17 de febrero de 2014

Nuevos retos

                 La abulia y la apatía se están apoderando poco a poco de nuestra cotidianeidad, haciendo las veces de ineficiente timón al mando de un barco, sin causa ni rumbo, que tiene la batalla perdida ante una tempestad inconmovible. El problema reside, entonces, en cómo hacernos cargo de los inesperados envites que nos ofrece la vida, de los fortuitos golpes que nos asesta inesperadamente. Uno de ellos, no sé si el mayor, viene hacia nosotros cuando nos ocupamos de dar respuesta a la necesidad de desarrollar un proyecto propio que nos sirva de cauce, de escoger el camino que queremos recorrer. Y digo “queremos” en lugar de “debemos”, craso error sería dejar que eligiesen por nosotros.

                Especialmente ahora, aunque lo arrastramos desde ya tiempo, las generaciones presentes y venideras deben ocuparse de la ardua labor de dar un sentido a su existencia de un modo peculiar, nuevo, único. Los esquemas tradicionales han dejado de servirnos, no podemos aplicarlos a nuestros problemas, al menos no todos. Los modelos de vida, las rutas que siempre llevaron a las metas que otros pusieron ahí por nosotros, no nos son útiles, llevan a despeñaderos, acantilados de soledad y desesperación. Ya no vale con el típico “estudia una carrera para conseguir un trabajo, poder construir una familia y ser feliz”; es solo un ejemplo, aunque significativo. Nuestras apuestas se resquebrajan y caen en saco roto si pretendemos aplicar planos antiguos sobre el abrupto relieve de nuestro presente. Nos percatamos entonces de que lo aprendido, lo que tanto se han esforzado en enseñarnos, indiferentemente del éxito conseguido, quizá no sirva para mucho.

                Es el momento de crear nuevos senderos, de explorar paisajes inhóspitos, llenos de oportunidades a la espera de ser atrapadas. La selva se nos dibuja como un horizonte repleto de impensadas maneras de concebir las relaciones personales, sentimentales, el trabajo, el dinero, el tiempo, la vida, la felicidad… Somos libres de escoger la que queremos y, es más, tenemos plena autonomía para crear nuevas posibilidades, alternativas que serán jugosas únicamente ante nuestra mirada. Tenemos un poder inusitado para crear nuevos moldes, o para destruirlos todos; nos hallamos ante una baraja de oportunidades en la que ninguna carta aparece como más suculenta ni garante de felicidad, pues quizá esta se descubra solamente en el hecho de que sea elección propia. ¿De dónde sale tanto poder, qué nos diferencia de generaciones pasadas? Acaso que no se espere ya nada de nosotros, que nos hayan dado por perdidos.


                Sin embargo, todo tiene un coste, y el precio de esta libertad ante la que nos encontramos es la angustia e inseguridad que suponen hacerse cargo de ella. Este es nuestro reto, diferente a los que se enfrentaron nuestros padres y abuelos. Permítaseme hacer hincapié, diferente, ni peor ni menos costoso que otros anteriores. Por ello, ruego que nadie nos menosprecie porque nuestra labor se les presente como tarea de sencillo desempeño, que nadie piense que cualquier tiempo pasado fue más duro; las situaciones conflictivas son otras, no creamos poder cuantificarlas para una posterior comparación en la que nosotros siempre perdamos. Ahora bien, ¿quién reunirá el valor suficiente para cargar y convivir con  el desasosiego, la desazón y la intranquilidad que conlleva la libertad? ¿Quién trazará su propio camino en el lienzo blanco que otros quieren dibujar para corregir las manchas que hicieron en los suyos? ¿Quién, finalmente, se hará responsable de su vida, construyéndola sin temor al fallo, aún a sabiendas de que el derrumbe está asegurado desde que se coloca la primera piedra?