Justo entonces empezaba a esbozarse una sonrisa en sus labios. Acababa de pulsar el 'play', la melodía se inmiscuía torpemente entre sus marchitos oídos y llegaba hasta lo más profundo de su ser, ese que parecía haberse desvanecido y que la música conseguía rescatar de lo más oscuro del abismo. A veces se animaba a bailar, me cogía la mano y me pedía por favor -siempre tan educada- que la acompañase en ese baile, y yo no podía evitar pensar en nuestro primer baile cuando éramos jóvenes.
¿Y después? Cuando las voces de los auriculares morían y su sonrisa comenzaba a marchitarse, volvíamos a ser ajenos el uno para el otro, bueno, más bien yo para ella. Su mano perdía la calidez que hacía unos segundos había alcanzado y todo volvía fundirse en negro dentro de su cabeza. Se marchaba a ese no lugar donde los recuerdos permanecían ahogados por quién sabe qué extraña razón. El olvido volvía a reinar entre nosotros, y yo, como buenamente podía, retenía las lágrimas con la confianza de volver a estar con ella en la siguiente canción.
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