21 de noviembre de 2016

Hacia delante

Somos insignificantes cristales de tiempo que se hacen añicos ante el frágil aletear de la vida. Somos vida que se esparce, contrae, esconde y escapa del ruido que generan nuestras mentes. Somos esas mentes incapaces de estar siquiera cerca de comprender esta existencia absurda que nos envuelve y empapa. Somos, en definitiva, ese absurdo que se esfuerza, pese a todo, en seguir hacia delante, ¿y es que acaso hay otra alternativa?

Estamos condenados, si es que acaso existe tal cosa, a convertir en ruina un futuro que hace tiempo dejó de ser esperanzador, que nos arrulla con un leve cántico de derrota y la añeja fragancia de la desilusión. Estamos ensimismados, con los ojos a medios abrir y el corazón cerrado, incapaces de sentir la menor muestra de verdadero amor, en cualquiera de las formas en que este pueda darse, o recibirse. Estamos anegados y enfangados hasta lo más hondo de nuestra contingencia con la agridulce sensación de la incertidumbre, con la pesadez de tomar decisiones ante dilemas para los que nunca estaremos preparados.

Somos vagabundos, deambulantes y soñadores, que nunca fuimos capaces de cortar las cuerdas que nos convierten en títeres, que no seremos más que el recuerdo funesto torpemente grabado en la memoria de aquellos que nos narren durante una o dos generaciones. Después, nada, por mucho que algunos digan, inventen o crean. Somos tachaduras en los márgenes de una historia que carece de argumento principal, con personajes caricaturescos y puntos suspensivos.

Foto: Antonio Bermejo
Sin embargo, pese a ello, o quizá debido a ello, nos esforzamos en crear sentido(s), construir y derruir nuestras identidades, hilar con cuidado las vivencias de nuestro frágil e incierto devenir hasta darle la forma que consideramos adecuada. Exprimimos al máximo cada insignificante alegría con la que nos topamos, tratamos de mirar hacia delante, haciendo oído sordos de los ecos del pasado que nos suplica clemencia y nos ofrece el calor de la vivencia pasada. Nos arriesgamos, a ciegas, porque no hay otro modo de enredarse con el mundo, y nos creemos capaces hacer habitables las ruinas que fueron las sobras desechadas por otros.

Volemos y pensémonos libres, sintamos, aunque solo sea por un momento, que lo efímero de nuestra breve estancia cobra sentido en la intersección con otras personas. Recreemos nuestras más profundas esperanzas, creamos que se harán realidad solo con desearlas fuertemente. Cerremos los ojos y sigamos a tientas, ya que no habrá mucha diferencia, viviendo a todo sentimiento y ningún sin remordimientos.

Vayamos, pese a todo, hacia delante, con la serena tranquilidad de que la incertidumbre nos aguarda a la vuelta de la esquina y nuestra suerte está echada: la muerte nos espera, pero hasta entonces, vivamos.