uno comienza a deleitarse en su ejercicio. Los brincos se transforman en frágiles saltos de danza clásica, el cuerpo se eleva y consigue flotar sobre las pocas ruinas que quedan, obteniendo así un mejor punto de vista, ganando en perspectiva. Se adopta entonces una mirada clara y distinta sobre todas aquellas compañías teatrales que enmascaran la belleza de la destrucción, consiguiendo apreciar los aciertos y errores de cada una, absorbiendo las explicaciones certeras y combatiendo a capa y espada las mentiras. Tratando, en última instancia, de llevar a cabo la ardua labor de levantar al espectador de su confortable asiento, para enseñarle las maravillas oteadas desde ese no lugar que alcanzó bailando.

                Es por ello que la filosofía, en tanto destructora de teatros y burdas representaciones de la realidad en ruinas, como despertador de conciencias dormidas, debe conservar su necesario lugar dentro de la educación. De poco valen vuestras experiencias particulares con la disciplina, con la materia escolar, no es argumento alguno para devaluarla y permitir que las generaciones futuras queden desprovistas de las poderosas armas que la filosofía pone a su alcance, entre las que priman la capacidad de crítica y cuestionamiento, la curiosidad por buscar alternativas y no aceptar todo lo que nos impongan. Instrumentos estos que serán los únicos capaces de que nuestros niños no claudiquen y se conformen con cualquier cosa que se les imponga desde un gobierno bipartidista y desinteresado, desde una religión obsoleta y opresora del pensamiento autónomo.


                Soy conocedor de que son pocas las conciencias que, de manera efectiva, logran despertarse, pero siguen siendo algunas, aunque mínimas, y son nuestra única, y última, esperanza.