¿Quién
no ha escuchado alguna vez aquello de “tranquilo, hijo, ya lo entenderás cuando
seas mayor”? Seguro que todos. Y sin embargo, poco a poco, el tiempo va
pasando, vamos creciendo y las respuestas nunca aparecen solas, como es obvio.
Quizá haya que esperar un poco más, ser pacientes, aunque uno empieza a intuir
que probablemente no existan tales respuestas. Conforme alcanzamos la edad
adulta, algo que suele ser más cuestión de años que de madurez, nos percatamos
de que muchos siguen comportándose como críos. Poco difiere entre su nueva
actitud y la de sus hijos, probablemente el cambio solo sea el fruto de la
sublimación sociocultural de su comportamiento, que adquiere un nuevo aspecto
sin diferir realmente en su contenido. Lo aclaro con un breve, y espero que
ilustrativo, ejemplo: pocas son las diferencias entre la institución escolar y
la empresarial. Las relaciones de poder entre los miembros de cada una obedecen
a patrones similares: el ‘listillo’, el gracioso, el ‘matón’, los acosados, el
‘pelota’,… Creo que se hacen una idea y, seguramente, sean capaces de ponerle
cara a cada una de estas etiquetas.
Los
mayores, maestros de la negación, de la destrucción de la ilusión y la
esperanza de los más jóvenes, soldados del ‘ser realista’ que apalean cualquier
pequeño signo de optimismo, tercos y obsesionados con que la vida sólo tiene un
camino, el que ellos han recorrido, el que todos tenemos que transitar. La
inconsciencia del cambio, de que sus patrones ya no servirán nunca más como
moldes para los nuevos materiales que somos nosotros, les empuja a tratar de
modificar nuestra composición, para acercarla a la suya y que vuelvan a servir
sus oxidados modelos. Y nadie nos pregunta, poco importa lo que nosotros
queramos hacer con nuestras vidas, no es relevante cuál sea nuestro proyecto
vital, personal y laboral, ni la ilusión que depositemos en ellos, no interesan
nuestras disconformidades, nuestras protestas y aquello que soñemos y luchemos
por cambiar.
Nosotros,
sin embargo, apostamos por el ‘sí’, por la apertura de nuevos horizontes que
nos ayuden a crear senderos que recorrer, por hasta ahora desconocidas maneras
de desarrollarnos y enfrentarnos a la realidad. Reivindicamos la expansión del
amor y el sexo por encima de las barreras del género y de la cultura, luchamos
por nuevas formas de gestión económica, o por la reinvención de algunas
desterradas, soñamos con un modelo educativo diferente y con una democracia que
ponga de relieve su carácter horizontal, por encima de la verticalidad actual. Somos
amantes de la tecnología, conocedores de sus problemas y limitaciones, pero
entusiastas con la posibilidad de exprimirlas al máximo para nuestro beneficio
y disfrute. Sabemos de la tradición, de las costumbres, pero no vamos a
limitarnos a que pase como un rodillo sobre nosotros y nuestras ideas,
criticaremos sus fallos, sus irracionalidades y destruiremos sus cochambrosas paredes
para que cada cual construya a su gusto los nuevos cimientos de un edificio
cultural en constante movimiento y renovación.
No
cunda el pánico, somos conscientes de que serán muchos los que quieran
establecer como única su manera de entender la vida, su visión del mundo,
buscando que lo que ahora vemos como proyectos originales terminen
anquilosándose, cogiendo polvo, convertidos en la nueva tradición, tan férrea
como la antigua. Esto puede pasar, es cierto y probable quizá en un alto
porcentaje, pero no por ello tienen derecho a matar nuestra ilusión, nuestros
sueños y ganas por construir el futuro que nos pertenece. Así que ni se les
ocurra intentarlo. Les dejo, que hay que ponerse manos a la obra.
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