28 de diciembre de 2014

Vacío(s)

¡Para! 
¡Has vuelto a hacerlo!
Dijimos que nada 
de bebernos de un trago.

No tuvimos 
la paciencia necesaria
para disfrutar 
del momento.
Nos bebimos corriendo,
sin tragos pequeños
ni remordimientos
de conciencia.
Buscamos 
llenarnos del otro,
pero quedamos
vacíos
de nosotros mismos. 

Ahora, las copas
siguen sobre la mesa,
con el regusto amargo
de lo que fuimos.
Se miran perplejas,
incapaces de asumir
que todo sucediese
en cuestión de segundos.
Ahora lloran,
por fuera,
lágrimas condensadas,
fruto del calor ausente
de nuestras manos.
El frío las ha cogido
por sorpresa. 

Nosotros nos fuimos,
cada uno por su lado,
llevándonos a cuestas
la soledad ajena.
Recipientes nómadas,
vacíos fugaces
que se volverán a llenar
con la banalidad
de cualquier amor
de pantomima. 

Confieso
que en la despedida,
mientras caminaba
adormecido
por beberte deprisa,
miré hacia atrás
un par de veces.

A día de hoy,
todavía lo hago,
me cuesta creer
que te hayas ido
y te hayas llevado
contigo
los restos del vaso,
en el que aquella noche,
te bebiste
lo que me quedaba de amor,
sus últimos retazos.

25 de diciembre de 2014

Flores de otoño

El otoño murió
tras la ventana
y, en silencio,
me dejó
el reflejo
de tus ojos
en mi espejo,
una alfombra
de hojas muertas
en el suelo,
un tapiz anaranjado,
una mortaja
de versos.
También dejó,
para el recuerdo,
una ilusión de vida
en forma de flor colorida
que se abraza con miedo
al manillar
de tu bicicleta.

Iluso de mí
intenté
lo imposible,
traté de barrer,
de una vez,
todas y cada una
de las hojas,
confiando
en que tu presencia
se iría con ellas.
Me puse
frente al reflejo
de tu mirada
y le prometí
que nunca más
volveríamos
a hacernos daño.
Regué las flores
rodeadas de metal
con mis lágrimas
secas,
tratando de darles
a ellas
la poca vida
que me dejaste.

Sin embargo,
a pesar de ello,
tus ojos
siguen mirándome
cada mañana
desde el espejo.
Las hojas
no resistieron
el soplido
del viento.
Y las flores
se han despintado
envolviendo
ahora
un manillar oxidado.

Yo, lo sé,
no tengo perdón,
pero que nadie diga
que no hice intentos
de recomponerme
el corazón.

22 de diciembre de 2014

Amor: cara A

            El amor no pierde actualidad, aunque no son pocos los que defienden su transformación en las últimas décadas. Es un hecho que nuestro modo de relacionarnos ha cambiado. Sin entrar a valorar la situación, vemos que las nuevas tecnologías y las redes sociales han posibilitado una expansión en nuestros horizontes en lo relativo a conocer gente nueva y comunicarnos con los demás. Sin centrarnos en la causa del cambio, lo que nos importan son las consecuencias, la situación y el contexto en el que nos toca desenvolvernos. Cabría afirmar que, a día de hoy, corren malos tiempos para los románticos.

            Las relaciones interpersonales son diferentes en la actualidad, ya no se caracterizan por la solidez de antaño, no sentimos la necesidad de establecer vínculos emocionales irreversibles, fijos e inamovibles en ninguno de los ámbitos de nuestra vida personal y profesional. Parece que la fluidez y la liquidez que algunos atribuyen a esta modernidad que vivimos se ha apoderado también del amor, de cómo construimos y queremos que sean nuestras relaciones amorosas. El tradicional ‘para toda la vida’ ha sido sustituido por el ‘aquí te pillo, aquí te mato’, por decirlo de alguna manera. ¿Mejor o peor? Diferente, adaptado a los cambios socioculturales que se han ido sucediendo. Lo que el amor es, o debería ser, lo dejaremos para una discusión posterior y la visión personal de cada uno; pero lo que es cierto es que esta nueva concepción permite la apertura hacia horizontes hasta ahora inexplorados, donde se plantea como todo un reto la construcción de la identidad afectivo-emocional y sexual de un modo distinto al actual.

             La identidad personal se construye ahora en un mundo multicultural y plural, que afecta también y en gran medida al amor y a las relaciones interpersonales. La ruptura de las fronteras de un pensamiento tradicional y anacrónico que rechazaba a ciertos sectores de la población por su identidad sexual, y que al mismo tiempo condenaba cualquier concepción del amor que divergiese de la suya, así como la superación de ciertos tabúes y miedos heredados generación tras generación, ha permitido que, poco a poco, tomemos consciencia de nuestra autonomía y poder real en la configuración de quién queremos ser y cómo queremos amar. Ya no aceptamos que nadie nos diga si alguien nos conviene o no, que nos marquen las pautas de nuestro comportamiento emocional/sexual. La apertura del amplio abanico de posibilidades que tenemos ante nosotros, así como el reconocimiento de que no hay un amor más verdadero que otro, nos permite desarrollarnos por el camino que queramos, haciendo posible los saltos entre las distintas alternativas en cada una de las etapas vitales y garantizando en todo momento el dominio pleno sobre nuestra vida. Somos nosotros quien debemos escoger el curso que queremos que siga nuestra vida, las riendas nos pertenecen y ahora más que nunca hemos tomado conciencia de ello.

            La pregunta ahora es: ¿a quién amar y por qué? Da un poco de miedo, ¿no?

            

12 de diciembre de 2014

Ojalá

Ojalá levantar,
remontar el vuelo,
caer al vacío
si tus brazos me esperan
y tus labios
prometen arroparme.

Y es que siento frío,
pero no es el clima,
al menos no el de fuera,
quizá el de mis adentros,
que suspiran llenando
todo mi interior de miedos.

Ahora tus caricias
me congelan las ganas,
tus miradas
me parten en dos el alma
y tus besos
ya no intentan arreglarla.

No quedará consuelo
si te marchas tras mi espalda,
no quemarán pañuelos
ni la sed podrá saciarla el agua.
Ya no florecerán susurros,
ni se marchitarán las almohadas
con los llantos en la noche
de mis dedos bajo tu falda.

Ojalá verte feliz,
sonriéndole a otros ojos,
olvidándome desnuda
con tu piel a su antojo.

Ojalá
el olvido,



3 de diciembre de 2014

Prohibida

Deberías estar prohibida
por ese modo de sentir que vistes,
con la elegancia de tus dedos
y la sonrisa de tus deseos.

Deberías estar prohibida
por esa manera que tienes
de llevarme al cielo
sin dejarme siquiera
incorporarme de la cama.

Deberían prohibir tus labios,
sobre todo cuando bajan
desde mi ombligo
y hacen volar mis sueños.

Deberías estar prohibida,
tú y todo tu cuerpo,
que empieza en tu sonrisa
y muere en mi cuello.

27 de noviembre de 2014

Esta noche

Esta noche dejo mi casa
sin haber sido capaz de mirarme al espejo,
tengo miedo de que me obligue
a enfrentarme a unos miedos
que hace tiempo dejaron de ser míos.
Llevo un abrigo
como único compañero de viaje
y juego a que me pierdo por Granada,
sin otra banda sonora
que el silencio nocturno.
Bueno, y los lances
de algunas miradas desconocidas
que se cruzan entre sí y
que dentro de unas horas
se volverán cómplices,
compartirán cama y
ahogarán sus miedos
en el beneplácito del sexo anónimo.

Esta noche salgo a pasear con tu sombra,
y mis fantasmas,
que últimamente no me los quito de encima,
ni quiero.
Es confortable poder compartir el dolor con alguien,
o algo;
tanto que parece que se desvanece en la oscuridad,
de tu recuerdo.
Aunque hoy la lucha sea a vida o muerte,
y yo sin fuerzas.

Esta noche tenía la excusa perfecta,
huir, correr, perderme, sin mirar hacia atrás,
porque tú siempre estuviste detrás, de mí,
sentada, mirándome, esperando respuestas.
Y mi alma tejida de interrogantes,
inconclusos, indefensos, mortales,
sin final definido, irresolubles.
¡Menuda mezcla! Cóctel explosivo, sí,
pero yo siempre preferí el de tus orgasmos.
Que me llenaban la vida de tranquilidad,
de calma para afrontar la fragilidad
de nuestra existencia, lo condicionado
de nuestro amor, su sinsentido,
que paradójicamente fue la razón
por la que me despertaba cada día.

Esta noche, en la que todo mi otro yo,
aquél que fui contigo, cree odiarte,
esta noche
parece que la luna
te regala las estrellas.

26 de noviembre de 2014

Mayores

                ¿Quién no ha escuchado alguna vez aquello de “tranquilo, hijo, ya lo entenderás cuando seas mayor”? Seguro que todos. Y sin embargo, poco a poco, el tiempo va pasando, vamos creciendo y las respuestas nunca aparecen solas, como es obvio. Quizá haya que esperar un poco más, ser pacientes, aunque uno empieza a intuir que probablemente no existan tales respuestas. Conforme alcanzamos la edad adulta, algo que suele ser más cuestión de años que de madurez, nos percatamos de que muchos siguen comportándose como críos. Poco difiere entre su nueva actitud y la de sus hijos, probablemente el cambio solo sea el fruto de la sublimación sociocultural de su comportamiento, que adquiere un nuevo aspecto sin diferir realmente en su contenido. Lo aclaro con un breve, y espero que ilustrativo, ejemplo: pocas son las diferencias entre la institución escolar y la empresarial. Las relaciones de poder entre los miembros de cada una obedecen a patrones similares: el ‘listillo’, el gracioso, el ‘matón’, los acosados, el ‘pelota’,… Creo que se hacen una idea y, seguramente, sean capaces de ponerle cara a cada una de estas etiquetas.  

                Los mayores, maestros de la negación, de la destrucción de la ilusión y la esperanza de los más jóvenes, soldados del ‘ser realista’ que apalean cualquier pequeño signo de optimismo, tercos y obsesionados con que la vida sólo tiene un camino, el que ellos han recorrido, el que todos tenemos que transitar. La inconsciencia del cambio, de que sus patrones ya no servirán nunca más como moldes para los nuevos materiales que somos nosotros, les empuja a tratar de modificar nuestra composición, para acercarla a la suya y que vuelvan a servir sus oxidados modelos. Y nadie nos pregunta, poco importa lo que nosotros queramos hacer con nuestras vidas, no es relevante cuál sea nuestro proyecto vital, personal y laboral, ni la ilusión que depositemos en ellos, no interesan nuestras disconformidades, nuestras protestas y aquello que soñemos y luchemos por cambiar.

                Nosotros, sin embargo, apostamos por el ‘sí’, por la apertura de nuevos horizontes que nos ayuden a crear senderos que recorrer, por hasta ahora desconocidas maneras de desarrollarnos y enfrentarnos a la realidad. Reivindicamos la expansión del amor y el sexo por encima de las barreras del género y de la cultura, luchamos por nuevas formas de gestión económica, o por la reinvención de algunas desterradas, soñamos con un modelo educativo diferente y con una democracia que ponga de relieve su carácter horizontal, por encima de la verticalidad actual. Somos amantes de la tecnología, conocedores de sus problemas y limitaciones, pero entusiastas con la posibilidad de exprimirlas al máximo para nuestro beneficio y disfrute. Sabemos de la tradición, de las costumbres, pero no vamos a limitarnos a que pase como un rodillo sobre nosotros y nuestras ideas, criticaremos sus fallos, sus irracionalidades y destruiremos sus cochambrosas paredes para que cada cual construya a su gusto los nuevos cimientos de un edificio cultural en constante movimiento y renovación.


                No cunda el pánico, somos conscientes de que serán muchos los que quieran establecer como única su manera de entender la vida, su visión del mundo, buscando que lo que ahora vemos como proyectos originales terminen anquilosándose, cogiendo polvo, convertidos en la nueva tradición, tan férrea como la antigua. Esto puede pasar, es cierto y probable quizá en un alto porcentaje, pero no por ello tienen derecho a matar nuestra ilusión, nuestros sueños y ganas por construir el futuro que nos pertenece. Así que ni se les ocurra intentarlo. Les dejo, que hay que ponerse manos a la obra.

22 de noviembre de 2014

G.

Esta noche muero por fascículos,
por palabras que se dirigen presurosas
hacia el borde del papel para saltar,
huyendo de mis lágrimas,
que bombardean el folio
sin piedad ni compromiso.

Tu recuerdo se apodera de mi memoria,
me quita trocitos de vida
con la impasibilidad del tiempo,
que nunca me tuvo en cuenta,
pues he pasado toda la vida
intentando atrapar una felicidad escurridiza,
que me hace burla desde cada rincón
de tu melancolía.

Olvidé amarte,
esconderme entre tus piernas,
que siempre fueron refugio
para mi intimidad y vergüenza.
Olvidé olvidarte,
y quedaste grabada a besos
en la intersección de nuestros cuerpos,
que se buscan a tientas
en las tardes lluviosas de invierno,
que lloran en silencio
al imaginarnos lejanos
y mirarnos ajenos.

Quizá lo único que necesitabas
era tenerme lejos,
hacer de la distancia el olvido,
en lugar de olvidar los kilómetros
y sentirnos vivos con cada mirada.

Pero esta noche, corazón,
perezco a golpe de poema,
caigo rendido ante ti,
ruego perdón a tus pupilas
y consuelo a tus palabras,
temo marcharme de este mundo
sin que sepas que te quiero,
y es que nunca te lo dije,
y es por eso que ahora muero.


2 de noviembre de 2014

El mundo y tú

El mundo está lleno de tontos,
de incompetentes y resignados,
gentes que venden su vida
al peor postor y los mayores lujos.

Confundimos la calidad con la cantidad,
creemos ser lo que tenemos,
corremos ilusos tras los sueños de otros,
perseguimos proyectos de vida ajenos
porque nos falta valor 
para construir los nuestros.

Castigamos la inteligencia con envidia,
la libertad con cadenas sociales,
publicamos nuestra intimidad
y justificamos nuestros obscenos pensamientos
bajo el lema 'es sólo mi opinión'.
Como si eso fuese suficiente.

Saltar, correr, reír, soñar,
todo ello sin motivo alguno,
quedan castigados con la burla ajena,
con la envidia camuflada en broma
de los que nunca tuvieron el valor para VIVIR.
Con todo lo que ello implica.

El mundo se hace añicos en los telediarios,
la televisión se llena de basura verbal y visual,
mientras el arte y la ciencia quedan relegados
al olvido eterno de las horas inhóspitas. 
Siempre habrá lugar para la falta de decoro
mientras sigamos sacrificando nuestra dignidad.

Y cuando todo está en llamas
y mi garganta busca explotar
para desahogar tanta sumisión e injusticia,
vienes tú 
y me salvas,
y me besas,
y me amas.

31 de octubre de 2014

Tu cuento

Érase una vez tu cuerpo,
sobre el mío, susurrándole
sus secretos lugares de placer.
Cada personaje asumió su papel,
mis manos en tu cintura,
tus brazos rodeando mi cuello,
la ropa derrumbándose,
huyendo despavorida 
de nuestra paciencia menguante.
La luna como foco,
el guión aprendido,
vestuario indecente
y maquillaje discreto.
El resto es historia,
más bien un cuento,
con final feliz entre tus piernas
y fuegos artificiales en tu pecho.
Después, el prólogo en la almohada,
desvistiendo nuestros besos
y llenándonos la piel
de caricias olvidadas.

Érase una vez yo,
soñando despierto
sobre la cama a la que 
hoy le duele tu cuerpo.

29 de octubre de 2014

Lo nuestro sería de película

Yo.
Butaca número tres de la fila sexta,
palomitas a la mitad,
pero repleto de sueños
en los que apareces,
aunque aún desconozca tu piel,
Con la angustia arañándome el pecho,
con la esperanza muerta,
y el amor en proceso de reconstrucción.
Blindado contra las falsas promesas,
resistiendo en mi torre de palabras
y sólido autoengaño,
me armo hasta los dientes
de flores que algún día pueda regalarte,
aunque nunca por San Valentín.
Sentado, te intuyo cercana,
te imagino soltera,
cansada de soledad
y borracha de espera.

Tú.
Asiento noveno desde la esquina izquierda,
el pelo rizado, la chaqueta abierta,
parece que tu corazón anhele mis labios
y tu pecho mi tristeza.
Solo una botella de agua,
sedienta de sexo,
empapada de enigmas.
La oscuridad es tu ámbito,
donde tu voz cobra fuerza,
fusilando corazones con palabras tiernas.
La imaginación siempre por bandera.

Nosotros.
Lejanos, desconocidos,
amantes imaginarios en una tarde de cine,
personajes de una griega tragedia,
destinados al desencuentro,
a la soledad compartida de una sala vacía,
al desatino del destino,
que nunca quiso enfrentarnos,
ponernos cara a cara
para poder decirnos:
'Te quiero'.

28 de octubre de 2014

Enfermos de amor y de olvido

Sus manos tocaban un cielo
de recuerdos y desastres,
los ojos mirando al suelo,
como buscando volver atrás,
como suspirando momentos felices.

En la memoria, mañanas de sexo,
tardes corroídas por el deseo
y noches de desvestirse los miedos,
de ver amanecer entre las sábanas.

En su recuerdo, el de él,
ni el más mínimo resto,
tabula rasa, página en blanco.
Solo en las historias de ella,
la pasión, los hijos,
el primero beso, el último baile.

Para el olvido,
los días de hospital,
las pruebas constantes,
el trato funesto.

De agradecer fue el apoyo,
familia y amigos
volcados en ellos,
sin faltarles de nada.

Quedará para siempre su historia,
la compañía perenne,
la comprensión incondicional,
la ayuda desinteresada.

La muerte acabará con ellos,
pero el amor los hizo eternos.

24 de octubre de 2014

Uniformes con estrellas

Los uniformes se tiñeron de rojo
aquella noche de hielo.
Las almas se desperdigaron por el suelo,
junto a los casquillos,
desapareciendo cualquier resto de esperanza.

Cada tres disparos,
una muerte,
cada sueño,
una tumba.

Madres sin sus hijos,
presente sin futuro,
pasado en forma de cadáver.
Hijos sin sus madres.

Aquellas manos suplicando auxilio
se topaban bruscamente
con espaldas enchaquetadas
que atendían otros problemas,
haciendo oídos sordos
mientras no afectase a sus carteras.

Pensé: 'Ojalá todo fuese
obra de Banksy'.
Y eché de menos sus flores,
en lugar de tantas armas,
que regalasen sonrisas,
en lugar de sortear muerte.

Parece que el destino
juega puerilmente con esa estrella.
Elegida, perseguida y aniquilada,
se convierte ahora en asesina.

23 de octubre de 2014

Invisible

Quizá algún día no me sueñes,
no sea lo primero que pienses al despertar.
Tus besos, probablemente, serán para otro,
que se llenará la boca de tu sexo.

Imagino que seré invisible
a tu mente, a tu futuro e, 
incluso,
me otorgues un papel secundario
en tu pasado. 
Dudaré, entonces,
que en algún momento 
ocupase tu presente. 

Mis ojos dejarán de reflejarse
en tu sonrisa, los tuyos, 
dejarán de servirme de guía 
cuando mis pensamientos naufraguen.

Tus caderas no serán jamás 
la cornisa desde la que vuelva
a precipitarme,
como saltando al vacío,
como sin temor a morir
en tu cuerpo.

Seré invisible, seguramente,
pero mi mayor miedo es si, 
para entonces,
habré dejado de quererte.

21 de octubre de 2014

Nuestro modo de mirarnos

Nos quisimos tanto 
que saltaban chispas de solo pensarnos,
tanto que las cometas nos envidiaban
porque fuimos capaces de volar más alto
de lo que ellas nunca pudieron soñar.

Dimos color a tus orgasmos,
sentimiento a mi meticulosa racionalidad,
pusimos orden en las diferencias,
pasión en el caos,
y aceptamos los defectos
como nuestras más preciadas 
particularidades.

Gritamos de pasión y de ira,
lloramos nuestras penas y de la risa,
nos comíamos con los ojos
para terminar aprendiéndonos con la boca.
Disfrazamos los infortunios de alegrías
y olvidamos que no nos soportábamos
con la única excusa de seguir juntos.

Me sacaste más sonrisas que de quicio,
compartiste más sueños que miedos,
deambulamos juntos más que desolados.

Nos quisimos tanto, tanto,
que a veces casi llegábamos a odiarnos.
y es que nos quisimos mucho,
sí,
pero nunca demasiado.

12 de agosto de 2014

Madrugadas

La ropa cae, 
siempre lo hace, 
creo que mis manos 
tienen el poder de ahuyentarla, 
así como tu boca tiene la fuerza 
de atracción necesaria 
para atrapar 
a la mía. 

¿El resto?
 El resto es historia.
Tu historia.

29 de junio de 2014

Por la ventana

A veces, uno no consigue diferenciar la vida de una canción que un novel cantautor imita con toda la ternura posible, que se cuela por tu ventana mientras friegas con tesón los sucios platos de la comida, buscando que no quede la más mínima huella de tu vida en ellos, y que tiene como público a unas simpáticas señoras de la casa de enfrente, que no ocultan su agradecimiento y alegría, mediante un aplauso, al recordar una bonita canción de su juventud.

Y otras veces, nos obcecamos en sacar a flote la podredumbre de nuestros semejantes,en buscar la muerte, la destrucción y la apatía en los trazados que la vida desdibuja sobre este abrupto lienzo terrestre. Tristes, desolados y empeñados en cerrar los ojos ante la luz y belleza que una sonrisa, o quizá una mirada, está dispuesta a enseñarnos.

Cada uno que se quede con lo que guste, que mire como quiera, que pierda o invierta su tiempo según su voluntad y sus necesidades; pero que todos sepan, y no consigan olvidar, que ni un sólo segundo volverá a pertenecerles, si es que alguna vez fue suyo. 

21 de mayo de 2014

Delegamos

                 Tal vez sea el miedo de hacernos cargo de nuestra propia existencia lo que nos lleva a dejar en manos ajenas el rumbo de nuestra vida, al completo, en todos y cada uno de sus ámbitos. Quizá sea por ello que delegamos, a ciegas, insensatos, importándonos poco o nada las decisiones que tomen por nosotros.

            Delegamos, en primer lugar, sin decidirlo y por obligación biológica, los primeros años de vida a nuestro padres, que intentan hacerlo lo mejor posible para que algún día podamos vivir, o sobrevivir, sin su ayuda y compañía. El problema es que muchos se conforman con el calor del hogar y la comodidad de depender de otros, trazando los senderos de su vida siempre a la búsqueda de un buen resguardo en el que cobijarse, temerosos de caminar a la intemperie. No somos conscientes del disfrute del aire chocando contra nuestras mejillas, no estamos preparados para percibir tanta belleza en la soledad que el mundo nos pone delante. La costumbre de contemplar el paisaje desde una ventana, nos has hecho olvidar que solo necesitamos un paso para sumergirnos en él.

            Obviamente aquí no termina todo, pues continuamos delegando hasta más no poder, desde la educación de nuestros hijos a una escuela cuya competencia no es ésa, hasta nuestras decisiones, de todo tipo, para que otros nos digan qué hacer, decir o, incluso, sentir. De manera que podemos perfectamente pasar de puntillas por la vida, sin hacernos cargo de nada, sin responsabilidades ni deberes, sin la presión de dar rumbo a nuestro proyecto personal de construcción de una identidad propia. Cedemos nuestro más preciado bien, la libertad, para que otros se hagan cargo de ella, estibada de lastres vacíos que mucho pesan y poco aportan.

            Incapaces de tener ideas propias, acudimos a otros para que nos digan las suyas, y lo hacemos sin pedir explicaciones. Simplemente actuamos como esponjas que se empapan del planteamiento que más les agrada, el más afín a otros gustos también inauténticos. Así, posteriormente, estaremos en disposición de defender a capa y espada, contra viento y marea, lo que nos han dicho, aún sin haberlo llegado a entender. No somos más que el eco de ideas que no nos pertenecen y, sin embargo, nos duele como una ofensa personal el que alguien las critique. Pensamos, equivocadamente, que cuando alguien ataca nuestras ideas nos está atacando a nosotros. Pero no, no somos nuestras ideas, aunque no corresponda aquí seguir con aquello que realmente nos configura.


            Delegamos, venía diciendo, la mayor parte de nuestro ser, para convertirnos en un etéreo ente, de fantasmagórica apariencia, en el que se reúnen todos y cada uno de los aspectos que hemos depositado en manos ajenas. Preferimos, en lugar de hacernos cargo de nuestra existencia del modo que realmente queremos (cosa que exige reflexión y pararse a pensar, claro), constituirnos en acciones que hicimos sin saber por qué, en palabras que no quisimos pronunciar y en emociones que nunca sentimos. La primera persona del singular está tan grabada a fuego en lo que somos, que necesitamos creer que existe ese débil y volátil espectro al que llamamos yo, aunque no tenga nada de uno mismo, para no caer derrumbados, vencidos por el temor que supondría darnos cuenta de que lo auténtico de nuestra vida consiste en crear caminos sobre el vacío abismo que constituye nuestro futuro. Somos nada, y por ello, tenemos en nuestras manos el poder de construirlo todo. 

15 de mayo de 2014

Reflejos

         El de aquella noche era un bar poco habitual en mis nocturnas borracheras de melancolía, apenas había luz suficiente para distinguir al camarero detrás de la barra, así que simplemente me dejé llevar por la voz que me acunaba dulcemente con la falta de personalidad que caracteriza las conversaciones entre desconocidos. Eran pocas las personas, tan escasas que los taburetes vacíos las superaban en número, aunque cada vez se me hacía más difícil distinguir a éstos de aquéllas. El fantasma que se refugiaba en la oscuridad, tras la trinchera de mármol, me preguntó qué iba a tomar, a lo que estuve a punto de responder que únicamente necesitaba una copa bien cargada de sueños y esperanzas, con un solo hielo, por favor, que aún no estoy preparado para que la soledad abandone mi vida. Mas, como en ningún lugar de la escueta carta me pareció haber leído tan rocambolesca mezcla, me conformé con un whiskey doble, sin hielos, por favor. Mi solicitud fue atendida con la parsimonia y apatía que tiranizan nuestro día a día, pues poco pareció importarle a mi interlocutor, que seguía secando aquel vaso de tubo con el que llevaba desde hacía ya algunos minutos, la vehemencia y descomposición en que mi rostro se hallaba.

            Me costaba comprender que no leyese en mis ojos el rastro de la muerte, que estuviese tan acostumbrado a miradas como la mía como para obviar el delito cometido. Había matado, asesinado vilmente todos y cada uno de los sueños de mi vida; la esperanza también terminó cediendo ante la fuerza que sobre su cuello ejercieron mis manos, regalándome un último aliento que la convirtió en desolación. Sería ése el motivo por el cual, lágrimas secas, imperceptibles para aquel apático camarero, se deslizaban por mis mejillas, camuflándose en la cotidianeidad de un gesto con el que me soné la nariz. Siempre fui pésimo en el arte del disimulo. De repente, un vaso pequeño rompió mis divagaciones al golpear, con un estrepitoso ruido, contra la metálica superficie en la que mis brazos descansaban, sujetando mi turbia cabeza. Los hielos fueron añadidos con tanta impersonalidad que el recipiente de vidrio se sintió ofendido, pero el whisky se esparció sin dejar espacio para una contienda entre ambos, vaso y camarero, ahogando al primero en la insignificancia de su existencia.

              Tras un primer trago, de los tres que, calculé, contendría mi nuevo amigo nocturno, y en el que mi lengua comenzó a notar los embistes de la ebriedad, me dirigí al baño, guiado por la intuición que sitúa a éste siempre en el mismo lugar, independientemente del bar que visites. Fue nula la curiosidad que desperté en los allí presentes, nadie tenía ya fuerzas para levantar la cabeza de la copa en la que ahogaba su tiempo. Aun así, nada conseguía hacer que me desprendiera de la sensación de estar siendo observado, quizá fuese la mirada de la conciencia, mi lejana conciencia perdida, que desde hacía ya tiempo no me quitaba los ojos de encima. Hay quien afirma, con una rotundidad y seguridad que por sí mismas hacen dudar de su certeza, que el peso de la intranquilidad y la culpa son insoportables. A mí, sin embargo, me gusta rebatirles con mi experiencia, pues me he acostumbrado a convivir con ellas; podría decirse, incluso, que estoy empezando a cogerles cariño, que padecería más su ausencia que el tortuoso espacio que ahora ocupan.

             Llegué hasta el típico teléfono público de todo bar que se precie, en el que el verde apenas se distinguía del azul debido al polvo acumulado, y que sirve de antesala a los rituales humanos en los servicios, ése que ya nadie utiliza porque la telefonía móvil se ha convertido en una extensión corporal para todos imprescindible; aunque más que potenciar ciertas capacidades cerebrales, parece anularlas. No pude evitar, a pesar de hallarme tan próximo a mi meta, girar la cabeza, con la estúpida esperanza de quien espera encontrar lo que durante toda una vida ha estado buscando, pero nada ni nadie parecía estar mirándome. Abrí entonces, con la falta de decisión que siempre me ha caracterizado, la puerta del baño. No esperaba el golpe recibido, aquel olor a tristeza me noqueó, provocando que avanzase hasta la taza de wáter más próxima en un estado de semiconsciencia, tambaleándome sin mayor ayuda que la de mi maltratado cuerpo. No había ido hasta allí obedeciendo a mis necesidades fisiológicas, pero necesitaba un lugar en el que sentarme y poder ocuparme de aquella nostalgia que se derramaba por todo mi cuerpo.

             Deseaba, con todas mis fuerzas, despertar de aquella realidad que me envolvía, como si se tratase de una pesadilla, haciéndome pensar que todo se desvanecería cuando fuese capaz de encontrar la menor inconsistencia, que lo convertiría todo en ilógico y, por tanto, en sueño. Me incorporé del asiento más cómodo que tuve desde hacía meses, no sin poco esfuerzo, y me dirigí, con pasos titubeantes, hacia el lavamanos más próximo. Abrí el grifo con fuerza, pues nadie se preocupa por el medio ambiente cuando la factura no tiene que pagarla él, y puse bajo el torrente de agua mis dos manos, que trataban de hacer un cuenco con el que recoger la mayor cantidad de líquido posible. Pero las gotas se escurrían entre mis dedos con la misma facilidad con que la vida desaparecía entre mis días, consiguiendo crear una sensación de arrepentimiento continuo por cada una de las horas que desperdiciaba. Asumida ya la imposibilidad de crear el recipiente perfecto, reuní el agua suficiente para enjuagarme la cara. Estaba lo suficientemente fría para hacerme sentir vivo. ¡Cómo detestaba aquella sensación! Hacía tiempo que claudiqué en el intento de componerle una oda a la vida, di por fallidos los experimentos irrealizados de convertir cada día en un verso, cada hora en una rima que guardase coherencia y melodía con la pretérita y la futura.

             Tras lavarme toscamente la cara, después de frotar con fuerza buscando borrar los errores cometidos, desistí en la labor de higienizar mi conciencia y alcé el rostro hasta verme reflejado en un espejo, situado estratégicamente para que nunca te olvides de quién eres. Estaba roto a la altura de mi mejilla derecha, parecía un balazo, y, dada la localización del bar y el tipo de gente que lo frecuentaba, no me pareció demasiado rocambolesca aquella hipótesis. Eran seis o siete los caminos que se alejaban desde el epicentro del terremoto que un día asoló la superficie de aquel espejo, abandonaron la hecatombe ocurrida, ignorantes de que la velocidad con que emprendieron la huida era directamente proporcional al daño causado. La situación descrita tuvo como resultado el fuerte encontronazo entre mis ojos y el reflejo de una cara que ya poco se parecía a la mía. Mi semblante reflejado quedó completamente desfigurado en aquel abrupto relieve, dibujando una macabra caricatura con la que nadie habría conseguido identificarme.

           ¿Quién soy?, me pregunté mientras mi garganta ahogaba vilmente otro grito de socorro, ¿cuál de esos pedazos me refleja con mayor precisión? Era la primera vez, después de mucho tiempo, en que me enfrentaba a mí mismo, aunque fuese en el último acto de una torpe parodia representada sobre un peor escenario. Cualquier fortuito encuentro con alguna imagen en la que hubiese podido identificarme era evitado u olvidado con premura, no soportaba hallarme frente a la persona que más daño me había hecho en la vida. De todos modos, dejando a un lado mi incapacidad para perdonar mis propios errores, el interrogante que acababa de presentárseme en la mente contribuyó a retomar una reflexión hacía tiempo abandonada, a saber, la identidad, propia o ajena.

              Fue entonces, al ver mi rostro partido, desfigurado en distintas piezas, cada cual con sus peculiaridades, cuando me aproximé un poco más a la solución de aquel puzzle identitario irresoluble. Me vi, abstracta y literalmente hablando, en cada una de aquellas parcelas, las identifiqué con un rasgo de mi personalidad, pero no porque los conociese, simplemente rescaté del naufragio las palabras que otros me dijeron algún día, arrastrándolas hasta mis pensamientos. Aprecié claramente que faltaban surcos en el espejo, que eran insuficientes los fragmentos con que pretendía reconstruir lo que soy, seré o fui. Y es que, quizá, lo que necesitaba realmente era que estuviese hecho añicos. Tal vez así la proximidad sería mayor.

           Sin embargo, nunca me encontré en aquellos lugares hacia los que apuntaba mi mirada, y esto me ha llevado a creer que no me hallo en ningún sitio, que deambulo torpemente por el interlineado de los libros en los que me he refugiado del dolor que no cesa de brindarme el mundo. Y es que, tal vez, no sea más que un vagabundo en el margen de la vida, de la mía incluso, que se ha alejado tanto del cuerpo central del texto como para perder el hilo argumental. Quizá no sea yo más que un cúmulo de anotaciones torpemente escritas sobre pensamientos heredados que me empeño en poseer, con tan pésima ortografía que me es imposible leerme en ellas.

            ¿Quién soy? Me repetí, más dubitativo que antes, ¿quién soy, si ni siquiera consigo encontrar una ínfima parte de mí en lo que me rodea? Y es entonces cuando deduje que no soy nada, es más, no soy nadie. Ni siquiera podía sentirme parte del cosmos como ser diminutivo que lo conforma, hubiese sido demasiado pretencioso para mí, dado el estado en que me encontraba. Llegados a ese punto, sería absurdo afirmar que abandoné mis nocturnas divagaciones de lavabo y dediqué mis pensamientos a más provechosos menesteres; diré, por tanto, que simplemente me decidí a volver a mi asiento, con la única ilusión de que los hielos no hubiesen cedido ante los calurosos embistes del alcohol.

            No fueron pocas las tentativas de abandonar tan incómodo taburete con un empujón que lo derribase, salir corriendo de aquel antro de mala muerte, huyendo de un pasado que me retiene en un constante presente, que me recuerda mi situación de heredero de un testamento que escribí inconscientemente. Pero nunca he sido hombre de impulsos, así que pedí otra copa en la que soñarme ahogado. Y es que, como decía antes, nunca encontré mi hogar en ningún lugar que no fueran sueños, propios o ajenos, escritos, narrados, recitados e incluso proyectados sobre la gran pantalla de un cine al que siempre asistía sin más compañía que mi sombra. La gran ventaja de esto es que ella también desaparecía cuando se apagaban las luces. Nunca tuve mejor amigo que el silencio.

             Quizá fue entre la sucesión del tiempo y la del whisky donde debía perderme aquella noche, pero no me gusta hablar de cosas que ocurren como por una especie de extraña necesidad, de manera irremediable, así que prefiero apuntar que ese fue el acontecimiento más probable. Lo importante es que aquel día, como los que le precedieron y los que han transcurrido hasta hoy, tampoco fue un punto de inflexión en mi vida. Ella, mi vida quiero decir, sigue siendo como esos pasatiempos de esos en los que debes unir una serie de puntos para conseguir una figura final, solo que a nadie se le ha ocurrido numerar los míos. Y aquí me hallo, tratando torpemente de trazar algunas líneas entre ellos, como si alguna vez hubiese sido dueño de mi destino, como si alguna vez me hubiese responsabilizado de una existencia que no pedí. 

10 de mayo de 2014

ColaCao

Todo acaba cayendo, 
se diluye en la sustancia adecuada, 
crea homogeneidad 
desde la diferencia, 
distingue entre presentes
 y futuros incompletos,
ahoga o quema, 
quizá a partes iguales,
atraganta 
o ayuda a pasar el mal trago,
te destruye las entrañas 
o repara la mente.

Pero no le basta 
con su impersonal soledad,
necesita del empuje externo 
y la fuerza propia,
no es nada sin la agitación interna,
sin el paulatino devenir del tiempo
que precipita sus esperanzas 
bajo la alfombra,
cristalizando sueños 
que el mundo ahogó por ti.

7 de mayo de 2014

Crecer

Quizá uno solamente consigue crecer, 
alcanzar cierto grado de madurez, 
cuando vuelve a pensar, como en la infancia, 
que un beso es capaz de arreglarlo todo.

***

(Y sólo cuando lo crea tendrá dicho efecto)

17 de febrero de 2014

Nuevos retos

                 La abulia y la apatía se están apoderando poco a poco de nuestra cotidianeidad, haciendo las veces de ineficiente timón al mando de un barco, sin causa ni rumbo, que tiene la batalla perdida ante una tempestad inconmovible. El problema reside, entonces, en cómo hacernos cargo de los inesperados envites que nos ofrece la vida, de los fortuitos golpes que nos asesta inesperadamente. Uno de ellos, no sé si el mayor, viene hacia nosotros cuando nos ocupamos de dar respuesta a la necesidad de desarrollar un proyecto propio que nos sirva de cauce, de escoger el camino que queremos recorrer. Y digo “queremos” en lugar de “debemos”, craso error sería dejar que eligiesen por nosotros.

                Especialmente ahora, aunque lo arrastramos desde ya tiempo, las generaciones presentes y venideras deben ocuparse de la ardua labor de dar un sentido a su existencia de un modo peculiar, nuevo, único. Los esquemas tradicionales han dejado de servirnos, no podemos aplicarlos a nuestros problemas, al menos no todos. Los modelos de vida, las rutas que siempre llevaron a las metas que otros pusieron ahí por nosotros, no nos son útiles, llevan a despeñaderos, acantilados de soledad y desesperación. Ya no vale con el típico “estudia una carrera para conseguir un trabajo, poder construir una familia y ser feliz”; es solo un ejemplo, aunque significativo. Nuestras apuestas se resquebrajan y caen en saco roto si pretendemos aplicar planos antiguos sobre el abrupto relieve de nuestro presente. Nos percatamos entonces de que lo aprendido, lo que tanto se han esforzado en enseñarnos, indiferentemente del éxito conseguido, quizá no sirva para mucho.

                Es el momento de crear nuevos senderos, de explorar paisajes inhóspitos, llenos de oportunidades a la espera de ser atrapadas. La selva se nos dibuja como un horizonte repleto de impensadas maneras de concebir las relaciones personales, sentimentales, el trabajo, el dinero, el tiempo, la vida, la felicidad… Somos libres de escoger la que queremos y, es más, tenemos plena autonomía para crear nuevas posibilidades, alternativas que serán jugosas únicamente ante nuestra mirada. Tenemos un poder inusitado para crear nuevos moldes, o para destruirlos todos; nos hallamos ante una baraja de oportunidades en la que ninguna carta aparece como más suculenta ni garante de felicidad, pues quizá esta se descubra solamente en el hecho de que sea elección propia. ¿De dónde sale tanto poder, qué nos diferencia de generaciones pasadas? Acaso que no se espere ya nada de nosotros, que nos hayan dado por perdidos.


                Sin embargo, todo tiene un coste, y el precio de esta libertad ante la que nos encontramos es la angustia e inseguridad que suponen hacerse cargo de ella. Este es nuestro reto, diferente a los que se enfrentaron nuestros padres y abuelos. Permítaseme hacer hincapié, diferente, ni peor ni menos costoso que otros anteriores. Por ello, ruego que nadie nos menosprecie porque nuestra labor se les presente como tarea de sencillo desempeño, que nadie piense que cualquier tiempo pasado fue más duro; las situaciones conflictivas son otras, no creamos poder cuantificarlas para una posterior comparación en la que nosotros siempre perdamos. Ahora bien, ¿quién reunirá el valor suficiente para cargar y convivir con  el desasosiego, la desazón y la intranquilidad que conlleva la libertad? ¿Quién trazará su propio camino en el lienzo blanco que otros quieren dibujar para corregir las manchas que hicieron en los suyos? ¿Quién, finalmente, se hará responsable de su vida, construyéndola sin temor al fallo, aún a sabiendas de que el derrumbe está asegurado desde que se coloca la primera piedra?

25 de enero de 2014

Curso acelerado de poesía

Unos ojos, mis ojos,
reflejando una sonrisa,
tu sonrisa.

8 de enero de 2014

¡Al ladrón!

                El sol incidía sin compasión sobre la tierra seca y el frío alzaba las armas en su defensa, estúpida batalla donde solo sobreviviría la muerta huella de sus pisadas. No eran muchos los viandantes, y bastantes menos las personas, que giraron, de repente, sus cabezas, fruto de esa curiosidad innata que durante toda la vida hemos aprendido. Los gritos de ¡Al ladrón, al ladrón! consiguieron que hasta los bancos torciesen levemente su figura en búsqueda del fugitivo, tratando en vano de prestar una ayuda para la que no fueron diseñados. Tardó en percatarse de que se hallaba en el centro de todas las miradas, le agarró con fuerza las manos y suplicó ser atrapado por el viento, confiado de que éste pudiese librarlo de la vergüenza que sentía. Había vuelto a hacerlo, se reía de él, de su miedo al ridículo, a ser el centro de algo tan insignificante como la atención de algunos desconocidos. Fue entonces cuando descubrió que sólo superaría aquel miedo si devolvía lo robado, así que la besó de nuevo.