23 de mayo de 2015

Fin

Y ya está.
Todo se terminó,
murió como mueren los ríos
que desembocan en el mar,
pero con la seguridad
de que no habrá agua que,
con la siguientes lluvias,
vuelva a llenar
nuestros caudales.

Te fuiste,
bueno, está bien,
te eché, es cierto,
y no hubo delicadeza,
no por falta de intentos
o de cariño,
sino porque hay silencios
que estremecen
muchos gritos
y nos dejan desnudos
ante una lágrima rota.

Me quedé quieto,
inmóvil mientras mi vida
transcurría por senderos
que me eran ajenos,
con personas desconocidas.
Terminé cansado
de ponerle tu cara
a cada uno de los transeúntes
en mis diarias vueltas a casa.

Es cierto, lo echo de menos.
Añoro no haberte conocido,
no jugar a sentirnos invulnerables,
no mirarte a alma descubierta
cuando te tumbabas en mi cama.
Es curioso que me duela
tu ausencia más que tu recuerdo,
porque la primera
es como si no fueses
ya en mi vida,
y al segundo me he terminado
acostumbrando.

Y cuando te fuiste, perdón,
cuando te eché,
me fui contigo,
porque a mí no me echó nadie,
o eso quiero creer,
y sin embargo seguía aquí,
jugando a perseguir sombras inexistentes,
sonriendo a cualquier par de ojos
que simulasen tu mirada,
¡ah, quijotesca ensoñación!

Mi vida y yo,
tú y yo,
nosotros y ellos,
los que fuimos,
los que no volverán
y por los que nadie nunca
ha derramado
una sola lágrima.
Bueno, casi nadie.

Adiós, voy a ver si me encuentro,
que ya no soy, que no me tengo,
que me pierdo en sonrisas
que no me pertenecen
y en manos polvorientas,
agrietadas por la espera
de un amor que yo no puedo dar.

Adiós, esta vez es a mí mismo,
a ese que todavía te lleva dentro,
que te arropa en un abrazo al aire
cada noche de este verano
que nos ha cogido por sorpresa,
para luego dejarte escapar
con un suspiro tullido
y unas palabras incomprensibles
a medio camino
entre un 'vuelve'
y un 'no te vayas'.

4 de mayo de 2015

Naufragio

Justo entonces empezaba a esbozarse una sonrisa en sus labios. Acababa de pulsar el 'play', la melodía se inmiscuía torpemente entre sus marchitos oídos y llegaba hasta lo más profundo de su ser, ese que parecía haberse desvanecido y que la música conseguía rescatar de lo más oscuro del abismo. A veces se animaba a bailar, me cogía la mano y me pedía por favor -siempre tan educada- que la acompañase en ese baile, y yo no podía evitar pensar en nuestro primer baile cuando éramos jóvenes.

¿Y después? Cuando las voces de los auriculares morían y su sonrisa comenzaba a marchitarse, volvíamos a ser ajenos el uno para el otro, bueno, más bien yo para ella. Su mano perdía la calidez que hacía unos segundos había alcanzado y todo volvía fundirse en negro dentro de su cabeza. Se marchaba a ese no lugar donde los recuerdos permanecían ahogados por quién sabe qué extraña razón. El olvido volvía a reinar entre nosotros, y yo, como buenamente podía, retenía las lágrimas con la confianza de volver a estar con ella en la siguiente canción.