21 de noviembre de 2016

Hacia delante

Somos insignificantes cristales de tiempo que se hacen añicos ante el frágil aletear de la vida. Somos vida que se esparce, contrae, esconde y escapa del ruido que generan nuestras mentes. Somos esas mentes incapaces de estar siquiera cerca de comprender esta existencia absurda que nos envuelve y empapa. Somos, en definitiva, ese absurdo que se esfuerza, pese a todo, en seguir hacia delante, ¿y es que acaso hay otra alternativa?

Estamos condenados, si es que acaso existe tal cosa, a convertir en ruina un futuro que hace tiempo dejó de ser esperanzador, que nos arrulla con un leve cántico de derrota y la añeja fragancia de la desilusión. Estamos ensimismados, con los ojos a medios abrir y el corazón cerrado, incapaces de sentir la menor muestra de verdadero amor, en cualquiera de las formas en que este pueda darse, o recibirse. Estamos anegados y enfangados hasta lo más hondo de nuestra contingencia con la agridulce sensación de la incertidumbre, con la pesadez de tomar decisiones ante dilemas para los que nunca estaremos preparados.

Somos vagabundos, deambulantes y soñadores, que nunca fuimos capaces de cortar las cuerdas que nos convierten en títeres, que no seremos más que el recuerdo funesto torpemente grabado en la memoria de aquellos que nos narren durante una o dos generaciones. Después, nada, por mucho que algunos digan, inventen o crean. Somos tachaduras en los márgenes de una historia que carece de argumento principal, con personajes caricaturescos y puntos suspensivos.

Foto: Antonio Bermejo
Sin embargo, pese a ello, o quizá debido a ello, nos esforzamos en crear sentido(s), construir y derruir nuestras identidades, hilar con cuidado las vivencias de nuestro frágil e incierto devenir hasta darle la forma que consideramos adecuada. Exprimimos al máximo cada insignificante alegría con la que nos topamos, tratamos de mirar hacia delante, haciendo oído sordos de los ecos del pasado que nos suplica clemencia y nos ofrece el calor de la vivencia pasada. Nos arriesgamos, a ciegas, porque no hay otro modo de enredarse con el mundo, y nos creemos capaces hacer habitables las ruinas que fueron las sobras desechadas por otros.

Volemos y pensémonos libres, sintamos, aunque solo sea por un momento, que lo efímero de nuestra breve estancia cobra sentido en la intersección con otras personas. Recreemos nuestras más profundas esperanzas, creamos que se harán realidad solo con desearlas fuertemente. Cerremos los ojos y sigamos a tientas, ya que no habrá mucha diferencia, viviendo a todo sentimiento y ningún sin remordimientos.

Vayamos, pese a todo, hacia delante, con la serena tranquilidad de que la incertidumbre nos aguarda a la vuelta de la esquina y nuestra suerte está echada: la muerte nos espera, pero hasta entonces, vivamos.


23 de octubre de 2016

Aleatorio

Los adultos justifican la aberrante educación que dan a sus hijos y que estos no hacen sino reproducir, bajo las palabras mágicas ‘son cosas de niños’. Patrones conductuales que se esparcen socialmente, impregnando hasta el más recóndito lugar de la más perdida conciencia. Mofas y burlas hasta la saciedad hacia lo diferente, lo que resulta extraño. Rechazo sistemático de todo aquello que se escapa de las fauces de lo establecido. Incapacidad permanente de establecer un diálogo coherente y constructivo desde dos realidades que se entienden como opuestas en lugar de ser vistas como complementarias. 

Dualidades, obsesión por la separación binaria, cerrazón y obstinación para convivir y aceptar el amplio espectro de la sexualidad. El sexo como tabú, como algo que debe controlarse, censurarse y reglarse. Ausencia total de una educación sexual por y para el placer, la extenuación, en la que no importe el cómo ni con quién (o quiénes), calidad o cantidad. Y además, un amor encarcelado y restringido, privilegio de aquellos que encajan en lo binario de nuestra estancada visión de lo que hay, lo que es.

Un Ser también coartado, amputado, donde todos quieren, pretenden ser, pero nadie es. Cuerpos vacíos, cabezas llenas de basura que obstruye los orificios de la razón y el pensamiento autónomo. Autómatas que votan contra sus propios intereses, urnas medio llenas y un país que se agarra al partido más votado, vendándose (y vendiéndose) a sí mismo, haciendo caso omiso al amplio abanico de oportunidades alternativas que están sobre la mesa y podrían materializarse con el diálogo adecuado. Silencios y ojos que miran a otro lado cuando la mierda rebosa, los juzgados se tiñen de azul y la pobreza aumenta a pasos agigantados.

Necesidad constante de otras vidas futuras, paraísos celestiales prometidos, que nos ciegan, que nos hacen olvidarnos de que lo único que sabemos con certeza, lo verdaderamente palpable y disfrutable es la existencia actual, a la que damos forma cada día. La de los llantos y desilusiones, la de los fracasos y derrotas, pero también la de las pequeñas alegrías, las sonrisas anónimas, la del no saber hacia dónde, pero seguir tozudamente hasta llegar, hasta averiguarlo. La del no saber muy bien qué, ni cómo, ni posiblemente cuándo o dónde, pero querer, querer, querer y darse cuenta de que poco importa todo lo demás.

Orillas mediterráneas que se tiñen del color invisible de la sangre de todos aquellos que huyen de una guerra y se dan de bruces contra una de las mayores violaciones de Derechos Humanos de la historia. La caligrafía con la que estamos describiendo el curso de los acontecimientos tiene forma de alambre y los signos de puntuación son sus clavos que desgarran sin la más mínima compasión cada centímetro de piel que se cruza en su camino. Destino: una muerte precoz ahogada por un grito sordo de auxilio que no consigue perforar nuestras conciencias lo suficiente como para activamente cambiar lo que está sucediendo.

Derecho al delirio, que decía Galeano. A no mutar los gritos de este pequeño espacio que mensualmente se me concede. Necesidad de poner voz a unos pensamientos compartidos, que dudo en algún momento me perteneciesen, ser altavoz para las voces menos oídas, a pesar del eco con el que se repiten en los medios, al que estamos ya demasiado acostumbrados. Nada nuevo, lo sé. Entonces, ¿por qué? Por mí, por un principio y un final, por una ruta cíclica y constante, que sin embargo nunca es la misma. Por dejar de ser y solo así poder empezar a serlo.


Pd. No busquen coherencia, en ningún momento fue mi intención. 

18 de julio de 2016

Anónimo

Les aseguro, sin temor alguno a equivocarme, que me hizo feliz. Es cierto que no fueron más que unos pocos segundos los que paré a contemplar, con todo lo que el verbo en su acepción más filosófica implica, esa perfecta escenificación improvisada de la felicidad, esa bella materialización de la vida en su más pura sencillez y radicalidad, esa obra de arte puesta en práctica por una pequeña niña enfundada en un traje completo e impermeable contra la lluvia, gorro y botas incluidas. Saltaba. Saltaba con la seguridad que da la inocencia, la sonrisa que dibuja la felicidad de hacer lo que uno verdaderamente quiere y la seguridad de que mojarse no iba a empeorar su día, sino acaso mejorarlo.

Mientras tanto, con ese carácter taciturno, melancólico y huidizo que imprimen los paraguas en sus portadores, multitud de adultos se protegían de la lluvia, pasaban fugaces ignorando impasiblemente esa fuente de vida que no hacía más que brotar una y otra vez con más fuerza cada vez que los pies de aquella niña golpeaban con fuerza el siguiente charco. Mirar a otro lado, no vaya a ser que salpique y nos haga siquiera esbozar una sonrisa, no vaya a ser que nos haga darnos cuenta de lo miserable de la vida que a veces llevamos, de todo lo que hemos dejado por el camino luchando por ser alguien que no elegimos, persiguiendo anhelos de otros y dando sepultura a nuestros propios y más sinceros sueños.



Una madre a su lado, observadora, paciente, sabedora de la importancia de aquel pequeño y grandioso instante, empapándose a partes iguales de la lluvia y la felicidad de su hija. Otra sonrisa imborrable, consecuencia de la primera, la de la niña, de la que yo también me había contagiado. Felicidad que se multiplicaba en forma de línea curva en rostros anónimos, partícipes por igual, pero con distintas perspectivas, de aquel maravilloso espectáculo. Felicidad que se expande impasiblemente por todo aquel que está dispuesto a dejarse contagiar, que es capaz de empatizar y disfrutar de la alegría de quien no conoce, con quien no comparte vínculo alguno.

Cerrar el paraguas. Mirar hacia arriba. Aceptar que llueve. Aprender a mojarse, a empaparse. Bailar bajo la lluvia. Y a pesar de ello, o precisamente por ello, ser felices. Sin motivos. Sin explicaciones. Iluminar el mundo con el poder de una sonrisa sin razones ni causas. Convertirnos en nuestro propio faro. Ser dueños de nuestro destino.


Os concedo, a quienes lo estéis pensando, que ello no hará que deje de llover, ¿pero eso a quién le importa ahora? 

22 de junio de 2016

El lado bueno

Always look on the bright side of life’, como dice la famosa canción de ‘La vida de Brian’, aquella divertida y cómica película; o, como bien recoge el refranero popular en una versión similar, no hay mal que por bien no venga. Y yo les prometo que lo he intentado, y no una ni dos veces, sino cientos de ellas en ocasiones, con tozudez, empeño y sin el menor signo de cansancio, sin que por mi mente se atreviese a pasar el tenue murmullo de una retirada a tiempo o una agridulce derrota. Pero, si de lo que vamos a hablar es de sabores, admitámoslo, es el turno del amargo, es el momento del desgastamiento del paladar de nuestras emociones con la desoladora insinuación de que estamos buscando en vano, con la irremediable aceptación de que tal lado bueno no existe, o al menos no siempre.

Y es que hay males que vienen para quedarse, heridas que no se curan, ni lo harán con el paso de los años, hay dolores que arrasan y devastan todo lo que en nosotros encuentran, y no van a dejar de hacerlo porque nos empeñemos en buscarles un supuesto lado positivo que es más una creación efímera de nuestro cerebro que algo palpable y asumible por nuestro sentir. De nada valen las palabras de apoyo, las palmaditas en la espalda, la sucia y pretendida condolencia, que se ha erigido en nuestras sociedades como una presuposición social, destiñéndose de cualquier síntoma de sinceridad que pudo haber tenido en sus inicios.

Nada. No va a quedarnos nada más que dolor y sufrimiento, y quizá no se vaya, asumámoslo de una vez por todas y dejemos de pretender que todo va bien. Nadie. O casi nadie podrá realmente entender cómo y qué sientes, hasta dónde y por qué te duele, cómo hace ese sufrimiento para deshacerte y devorarte en cuestión de segundos.

Ahora levanten sus miradas, abran sus mentes, presten atención y hagan el esfuerzo de salir del narcisismo que le acaban de provocar lo que han leído, intenten dejar a un lado sus experiencias personales y sean capaces de mirar al otro, de apreciar con humildad y sin prejuicios su sufrimiento. Intenten lo que para muchos resulta imposible, impensable, formar parte de un nosotros sufriente, una colectividad que se individualiza en el dolor y que ya no puede aguantar ni un minuto más con los ojos vendados. ¿Creen que podrán hacerlo? ¿Sí? ¿Seguro? Bien, prosigamos entonces.

Sientan como propios cada uno de los golpes de esa mujer que en las próximas horas morirá a manos de su marido, novio, pareja, en alguna calle desconocida de una ciudad anónima de un país en el que la prensa cubrirá la noticia como una ‘mujer hallada muerta’, en lugar de ‘una mujer asesinada’. Sientan el frío de las aguas mediterráneas que les congela poco a poco cada una de sus articulaciones y sean plenamente conscientes de que en ellas morirán en cuestión de horas, quizá minutos, mientras Europa mira inerte cómo se pierden unas vidas que, hace tiempo quedó claro, no valen lo mismo. Sientan como propias las miradas de rechazo y odio, las palabras de reprobación y repugnancia, e incluso las agresiones, de una parte de la población debido a su orientación sexual, identidad de género,… porque la heteronormatividad causa estragos en todas aquellas personas LGBTIQ+ que son vistas con diferentes (y lo son en muchos casos a ojos de la ley).


En definitiva, sientan como propio el dolor ajeno de todos aquellos que sufren en el mundo por las injusticias que padecen irremediablemente y que, aunque lo intentasen con todas sus fuerzas como yo, difícilmente podría evitar una carcajada al escuchar eso de ‘el lado bueno de las cosas’.  

18 de abril de 2016

Conmigo mismo

Y de repente, silencio. Un silencio que levanta la voz y ahoga los pensamientos, que se expande insensiblemente por toda la habitación y te mira desde arriba. Un silencio que empequeñece, aprieta y casi ahoga, que sobrecoge, empapa y te hace templar a partes iguales. Un silencio que, por encima de todo, te recuerda que estás solo. Pero la soledad no acaba de venir a verte porque no tuviese mejores cosas que hacer, la has llamado, puede que sin saberlo, porque la necesitas; en último término, te necesitas a ti mismo, y no hay mejor manera de encontrarte, de enfrentarte a ti, que cuando ella está presente.

Tras un segundo parpadeo, la soledad, el silencio y tú, sin saber muy bien qué hacer ahora. Quizá lo mejor sea relajarte, hacer el cuerpo a la presencia de estas infrecuentes (para muchos) compañeras de tertulia. Sin embargo, no habrá presentaciones para principiantes ni veteranos, simplemente una charla a tres bandas en la que tú serás el único interlocutor; sí, de ti mismo. Todas y cada una de las preguntas que decidas lanzar al aire volverán envenenadas de silencio y soledad, y además esperando ser respondidas. Me temo que te va a tocar hacerte frente,  empezando por todos aquellos pensamientos y sensaciones que se hallan en la superficie, para ir ahondando poco a poco en toda esa maraña más o menos racional que rige la mayoría de tus actos y emociones sin el menor esfuerzo, sin que tú lo sepas.

Me saltaré ahora procesos intermedios, zambullidas con diferente profundidad en las que poco a poco uno se va descubriendo a sí mismo, se empieza a conocer, aceptar y, en el mejor de los casos, cambiar lo que no le gusta; si bien es cierto que no es poco el esfuerzo necesario. Pero, de todo esto ya he hablado antes, he escrito, quizá demasiado, al respecto, ¿verdad? ¿Por qué hacerlo de nuevo?

En medio de uno de esos últimos momentos de silencio y soledad, he llegado a vislumbrar el fondo, lo confieso, he encontrado algunas de las piedras de toque que se hallan en el fondo de mis pensamientos, mente, cabeza, llámenlo como quieran. Es más, he conseguido leer su superficie, identificarlas, no sin poco esfuerzo, o eso creo. Sin embargo, no me gusta parte de lo que veo, que quiero borrar lo escrito, renovar algunas de esas columnas, esculpirlas a mi manera, tirar varias de ellas y suplirlas por otras que ya tengo listas para reemplazarlas. ¿El problema entonces? No soy capaz, están fuertemente engarzadas a eso que soy yo, resultado de mi educación en una sociedad llena de estereotipos, prejuicios, visiones anquilosadas del ser humano, la sexualidad, la política y economía, la cultura, y un largo etcétera que ha ido calando desde el imaginario cultural hasta eso que me he acostumbrado a llamar ‘yo’.


Y de nuevo, silencio. Sigo sin saber qué hacer y estoy seguro de que la ayuda no puede llegar desde afuera. Quiero seguir intentándolo. 

30 de marzo de 2016

Pensamientos aleatorios

Todo se desmorona poco a poco, sin hacer apenas ruido, parece que el silencio se haya cansado verdaderamente de gritar y haya decidido, finalmente, hacerse cargo de la que supuestamente es su principal ocupación: ahogar impasiblemente todas y cada una de las voces que intentan despertarse en mi conciencia. Parece estar consiguiéndolo. O quizá, simplemente, me haya acostumbrado a pensar sin palabras, a sentir lo que pienso y despensar lo que vivo. Tal vez mis fuerzas haya cedido al fluir indeleble de las conciencias dormidas, de las almas vacías y los cuerpos inertes, aunque mutilados por vivencias que les impusieron, mediante experiencias que les grabaron en la piel.

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Este proceso de 'desatrofiación' de mis sensibilidad me está pasando factura. Duele cuando miras fijamente al Sol durante varios segundos, quema cuando el fuego está cerca de ti y deja de ser reconfortante para convertirse en abrasador. Llevo meses sentado en unas llamas que no se apagan, mirando un Sol que brilla cada día con más intensidad. No, no me ciega. No, no me ha quemado (al menos no literalmente). Estoy aprendiendo a ver, con unos ojos que ya no sé si son míos, una realidad de la que dudo mucho pueda huir. Me faltan razones que prueben, expliquen, justifiquen, racionalicen, o pongan dentro del espectro de mis sentimientos, todo lo que pasa a mi alrededor. El anonimato hace tiempo que dejó de ser una excusa. ¿Cómo es posible? ¿Por qué? ¿Qué está realmente pasando? ¿A qué aferrarme? ¿Hacia dónde mirar? ¿Hay que seguir caminando?

Todo ha dejado, simplemente, de tener sentido.

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¿Cómo huir de tus sueños? ¿Cómo y por dónde escapar de las pesadillas que se apoderan de nosotros durante la noche? ¿Qué es eso de no saber a dónde va tu 'yo' cuando duermes? Parece que separarse del cuerpo fuese tan sencillo. Y yo todo este tiempo tratando de asirme fuertemente a él, de no perder contacto con la realidad que me rodea, ¿pero es que acaso hay más de una?

Nunca he sabido el efecto que el café causa en mi organismo, pero todavía esa maldita pregunta sigue torturándome, con indecencia y sin compasión, ¿cómo se deshace un beso? 

24 de marzo de 2016

Vivo

A veces la vida nos abruma, nos pasa por encima sin pedir permiso, se va sin disculparse siquiera, nos derriba con constantes compromisos y contratos no firmados que nos obligan a permanecer, nos inmovilizan, alejándonos de nuestros sueños, incluso de nuestra propia felicidad. A veces nos engaña, haciéndonos pensar que esta última nos llegará desde fuera, como caída del cielo, que con un poco de azar y estar en el sitio adecuado será nuestra; sin embargo, la felicidad hay que crearla, construirla, darle forma y contenido, ponerle colores, olores, sabores, sonidos y tacto, mucho tacto: el calor del sol azotando tu cuerpo en una fría mañana de invierno, el roce de esa mano que consigue despertar todos tus sentidos, un beso, un abrazo.

A veces la vida nos llena de frustraciones ajenas, de lágrimas que nos salpican por llantos que no merecemos, nos zarandea con emociones que no hemos tenido el valor previo de afrontar, combatir, aceptar, asumir. Demasiadas veces pagamos los platos rotos de aquellos que no tuvieron el valor de tomar las riendas de sus proyectos, que se conformaron con prefabricar los sueños de otros en lugar de crear los propios. Tratan de llenarlos la cabeza con sus inseguridades, sus complejos y las continuas y memorizadas mentiras que aprendieron de sus mayores. Cobardes.

No, no pienso dejar de intentarlo, no pienso desistir, poco me importan ahora vuestras palabras, los consejos rotos e inservibles, los miedos que os enseñaron y no os atrevisteis a desgarrar. La oscuridad, que probablemente me envuelva en las etapas iniciales de este nuevo camino que intento rehacer continuamente, no va a frenarme ni un solo segundo, no va a marchitar ni siquiera uno solo de mis proyectos o, en caso de no haberlos, las ganas de salir a buscarlos, o que me busquen, a crearnos juntos en una espiral de vida, ganas, pasión y dedicación por aquello que me gusta hacer.

No, tampoco importa no saber lo que quiero hacer ahora mismo. Sé reconocer lo que siento, lo que me hace cerrar los ojos y sonreír. Soy perfectamente capaz de saber que me hallo en el camino correcto, haciéndolo con cada paso, que tengo un gran abanico de posibilidades ante mí y que no pienso desperdiciar ninguna. Me he propuesto firmemente no escuchar a todos aquellos que me griten desde su impotencia y apatía, estoy más que decidido a hacer oídos sordos a todas y cada una de las palabras de desánimo que traten de obstaculizar mi camino, que quieran interpretar un papel protagonista en un camino que yo vislumbré libre de idiotas y personas que resten a mi vida.

¿Que por qué y para qué? Por y para mí. Porque merezco dedicarme algo de tiempo, porque nadie si no soy yo va a ocuparse de mi vida, de mis sueños, de mis pasiones, de mis emociones. Para que nadie ocupe el lugar que me pertenece, del que voy a adueñarme por ello y, desde lo alto, bajo o a media altura de mi castillo, gritaré que me quiero.

¿Que a qué viene esto? A que ojalá tan solo uno de los que me estáis leyendo haga suyas estas palabras, se apropie de la idea, la arrope cariñosamente y se anime a llevarle a cabo. Pero, por encima de todo, porque necesitaba decírmelo.

28 de febrero de 2016

Opiniones

            Todo el mundo opina. A discreción. Sin reparo ni vergüenza. Con el pecho henchido y la cabeza alta, satisfechos de aportar algo a la conversación que en el momento se mantenga. El resto de interlocutores escucha, en el mejor de los casos atentamente, y espera que llegue su turno, su gran oportunidad, la ansiada ocasión de expresar alto y claro lo que en esos momentos se halla en su pensamiento. Allá va, decidido. Ya no hay marcha atrás, todos sabrán por fin lo que más tarde olvidarán y no entrarán siquiera a valorar. Cambiar nuestros pensamientos requiere de un esfuerzo desmesurado para nuestras cómodas y malacostumbradas cabezas. Y, para qué vamos a engañarnos, ¿qué más dará? Al fin y al cabo, toda opinión es igualmente válida y debe ser respetada.

         Hemos vuelto a confundirnos. Sí, otra vez. ¿Que por qué? Porque una gran mayoría aceptaría como cierta, incuestionable, indudablemente verdadera la última afirmación del párrafo anterior. Vayamos en orden y comencemos con la validez de las susodichas opiniones. Aviso a navegantes: esto no va a gustarle a más de uno. Siento comunicarles que no, no es suficiente el hecho de ser ‘poseedor’ de una opinión (si bien en no pocas ocasiones somos nosotros los que pertenecemos a ellas, meros recipientes inertes para su transmisión y perduración en el tiempo). Se necesita algo más. No diríamos de un conjunto de hojas amontonadas en el suelo que es un árbol, ¿verdad? Pues lo mismo. Las opiniones necesitan de un sustento, de un armazón de razones y argumentos que las sostenga y permita aflorar con belleza y contundencia nuestro pensamiento. Sin ello estamos perdidos, quedamos expuestos a la intemperie de la demagogia y la palabrería barata, del engaño ajeno, nos convertimos voluntariamente en cómplices del asesinato de nuestra propia autonomía. En la misma línea, cabe señalar que hay razones más sólidas que otras, más ‘ciertas’, si se me permite. De ahí que, para desgracia de muchos, no toda opinión merece ser respetada ni tiene el mismo valor a la hora de discutir o debatir sobre un tema concreto.

          Ahora bien, ¿por qué respetar aquellas ideas que inmovilizan el pensamiento, que lo adormecen o, en el peor de los casos, lo asesinan vilmente? El tantas veces exhortado respeto no debe posarse sobre las ideas o las opiniones, estas deben ser cuestionadas, revisadas, destruidas y reconstruidas de nuevo. Hay que evitar que se nos estanquen las ideas y comience a oler a podrido en nuestro pensamiento. Debemos promover activamente el diálogo constructivo que dé forma y contenido a todas aquellas opiniones que no son tales, y también es imperativo luchar contra la asunción implícita de este establecido respeto hacia las mismas, sin importar cuáles sean. Respeten a las personas, sujetos merecedores de ello, pero dejen que las ideas sigan su curso, que las no válidas para nuestros tiempos desaparezcan, que las crueles sean abolidas y las que ayudan a mejorar el orden social y la vida de los que vivimos en sociedad florezcan y nos alcancen a todos. Está en nosotros.


            Ya está bien de escudar la ignorancia en esta falsa idea de respeto, comprometámonos con saber de qué hablamos, con no abrir la boca (o escribir en cualquier red social) si lo que tenemos que decir no es mejor que el silencio, y, cuando lo hagamos, demos argumentos, razones, elaboremos nuestras ideas, expongámoslas de manera precisa y estructurada para que los demás puedan entenderlas y contestarnos. Pero, por encima de todo, estemos siempre dispuestos a cambiarlas, hagamos de nuestra existencia un continuo viaje de aprendizaje y aprendamos a disfrutar de ello. 

25 de febrero de 2016

Idas y venidas

'Vete por donde quieras', me dijo.



Y yo me fui, claro que me fui, ¿cómo iba a poder resistir la tentación? Desaparecí de allí, me olvidé de todo y me perdí en el entramado de sonrisas que hacía unos minutos me había regalado. Me fui, sin dejar rastro, por cada uno de los rincones que su cuerpo me ofrecía, me deslicé cuidadosamente por todos los sueños que nos quedaban por cumplir, despiertos y con los ojos abiertos. La desnudé de miedos y pretéritos absurdos, la vacié de falsas expectativas sobre el amor y sus desdichas, le borré todas las caricias que tenía mal dibujadas en su piel. Me fui, me fui por las ramas, por los entresijos de esa mirada que me encendía la esperanza. 

Me fui, pero ella se quedó, mirándome calmada, sabedora de que, tan solo con un beso, conseguiría hacerme volver. 

8 de febrero de 2016

Puentes

Algo estamos haciendo mal cuando llenamos puentes con candados que parecen reflejar nuestro podrido y maloliente 'amor'. Concepto malgastado, idea inapropiada para designar un sentimiento que perdimos hace tiempo, que hemos desaprendido voluntariamente a cultivar. 

Nos atamos a cables de acero con oxidadas ilusiones de una historia que nos malvendieron, malversando nuestras expectativas, y la esperanza la depositamos constantemente en el otro, siempre afuera. Nos hemos olvidado de mirar hacia dentro cuando el viento sopla contra nosotros. Y apesta. 

Esperamos de terceros que llenen los vacíos que no tuvimos el valor, ni la paciencia, de considerar relevantes para la conformación de nuestra identidad. que lleva tiempo hecha añicos y ya no hay besos que la arreglen. 

El amor ha dejado de hacernos libres.

14 de enero de 2016

Jaulas

Intentaron lo imposible. Buscaron poner barrotes de acero inoxidable y memoria inquebrantable a los perennes rayos de luz que coqueteaban con las miradas anónimas esparcidas por la habitación. Absurda tarea, imperativo el dolor causado a aquellos ojos que contemplaban la atrocidad del frágil espectáculo, lágrimas de porcelana que rompían contra el suelo en un estruendoso sinfín de goteos. Palabras que no salen, flores que son incapaces de crecer bajo los artificiales rayos de luz de una bombilla enjaulada. Mis sueños, como aquellos torpes haces luminosos, siguen buscando la manera de evitar los efímeros barrotes que la sociedad intenta ponerles, como cabreada por la felicidad ajena de aquellos que todavía conservan las ganas de vivir... 

(...o de morir en el intento).