24 de febrero de 2015

Baile de máscaras

¿Y si jugamos a quitarnos las caretas? Y los disfraces. Les propongo desnudarse. Calma, nadie mira. Salvo ustedes mismos. Son sus únicos espectadores. Y jueces. Esperen, precisamente por ello, quizá haya motivos que pongan en jaque la tranquilidad a la que les invitaba. ¿Están preparados para lo que están a punto de descubrir con sus propios ojos? No vale acercarse nada para echarse por encima cuando la fría y cruda realidad les empape hasta los huesos. ¿Realmente saben quiénes son?

Ahora que el carnaval se ha ido y, con él, nuestro intento de escondernos una vez más ante el mundo, jugando a no ser nosotros, como si el resto del año realmente lo fuésemos, les animo a que no cesen en el proceso de desprenderse de todas aquellas máscaras que les acompañan en su día a día, a tener el valor de alejar (serán solo unos minutos, lo prometo) la imagen que proyectan al mundo, esa que permite al resto identificarles. ¿Ya? El proceso no termina aquí, les toca también desprenderse de su modo de mirar a la realidad, en la medida de lo posible, claro, de la manera en que se enfrentan a ella, en que se ven a ustedes mismos. De nada les valdría haber superado el pudor de verse desnudos, si ahora sus ojos tienen la manía de poner disfraces donde no los hay. Desconozco cuántos de ustedes llegarán hasta aquí, ¿consiguen verse?

¿Qué sienten? ¿Soledad? ¿Miedo? ¿Inseguridad? A veces pasamos toda la vida sin saber quiénes somos. Y lo peor es que parece darnos igual. Desde que nacemos somos carne de cañón para la realización de vidas incompletas y fracasadas, de intentos frustrados en proyectos imposibles, somos material moldeable para quiénes no supieron lo que hacer con su existencia, para los que nunca llegaron a conocerse, y buscan hacer de nosotros lo que ellos nunca fueron, alcanzar lo que nunca consiguieron. La paradoja, una entre tantas, es que en lugar de empujarnos hacia a ello, nos invitan al fracaso y nos abren sus puertas, mirándonos desde allí con la satisfacción de no haber sido los únicos que no supieron qué sentido tenía lo absurdo de su existencia. ¿Decidieron ustedes quiénes querían ser? ¿Son lo que decidieron? Sería absurdo negar la existencia de influencias, necesarias en todo proceso de verdadera creación de una identidad sólida y segura, pero ¿hasta qué punto se dejaron influir? ¿Cuánto les pudo el miedo al fracaso? Y una última pregunta. Ahora que han fracasado, porque en algún sentido todos siempre fracasamos, ¿se arrepienten de su caída, de su derrota?

La vida duele, pero duele menos cuando es vivida por uno mismo, cuando nos enfrentamos a lo que somos, desnudos ante nosotros mismos, y decidimos no ponernos más disfraces que contenten al mundo, a los demás, sino vestirnos con nuestra propia ropa, con nuestro modo de ser, con aquello en que queremos convertirnos. El peso sobre nuestros hombros se reduce y uno puede empezar a ser feliz de verdad. Distinto es que llegue a conseguirlo. 

22 de febrero de 2015

Miedos de ayer

Anoche 
tuve miedo
por si no volvías
a abrazarme dormida.
Temí
que no hubiese
más despertares
entre tus labios.
Lloré,
sin darme cuenta,
que es la única manera
en que soy capaz
de llorar estos días.

Anoche
creí perderte,
sí, otra vez,
porque últimamente
no sé hacer otra cosa.
Huías
de mí, y mis palabras.
De ellas
por mostrar amor,
y de mí,
por no saber
corresponderlas.

Anoche
descubrí,
aunque fuese tarde,
que en eso de ser feliz
no hay lugar
para los cobardes.
Me desnudé,
ante mí, 
por primera vez,
y eso, permítanme 
que les diga,
duele.
Duele
pero no puedes
apartar la mirada,
tienes que sostenerla
y sufrir, sufrirte.
Acéptate,
tal y como eres,
hazme caso,
que yo también lo sé,
duele.

Anoche
decidí
que solo a mí
me corresponde
el sendero 
hasta tu piel,
los tropiezos
y los baches,
levantarte
y no dejarte
jamás
caer.

12 de febrero de 2015

¿Vienes?

¿Y si vienes
y me partes
en dos el alma?
Luego dejaré
que te marches,
lo prometo.
No habrá excusas
ni medias tintas,
versos incompletos
ni estrellas fugaces.

¿Y si vienes
y reabres heridas
que nunca supiste
cerrarme?
Luego podrás
irte sin mirar atrás,
como siempre.
No miraré tu sombra,
ni te perseguiré
con la mente,
aunque me sepa
tus senderos
y haya estado
en todos
tus rincones.

¿Y si vienes
y me salvas
de nosotros?
Luego seré
yo quien tenga
valor para echarte,
aunque no me creas.
No morderé
otra vez tu cintura,
ni calmaré mi sed
con tu mirada.
No habrá treguas,
ni sonrisas partidas.

¿Y si vienes
y jugamos
a que no te has ido?

5 de febrero de 2015

Paso a paso

La vida pasa,
y pesa,
dejando huella,
marcando ritmos,
vitales y finales,
dejándonos
huérfanos de amor,
buscadores de alegría,
plumas mojadas
incapaces de escribir
una sola línea más.

La vida pasa,
por nosotros,
y nos vive
con el sabor
agridulce
del que sabe
que se irá
ahora
que ha llegado.

La vida pasa,
enmascarada,
mientras se distrae
viéndonos jugar
a descubrir
su verdadero rostro.
Ilusos nosotros
que creemos
descubrirla
en los momentos
intensos
de nuestra
tragicomedia.

La vida pasa,
entre nuestros dedos,
y no podemos
atraparla,
salvo con un beso.
Nunca una ausencia,
como es la vida,
tuvo tanta fuerza
para mantenernos
inmersos
en su vorágine.

La vida pasa,
y yo no sé
si la contemplo
o es ella
quien me mira,
sentada en su sofá,
comentando
con sus amigas
cada uno de mis tropiezos.
Quizá les divierta ver
que empiezo nuevo camino,
con más lugares
donde tropezar,
o quizá lloren por mí
ahora que tú no estás.

3 de febrero de 2015

Cáscaras de otoño

Siempre,
a donde quiera
que he ido,
te he llevado
dentro de mí,
has viajado conmigo.
Pero hoy llueves
y no encuentro
rincones en mí
para guarecerme
de la soledad
y de tu falta
de compañía.
Tus besos
ya no pueden
secarme
los miedos.

Entonces,
miro hacia dentro
y veo cómo vas
desapareciendo
entre mis recuerdos,
cómo te escurres
entre mis pausas
al hablar
para que mis palabras
no logren capturarte.

Sumemos,
como aliciente
en esta persecución
de suicidas,
que conoces
mejor que yo
la cartografía
de mis incertidumbres,
que siempre
fuiste faro
en mis noches
de náufrago,
y ahora juegas
a deslumbrarme
con tu luz,
a perderme
en mí mismo
con tus reflejos.

Por ello,
creo alcanzarte
en cada giro
que me da la vida,
pero no estás,
y creo encontrarte
en ese peldaño,
punto de no retorno,
donde me convenzo
de seguir
doblando esquinas
en las que todavía
no se haya borrado
tu nombre.