28 de junio de 2013

Los otros

                 Intranquilidad y apatía muestran vuestros ojos, esos que rara vez levantan sus pupilas del frío asfalto, esos que han dejado de transmitir el calor propio de las pasiones que nunca más os moverán. Gafas de sol que con frecuencia esconden inquisitivas miradas que vuelan hasta posarse sobre cada uno de los que os rodean, imaginando acaso que su vida es mucho mejor que la vuestra. Y, como todos pensamos lo mismo, nadie hace nada por cambiar lo que no le gusta de esa aciaga cotidianidad hacia la que irrevocablemente se siente empujado. ¿Para qué esforzarnos cuando es más sencillo quejarse?

                “Estamos controlados, no podemos hacer nada” dicen algunos. Pero, ¿quién nos controla, quién nos vigila? “Pues quién va a ser, el gobierno”, puedo leer en la cabeza de alguno de los que me estáis leyendo. “Esos que tienen el dinero, esos que nadie conoce pero deciden sobre nuestras vidas”, ¿en serio estáis pensando esto? Tal vez sea el momento de abandonar todas esas teorías conspiratorias que tan profundamente arraigadas se encuentran en vuestros cerebros, parasitándolos hasta la saciedad. Los hombres de negro, como os gusta llamarlos a veces, aprovechándoos de lo lúgubre y misterioso del color, de la oscuridad que éste connota, los hombres de negro, digo, no existen. No se reúnen para tomar café y jactarse de vuestras miserables vidas. Realmente no pienso que sean tales, eso es lo que creéis vosotros. Esa élite adinerada en cuyas manos está nuestro futuro no es más que un espejismo, creado, tal vez, por la falta de valores (morales, principal aunque no únicamente) que empapa a nuestras sociedades.

                ¿Alguien se acuerda de la película el Show de Truman? Sí, esa en la que toda la vida del protagonista es un gran reality show, donde todo está controlado al milímetro por los directores del programa. El escenario es una semiesfera gigantesca, infectada de cámaras situadas en lugares recónditos… ¿lo recuerdan? Bueno, es igual, piensen en Gran hermano, ¿ahora sí, no? En ambos casos, prestando un poco de atención, nos damos cuenta de una forma de control diferente a la que muchos pensáis que se da de hecho en nuestra sociedad. No existe una jerarquización del poder, no mandan los de arriba y los de abajo obedecen; no, nada es tan simple. El control, en estos ejemplos, recae sobre las cámaras de vídeo situadas por toda la estancia, que graban cada uno de los movimientos, comentarios, situaciones jocosas y problemas a los que hay que enfrentarse.

                Llamadme loco, pero creo que hay una ineludible semejanza entre las cámaras de vídeo y los ojos que mencioné al inicio del artículo. Son los otros, sus miradas siempre atentas a los actos que realizamos, esas que no pierden ni un detalle de nuestras palabras, que siempre serán usadas para perjudicarnos, son los otros, decía, los que controlan, y castigan, nuestras vidas. Estamos vigilados constantemente, las cafeterías, aulas, mercados, se han convertido en los confesionarios de la actualidad. Tenemos tan interiorizada esa falsa ilusión de libertad total, que nos olvidamos de tomar las riendas de nuestra existencia para guiarnos hacia lo poco que queda de ella. Nos hemos abandonado, ya no cuidamos de nosotros mismos, al menos, no interiormente. El cultivo de la mente ha quedado en un plano demasiado lejano para enumerarlo. Así se entiende que seamos blanco fácil de ideologías volubles, efímeras y pasajeras, que permanecen en el andén de nuestras cabezas a la espera del próximo tren que se las lleve.


                Son los otros quienes nos acusan, quienes nos delatan, quienes tienen poder real sobre nuestras vidas. Y ahora, ¿qué hacemos?

23 de junio de 2013

Que yo no valgo para esto...

Hoy se me han acabado los poemas, las miradas furtivas a unas calles que están llenas de tu ausencia, de tus carcajadas, de esos bailes tan extraños que realizas cuando andas. He dejado de inventar historias aciagas y fraudulentas que vender al mejor postor, o al sórdido lector que pierde su tiempo en este tipo de banalidades. Me he cansado de llevar una dieta pobre en libros, de contemplar apático la tan denostada pasión que emana de esas películas de amor. 

Hoy quiero correr, sentir la calidez de la vida en forma de rayo de sol sobre mis mejillas, necesito soñar, sin cesar en mi carrera, que puedo diluirme entre las partículas de polvo que el viento dispara contra mi cuerpo. Vuelvo a dejar que las letras de las canciones me desnuden, que hablen de mi vida sin haberme pedido siquiera permiso, y quedo indefenso ante la opaca mirada de mis propios ojos que ya no ven, sólo sienten.

Hoy me fundo en un abrazo interior, sin moverme, con esa memoria que suele faltarme, simplemente para recordarme que nunca estaré solo y que siempre viviré conmigo. 

9 de junio de 2013

Hoy no quiero verte

                 Hoy no quiero verte, no quiero escuchar palabras vacías de sentimientos, desisto en el empeño de reconquistarte con discursos inertes y prohibidas mentiras. Las promesas se las ha llevado el viento, les ha negado su condición de futuribles, y me ha traído, a cambio, las rotas cuerdas de un violín que no volverá a llorar ninguna nota más.

                Hoy no quiero verte, quiero negarte mis insulsos sueños y despojarte de cada uno de los besos con que te vestía. Necesito mojar mis mejillas con agua que simule la humedad de unas lágrimas nunca derramadas, necesito que comprendas que el infierno no es nada más que mi cama vacía, que soporta, a duras penas, el eco de la ausencia de tu cuerpo.


                  Hoy no quiero verte, así que ven, por favor, y apaga la luz.