22 de diciembre de 2011

Preguntas de medianoche


  • ¿Te gustaría estar enamorada? – le pregunté, dudando todavía de lo que acabada de decirme, asegurándome de que la había oído bien.
  • Sí – afirmó sin más dilación. No le importaba lo que pudiese pensar de ella.
  • ¿Por qué? – añadí sin salir de mi asombro ante aquella repentina sinceridad.
  • Porque es una bonita sensación. Tener a alguien a quien querer y que te quiera. ¿No lo ves tú así?


                Yo no sabía cómo lo veía, la verdad es que tampoco conocía muy bien el lugar hacia el que debía dirigir la mirada. Desconocía la manera en que debía actuar a continuación, simplemente me deje llevar. Di un paso hacia delante, al que ella respondió mirándome fijamente a los ojos, sin alejarse, no tenía miedo. Mi mano salió al encuentro de la suya para comenzar a unirnos, nuestros dedos se abrazaron y el desenlace estaba tan cerca que ya empezaba a añorarlo. La besé suavemente y esperé que aquel beso le hiciese comprender mi punto de vista.

15 de diciembre de 2011

La lluvia


                 Aquellos diminutos suicidas saltaba sin pensarlo, huyendo temerosamente de su taciturna residencia. Las nubes habían dejado de ser un lugar seguro. La esperanza se apoderaba de ellos, aunque conocedores de su fatal destino, sus sueños aun no les habían abandonado. ¿Con qué sueña una gota de agua?
                Altruistas anhelos los suyos. Las hay que espera ansiosas poder contribuir a la vida, formar parte de una flor o saciar la sed de algún animal cansado. Otras, menos ambiciosas, se conforman con aportar una monótona musicalidad a la vida de un transeúnte que pasea con su paraguas, molesto porque la lluvia estropee el traje para su cena de empresa. Las más románticas suspiran impacientes antes de precipitarse al abismo, esperando empapar los rostros de aquellos jóvenes que, despreocupados por lo que está ocurriendo fuera de ellos mismos. Se niegan a poner fin al beso que supondrá la despedida. Algunas otras, intrépidas, divertidas y juguetonas, se lanzan antes de tiempo, como antesala de lo que está por venir, disfrutando de ser las primeras en poder corretear por las aceras, ahuyentando a los que pasean, aumentando la precaución de aquellos que conducen y perdiendo el miedo que tenían a la caída.
                Las inertes gotas se han apoderado de nuestra capacidad para soñar, empapándose de sueños y, cuando están repletas, nos bombardean para recordarnos lo que estamos perdiendo. Mientras, nosotros, seguimos empeñándonos en protegernos con paraguas y chubasqueros, temerosos de que realmente tengamos la potencia y capacidad suficiente para alcanzar lo que soñamos.

13 de diciembre de 2011

Los no lugares

Vivían ocultos, paseando por los no lugares que les escudaban de la burda palabrería, golpeándose con besos que amorataban sus agrietados corazones. Los no lugares que siempre les recordarían que vivieron sin haber vivido, luchando por sobrevivir abrazados ante un mundo que les inundaba superficialmente. Temerosos ante la posibilidad de ser descubiertos, soñando con los ojos bien abiertos con un futuro tan cercano que se les escapa entre las manos, ahogando sus palabras entre risas contempladas por dos miradas y una sonrisa. 

6 de diciembre de 2011

Un bonito silencio



  •            No sé… no me sale nada. En serio. – me dijo mientras notaba el nerviosismo de cada uno de los impulsos de aire con los que pronunciaba las palabras, sílaba a sílaba.
  •              Mírame. Estoy aquí. – le dije suavemente mientras tomaba sus manos entre las mías; el frío no había tenido compasión con aquellos dedos. – No temas, no va a pasar nada. No te guardes nada de lo que tengas, me gustaría que por una vez fueses sincera, no conmigo, sino contigo misma.
  •      Pero es que… – nunca había sido la mejor encontrando las palabras en los peores momentos. Era consciente de lo que estaba en juego, pero mis palabras parecían descolocarla. – ¡No puedo más!
  •       ¿Por qué? – tardé en responder, el grito me sorprendió, y ella disimuló torpemente el sobresalto que sintió al emitir aquellas palabras.
  •           Estoy cansada de esconderme del mundo. Me encanta huir contigo de todo y todos, pero no entiendo por qué sigo sin poder darte la mano cuando hay alguien cerca, por qué debemos separarnos antes de tiempo. Guardo en secreto todos los besos de despedida que aun no te he dado. Cuentos los días que nos faltan, según mis vagas aproximaciones para poder abrazarte sin temor a lo que puedan pensar de nosotros. Creo que no pido tanto… – no pudo seguir, las lágrimas le impidieron continuar, aunque ya estaba todo dicho.
  •           Tienes razón, es solo que… tengo tanto miedo a perderte que no quiero que nada salga mal. No soportaría… - no me dio tiempo a terminar la frase cuando, con un beso, hizo del silencio aquella bella sensación.

28 de septiembre de 2011

Pequeños momentos de amor


  • ¡Sigue, sigue! – gritaba. Hacía tiempo que no podía disminuir el tono de su voz.


Ella era impresionante. Después de mucho tiempo buscando, había conseguido encontrarla. Sus ojos, aquellos ojos verdes que tan fijamente le miraban en aquel momento, eran el culmen de una preciosa cara, en la que algunos pelos se pegaban debido al sudor. Comenzó a ver como aquellos tiernos labios se acercaban a su cuello, entre ellos floreció, de improvisto, aquella lengua causa de sus delirios, para humedecerlos y luego besarle dulcemente. Mientras tanto, sus caderas no disminuían el ritmo, al borde del desenfreno, mientras él le sujetaba la cintura entre sus manos.

Le encantaba contemplar aquel cuerpo desnudo, poco le importaba ya que sus medidas no se amoldasen a los patrones habituales, ella era lo que siempre había buscado, le hacía sentir especial cuando estaban en la cama. No tenía tapujos, y sus mentes echaban a volar hacia mundos de fantasías que se mezclaban, con lo que nada era imposible para ellos. Además le aportaba la conversación que tanto había deseado, preguntando siempre en los momentos adecuados, respondiendo solo a lo que debía responder y preocupándose en la justa medida por él, sabiendo que ella solamente era una parte de su vida.

Absorto y un poco perdido en sus pensamientos, le sorprendió la nueva embestida y terminó agotado, abrazándola, sintiéndola muy cerca de él, hasta el punto en que sus corazones se acompasaron, y formaron una única piel entre la que resbalaban, como jugueteando entre ellos, pequeñas gotitas de sudor.

  • Ha sido genial – le dijo besándola en la boca.

  • Me encantas – señaló ella una vez más. Poco a poco se fuer incorporando, separando su cuerpo del de él y cogiendo la ropa para marcharse, llegaba tarde.
  • Eres lo mejor que me ha pasado nunca – apuntó él, tendido en la cama mientras veía como iba vistiéndose y se dirigía hacia la puerta.

  • Te quiero – dijo finalmente ella, posando su mirada en aquel hombre que poco a poco había ido siendo imprescindible para ella.


Y esas fueron sus dos últimas palabras, al menos hasta el día siguiente, o tal vez la próxima semana. Él nunca miraba cuando se iba, no soportaba verla coger los cincuenta euros de la mesa y observar inerte como se marchaba hacia la soledad de un futuro incierto, hacia una vida que bien sabía no la habían dejado elegir. 

26 de septiembre de 2011

Jugando



Hoy he vuelto a jugar. He vuelto a imaginar las vidas de todas y cada una de esas personas con las que me he ido cruzando. He analizado de un rápido vistazo su vestimenta, prestando especial atención a aquellas peculiaridades que pudiesen servir como combustible para mi imaginación: un extravagante color de pelo, algún llamativo abalorio de mujer, los típicos calcetines blancos con zapatos o chanclas que nos ayudan a etiquetar a algunos de los viandantes como “guiris”, los colores de la ropa y el cuidado que se ha puesto a la hora de combinarlos,… A partir de estas insignificancias, que solo valen para que yo me entretenga durante un rato y pinte el mundo con mis colores, empecé a urdir la telaraña de lo que podría ser sus vidas.

Imaginé sus casas, con pasillos más o menos largos, multitud de cuadros y objetos de decoración o apenas un triste y antiguo jarrón sin flores que les regaló mamá y que ellos ponen por compromiso. Después paso al salón, centro de amenas reuniones familiares donde predomina el diálogo y la buena conversación o, por el contrario, el rutinario antro al que todos acuden durante las tres comidas del día (dos si es evitable hacerlo en el desayuno) para encender el televisor y dejar que éste acalle sus miedos, preguntas y acontecimientos de día. El baño es algo más personal, no me gusta imaginarme a la gente allí, haciendo todas esas cosas que nuestra cultura considera de mal gusto mencionar en conversaciones que podrían denominarse correctas.

Si la persona que analizo posibilita que mi mente vuele un poco más alto, gustosamente pienso  en una enorme librería ocupando  una cuarta parte al menos de su vivienda (en función de las dimensiones que mi cabeza otorgue a su casa). Poco tiempo invierto en imaginar que gustos literarios pueda tener, creo que solo me importa que pueda leer. Triste y vana ilusión la mía en mi afán por inventar vidas en las que los libros sean importantes, pues cada vez conozco a más lectores idiotas, entumecidos por las palabras e historias que narran las páginas en que se pierden y que asimilan sin la mínima actitud crítica.
Por últimos sus habitaciones, la parte más personal de una persona, uno de los múltiples espejos del alma, capaz de hacerle una seria competencia al rostro. Cuartos repletos de cuadros y fotos, dibujos de cuando era niño, cuartos con crucifijos, más por costumbre u obligación paterna que por sincera devoción, ordenadores, televisores y, sin son de personas jóvenes, un poco más desordenados, aunque desconozco por qué mi cabeza los imagina así. Con el armario no pierdo mucho tiempo, es fácil imaginar una línea de vestimenta en armonía con la que fue motor de mis juegos pueriles.

Lo voy dejando. Mi cabeza vuelve, después de un proceso que realmente no ha durado más de unos minutos, a posarse sobre mis hombros y prestar atención a quien en ese momento repite mi nombre a voces porque no le estoy atendiendo. Abandono mis ensoñaciones, mis cabilas con tanto o tan poco sentido como el que me apetezca atribuirle y regreso a la sordidez de una, casi seguramente aburrida, conversación.

23 de septiembre de 2011

Noches de verano


  •              Déjate llevar, siente como, poco a poco, el torbellino de sentimientos que guardas en lo más profundo de tu corazón va emergiendo. Estoy seguro de que puedes fascinar al mundo con todo lo que guardas. – Señaló él, invitándola una vez más a que fuese valiente.
  •            Nunca se me dio bien dar rienda suelta, salvo cuando estaba a solas o cohibida por alguna pregunta poco inocente. Soy una gran actriz, una amante de esa espontaneidad que no ha dormido jamás a mi lado, soy la que más piensa en ella; precisamente por eso, la extraño, porque sólo me pertenece a mi manera: como una gran mentira. – Contestó ella, mientras se arrancaba la uña del dedo meñique de la mano izquierda.
  •           Deja de hacer eso, vas a hacerte daño - le dijo mientras interponía sus manos entre las de ella. - ¿Por qué no dejas de actuar durante unos minutos? Me sentiría genial al poder hablar con la persona que maneja al títere que interpretas, creo que es fascinante. Te aseguro que no tienes nada que temer conmigo, no voy a utilizar lo que me permitas conocer para hacerte daño. Y aunque estas palabras suenen como esa canción que inconscientemente te has aprendido de tanto escucharla, lo digo de verdad. Puedes confiar en mí. – Desconocía el modo de hacerla ver que sentía una especial curiosidad en conocerla.
  •          Manías - respondió, intentando cortar con saliva la pequeña hemorragia. – Dirijo la función, es cierto, he inventada una forma cuestionable de mostrarme al mundo; pero sé que puedes conocerme precisamente a través de cada representación. No puedo evitarlo, desconozco el motivo. A veces pienso que ni siquiera yo sé quién hay detrás de este curioso montaje. – Dijo, aparentando la máxima sinceridad posible.
  •          Lo que te hace diferente, te hace especial –  comenzó, para hacerle ver que poca importancia tenía su manía. – ¿Y cuál es el papel que interpretas ahora, ante mí? Supongo que tendrás un amplio repertorio de personajes, con palabras calculadas, gestos medidos a la perfección, y hasta habrás logrado que tu rostro muestre la sensación que deseas transmitir. Pero no puedo evitar sentir frustración al saber que todo lo que veo no es más que el mero espejismo de una vida que inventas para sustituir a la tuya. ¿Cómo podré saber que no me estas mintiendo, que no me engañas? – Su cabeza comenzaba a dar vueltas. Otra vez aquella sensación.
  •           No te engaño – sabía que esta vez no sería fácil- porque es lo más real que puedo darte. Podría intentar salirme del papel pero me temo que no lo aguantarías, aún no he comprobado por donde se mueven tus límites; quizá me sorprendas. Mientras sigo adelante con el espectáculo iré descubriendo cuánto puedo mostrarte. – En el fondo, quizá era esta una de esas escasas ocasiones en las que darse a conocer. Una de esas oportunidades que aparecen de repente y le dejan un tiempo sumida en la eterna duda: ¿cuánto hay, en realidad, de diferente entre ella y su  alter ego  de pacotilla?-          Eternizaré la función si de conocerte se trata, asistiré a todas y cada una de tus representaciones, recrearé el mayor número de escenarios posibles con tal de ir ahondando en ti. - le contestó rápidamente, como si hubiese ensayado toda la tarde delante del espejo aquellas palabras, pero bien sabía él que desconocía su origen. Lo que no ponía en duda era aquella sensación que le recriminaría duramente si dejaba escapar la oportunidad de conocerla un poco más.
  •       Te cansarás, no te diré que como todos; pues pocos se paran a pensar en qué hay detrás de lo poco que está aún abierto al público – se estaba atropellando a sí misma, sabía que acabaría por descubrirse. – Y, si no lo haces, tendrás tiempo de bajarte en cualquier estación; no me cabe duda de que así será, pues ahondar en mí sólo va a llevarte a un viaje sin destino donde no valen nada manuales ni presuposiciones. – ¿Por qué? ¿Se puede saber por qué? Había practicado cuidadosamente cada posible adversidad, sabía salir sin problemas de casi cualquier ataque; por bondadoso que fuera. Se preguntó si no estaría en realidad invitándose ella misma a un viaje bien distinto. Hacia derroteros prácticamente desconocidos desde su más lejana inocencia.
  •           No es propio de mí el desistir en mis aventuras, por muy duras que puedan presentarse. Hace tiempo que me deshice de los viejos manuales y prejuicios, pues no hacían más que interponerse como arduas e insuperables barreras entre el mundo y yo. – Estaba convencido de que no quería bajarse. - No me bajaré en ninguna de las paradas que encuentre, por tentador que sea el paradero que me presentes o por muy cansado que esté del viaje. - Le aclaró. Notaba en su mirada, aquella que tan pocas veces lograba mantenerle, aquella que parecía capaz de acabar con el odio en el mundo, que algo se alteraba en su interior. Tenía unos ojos preciosos.
  •          ¿Y si soy yo la que decide bajar? – Abrió aún más los ojos, incluso se inclinó ligeramente hacia delante, como queriéndose mostrar tajante. – ¿Qué pasa? ¿Me vas a decir que también entonces querrías venir conmigo? ¿Seguirías en esa misma butaca, asistiendo, implacable, a mi última farsa? – No había vuelta atrás y, llegados a este punto, carecía de determinación ante los distintos caminos que se le presentaban. Aunque, sin duda, lo que más le preocupaba era su aparente desconexión; se sentía como observando la curiosa conversación desde muy lejos y no sabía qué postura se correspondía realmente con su intención.
  •          Invítame a bajar, y bajaré contigo. - Le respondió sin dejarse intimidar por aquella mirada y su repentina inclinación, que él imitó sin pensarlo, sin bajarle la mirada. Aunque era poco habitual, se sentía muy seguro de sus palabras. – Yo no tengo miedo a nada de lo que pueda encontrarme, de ninguna situación que puedas presentarme, ya te lo dije.  - continuó. – Ahora bien - dijo antes de que ella pudiese pronunciar palabra alguna - pídeme que me siente, que te deje marchar, que no quieres compañía, que me vaya, que me olvidé de todo cuanto te he dicho, y será entonces cuando... - no sabía muy bien lo que estaba diciendo, temía como podía acabar todo aquello.
  •          ¿Cuándo qué? – Alzó la voz lo más que la situación dejaba hacer. –Tú te irás sin que tenga que pedirte nada, te irás porque mañana, quizá el mes que viene, apartarás esa neblina que ahora nos envuelve y volverás a acoger lo cómodo de no tener que hacer el camino de otros -había hablado demasiado alto y detrás del árbol pudo ver cómo se encendía una luz; quedaba poco tiempo.
  •          Será entonces cuando te coja la mano y no te deje marchar, tendrás que quedarte conmigo sentada, o tendrás que llevarme contigo para continuar el viaje, a pie, o como decidas hacerlo. Quiero ver dónde termina la ruta, dónde para el tren, qué hay en la estación de final de trayecto, o el lugar donde decides pararte, quiero acompañarte hasta el final. – Notó que ella miraba algo, y él también se dio cuenta de aquella luz, pero esa casa tenía el mejor jardín para el ver las estrellas, era la primera fila de butacas hacia el paraíso del universo. Era imposible resistir la tentación de colarse para disfrutar del espectáculo que la lluvia de estrellas ofrecía aquella noche de verano. Además, siempre les había gustado el riesgo.
  •          Creo que ese supuesto viaje de dos debería contar con mi aprobación – Dijo, ya en voz baja, y mirando de nuevo sus sandalias. – Además, ¿por qué te empeñas? Al fin y al cabo tú ya conoces algo de mí, por ficticio que sea, y si hemos llegado hasta aquí es precisamente porque has visto en todo eso algo aprovechable. – ¿No podríamos quedarnos con esa parte? Puedo ofrecerte aún mucho, pero no me pidas que haga contigo una excepción. – Necesitaba autoconvencerse de que ella tampoco estaba dispuesta a concedérsela.
  • -          Mírame - le dijo tras una larga pausa, y facilitó, guiando con su mano la cabeza de ella que miraba dubitativa hacia el suelo, el encuentro de sus miradas. – Dime que no cuento con tu aprobación, que no estás dispuesta a dejar que nadie te conozca, y no podré sino desistir. Pues no emprenderé un viaje donde no soy bienvenido, por muchas ganas que pueda tener de realizarlo. ¿Por qué me empeño? Ya te dije que algo en mí no me perdonaría no hacerlo. – Tenía la impresión de haber contestado a esa pregunta anteriormente, y no podía dejar de pensar que se repetía.
  •          No vas a dejar de ponerme a prueba, ¿verdad? Está bien, – dijo, evitando esa mirada impuesta y sin tener aún muy claro, al borde de la siguiente palabra, por qué camino la llevaría- pero que conste que la decisión no ha sido más que tuya... – Y en ese momento sonó la puerta recordándole a cuántas celdas estaba rindiendo cuentas. Se incorporó, y sin dejar de mirarlo en su huida, dobló la esquina y entró por la puerta del sótano, cogió algunos folios y se sentó a esperar a que su padre cerrara la puerta de la entrada y siguiera haciendo la pertinente ronda en su búsqueda. 


                Aún seguía cohibido, sentado en el suelo, con las piernas, que abrazaban sus cansados brazos, entumidas por llevar tantas horas en esa incómoda posición. Sentía frío. Había refrescado en aquella estrellada noche de verano. Sin embargo, la Luna, que apenas permitía distinguir la constelación de la que siempre le hablaba su madre, lucía radiante, como queriendo deslumbrar al mundo y recordarle que era ella quien nunca le abandonaba en la noche, cuando más se necesita la compañía de alguien con quien llorar, algún lugar al que dirigir la mirada para pedir explicaciones. Miró el reloj, que le reprochó que era demasiado tarde, en su casa le echarían de menos. Fue más fácil emprender el camino de vuelta cuando los ladridos de aquellos perros le recordaron que allí no era bienvenido. Notó que algunas luces de los vecinos se encendían a causa del alboroto provocado por aquellos odiosos animales. Pero le tranquilizó el pensamiento de que no pasaría de convertirse en un rumor de mercado público o peluquerías, que rápidamente se esfumaría, superado por la muerte reciente de cualquiera de los habitantes ancianos de la localidad.

                Cuando el corazón le dio un respiro tras la breve, pero intensa, carrera, se percató de que aquellas palabras que ella había pronunciado, a su parecer con tanto miedo, no dejaban de martillearle el cráneo. «…la decisión no ha sido más que tuya…». ¿Acaso no estaba claudicando ella en su empeño por cerrarle las puertas de su mundo? Pensó que quizá sus palabras habían dejado una pequeña apertura por la que podría colarse. Sin embargo, él no necesitaba más que saber que ella estaba dispuesta, aunque fuese a regañadientes, a aceptarle como compañero de viaje. Ahora sí, sintió cierto temor. ¿Y si ella acertaba en sus cavilaciones anteriormente señaladas? ¿Tan duro iba a ser el camino para no poder soportarlo? Estaba convencido de que no, quizá por aquella ilusa promesa infantil en la que nos enseñan que querer es poder. Además, ¿qué más da quién tome la decisión? Lo importante es que había sido tomada, por él sí, pero de haberla tenido que esperar, la desesperación se habría apoderado por completo de su ser. Empezaba a conocerla, un poco, aunque suficiente para saber que no era chica de tomar decisiones, llevar la iniciativa le horrorizaba, ella misma acababa de reconocerlo. Pero también sabía que no se arrepentiría de dejarle adentrar un poco más en la mezcolanza de pensamientos, extraña y atrayente por igual, que guardaba recelosamente. Reconocía que era un poco cabezota, pero confiaba en que ella se hubiese dado cuenta, que se hubiese percatado de que no había en él más que la curiosidad propia de aquel a quien la vida no le ha dado los suficientes palos como para frenarle en su deseo hacia lo que le está prohibido.

                Intentó entrar en casa haciendo el menor ruido posible, lo último que ahora quería era dar explicaciones a sus padres de la tardanza en su llegada y del motivo de la misma. No soportaría un interrogatorio de mamá a aquellas horas. Subió las escaleras cuidadosamente, saltándose los peldaños que sabía que harían chirriar la madera. Era curioso, le sobrevino el olor de su casa, ese al que estamos tan acostumbrados que no lo tomamos, y se sintió tranquilizadoramente a salvo. ¿De qué? De los perros, de correr, del tiempo y, sobre todo, de ella. Sabía que sus ojos le acompañarían durante toda la noche, aquella mirada era difícil apartar, y agradecería si lograse alcanzar las cuatro horas de sueño. No se preocupó ni por abrir la cama, se desplomó en ella, importándole poco el ruido que pudiese hacer. Miró al techo, esa parte de las casas que nadie se para a decorar. Y allí, sobre el fondo blanco, su rostro fue lo último que creyó ver antes de que el sueño fuese poco a poco, y tiernamente, abrazándole.

Gracias a Pez de Ciudad, por su más que decisiva intervención en el diálogo: 

21 de septiembre de 2011

Estado aconfesional


“Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones” - Constitución Española, art. 16.3

Esto es lo que señala la Constitución Española en relación al carácter aconfesional de la nación Española. Pero, ¿por qué aconfesionalidad en lugar de laicismo? Seguramente este segundo término, laicismo, les haya causado al leerlo cierta aversión por las connotaciones negativas que generalmente se le otorgan. Sin embargo, no hay que dejarse llevar por la primera impresión, ya que el laicismo no es la vertiente negativa de la aconfesionalidad como muchos suelen creer. Se trata de una corriente de pensamiento, o ideología, que defiende la independencia del hombre, de la sociedad y del Estado de cualquier organización o confesión religiosa. Y dentro de él, existiría una alternativa negativa, que consistiría en, además de defender la independencia del Estado de la religión, en la lucha contra ella, en cualquiera de sus confesiones.

Y muchos se preguntarán, ¿y qué más da? Pues no, no da igual. En el caso de España, la aconfesionalidad se corresponde con la injusticia, derivada de que únicamente se beneficia al catolicismo, a pesar de existir diferentes confesiones religiosas en el país. Entre los beneficios que otorga la nación española a la Iglesia Católica encontramos que se le ceden delegaciones públicas para la recaudación de fondos, se les conceden instalaciones escolares públicas para difundir su doctrina y se le financia con fondos públicos. Según recoge el artículo señalado al inicio, dichas relaciones de cooperación también deberían mantenerse con el resto de confesiones, sin importar el porcentaje  de población de cada confesión, pues la justicia no es cuestión de números. Si bien es cierto que existe un Acuerdo de Cooperación del Estado español con la Comisión Islámica de España, este proporciona ningún tipo de privilegio al Islam como confesión religiosa, únicamente reconoce derechos que, bajo mi humilde opinión, pertenecen a cualquier persona o grupo social por el hecho de ser tal. Faltaría más que con el derecho de libertad religiosa y el estado aconfesional no les permitiésemos rezar en lugares que ellos decidan para ello. Y ya en un punto tan esencial como este, vemos por las noticias algún que otro conflicto en la construcción de mezquitas, pero ¿a qué nadie se quejaría si se construyese una nueva iglesia? ¿Cuál es la diferencia? Yo no veo ninguna.

Y mi pregunta es ¿por qué tenemos que costear la difusión de la doctrina o el fortalecimiento de una institución con tan grandes taras y defectos? Entre ellas la homofobia, pues va contra el matrimonio entre homosexuales, argumentando a su favor con falacias etimológicas que señalan que el matrimonio, por su raíz “mater-”, debe ser entre hombre y mujer; esperemos que no haga lo mismo mi padre con el patrimonio familiar. También ataca el derecho al aborto, lo único que hace la ley es ofrecer opciones a aquellas que quieran abortar, no obliga al aborto, solo ofrece  LIBERTAD de elegir. Y continúa con el uso del preservativo, condenando así el placer mundano y corporal (y por ello condenable para la Iglesia católica: el sexo solo para la procreación) de las relaciones sexuales y permitiendo la muerte de miles de personas a causa del SIDA. ¿Acaso no es lo mismo matar directamente, como ellos señalan en su más que debatible postura frente al aborto, que dejar que otros mueran? Y por último, acoge en su seno y da refugio a un gran número de pederastas, que serán los menos, sí, pero también condenáis al islam en función de sus minorías radicales, y os quedáis tan anchos.

AMÉN.

28 de julio de 2011

Dormir soñando

  •                 Duérmete – me susurró al oído, tan cerca como para que solamente yo pudiese escucharla. Era demasiado tarde, los demás dormían no demasiado lejos de nosotros.
  •              Abrázame – contesté sin saber muy bien por qué. Necesitaba sentirla conmigo, notar como su respiración jugueteaba con el ritmo de su corazón en una peculiar carrera en el que es imposible conocer con exactitud quién va en cabeza.
  •                  Voy – me respondió, sin fuerzas para conseguir conjugar con el abecedario ninguna palabra más. Tampoco era necesario. – Me gustaría hacerte pedacitos pequeños y guardarte en una cajita para tenerte siempre conmigo – añadió para mi sorpresa, gastando su último suspiro antes de caer dormida.
  •                       Adelante, soy todo tuyo – dije tras una leve pausa en la que asimilaba la ternura de sus palabras. Y nos quedamos dormidos mientras ella simulaba despedazarme cariñosamente con un el movimiento de su mano, que simulaba el de un cuchillo.

26 de julio de 2011

Retales de un descosido corazón

               Una vez más las lágrimas toman la curiosa forma de letras que salen de mis manos en impulsivos golpes al teclado. Lágrimas reprimidas que me recuerdan que no hay peor soledad que la de estar rodeado de gente. Había olvidado la sensación de estar vacío por dentro, de haberme desprendido de todo lo que sentía en un repentino instante en el que mi corazón se abría paso a manotazos y empujones quitando de en medio mi excesivo raciocinio. El miedo, la angustia y el desconcierto se han enzarzado en una fuerte pelea por conseguir ocupar un cuerpo desprotegido. Necesito tranquilidad, calma. Carezco de las fuerzas necesarias para erigir una nueva defensa en torno a mí, y he de reconocer, que muy a mi pesar, también me faltan ganas.

            Juego a dibujar un futuro incierto, en el que mis sueños, expectativas y peores miedos se entremezclan produciendo en mí una extraña sensación de angustia. No obstante, un tonto alivio me sobreviene cuando veo que se esfuman con la misma facilidad con la que llegaron, haciendo gala de su efímero carácter. Son demasiados interrogantes que no puedo solventar con la ligereza de un estudiantil problema matemático, no existe una única respuesta válida, quizá ni siquiera exista la posibilidad de ser respondida. El tiempo, esa sucesión de instantes, de momentos, de acontecimientos que ocurren, tal y como los definen los libros, es el único que tiene guarda todas las respuestas posibles, pero seré yo quien deba elegirlas. Forzar el cuándo sería un vano intento por correr más que el reloj, un suicidio mental en el que las manecillas del reloj irían poco a poco hundiéndose en cada poro de tu piel.

                El eterno retorno, la sensación de no salir nunca de un bucle en el que la vida parece colocarte, sin cansarse de darte las oportunidades que necesites para que hagas las cosas bien, te parece tan poco común que la vida juegue a tu favor que te asusta pensar que sea así. Y frente a él, el retorno sufrimiento, mismas preguntas, mismas cavilaciones, repetidos pensamientos que parecen rebotar en tu cabeza destrozando todo aquello que se les interponga en tu cabeza. La continua pelea entre querer y poder, los dos titánicos colosos que se enfrentan en cada una de esas noches en la que el sueño vuelve a abandonarte, y tú sigues muy bien sin saber por qué lo hace y hacia dónde se dirige. Añorada amistad la vuestra.

                Es demasiado temprano para tratar siquiera de averiguar si se trata de un paso hacia atrás o hacia delante. Por una vez, aunque debiera hacerlo con más frecuencia, me tomaré un respiro. Me decantaré por lo más cómodo y me abandonaré al sueño, pero esta vez no soñaré despierto.

9 de julio de 2011

She!

La esperanza poco a poco se alejaba, huía de mi cuerpo como otras tantas veces, cuando de repente, tras un paseo en el que mis ojos la buscaban, la encontraron de frente. Parecía algo acalorada, pero sonreía, hecho que me produjo una extraña sensación de tranquilidad. El poco viento, que calmaba aquella calurosa tarde de verano, le movía el pelo, parecía juguetear con él con una ternura y suavidad incomprensibles. Se acercaba. Sería demasiado atrevido por mi parte intentar describir una boca que dijese tanto desde el silencio, nada podía iluminar su cara como aquella sonrisa. Y con cada paso que daba hacia mí, sentía que se alejaba un poco más, que se hallaba tan distante como nunca. “Por un momento pensé que no vendrías”, pensé, pero mis palabras se ahogaron en los dos rutinarios besos de bienvenida.

Comenzamos a andar, y como un niño pequeño que mira con envidia los juguetes de los demás, no conseguía apartar la vista de su silueta. Contoneaba su cuerpo al ritmo de sus propios pasos, engarzando armoniosamente unas sintonías con otras. Me sentía tan próximamente lejano a ella que empezaba a dolerme, pero no sabía cómo decírselo, no podía hacerlo.

Mientras dudada acerca de qué hacer, desistí, me abandoné a la facilidad de no hacer nada, a la soledad de volver a sentirme un número primo.

6 de julio de 2011

La soledad de los números primos

"Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos. Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos mas separados entre sí. Son números  solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, como perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes, y que por alguna razón no podían. Esto último lo pensaba sobre todo por la noche, en ese estado previo al sueño en que la mente produce mil imágenes caóticas y es demasiado débil para engañarse a sí misma."

La soledad de los números primos
Paolo Giordano

16 de junio de 2011

Al sistema educativo le falta la educación

                Queridos maestros y profesores:

                 Muchas gracias. Gracias por haberme enseñado tanto durante todos estos años. Acabé mis años de enseñanza primaria y secundaria satisfecho con mi trabajo y mi esfuerzo, deseoso de empezar una nueva etapa académica, con ganas de comerme el mundo. Gracias a vosotros me enfrentaba al mundo con conocimientos de física, química, historia, biología, economía, matemáticas, algunas nociones básicas de música y arte,… Pero se les olvidó una cosa, no me enseñaron que el conocimiento falla, resulta que todas las nociones aprendidas no eran del todo correctas. Me ayudaron a conocer, a saber cómo funciona el mundo, llenaron mi cabeza de contenidos, útiles todos ellos, no lo dudo, pero descuidaron otras muchas facetas de mi educación. Ha llegado el momento de demostrar todo lo que sé, todo lo aprendido, y no sé cómo hacerlo. ¿Cómo encajo todo lo aprendido en un sistema global de conocimiento al que tenga un acceso rápido y sencillo?

                Descuidaron enseñarme a conocer el modo en que conocemos y aprendemos, descuidaron mostrarme que el ser humano es una unidad compleja donde conviven multitud de disciplinas interrelacionadas. No me enseñaron a indignarme, a reconocer cuando me están engañando, no sé por dónde empezar a solucionar mis problemas, porque los problemas importantes carecen de fórmulas a la que podamos recurrir. No me enseñaron a comprender los contenidos que aprendía, descuidaron enseñarme una posición crítica desde la que evaluar los nuevos contenidos que llegaran a mí.

                Los contenidos se me irán olvidando, lo que no se olvidaría es el proceso de aprendizaje que nunca me enseñaron. Siempre me pregunté el porqué de cada una de las cosas que íbamos aprendiendo, pero nunca me las justificaron. No me enseñaron que debemos luchar por nuestros ideales, que es legítimo indignarse cuando atentan contra nuestros derechos y que debemos protestar por ello.

                Es cierto que siempre fui un hiperactivo alumno, que no sabía más que golpear rítmicamente las sillas y mesas con aquello que tenía a mano. Reconozco que no aguantaba quieto más de cinco minutos en la misma posición. Pero les culpo por no motivar en mí la creatividad, por reprimir toda esa energía que llevaba dentro, por no ayudarme a canalizarla, quizá habría sido un excelente batería o un reputado bailarín, pero esas opciones no se contemplan por no encajar dentro de lo que se enseña en las escuelas. Mataron mi ilusión, me obligaron a escoger un camino, con una amplia gama de opciones, pero cerraron por mí puertas que yo desconocía.

                Pero no les puedo culpar por encontrarnos en un país donde la educación no se toma como algo importante, parece que es la ley de la oferta y la demanda la que guía un sistema educativo en la es otro aspecto más para conseguir votos en unas elecciones llenas de promesas y esperanzas. El sistema educativo debería ser un ente independencia del partido político que gobernase. Y es que, al sistema educativo le falta la educación.

                Anónimo.

31 de mayo de 2011

Y si te duele el corazón...

  • ¿Por qué lloras? – me preguntó con el gesto torcido.
  • No estoy llorando – respondí mientras mi mano se aseguraba de que ninguna gota hubiese empezado a resbalar por mi mejilla.
  • Ya sé que tus ojos no han empezado a llorar, pero no hablaba con ellos.
  • ¿Entonces? – dije algo contrariado por aquellas enigmáticas palabras.
  • Hablaba con tu corazón. Siempre podrás evitar, contener, las lágrimas, aprisionarlas bajo los párpados, suplicarles que no se dejen caer, que no muestren a los demás cómo te encuentras. ¿Pero cómo disminuyes el acelerado ritmo de un corazón dolorido que a voces suplica ser escuchado?
  • ¿Cómo puedes oírlo? – le pregunté, asustado por lo que podría contestarme.
  • La cuestión es por qué tú no puedes hacerlo. Has dejado que las voz de tu conciencia se imponga a la de tu corazón, reprimiéndola, relegándola a lo más profundo de tu interior, al lugar donde ni tú te atreves a visitar. Has vuelto a hacer oídos sordos a la cálida voz de un herido corazón que llora por ti, que te suplica que explotes para poder sacar todo la carga que él está soportando. Has renunciado a ser tú mismo para convertirte en aquello que los demás esperan de ti y que siempre odiaste. ¿A qué esperas para darte cuenta? –. Una pregunta que impactó en mí, haciendo que mi interior se descompusiese en millones de milimétricos  fragmentos que sabía que sería imposible recomponer en su totalidad. En ese mismo instante me di cuenta de que jamás volvería a ser el mismo.
  • Pero… yo… no todo es culpa mía… esto me ha superado… ya no puedo más… – apenas yo lograba entender algo de lo que decía. La mayoría de lo que siguió carece de coherencia alguna, solo sé que me era imposible retener por más tiempo las lágrimas bajo mis párpados, estallaron en una incontenible lluvia salitre que inundo tanto mi cara como mi corazón.

30 de mayo de 2011

Un día más es un día menos

Y el niño, porque al fin y al cabo eso es lo que es, se marcha a la cama, agotado de un día tan normal como otro cualquiera. Quizá el cansancio se deba a la monotonía, o a la impotencia frente a un trabajo que siempre le ha apasionado, supongo que será uno de esos días tontos. Necesita recuperar la ilusión, pero ha olvidado donde buscarla. Antes sabía perfectamente a qué acudir para recargar fuerzas, para recobrar las ganas de ser y hacer. Tras un vano intento de adormecerse bajo la reconfortante sinfonía de una canción de jazz, ha decidido que lo mejor por hoy será irse a dormir. Mañana será otro día.

28 de mayo de 2011

Siendo uno mismo

  • Como sigas así, un día te lloro en directo – me dijo conmovida, mientras sus párpados impedían, a duras penas, que una nueva lágrima volviese a deslizarse por su mejilla.
  • Estoy aquí para lo que quieras. Lo sabes – me sinceré una vez más –. Te he dicho ya varias veces que seré el pañuelo perfecto para tu llanto. Después, cuando hayas parado, me transformaré en la más suave de las mantas para arroparte. Una vez hayas recibido el calor que necesitas, volveré a ser yo, para susurrarte al oído unas cuantas historietas graciosas, que me atribuiré con el fin de conseguir que sonrías.
  • Eres demasiado bueno conmigo – respondió. Atribuyéndome una bondad que nunca he merecido.
  • Te equivocas – contesté para ganar tiempo mientras pensaba algo que pudiese hacer que me besara –. He causado demasiado daño a gente que no se lo merecía – continué, poniendo de manifiesto que había perdido la batalla por el beso.
  • No me importa, a mí consigues hacerme feliz. Pero no comprendo por qué lo haces, no me lo merezco – arguyó estúpidamente, haciendo gala de esa humildad que tanto me gustaba. Titubeaba con la pregunta, sabía que yo, a veces, me mostraba reacio a responderlas.
  • ¿Realmente quieres saber el motivo? – pregunté, siendo plenamente conocedor de la respuesta.
  • Sí – dijo, mientras me sonreía.
  • El único motivo eres tú. Tú me haces ser así, sacas lo mejor de mí. Eres el motivo por el que levantarme de la cama cada día, aun cuando la lluvia se encarga de poner una tenue luz al mundo. Eres mis ganas, mis fuerzas, mi razón de ser. Estando contigo, soy más yo que nunca. Estando contigo, eres más mía que nunca – intenté responder con una cada vez más apagada voz. Y, esta vez sí, aunque sin esperarlo, me besó.

27 de mayo de 2011

Desnúdate

  • Desnúdate – le dije, dejándome llevar por una desconocida valentía. La tenue luz del pasillo solamente de dejaba atisbar sus rasgos definitorios, mientras mis manos dibujaban su figura al ritmo que dictaban las curvas de su cuerpo.
  • No me esperaba esto así, pero está bien – me contestó con una temerosa voz, mientras incorporaba de la cama y dejaba su torso al descubierto con una elegancia que nunca antes había visto en una mujer.
  • ¡Pero qué haces! – repliqué con un torcido gesto que instantáneamente se calcó en su cara – Yo no he dicho que te quitases la ropa.
  • Acabas de decirme que me desnude, ¿qué pretendes sino que haga? – me respondió, dejando claramente ver que el problema provenía de mi persona.
  • Quería que te desnudases, que te agarrases fuertemente a la confianza que siempre te he ofrecido y a la que nunca has querido ni ver, para que fueses quitando, poco a poco, cada uno de los miedos que ves reflejados en mí. Quiero que me muestres tus sueños, aquello que ansías, por lo que pelearías hasta desfallecer. Deseo que me cuentes lo que te quita el sueño por las noches, lo que realmente temes, para poder abrazarte cuando más lo necesites. Quiero que seas capaz de hacerme ver el mundo por tus ojos, que me enseñes a fijarme en aquello que evita mi atención. Quiero que te desnudes para mí, no que dejes tu cuerpo al desnudo. Necesito saber qué te hace reír, qué llorar, por qué cosas dejarías todo lo que tienes, cerrarías los ojos y te lanzarías al abismo sin paracaídas. Deseo vencer tus defensas, saber que escondes detrás de esa dulce mirada, conocer hasta lo más profundo de tu ser. Todo para poder hacerte realmente feliz, sin equívocos, sin problemas reales ni ficticios. ¿Qué me dices?
  • Vale – contestó inesperadamente, sorprendiéndonos a los dos – Pero, en ese caso, tendrás que ser tú quien me desnude – y me besó tiernamente, como si el mundo fuese a estallar en ese mismo instante.

20 de mayo de 2011

En el filo

En el filo de un desolado folio, frágiles palabras me susurran, tiritando, tu nombre. Ingenuas pero seguras de que la calidez del aliento al pronunciarlo compensarán que no te tenga a mi lado.

En el filo de tus manos, las mías se aferran fuertemente para no dejarte marchar, no me perdonaría abandonarte.

En el filo de tus ojos juego a adivinar tu mundo. Me entretiene pensar que puedo averiguar en qué estas pensando. Tontamente intento sumergirme en ellos, nadar en tus pensamientos, descubrir el motivo del delirio que suele apoderarse de tu mirada. Y tras un momentáneo pestañeo, me percato de que solo era yo, y me descubro mirando mi mundo reflejado en tus ojos.

En el filo de tus labios, luchando desesperadamente por no perderse entre tus dientes, mi boca improvisa una dulce y alegre danza, al son de un cada vez más acelerado corazón que marca el ritmo de los besos que nunca te di. 

En el filo de tu cuello, al borde del abismo de tu cuerpo, mi cansada cabeza se acurruca buscando protección, calma, cariño.

En el filo de la madrugada, ninguna canción consigue distraerme, me falta un buen libro que me mantenga alejado del sueño, me faltan ganas de dormir y me sobra sueño.

En el filo, rozando el delirio mi cabeza no da para más, agotada, deseando que mañana sea otro día, sin la esperanza siquiera de que sea mejor o peor, solo es necesario que hoy se acabe.

En el filo que separa la vida de la muerte, nunca tan lejos y a la vez tan cerca. Puedo sentir sus estragos, conocer los daños en las personas que sobreviven cuando alguien se les marcha. En el filo del llanto, rogándole a mis ojos que den la batalla por perdida y no resistan tan estoicamente a los sollozos de una cama que requiere mi presencia.

En el filo de Granada, al fondo mirando desde la Alhambra, se distingue un pequeñito y luminoso punto, desde donde escribo, sin mayor expectativa que la de desahogarme. ¿De qué?

En el filo de esta pregunta creo que pasaré el resto de la noche.

26 de abril de 2011

Horas de viaje, horas de autobús

Silencio, tranquilidad, calma. Asientos libres y ocupados, somnolientas personas enchufadas a sus dispositivos de música a través de unos cada vez más aparatosos auriculares. Cables por los que parece oírse la tenue voz de Morfeo llamándoles a aposentos para descansar junto a él. Lentos y dubitativos pasos hasta encontrar tu asiento, o elegir el más aislado posible.

Comienza el viaje después de que algún acalorado pasajero llegue con la lengua fuera, ansioso porque su despertador hubiese sonado diez minutos antes. Una vez en marcha solo el leve traqueteo de un motor cada vez más agotado por realizar día tras día la misma ruta. También los autobuses necesitan un cambio. Es demasiado temprano para leer o ver alguna película, así que yo también opto por dejare llevar al son de una pausada melodía hasta entrar en el único mundo donde uno puede seguir siendo lo que quiera, donde cualquier fruto de la imaginación infantil puede ser logrado, superado. Empiezo a soñar.

Y una vez más, cuando comienzas a acostumbrarte a esa aproblemática existencia, tu reloj biológico suena con más fuerza que cualquier otro dispositivo electrónico para recordarte que no debes estar muy cerca de tu destino. Renegado, cansado, y con una torcida mueca en la cara, te levantas de tu asiento y bajas del bus. Es el momento de recoger tus maletas. Y es que por pequeño que sea el viaje siempre debemos llevar con nosotros una pequeña carga.

Primera parada. Demasiado corta para salir de la estación, demasiado larga si no tienes compañía. Es el momento de desayunar. Tu estómago ha comenzado a desperezarse y solicita a gritos algo de comida. Lo de siempre, no es el momento de experimentar cuando todavía te esperan otras tres horas de autobús. Antes de irte, con un simple gesto das tu apoyo a una sociedad capitalista y pagas. Debe ser así.

Optimista porque tu destino está cerca, te diriges hacia el nuevo autobús, vives demasiado lejos como para tener uno directo. Desconocedor de cuál es tu andén buscas un lugar donde la gente espere, y lo encuentras rápidamente con una simple mirada al frente. Entonces te detienes, y si eres un poco observador podrás ver escenas que siempre se repiten.

Alguna abuelilla lleva esperando una media hora al autobús, mirando sin cesar la pantallita de información y alternando con el reloj, para comprobar con continuamente que se halla en el lugar correcto a la hora adecuada.

Padres, siempre hay algún padre para despedir a sus hijos, quienes no podrán librarse, a pesar de cualquier argucia que maquinen sus mentes, de ese abrazo y beso final antes de marcharse. No importa que estén tus amigos, tu pareja o cualquier conocido, a ellos les da igual, y a tú algún día también lo harás.

Estudiantes, mochilas, apuntes, ordenadores y auriculares que cuelgan del cuello o asomando por la camiseta. Deseosos de independencia o añorantes del calor del hogar, al fin y al cabo estudiantes, que se dirigen a la ciudad que eligieron, o les eligieron, para el transcurso de su vida académica.

Y, por último, en mayor o menor número, siempre hay algún lugar en un autobús para los enamorados. Felices si emprenden un viaje juntos; vacaciones, descanso, relax. Algo más tristes y besucones si se despiden y es uno de los dos el que marcha. Estos se susurran los últimos “te quiero”, bajo la indiscreta mirada de alguna persona falta de cariño, que les envidia de un modo particular y a la vez, desde su anonimato, se alegra realmente de que demuestren todo su cariño.

Subes al autobús de nuevo, miras el número de tu plaza y te diriges hacia ella. Descubres que está ocupada. Vuelves a observar, esta vez con mayor detenimiento, tu billete y confirmas que ese es tu asiento. Intentando ser amable, cortésmente le indicas que es tu asiento. Él, o ella, sabedor de que este momento llegaría se marcha y busca otro asiento, que tampoco es el suyo pero que está libre.

Vuelves a enfrascarte en la música, pero hay algo que se escucha por encima de ella. Voces, personas hablando en un idioma que no alcanzas a comprender, pero que por el tono te aventuras a predecir que puede ser francés, o quizá alemán, o tal vez ese inglés que tienes tan descuidado. No importa, te gusta oírlo. Antes de sumergirte de nuevo en ese idioma sin vocablos, alcanzas a escuchar un leve llanto, quizá más cercano al sollozo. Es ahí, delante de ti o a tu lado, alguien llora pegado a un móvil. Y es que hay cosas que no se dicen por teléfono.

Miras el reloj, y todavía dos horas. Alegremente piensas: “Bueno, ya queda menos de lo que llevo.” Idiota esperanza la tuya, que solo sirve para buscar un nuevo entretenimiento con el que distraerte. Echas otro vistazo, y ahora solo ves cabezas. Pelos de punta, medias melenas,  algún comienzo de calva, coletas y pocos pelos canos. Evitas mirar hacia detrás, demasiado descarado. Descubres un libro, y te alegras; la gente sigue leyendo, sea lo que sea.

Decides abandonarte al tedio y el aburrimiento mirando el paisaje. Un coche, dos coches, tres coches. Mejor fijarse en otra cosa. Juegas a buscar algún lugar donde la mano del hombre no haya llegado todavía. Allí, a lo lejos pareces divisar un verde paisaje, sin nada blanco que haga predecir una casa. Te alegras, pero solo es momentáneo, porque caes en la cuenta de que es tierra cultivada. Una pena.

Recuerdas cuando eras pequeño y jugabas con tu madre a ¡veo, veo! Esos sí eran viajes divertidos. Te viene a la cabeza la cómica imagen de todo el autobús jugando, pero la apartas rápidamente para no soltar una fuerte carcajada que haga que todas esas cabezas se vuelvan hacia ti con un serio gesto y te soliciten no muy educadamente silencio. ¡Ni que ellos nunca se hubiesen reído!

Es tiempo de leer algo hasta llegar.

Y es que seis horas de viaje dan para mucho.

25 de abril de 2011

Solo un beso...

Y poco a poco el beso fue perdiendo su condición de fortuita y azarosa situación en la que dos pares de labios de superponen físicamente, para dar paso a un torrente de indescriptibles emociones que solo los jóvenes amantes poseen y muy pocos logran conservar. Es bonito aprender a volar fuera de la imaginación y el sueño, sentir como el deseo y la pasión son los únicos combustibles que tu cuerpo necesita para entrar en un ansiado estado de ingravidez del que durante unos segundos logras disfrutar.

¿Qué mejor forma de escapar, de evadirse de la realidad que un beso? ¿Qué, sino un beso, para agradecer lo que han hecho por ti? ¿Cómo demostrar ese amor filial evitando ese cálido beso en la mejilla? ¿Por qué iba a dejar de besarte? ¿Para qué olvidar a que saben los labios de la persona a la que besas? ¿Dónde besar si no es bajo la luz de la luna? ¿Quién mejor para besar que la persona con la que acabas de discutir?

Un momento, el momento de mayor felicidad que recuerdas, instantes en los que tu vitalidad se multiplica, parones en el tiempo, que congelamos y traemos a la mente a nuestro antojo, cuando más los necesitamos.

Besos de presentación, de despedida, besos entre amigos, entre hermanos, padres, abuelos, besos que significan tanto, y besos que no significan nada. Besos dulces, amargos, besos cálidos y fríos, cercanos o distantes, … pero al fin y al cabo: BESOS.

21 de abril de 2011

Una lluvia primaveral

Una apagada lluvia primaveral azota con fuerza mi ventana y, no sé cómo, pero consigue hacerse eco en mi corazón, para recordarme que poco a poco todo se va desmoronando. El castillo de arena en el que se estaba convirtiendo mi vida comienza a debilitarse por la subida de la marea. Pausadamente, las olas van chocando contra el núcleo central de la estructura, pues las murallas hacen tiempo que cedieron ante la constancia. Mientras tanto, sigo sentado, encerrado en la torre más alta de la construcción, sin la fortaleza necesaria para luchar contra lo inevitable. La ilusión y la seguridad se fueron sin despedirse, dejando aun más solitaria a mi triste alegría, que hace ya algún tiempo que ha decidido hibernar con la esperanza de que cuando despierte las cosas hayan mejorado. Ilusa motivación la que la lleva a abandonarme ahora que tanto la necesito. ¿Quién si no va a ayudarme a ser yo? ¿Quién sino ella es la compañera de este estático viaje en el que me encuentro? Hipócrita alegría la mía, que solo deja verse cuando las dificultades saben que no podrán conmigo.

Me hallo tan desprovisto de ganas que mi indignación ante el mundo está disminuyendo a un ritmo brutal, la aplastante realidad de los hechos empieza a superar mi espíritu revolucionario que siempre ha querido enfrentarse a ellos, aunque solo fuese en cómoda utopía creada en mi mente. Me da tanto miedo perder la curiosidad, alegría y ganas de vivir de un niño… Y me niego a que me la arrebate la sociedad con la excusa de que las cosas deben ser así. El día que quiera caminar por las calles de una triste ciudad con la neutralidad de un autómata lo haré por decisión propia, seguramente motivada por la desesperación y la impotencia, pero nunca por imposición.

Necesito, quizá más que nunca, encontrar todo lo que se me ha perdido, pero desconozco por dónde empezar a buscar y, ahora mismo, tampoco dispongo de las ganas para hacerlo.

20 de abril de 2011

Tardes de primavera

Me gusta mucho mirar por la ventana estas tardes, en las que el sol dura hasta muy tarde y mi cabeza quiere alejarse, perderse entre los paisajes que mis ojos no alcanzan a contemplar. Sentirme durante al menos unos minutos libre, no pido ni siquiera un día, solo necesito que el sol caliente mis mejillas y cerrar los ojos, soñar despierto que todas mis preocupaciones desaparecen y que no soy yo quien desaparece entre ellas. Son demasiadas obligaciones y pocos derechos los que últimamente se empeñan en hacerme verme, ¿por qué nadie me dice que tengo la obligación de darme un poco más de tiempo a mí mismo? ¿Acaso no me lo merezco? Estoy cansado de no poder concederme ni un solo minuto, ando todo el día pendiente de los demás, intento siempre que puedo ayudarles a darles a sus vidas un mejor motivo por el que seguir exprimiéndolas, pero ¿quién me ayuda con la mía? Estoy harto de ser el apoyo de los demás, cuando yo me derrumbe también necesitaré unos buenos cimientos que me sostengan y me permitan reconstruirme. Y hoy, no siendo la primera vez, vuelvo a darme cuenta de que si me caigo no los tendré. Los que siempre han dicho que estarán ahí huirán despavoridos, los que mínimamente me aprecien solamente llegarán a sentir lástima por lo que me pasa y los que me quieran intentarán tirar de mí, pero cansados de que no ponga nada de mi parte acabarán por marcharse. Seguramente es esto lo que debería hacer, dejar que me ayuden, pero sé que no querré, siempre me ha gustado hacer las cosas por mí mismo, una vez más haciendo gala de orgullo y tozudez. Como si lo viese venir.

No son pocas las veces que me pregunto si la gente verá lo mismo que yo en estas cálidas tardes de primavera en las que el sol tarda tanto en ocultarse, permitiéndonos rehusar la tristeza de la noche durante algunas horas más. Al igual que las tempranas noches de invierno producen en mí un aumento de la nostalgia y me enfrían poco a poco el corazón, la suave luz que acaricia mi rostro en estas tontas tardes de abril consigue que sea un poco más optimista.

Tras estos preciosos atardeceres, un delicado manto de estrellas se extiende sobre nosotros, dejándose ver brillantes, orgullosas de hallarse tan separadas de nosotros. Felices, sabedoras de ser el perfecto escenario de los jóvenes enamorados que se susurran al oído, mientras las contemplan, que siempre habrá algo que los una, sea cual sea la distancia que los separe.

29 de marzo de 2011

Reflexiones políticas de un joven más

                Quizá sea demasiado joven y desconocedor del problema en todas sus dimensiones como para proponer soluciones y así corregir los fallos. Sin embargo no creo que mi temprana edad suponga un impedimento para saber que el problema existe. Mis veinte inviernos, ya que todavía estamos en marzo, y especialmente los dos últimos años, desde los cuales soy ciudadano con derecho a voto, me han permitido ver la oscura luz que la política desprende. Hablo de política en general sí, pues quizá los términos “izquierda” y “derecha”, al menos en sus dos partidos políticos con mayores partidarios, no sean más que dos maneras de referirse a lo mismo. Pero bueno, es un tema del que no poseo el suficiente conocimiento como para embarcarme en él, seguramente el naufragio sería el final más previsible.
                Recuerdo cuando recibí por primera vez en casa una carta que me animaba a participar en las elecciones europeas, mis primeras elecciones. Nervioso por lo que todo el mundo dice que supone poder votar por primera vez, sostuve el sobre entre mi manos y lo abrí, no sin un poco de miedo he de admitir. Sinceramente no recuerdo nada del contenido de aquel sobre, he de señalar, y no me importa hacerlo, que no voté en esas elecciones, luego intentaré explicarlo. Lo que sí recuerdo perfectamente es la pregunta que se me vino a la cabeza: ¿a quién voto yo? Supongo que lo más normal en estos casos es pedir ayuda a tus padres, pero no lo hice. Quizá en un optimismo que caracteriza a la juventud pensé que lo más lógico, debido a la importancia que ello suponía, era que debía llegar a una decisión propia, sin nadie que pudiese influirme, pues siendo más ajeno a la política de lo que me gustaría reconocer, me vi indefenso ante un posible discurso retórico.
                Entonces, con la observación, a veces impertinente, que creo que me caracteriza me dispuse a observar que hacían los demás jóvenes en mi situación. Con un socrático deseo de dialogar me dispuse a también a comentar el tema con estos. Descubrí, para aumento de mi decepción, que en muchos casos, no me atrevo que afirmar que fue la mayoría porque en esto de las generalizaciones uno puede salir mal parado, los jóvenes se movían danzantes al son de la mayoría, fácilmente influenciables votarían lo que se votaba en su casa o lo que “debía” votar por lo que pudiesen pensar los demás. Tonto de mí, obviamente gana en importancia lo que puedan decirme frente a lo que pueda pensar – nótese la ironía –. La ley establece que son los mayores de edad los que “gozan” del derecho a voto; yo lo veo más, pues fue mi caso, como un quebradero de cabeza si realmente se diese ardua decisión propia. Añadiré respecto a lo último señalado un matiz que me surge a raíz del pensamiento kantiano. La mayoría de edad no debe ser tomada como un estado individual que nos es concedido por el tiempo, sino más bien como un rasgo definitorio de cada individuo que obtenemos al ser poseedores de un cierto nivel intelectivo-racional. Quiero decir con esto, que debemos atribuirla a un estado de madurez mental.
                Lo que pretendo es que la gente joven se responsabilice de lo que está votando, se conciencia de su importancia sobre ello y sea plenamente consecuente con su decisión. Exigid información objetiva de los partidos políticos que se presenten a elección y no escojáis la fácil opción de que elijan por vosotros.