23 de octubre de 2016

Aleatorio

Los adultos justifican la aberrante educación que dan a sus hijos y que estos no hacen sino reproducir, bajo las palabras mágicas ‘son cosas de niños’. Patrones conductuales que se esparcen socialmente, impregnando hasta el más recóndito lugar de la más perdida conciencia. Mofas y burlas hasta la saciedad hacia lo diferente, lo que resulta extraño. Rechazo sistemático de todo aquello que se escapa de las fauces de lo establecido. Incapacidad permanente de establecer un diálogo coherente y constructivo desde dos realidades que se entienden como opuestas en lugar de ser vistas como complementarias. 

Dualidades, obsesión por la separación binaria, cerrazón y obstinación para convivir y aceptar el amplio espectro de la sexualidad. El sexo como tabú, como algo que debe controlarse, censurarse y reglarse. Ausencia total de una educación sexual por y para el placer, la extenuación, en la que no importe el cómo ni con quién (o quiénes), calidad o cantidad. Y además, un amor encarcelado y restringido, privilegio de aquellos que encajan en lo binario de nuestra estancada visión de lo que hay, lo que es.

Un Ser también coartado, amputado, donde todos quieren, pretenden ser, pero nadie es. Cuerpos vacíos, cabezas llenas de basura que obstruye los orificios de la razón y el pensamiento autónomo. Autómatas que votan contra sus propios intereses, urnas medio llenas y un país que se agarra al partido más votado, vendándose (y vendiéndose) a sí mismo, haciendo caso omiso al amplio abanico de oportunidades alternativas que están sobre la mesa y podrían materializarse con el diálogo adecuado. Silencios y ojos que miran a otro lado cuando la mierda rebosa, los juzgados se tiñen de azul y la pobreza aumenta a pasos agigantados.

Necesidad constante de otras vidas futuras, paraísos celestiales prometidos, que nos ciegan, que nos hacen olvidarnos de que lo único que sabemos con certeza, lo verdaderamente palpable y disfrutable es la existencia actual, a la que damos forma cada día. La de los llantos y desilusiones, la de los fracasos y derrotas, pero también la de las pequeñas alegrías, las sonrisas anónimas, la del no saber hacia dónde, pero seguir tozudamente hasta llegar, hasta averiguarlo. La del no saber muy bien qué, ni cómo, ni posiblemente cuándo o dónde, pero querer, querer, querer y darse cuenta de que poco importa todo lo demás.

Orillas mediterráneas que se tiñen del color invisible de la sangre de todos aquellos que huyen de una guerra y se dan de bruces contra una de las mayores violaciones de Derechos Humanos de la historia. La caligrafía con la que estamos describiendo el curso de los acontecimientos tiene forma de alambre y los signos de puntuación son sus clavos que desgarran sin la más mínima compasión cada centímetro de piel que se cruza en su camino. Destino: una muerte precoz ahogada por un grito sordo de auxilio que no consigue perforar nuestras conciencias lo suficiente como para activamente cambiar lo que está sucediendo.

Derecho al delirio, que decía Galeano. A no mutar los gritos de este pequeño espacio que mensualmente se me concede. Necesidad de poner voz a unos pensamientos compartidos, que dudo en algún momento me perteneciesen, ser altavoz para las voces menos oídas, a pesar del eco con el que se repiten en los medios, al que estamos ya demasiado acostumbrados. Nada nuevo, lo sé. Entonces, ¿por qué? Por mí, por un principio y un final, por una ruta cíclica y constante, que sin embargo nunca es la misma. Por dejar de ser y solo así poder empezar a serlo.


Pd. No busquen coherencia, en ningún momento fue mi intención. 

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