26 de diciembre de 2015

Identidad

La construcción de la identidad es un trabajo arduo e incesante, una tarea sin descanso que a menudo, o más bien constantemente, te lleva a enfrentarte a personas a las que quieres, a ser continuamente puesto en cuestión, interrogado, sujeto que debe explicar incesantemente y con tesón por qué es como es, mientras que el resto, los que depositaron su identidad en las moldeadoras manos de terceros, descansa en la comodidad de una existencia banal y sin sentido. Hacerse cargo de uno mismo, de quien verdaderamente se quiere ser exige tiempo y dedicación, decisiones complicadas, momentos de soledad, quizá estos los más productivos de cara a la solidificación de cimientos previos, aunque también algunos destruyen sin compasión todo lo que hallan a su paso. Pero no todo va a estar lleno de tintes racionales, es necesario un alto componente de pasión, de fuerza y compromiso para no desfallecer ni darse por vencido. Hace falta amor, por lo que haces, por lo que sueñas poder hacer, por lo que eres y lo que luchas por llegar a ser, amor para tener paciencia y repetir(te) hasta la saciedad por qué escoger el camino elegido y no virar bruscamente para acomodarte al flujo de vidas anónimas que nadean en la existencia.


‘¿Ser o no ser?’, como se cuestionaba Hamlet y que tiene una vigencia desafiante en el proyecto identitario, porque, no se engañen, o se es de un modo auténtico en el que uno se hace cargo de la construcción de la propia identidad, o no se es y se vive en la inautenticidad, que se traduce en un no ser en absoluto. Si uno se decanta, ya que hablar de una verdadera ‘decisión’ quizá no sea lo más correcto en este caso, por ese no ser del que hablamos, se convierte irremediable e irremisiblemente en títere de la abulia y la apatía que dictatorizan los tiempos que corren, o más bien, se desplazan de tropiezo en tropiezo. Se entrega desnudo y desarmado a la tiranía de la desazón y la queja constante, se convierte en delicioso manjar para los devoradores de conciencias, en tabula rasa de aquellos que, con martillo y cincel, siguen esculpiendo ideas sobre robustas mentalidades que no pedirán explicaciones sobre el adoctrinamiento al que son sometidas.


Y por último, uno debe, y no queda otra opción, aprender a perder, a dejar atrás, a olvidar, no solo planteamientos rancios y oxidados, verdades a medias que se disfrazan de absolutas, falacias jocosas que se travisten en forma de argumentos válidos, sino también personas que un día formaron parte de tu vida pero que no fueron capaces de comprender por qué ese afán tuyo de ser tan tú y tan poco los otros. Hasta dónde llegar es cuestión de cada uno, pero es cierto que existen relaciones tóxicas que frenan la verdadera necesidad de ser que algunos logran encontrar. Desenganchémonos, por favor, porque la libertad es condición necesaria, si bien no suficiente, para poder desarrollar y vivir una existencia auténtica.

28 de noviembre de 2015

No nos enseñaron...

... que hay vidas de primera y de segunda, que todo eso de que somos iguales es algo por lo que demasiado pocos luchan y que al resto les da igual. Nos insensibilizaron y cegaron ante las muertes de aquellos que, según ellos, eran diferentes a nosotros, cuyas guerras no nos ocupaban y no eran más que el fruto de problemas que nada tenían que ver con nosotros. Así justificaron la inhumanidad de cerrar con vallas las fronteras y nos hicieron sentir orgullosos y tranquilos. Gracias a ellos, ahora, estamos a salvo.

... que existe una diferencia abismal entre caridad y solidaridad. Así, hay quien se vanagloria de ayudar, se llena de orgullo y tranquilidad realizando acciones y donaciones a aquellos que ‘lo necesitan’, incapaz de ver que la caridad, en sí misma, mantiene la desigualdad estructural al ejercerse verticalmente, de arriba abajo, del ‘afortunado’ que puede ofrecer al ‘desdichado’ que necesita ayuda. La solidaridad, sin embargo, busca erradicar desigualdades, luchando contra el sistema que las produce, buscando la desaparición de jerarquías o estamentos, con el fin de unificar e igualar posiciones. Pero seguimos pensando que el acto caritativo vale lo mismo que el solidario.

... que toda opinión no es en sí misma válida ni merecedora de respeto, que se necesitan argumentos, razones, que es necesario discutir, repensar, escuchar (que no oír), y estar dispuestos a aprender, crecer, cambiar. Nos hicieron acomodarnos en la falsa ilusión de que cualquier opinión vale lo mismo, en Occidente, claro, pues bien sabemos que algunas de las que encontramos fueran son barbarie, y no son justificables bajo ninguna óptica. También nos vendaron los ojos (y quizá el corazón), por supuesto, para no poder ver este doble juego a la hora de enjuiciar y juzgar al otro. Ahora somos incapaces de avanzar, nos faltan razones; bueno, nos sobran, pero pensamos que todas valen lo mismo.

... que también nosotros somos el resultados de nuestra educación y valores, de nuestras experiencias y decisiones, que pensamos como lo hacemos y sentimos de esta torpe manera como resultado de nuestra historia. Nos convencieron de ser autónomos, diferentes, únicos, librepensadores, de ser el fruto de esa codiciada patria europea. Nos acomodamos tanto en nuestra pecera, que ahora no podemos percatarnos de que estamos dentro, que cuando intentamos salir chocamos contra sus cristales y somos incapaces de ver y experimentar todo lo que hay fuera.

... que la libertad de expresión no vale nada si no se es libre de pensamiento. Pero nos hicieron creer que éramos libres de pensar lo que quisiésemos, que no era nuestra culpa si teníamos ideas inhumanas o tremendamente egoístas y descorazonadoras respecto a la vida y existencia de los demás (realmente, nadie las considera como tales), y por eso podíamos decir lo que quisiésemos y escudarnos, ampararnos, como de pequeños ante la presencia de nuestros padres, para decir lo primero que se nos viniese a la cabeza. De nada sirve si no podemos pensar y repensar (y pensar de nuevo si hiciese falta) de un modo verdaderamente libre de cadenas y constricciones; pero eso, siento decirles, nos costaría demasiado dentro de esta comodidad a la que nos han acostumbrado.


... a decir adiós. Fuimos educados en el arte del saludo, de la reverencia, del entrar en vidas ajenas a toda velocidad, haciendo olvidar pasados sufridos, creando futuros inciertos pero deseables, removiendo hasta lo más profundo de aquellos a los que vamos conociendo y dejar una huella, más o menos perenne, sobre sus historias. Sin embargo, nadie nos dijo que quizá, en algún indeseado momento, tocase salir, desvanecerse, desaparecer sin hacer ruido y, sobre todo, sin hacer daño innecesario.

25 de noviembre de 2015

Adiós

Hoy, cariño, me marcho contigo,
donde quiera que estés,
porque sé que me esperas,
con esa media sonrisa en la cara
y con los brazos abiertos,
haciéndome un hueco en tu pecho.
Siempre tuviste la forma perfecta
para sostener mis miedos,
nunca permitiste los besos tristes
ni los 'te quiero' por compromiso.

Me despido ahora
de eso que llaman vida,
y que no ha sido
más que una broma
de mal gusto
desde que te fuiste de mi lado.
Y es que sin ti, amor,
todo fue una torpe comedia,
una falacia repleta
de horas en balde,
de buscarte en cada rincón,
de llorarte en cada palabra.

Pero hoy, hoy estoy alegre,
vida, qué paradoja,
aún a sabiendas de que quizá
no te encuentre,
si bien ni ganas
ni esperanzas me faltan.
aún dejándolo todo,
si bien sé que lo que abandono
hace tiempo dejó de importarme,
y es que lo único
que daba sentido a esta falsa
y pútrida realidad
era la luz
que otorgabas a las cosas
con tu tierna mirada,
era tu corazón
en nuestras vidas,
sobre todo en la mía,
en el mío,
que ya no soporta
su ausencia
y se rinde al cansancio
del sinsentido
en este tramo final del viaje.

Por todo ello
dejo de luchar,
me abandono a ti,
me entrego desvalido
a la muerte,
y ya no la temo
porque me mira
con tus ojos.
Por eso morir
tiene sentido,
será como dormir
cuando lo hacía
contigo.

31 de octubre de 2015

Tormentas

Miras al cielo, aunque no sabes muy bien qué es exactamente lo que tienes ante tus ojos. Parece que se avecina tormenta, pero en el aire sigue flotando esa torpe y inocente sensación de calma que puedes incluso oler desde la distancia. Es difícil de explicar. Intuyes el sol en el horizonte, casi puedes sentir su calor sobre tus mejillas, a pesar de que no puedes verlo. Parece que sus rayos te llegan desde lejos, quizá demasiado lejos, y aún así te tocan, puedes sentirlo e, incluso, una pequeña sonrisa empieza a atisbarse en tus labios. Sin embargo, te cuesta en exceso construirla completamente, es un esfuerzo demasiado grande como para convencerte a ti mismo de que eso que estás viendo es algo positivo, hermoso y que, en algún sentido, te hará ser mejor persona. 

Se avecina una tormenta. Acabas de pensarlo. Y te lo confirman las primeras gotas frías sobre tu rostro. No quieren hacerte daño, lo sabes, pero es como si, en ese dulce choque contra tus mejillas, fuesen poco a poco recordándote que vienen tiempos difíciles, que podrás bailar sobre la lluvia todo lo que quieras y, sin embargo, la realidad seguirá empapándote con sus acontecimientos. No tienes elección. Aunque quisieras, no puedes evitar ese oscuro nubarrón que se aproxima. La verdad es que tampoco quieres. Hay algo en ese caos que te atrae irremediablmente, que te llama a gritos y no te dejará escapar por muy lejos que tengas pensado huir. No, tampoco es la primera vez que te enfrentas a una de este tipo, tienes experiencia, pero bien sabes que no valdrá de nada. No obstante, todos necesitamos sentirnos confiados y seguros en algún sentido. Al fin y al cabo, cada uno se engaña como buenamente puede, ¿no?

De repente te asustas, te sientes extraño, como un espectador ajeno al que realmente le falta algo en el escenario. ¿Dónde está? Debería aparecer, sin duda alguna, como tendiendo un puente hacia la esperanza. Nada, no lo encuentras. Descubres entonces que te enfrentas a una nueva situación, quizá, sin arcoiris, no haya tampoco salida, aunque ese ahora tampoco sea el mayor de tus problemas. A ello sumemos el viento, demasiado fuerte como para andar sin dificultad, pero no lo suficiente para ahogar tus gritos en el ruido sordo de una tempestad que no pediste, si bien, quizá en algún sentido, provocaste. 

Lo único que verdaderamente necesitas, gritar, tan al alcance de tu mano y todavía se escabulle ante la seguridad de que morir gritando no concederá más valor a tu vida.

29 de octubre de 2015

Sonrisas

Sonríe. No, no vale seguir leyendo si no lo has hecho todavía. ¿Ya? ¿De verdad? Vale, te creeré desde el pasado en que te escribo. Podría darte razones, y quizá más adelante lo haga, pero piénsalo bien, no las necesitas realmente. Hazme caso, no te hacen falta motivos para esbozar una sonrisa, me niego a aceptarlo, lo siento. Es fácil, solo intenta acercar las comisuras de tus labios a los lóbulos de tus orejas; cada uno al que tiene más cerca, no seas difícil, que podrías, en una cómica treta del infortunio, quedarte sin boca y a ver luego cómo lo haces para alimentarte. ¿Lo tienes? Bien, bien. Te dije que no sería tan difícil.

Ahora toca mantenerlo ahí, que no disminuya la longitud de esa sonrisa que tanto ha costado construir. Mira a tu alrededor. ¿Acaso no es todo lo que te rodea más bonito ahora que te recibe mientras sonríes? Estoy seguro de que lo que todo ha tomado un color diferente, un brillo especial, pero realmente nada fuera de ti ha cambiado, todo sigue igual, solo que ahora estás preparado para apreciarlo y vivirlo de un modo bien distinto. ¿Hay alguien a tu alrededor? ¿Sí? Prueba a mirar a esa persona y regálale tu nuevo gran descubrimiento, fulmínala con esa nueva arma que acabas de desenfundar. ¿Ha pasado algo? ¿Has tenido esa suerte? Ojalá que sí, que tú también hayas tenido la suerte de contagiar un poquito de esa felicidad que has logrado tan fácilmente con un poco de perseverancia cuando comenzaste a leer. Ahora has multiplicado una sonrisa, ¿no es maravilloso? Siempre pensé que un día en que conseguimos hacer que otra persona ría es un día que vale la pena.

Sonríe. No vale ponerse la excusa de que hay días, semanas, meses… en definitiva, momentos tristes y no tan buenos en nuestra vida, pero eso ya lo sabemos. Sea lo que sea, seguro que pasa mejor con una sonrisa. Hazme caso, te sentará bien. ¿Cómo? ¿Que no te sale? Vale, está bien, tampoco lo fuerces demasiado, no vayas a hacerte daño. Tal vez sea verdad eso de que lo primero que necesitas es llorar y lo único a lo que puedas llegar sea a una falsa sonrisa. Y eso, permíteme que te diga, es lo peor que puedes poner en tu rostro y ofrecer a los demás. Llora entonces, como necesitas, pero no dejes de tener en mente que lo haces solo para que luego la sonrisa brille con más fuerza y perdure en el tiempo. ¿Me lo prometes?

Siento no haberte dado razones, de verdad que lo siento, quizá las haya, seguro que si nos paramos a buscarlas podríamos encontrar alguna, igual sin que ello nos costase mucho esfuerzo. Pero hoy, simplemente, no las necesito. No es que todo sea perfecto a mi alrededor y rebose felicidad por los poros, no es que me haya convertido en el personaje de ficción de una idílica y utópica novela con final feliz (al menos eso creo), pero he decidido poner una sonrisa de aquí en adelante para hacer frente a cada uno de los días a los que me toque enfrentarme. Algo así como una rutina matutina, una especie de consecuencia lógica tras desayunar y lavarme los dientes, no sé si me explico. No sé si su eficacia será ilimitada o si, por el contrario, tiene fecha de caducidad inminente, pero no me hace ningún daño, ni a los que me rodean. Es más, es maravilloso contemplar cómo, lo que hace epidémica a una enfermedad, hace grande a las sonrisas, se contagian. 

2 de octubre de 2015

Lágrimas

Me sorprendió descubrir cómo, poco a poco, una lágrima se deslizaba lentamente sobre su mejilla. Hacía tan solo unos segundos no había nada en absoluto rompiendo la serenidad de su rostro, que se encontraba frente a mí como suplicándome la más mínima dosis de empatía y comprensión. Hablaba despacio, con una mezcla de indignación y ternura que parecería extraña a cualquier observador ajeno. Hablaba de aquella guerra que últimamente no dejaba de aparecer en los telediarios, pero lo hacía desde el interior de una humanidad que a la mayoría le resulta ajena. Su preocupación eran los niños, principalmente, quizá porque tenía dos preciosas hijas que no superaban los doce años. No se olvidaba tampoco de los adultos, pero no era difícil percatarse de que la importancia no era la misma. Supongo que esa inocencia y falta de culpabilidad comúnmente asociadas a la infancia eran todavía más palpables en sus palabras al referirse a ella.

Me sorprendió también, cuando la segunda lágrima apenas asomaba entre sus pestañas, ver que su discurso estaba completamente a salvo del lenguaje sociopolítico que empezaba a extenderse, como si de una epidemia se tratase, entre todos los estratos de la población. ¡Cuánto experto en las sombras que de repente sale para ‘iluminar’ al mundo con su sabiduría! Simplemente no necesitaba de toda aquella parafernalia en forma de palabras para mostrar el dolor que sentía, que sin lugar a dudas identificaba como suyo y que yo no me habría atrevido a cuestionar. Pensé, entonces, que quizá ese exceso de lenguaje tan de moda la perturbaba además innecesariamente, habiéndose convertido en uno de los detonantes de su tenue llanto. Pero, la verdad sea dicha, estas solo eran suposiciones mías.

Cada una de esas lágrimas causó en mí una doble sensación que nunca antes había conocido. De un lado, me sentía capaz de compartir su dolor, gota a gota, desde sus ojos a lo más profundo de su ser, una agonía que se apodera de ti y convierte en trivial cualquier otra preocupación o problema que pudieses tener previamente. Cada una de aquellas diminutas porciones de sufrimiento ajeno calaba en mí como exigiendo el derecho de quedarse para siempre. Era complicado resistirse a la extraña tentación de abrazar ese dolor que no nos pertenece pero nos interpela. Uno aprende, en esos instantes, que si se comparte duele menos, que la mejor manera de paliarlo es distribuirlo a partes iguales, en pequeñas porciones, como nos gusta hacer cuando estamos felices para contagiarlo a los demás, de manera que todos nos hagamos un poco partícipes de él. Sin embargo, en la otra cara de la moneda, como la sonrisa que regalas a quien vuelve sin haberse ido por completo, comprendí, en aquel mismo momento, que donde hay lágrima, hay esperanza. Si lloraba, y créanme que así era, significaba que todavía quedaba humanidad en algunas personas y quizá, para disgusto de muchos, la batalla no estaba perdida.


El reconocimiento de nosotros mismos en cada uno de los rostros ajenos, de todos aquellos que nos rodean, y su correspondiente trato igualitario y afectuoso, debe ser el pilar fundamental sobre el que construir una sociedad justa y una moral verdaderamente humana. 

20 de agosto de 2015

Viajar

            «Ven, hazte una foto, que va a parecer que no has estado de viaje». De ahí a mi cara de perplejidad solo hubo un paso. No pude evitar lanzar una mirada atónita, reconozco que quizá también tintada de cierta tristeza, hacia quien me dirigía aquellas palabras. Nosotros y nuestra infundada necesidad de capturar constantemente cada acontecimiento de la vida y la realidad que nos rodea. Nosotros y nuestra tan manida costumbre de llevar hasta los extremos más indeseados los grandes avances tecnológicos. Nosotros y nuestra facilidad, en definitiva, para alienarnos ante el más mínimo resquicio de cualquier actividad que se adentre en la fragilidad de una sociedad conformada por sujetos dependientes y pobres de espíritu.

            El uso del lenguaje a veces causa estragos en el significado de ciertas palabras, juega con él hasta desnudarlo por completo, hasta vaciarlo de sí mismo para convertirlo en un nuevo ente con la misma apariencia que el anterior. Es por esto que ya no se viaja, al menos no como antes, y que nadie me confunda con un nostálgico romántico anhelando tiempos pasados idealizados en su mente. Me refería, y sigo haciéndolo, a la transformación que ha sufrido el significado de la palabra “viajar”, en el uso cotidiano que de ella se hace. Tengo la impresión de que se ha perdido algo en el camino, se nos ha caído una parte, la principal quizá, de lo que se venía entendiendo por ‘hacer un viaje’, y eso que cada vez se ‘viaja’ más, debido a que las facilidades son mayores.

            La idea fundamental, la transformación que antes señalaba al nivel semántico, es que hemos cambiado “viajar” por “desplazarnos”. Intentaré explicarme. Cada vez con más frecuencia, los viajes se están convirtiendo en un desplazamiento a lugares emblemáticos, bien sean estos recomendados por familiares/amigos, bien se trate de emplazamientos de moda donde toda persona que se precie debe haber estado alguna vez. En cualquiera de los casos, lo principal será inmortalizar el momento, capturar ese maravilloso instante con una fotografía que te recuerde, perdón, eso ya no es importante, rectifico, que muestre a los demás que has estado allí. Una vez hecha la foto, donde probablemente una sonrisa amplia ilumine el rostro del afortunado viajero, lo demás no importa, el viaje muere. Lo importante es decir que se estuvo allí y que fue bonito, que por supuesto fue lo mejor de las vacaciones y que ojalá siempre fuese así. Hay momentos en que no entiendo que nos guste tanto mentirnos a nosotros mismos. Podría hablar aquí de la constante necesidad y obligación, que parece asumida, de ser felices que tanto daño nos hace, pero no quiero desviarme en exceso y trataré de dilucidar esa esencia de viajar que se ha ido difuminando hasta prácticamente desaparecer.

            ¿Qué es viajar? Quizá lo principal consiste en la inversión de algunos términos, de los presupuestos en que se basa el ‘desplazarse’ de nuestro tiempo. Empezaré señalando, por tanto, que no somos nosotros quienes hacemos el viaje, sino que el viaje es quien debe hacernos, quien debe transformarnos, ayudarnos a conocer un poco la realidad que nos rodea y, por qué no, a nosotros mismos. Un viaje que no te cambia quizá no merezca la pena llamarse así, tal vez debiésemos usar otro término de nuestro rico lenguaje. Permítaseme ser excéntrico, y no se asusten, por favor, ante estas dos atrevidas afirmaciones: es posible viajar sin hacer una sola fotografía y es concebible un viaje en el que no se disfrute, en el que únicamente haya lugar para el dolor y el sufrimiento. Es más, me atrevería a decir que ambos casos constituyen unas experiencias más ricas de viaje que las sugeridas anteriormente.

            Viajar debe ser una experiencia humana más y, como tal, no debe apoyarse nunca en lo efímero de una fotografía capturada y de una felicidad en muchos casos ficticia y casi exigida por el reconocimiento social. El viajero nunca puede ser el mismo que empezó el trayecto.


            Y termino con un ruego: ¡por favor, viajen!

10 de julio de 2015

Docencia y respeto

            Son las doce de la mañana de un día cualquiera, laborable, en la vida de un alumno/a medio, calificativo del que se jactan los pedagogos pero que difícilmente se logra identificar. Su mirada se pierde por la ventana, a pesar de que quizá no se halle siquiera cerca de ella, jugando a imaginar que el recreo se hubiese prolongado un poco más en el tiempo, suspira por no haber terminado el partido, la remontada estaba cerca, o quizá haya dejado a medias una interesante conversación sobre unos sueños que los adultos tratan de arrebatarle. Sus pensamientos se diluyen entre los rayos de sol que entran por la ventana y le cuesta bastante prestar atención a eso que el profesor/a intenta explicarle, poco importa la materia concreta de la que se trate. Poco tardan en llamarle la atención, que si siempre está igual, que si tiene que atender, que si, por favor, deje de dibujar en la libreta, que si no le da vergüenza, a su edad. Rutina en forma de palabras que ya poco significan para él/ella, las ha hecho costumbre, las tiene tan interiorizadas que a veces percibe cómo se van apoderando de sus inquietudes, las escucha tantas veces que piensa que son verdad, y se reprocha a sí mismo/a, hay que cambiar, lo sabe.

            Sabe, y además perfectamente, que su labor como estudiante no es otra que la de estudiar, ¿no lo dice acaso la propia palabra? Sin embargo, a veces, no consigue adivinar si bajo esa fachada en forma de palabras se esconde algo así como el aprendizaje, o si, por el contrario, no es más que simple memorización. Siempre ha pensado que la escuela estaba ahí para que pudiese aprender, pero solo le piden que grabe y reproduzca pensamientos anquilosados, polvorientos, obsoletos en multitud de ocasiones. Por mor de la verdad, hemos de decir que se trata, a pesar de la situación descrita, de una persona inquieta, lector/a habitual de artículos de actualidad que, las pocas veces que alguna temática interesante aparece en clase, intenta aportar, preguntar, aunque ello suponga que la autoridad, de la que muchos docentes se jactan, sea puesta en evidencia, penda de un hilo. Pero recibirá siempre las mismas respuestas acerca de la impertinencia de sus intervenciones, las salidas de tono en las que le dicen algo así como que debería emplear más tiempo en estudiar, en lugar de pensar en esas idioteces.

            Mentiríamos también si dijésemos que no está ya un poco cansado/a de toda esta parafernalia educativa de la que no se siente partícipe, sino espectador, y además sentado al fondo de la obra, sin papel en ella, harto/a de ver cómo se repite en todas y cada una de sus etapas escolares. Tiene que ser responsable con su educación, ocuparse de la labor que le toca, eso le dicen, y le irrita, es cierto, porque no puede evitar pensar por qué no le exigen lo mismo a sus docentes.

            ¿Cuál es, entonces, la responsabilidad del profesor/a? Los tiempos han cambiado, qué duda cabe, y sería absurdo, ilógico, imperdonable, que siguiésemos empleando los mismos métodos educativos que hace años, cuando la autoridad del profesorado era incuestionable, cuando el alumnado era la materia prima dentro de una cadena de montaje que buscaba la uniformidad, que mataba los pensamientos discordantes, la creatividad y la vida, en su máxima expresión, de muchos de sus alumnos/as. Debemos darnos cuenta de que la Educación no consiste, al menos no únicamente como se ha venido pensando, en un proceso unilateral de enseñanza por parte del profesorado, sino que se trata de un procedimiento mucho más enriquecedor, caracterizado por su bilateralidad, su retroalimentación, de enseñanza-aprendizaje, donde alumnado y cuerpo docente deben tomar parte activa para que el éxito pueda alcanzarse. No me tachen de utopista, que todavía no he dicho que sea fácil, ni lo haré, pero creo que, y quedaré contento si con este artículo logro conseguir al menos que se lo replanteen, es fundamental redefinir la labor del docente dentro de este proceso. No basta con ir a clase y contar lo que uno sabe, no sirven las lecciones magistrales como portadoras de una valía intrínseca. Vuestra labor, docentes, es que el alumnado aprenda, así que hagan todo lo posible para conseguirlo.

6 de julio de 2015

La playa

            Y la vi justo ahí. Tenía intacta toda esa inocencia de la que yo, a estas alturas de la vida, ya carecía. Jugaba a construir no sé muy bien qué con una pequeña pala, una de esas con las que todo el mundo alguna vez ha imaginado ser arquitecto. También he perdido ya los pocos restos de esa paciencia infantil que aquella niña derrochaba por los poros. Nada, no le importaba absolutamente nada estar repleta de arena y sal, no sé si a partes iguales, y yo sigo sin saber muy bien cómo quitarme de encima toda esta apatía que me ha inundado los segundos de unos días que se me están amontonando; no sé muy bien qué hacer con ellos, temo que puedan caer sobre mí y ahogarme, aunque es cierto que cada vez me va costando más respirar con soltura.

(Por Alicia Muñoz

            La miraba con una mezcla de curiosidad y añoranza de mí mismo. Pienso en lo que significaría en mi vida eso de ser padre, de tener a una pequeña personita bajo mi responsabilidad. Me abruma y tengo que dejar ese pensamiento, quizá vuelva en otro momento; aunque no lo creo, la verdad. Lo de echarme de menos es una escena que se repite cada mañana cuando me miro en el espejo; bueno, seré sincero, son pocas las veces que realmente consigo sostenerme la mirada. No me reconozco. No sé muy bien quién soy, ni qué me hace ser el mismo, me cuesta seguir pensando que existe algo perenne a lo que pueda llamar ‘yo’, esto de la identidad siempre me ha desconcertado.

            Quizá algo de mí se queda en ese otra realidad tras el espejo cuando me observo sin verme, quizá una pequeña parte de todo lo que te quería se fue quedando en los reflejos de mis sueños sobre tus pupilas, en cada una de las miradas fugaces que te lanzaba desde detrás de mis miedos. Tal vez, por eso, al mirar a la pequeña jugando tan feliz en la arena, ajena a todo lo que me pasa, me pregunto quién soy, me convenzo de que no fui yo quien te alejó de mí. Me tranquiliza pensar que ya no soy el mismo, no me martirizo por haberte dejado marchar, porque no fui yo, al menos no el de ahora. 

23 de junio de 2015

¿Y las preguntas?

         Quizá hoy sea uno de esos días en los que la mente de uno pasa demasiado tiempo consigo misma, divagando de un lado para otro, temerosa de pararse más de algunos segundos en un punto fijo, como si tuviese miedo a ser encontrada, como si buscase huir, aunque no sepa adónde ni por qué y, lo más importante, ni de quién quiere realmente escapar. Quizá es de mí. Quizá también por eso haya ido de una respuesta a otra, examinándolas con cuidado, tomándolas en serio, no mirando más allá de lo que ellas podían ofrecerle, no importándole quién las defendía, atendiendo solo a las razones que se aducían a su favor. Puede ser, entonces, que esto explique que haya vuelto sobre la rutina de la vida diaria, sobre el sinsentido del paso del tiempo que todos quieren comprender y pocos logran alcanzar.

         Reconozco que no ha sido fácil conseguir que confesase, se resistía a explicar los motivos reales que la han traído de vuelta a este mundo que no comprende y del que suele querer evadirse. Me ha dicho, aunque a regañadientes, que ha sido extenuante su paseo entre respuesta y respuesta, que muchas sobran, que tenemos un número desproporcionado de soluciones incluso para problemas que no existen. Sé que cabe adivinar, y solo hacen falta conocimientos matemáticos básicos, que el número de respuestas es normal que supere al de las preguntas, sobre todo en tanto estas últimas suelen albergar más de una posible vía de resolución. Por esto mismo no entendía su preocupación, su desesperación ante la situación descrita.

        A los pocos minutos, creo haber comprendido de qué estaba hablando, cuál era su preocupación real. Vivimos extenuados, la cotidianidad de nuestras vidas nos exige cada vez más, no nos da un mínimo respiro, nos obliga a estar incesantemente buscando respuestas a unas preguntas que no hemos tenido el tiempo de pensar, de madurar, de hacer nuestras. Es más, mamá ‘sociedad’ nos facilita el trabajo y nos ofrece una serie de respuestas aceptadas y de sentido común para una gran parte de la población, de las que solo tienes que apoderarte y llevarlas a tu vida para tener una existencia como la de los demás, ni más ni menos. Gracias, ¿no? Porque ¿para qué preocuparnos en tomar la fatigosa ocupación de hacernos cargo de aquellos interrogantes que nos planteamos nosotros mismos y no los que nos son impuestos desde fuera? ¿Para qué elegir nuestras preguntas y decidir si queremos o no darles respuesta? ¿Por qué ocuparnos en construir nuestra identidad cuando es más fácil tomarla prestada de modelos sociales preestablecidos y que tan bien sientan?

         No hay tiempo para la demora, para la pausa, en la sociedad actual. Todo va tan deprisa que el segundero de los relojes nos barre cada momento de nuestra vida sepultándolo en el recuerdo de lo que nunca volverá, creándonos la falsa ilusión de que nuestra vida nos pertenece y de que realmente decidimos por qué derroteros se desarrollará.


         No podemos hacer caso omiso a la imperiosa necesidad de demora que urge en los tiempos que corren, demora que se presenta como parte constitutiva de toda persona que quiera construir su individualidad de manera propia, reflexiva, pasional, única. Defendamos el derecho a la pausa, al no querer correr, a tomarnos el tiempo necesario, y un poquito más, para crear y hacernos nuestras propias preguntas, aquellas que dirigirán nuestro devenir como sujetos, como personas que se buscan a sí mismas para poder construir sus vidas y constituirse en relación con el mundo y con el otro. No dejemos que nos arrebaten la capacidad de deleitarnos en las preguntas, que no nos obliguen a creer que cada una de estas necesita para existir de su correspondiente respuesta. Y, por encima de todo, hacer visible que quizá quepa la opción de que la vida solo avance verdaderamente cuando aumentan en nosotros los interrogantes, las cuestiones, y no sus contestaciones.

22 de junio de 2015

Berlín

¡Ey! ¡Que estoy aquí! Que no me he ido ni tengo intención de hacerlo. Ya sé que no ha sido fácil, que nos han sobrado lágrimas, que nos hemos dicho demasiadas cosas de las que ahora nos arrepentimos, pero no te preocupes, sécate los ojos, suénate fuerte y agarra sin miedo mi mano, que ya no sé caminar solo, que no quiero aprender a hacerlo, que me gusta mirar hacia atrás y ver cuatro huellas marcando el camino.

Vente, que te llevo, o me llevas tú durante una parte del trayecto, o, quizá, si hiciese falta, nos paramos el tiempo necesario para tomar aire, beber un poco de agua y dejar que nuestros cuerpos descansen. Sí, sí, no importa si la que necesita un respiro es tu cabeza, o la mía, sería injusto no darles una tregua, ¿no crees? Esperaremos lo que haga falta. 

Mira, sí, justo ahí, todo eso es nuestro, lo hemos construido casi sin darnos cuenta, ¿quién nos lo iba a decir? Hace unos años apenas éramos dos adolescentes llenos de cariño e ilusión, con ganas de comernos el mundo y devorar a todo aquel que se interpusiese entre nosotros y nuestros sueños. No, no te engañes, acepto que dudes, vale, pero que nada te haga pensar que nada ni nadie ha conseguido ser un obstáculo real. Hubo rachas mejores, pero eso ya lo sabíamos, aunque quizá nunca imaginásemos que la vida iba a jugar así con nosotros. 

No pasa nada. Ya está. Toca mirar hacia delante, vamos a seguir comiéndonos el mundo, vamos a seguir cumpliendo sueños, vamos a querernos como nunca, que es lo que siempre hemos hecho, vamos a contagiar de felicidad a todo aquel que nos mire con la envidia del silencio que suele unir a dos desconocidos en una mesa, repetidamente durante demasiados años, bajo el nombre de 'matrimonio'. 

Corre, no hay tiempo que perder. Cierra los ojos y deja en tierra tu miedo a volar. Que pase lo que pase, vamos juntos. Siempre.

Próximo destino: Berlín. 

6 de junio de 2015

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             Todo empezó con un beso, o quizá con un paseo mientras se daban la mano, tal vez me equivoque y lo cierto es que comenzase en una mirada furtiva. Y es curioso, porque miradas, esta vez desde ojos ajenos, son las que no paran de arremeter contra ellos, o ellas, porque decidieron mostrar su amor al mundo. Un sentimiento que dista mucho de ser diferente al de otros, de tener particularidades exclusivas de la sexualidad desde la que se viva y que, debería sobrar decirlo, no tiene que verse como algo diferente.

            Al final uno termina cansándose de los típicos comentarios irrespetuosos, aunque en muchas ocasiones no nos parezca que son tales. No puedo más con frases como que las lesbianas no disfrutan plenamente su sexualidad dada la falta de penetración (demostrando así, además, un gran desconocimiento de la sexualidad), que los bisexuales son únicamente personas con un apetito sexual insaciable y que responden a patrones de vicio en, que no se puede educar a un niño de la misma manera si la pareja es homosexual, por no hablar de la obsesión generalizada entre ciertos sectores religiosos de que, bueno, si deciden unir sus vidas, que no lo llamen matrimonio. ¿Por qué? ¿A qué viene semejante tontería? Ya está bien de intentar justificarlo por la etimología de la palabra o por la tradición cristiano-apostólica que la ha utilizado de una manera muy particular. El lenguaje evoluciona y es de imperiosa necesidad que se vaya adaptando a las transformaciones sociales y culturales que van teniendo lugar en el devenir de la historia. Es absurdo intentar que el lenguaje encorsete la rica y amplia realidad que nos rodea; todo lo contrario, debe nutrirse de ella.

            Siempre igual, aunque también es cierto que estamos aprendiendo a disimular cada vez mejor, a construir una fachada para nuestros obscenos pensamientos que lleva el nombre de ‘lo políticamente correcto’, de lo aceptado socialmente. Pero que no cunda el pánico, porque nos hemos acostumbrado a vivir de puertas para afuera, nunca nos atrevimos a configurar nuestra propia identidad más allá de lo bien visto por los demás. Supongo que esforzarnos en construir una mentalidad propia, reflexiva, crítica y dispuesta a un aprendizaje continuo, con sus constantes aperturas hacia nuevos horizontes y posibilidades de ver el mundo y entenderlo, siempre nos pareció una tarea demasiado ardua para ser llevada a cabo desde nuestro cómodo sillón, en el que nos sentamos con el fin de observar el mundo y permitir que nuestra vida se nos escape.

             Seguimos empeñados en entender el género y la sexualidad humana de maneras estancas, sin gradaciones posibles, presionando a los individuos para que se sitúen dentro de cada uno de los cajones preestablecidos y además favoreciendo que nazcan relaciones de poder entre unos sujetos y otros, de manera que sea posible la autorregulación social a través de comentarios como los indicados o de exclusión y marginación. Nos cuesta asumir, y quizá aquí muchos lo consideren plenamente absurdo, que género y sexualidad son construcciones sociales, culturales, donde la parte biológica del ser humano juega cada vez un papel menos relevante, quizá inapreciable en muchos casos concretos, si los examinásemos con detalle. El individuo, en su relación con los demás y con el mundo, realiza su proyecto vital y su configuración sexual y de género, existiendo una amplia gama de posibilidad, un abanico colorido que muchos se empeñan en manchar con solamente dos o tres colores, según el caso, hombre y mujer, por un lado, heterosexuales, homosexuales y bisexuales, por otro. Dejemos de poner nombres a realidades que se nos escapan de entre las manos.

             

23 de mayo de 2015

Fin

Y ya está.
Todo se terminó,
murió como mueren los ríos
que desembocan en el mar,
pero con la seguridad
de que no habrá agua que,
con la siguientes lluvias,
vuelva a llenar
nuestros caudales.

Te fuiste,
bueno, está bien,
te eché, es cierto,
y no hubo delicadeza,
no por falta de intentos
o de cariño,
sino porque hay silencios
que estremecen
muchos gritos
y nos dejan desnudos
ante una lágrima rota.

Me quedé quieto,
inmóvil mientras mi vida
transcurría por senderos
que me eran ajenos,
con personas desconocidas.
Terminé cansado
de ponerle tu cara
a cada uno de los transeúntes
en mis diarias vueltas a casa.

Es cierto, lo echo de menos.
Añoro no haberte conocido,
no jugar a sentirnos invulnerables,
no mirarte a alma descubierta
cuando te tumbabas en mi cama.
Es curioso que me duela
tu ausencia más que tu recuerdo,
porque la primera
es como si no fueses
ya en mi vida,
y al segundo me he terminado
acostumbrando.

Y cuando te fuiste, perdón,
cuando te eché,
me fui contigo,
porque a mí no me echó nadie,
o eso quiero creer,
y sin embargo seguía aquí,
jugando a perseguir sombras inexistentes,
sonriendo a cualquier par de ojos
que simulasen tu mirada,
¡ah, quijotesca ensoñación!

Mi vida y yo,
tú y yo,
nosotros y ellos,
los que fuimos,
los que no volverán
y por los que nadie nunca
ha derramado
una sola lágrima.
Bueno, casi nadie.

Adiós, voy a ver si me encuentro,
que ya no soy, que no me tengo,
que me pierdo en sonrisas
que no me pertenecen
y en manos polvorientas,
agrietadas por la espera
de un amor que yo no puedo dar.

Adiós, esta vez es a mí mismo,
a ese que todavía te lleva dentro,
que te arropa en un abrazo al aire
cada noche de este verano
que nos ha cogido por sorpresa,
para luego dejarte escapar
con un suspiro tullido
y unas palabras incomprensibles
a medio camino
entre un 'vuelve'
y un 'no te vayas'.

4 de mayo de 2015

Naufragio

Justo entonces empezaba a esbozarse una sonrisa en sus labios. Acababa de pulsar el 'play', la melodía se inmiscuía torpemente entre sus marchitos oídos y llegaba hasta lo más profundo de su ser, ese que parecía haberse desvanecido y que la música conseguía rescatar de lo más oscuro del abismo. A veces se animaba a bailar, me cogía la mano y me pedía por favor -siempre tan educada- que la acompañase en ese baile, y yo no podía evitar pensar en nuestro primer baile cuando éramos jóvenes.

¿Y después? Cuando las voces de los auriculares morían y su sonrisa comenzaba a marchitarse, volvíamos a ser ajenos el uno para el otro, bueno, más bien yo para ella. Su mano perdía la calidez que hacía unos segundos había alcanzado y todo volvía fundirse en negro dentro de su cabeza. Se marchaba a ese no lugar donde los recuerdos permanecían ahogados por quién sabe qué extraña razón. El olvido volvía a reinar entre nosotros, y yo, como buenamente podía, retenía las lágrimas con la confianza de volver a estar con ella en la siguiente canción.

20 de abril de 2015

Humedades

Y, con cuidado,
desabrocharte la cremallera
de tus sueños mojados,
para secarlos a la luz
de tu sonrisa.

¿Quién soy?

       Hay momentos en la vida en los que no podemos evitar pararnos por un instante y preguntarnos a nosotros mismos cómo hemos llegado hasta aquí, por qué somos de una determinada manera y no de otra, qué nos hace identificarnos con lo que fuimos en el pasado y cómo podremos cerciorarnos de seguir siéndolo cuando el futuro nos alcance y queme en nosotros cada segundo de su tiempo. A ello debemos sumar la incidencia de aquellas acciones pasadas con las que no nos identificamos, esos momentos en los que, mirándolo retrospectivamente, decimos: ¿cómo pude hacer yo esto? Hay días en los que no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos, en los que necesitamos de la memoria para establecer nuestra identidad y asumimos que existíamos también en aquellos intervalos a los que esta no tiene acceso.

            Nos movemos en el intersticio del abismo entre lo que fuimos y no podemos cambiar y lo que está al alcance de nuestra mano y no nos atrevemos a coger. El pasado se nos presenta con el sinsabor amargo de aquellos momentos que podríamos haber cambiado con solo una palabra, un gesto, y que seguramente habría hecho de nosotros mejor persona hoy, o al menos no habría hecho daño a nadie fuera de uno mismo. El futuro extiende su abanico de posibilidades potenciales y caducas, no podemos olvidar que el tiempo siempre juega en nuestra contra. ¿Qué camino elegir?

            Y es entonces cuando nos creemos libres, pensamos que todo depende de nosotros, que la decisión será propia y por tanto también el peso de fracaso, en el caso de producirse. Olvidamos, sin embargo, que la libertad quizá no sea más que la simple obligación que tenemos de escoger, la imposibilidad de no mover ficha, de parar la partida o cambiar las reglas del juego. Nuestra decisión depende, en mayor porcentaje de lo que estaríamos dispuesto a conocer, de nuestras circunstancias, de nuestra contingencia histórica, social, cultural, económica, e incluso epistemológica. Y, siento decirles, que nuestra incidencia real sobre ellas es mínima, en la mayoría de los casos.

            Ahora bien, dejando aparte lo relativo a la libertad, ‘¿quién soy?’ y ‘¿quién quiero ser?’ se presentan como los dos grandes interrogantes que toda persona se hace en algún momento de su vida, en uno u otro sentido. Con independencia de que exista o no respuesta, lo que es innegable es que debemos afrontarlas, resulta imperiosa la necesidad de constituirnos como individuos de la manera en que nosotros elijamos. Y que nadie lo olvide: no elegir también es una manera de escoger. Somos proyecto en perpetua autoconstrucción, aunque a veces los materiales sean ajenos y el catálogo de referencia, en la mayoría de las ocasiones, sea limitado.

            Les invito, por tanto y finalmente, a adentrarse en el satisfactorio proceso de constitución de ustedes mismos. Elijan las piezas, tómense el tiempo necesario para ello, decidan también cómo ensamblarlas, escojan a sus ayudantes, decidan si son parciales o si quieren que estén ahí el resto de su vida para que el proyecto sea compartido, intenten aproximarse todo lo posible al escenario en que les gustaría se desarrollase su historia, cuiden el guion, pero dejen margen también a la improvisación, siempre a gusto del consumidor.


            Eso sí, no puedo prometerles que merecerá la pena, ni que será una labor sencilla.

16 de abril de 2015

Abismos

Abrir la boca
para gritar.
Y esperar,
sin hacer ruido alguno,
que el mundo adivine
todo lo que no puedo
decir(te).

15 de abril de 2015

Solo

Siempre te llevé dentro,
conmigo,
pero hoy llueves
y no encuentro
rincones en mí
para guarecerme
de mi soledad
y tu falta de compañía.

28 de marzo de 2015

Durmiendo con uno mismo

            Hoy, como cada noche, tendrán que irse a la cama, solos o acompañados, poco importa, de lo que nadie les librará nunca es de dormir con ustedes mismos. Quizá pueda parecer obvio, de extremada sencillez y tal vez insultante simplicidad, pero estoy seguro de que más de uno ha tenido la sensación incómoda de no caer en la placidez del sueño con facilidad, seguramente motivado por la más que angustiosa certeza personal de haber dejado algo por hacer, o por decir.

            Una de las cosas más difíciles a las que tenemos que enfrentarnos es hablar con nosotros mismos, reconocer lo que hicimos mal durante el transcurso del día, lo que no debimos comentar o las conversaciones que bajo ningún concepto tuvimos que evitar. A veces disfrutamos poniéndonos trabas a nuestro alrededor, barreras que nos proporcionen las excusas perfectas para quedarnos parados, disfrutando de la comodidad de nuestra quietud. Moverse siempre implicó esfuerzo y luchar parece haber pasado de moda.

            Hay quien decide hacer balance diario de su vida, semanal, mensual, anual, estos últimos quizá los más insensatos, o atrevidos, o seguros de sí mismos, según se mire. Pero también hay quien, por otra parte, nunca se para a meditar sobre el curso de su existencia, sobre sus aciertos y errores, simplemente se abandonan al cauce que mejor les lleve, se detienen en las orillas más atractivas y no pierden tiempo en decidir. Desestimo, quizá apresuradamente, esta segunda alternativa, al menos en lo relativo a mi propósito en lo presente, ya que no es más que un mero dejarse llevar, y no un verdadero acto de vivir, con toda su magnitud, con todo lo que ello conlleva y, todo sea dicho, con el dolor que puede causarnos, y el daño que irremediablemente provocaremos.

            No hay vidas perfectas, no existe teoría ética alguna capaz de otorgarnos los cauces de acción cotidianos que se acerquen a perfecciones morales hace tiempo abandonadas por su carácter ideal. No por ello debemos renunciar a la búsqueda de fundamentos o principios morales que nos ayuden a dirimir, en cada situación, cuál es la mejor de las alternativas posibles. Ahora bien, y es importante remarcarlo, nadie escoge con acierto en el cien por cien de sus elecciones, quizá ni siquiera el cincuenta, y a veces nos cuesta asumirlo. Esta autoexigencia tal vez se debe a la supeditación moral que tenemos respecto a ciertas morales heterónomas que exigen al individuo la capacidad de situarse en cotas inalcanzables dado su carácter ideal, pero no es momento de detenernos en tan ardua tarea de reflexión y examen.

            Sin enredarme más ni dormirme en los laureles, lo que trato de mostrar es la necesidad imperiosa, urgente en los tiempos que corren, y que quizá sea punto de partida para reflexiones y posibles instanciaciones de planteamientos morales reales, autónomos y particulares de cada individuo. La piedra angular de dicho cometido debe ser la aceptación de nuestra condición imperfecta como sujetos morales, la aceptación de nuestra realidad contingente y de las condiciones de incertidumbres que nos rodean, dificultando la toma de decisiones. Yendo ahora a lo concreto: acéptense tal y como son, ése es el primer paso. Acepten que por su cabeza pasarán pensamientos macabros, posibles actuaciones deleznables, acepten también sus posibilidades de cambio, busquen acercarse al tipo de persona que les gustaría ser y flexibilicen al máximo su condición para conseguirlo.


            Sólo siendo capaces de aceptarnos como somos, con nuestras imperfecciones y errores, podremos ser emprendedores en esa aventura que es vivir. Sólo entonces tendremos la capacidad para hacernos cargo del dolor que irremisiblemente causaremos y, sobre todo, para poder ser felices a pesar de ello.

14 de marzo de 2015

Preguntas

Probablemente,
todo esto empezó
porque pensé que
decirte que te quiero
sería quedarme corto,
porque compararte
con la belleza
sería hacerle
un flaco favor
al mundo.
Y no quiero
aguantar sus llantos,
su voz llamándote,
que suficiente tengo ya
con la mía.

Seguramente
sea injusto que os hable
de su manera de sonreírme
cuando se desnuda
y se tumba junto a mis miedos,
convirtiéndolos en deseo,
que os hable también
de morderle justo
en el interludio de sus labios,
donde pierde la fuerza
cuando me habla 
de cambiar el mundo,
donde me ahogo
cuando toca morir
(de amor).
Pero no puedo
pasar por alto
lo del horizonte
de su caderas,
ése por donde sueña
ponerse el sol cada noche.

Quizá mañana,
cuando se haya ido,
y yo siga jugando
con su olor y su recuerdo
entre las sábanas,
consiga darme cuenta
de todo lo que pierdo
en su ausencia,
consiga dar respuesta
a todos los interrogantes
que el tiempo me trajo,
en una correspondencia
que nunca fue mía.
Quizá, entonces,
sepa hacer
que se sienta única.

24 de febrero de 2015

Baile de máscaras

¿Y si jugamos a quitarnos las caretas? Y los disfraces. Les propongo desnudarse. Calma, nadie mira. Salvo ustedes mismos. Son sus únicos espectadores. Y jueces. Esperen, precisamente por ello, quizá haya motivos que pongan en jaque la tranquilidad a la que les invitaba. ¿Están preparados para lo que están a punto de descubrir con sus propios ojos? No vale acercarse nada para echarse por encima cuando la fría y cruda realidad les empape hasta los huesos. ¿Realmente saben quiénes son?

Ahora que el carnaval se ha ido y, con él, nuestro intento de escondernos una vez más ante el mundo, jugando a no ser nosotros, como si el resto del año realmente lo fuésemos, les animo a que no cesen en el proceso de desprenderse de todas aquellas máscaras que les acompañan en su día a día, a tener el valor de alejar (serán solo unos minutos, lo prometo) la imagen que proyectan al mundo, esa que permite al resto identificarles. ¿Ya? El proceso no termina aquí, les toca también desprenderse de su modo de mirar a la realidad, en la medida de lo posible, claro, de la manera en que se enfrentan a ella, en que se ven a ustedes mismos. De nada les valdría haber superado el pudor de verse desnudos, si ahora sus ojos tienen la manía de poner disfraces donde no los hay. Desconozco cuántos de ustedes llegarán hasta aquí, ¿consiguen verse?

¿Qué sienten? ¿Soledad? ¿Miedo? ¿Inseguridad? A veces pasamos toda la vida sin saber quiénes somos. Y lo peor es que parece darnos igual. Desde que nacemos somos carne de cañón para la realización de vidas incompletas y fracasadas, de intentos frustrados en proyectos imposibles, somos material moldeable para quiénes no supieron lo que hacer con su existencia, para los que nunca llegaron a conocerse, y buscan hacer de nosotros lo que ellos nunca fueron, alcanzar lo que nunca consiguieron. La paradoja, una entre tantas, es que en lugar de empujarnos hacia a ello, nos invitan al fracaso y nos abren sus puertas, mirándonos desde allí con la satisfacción de no haber sido los únicos que no supieron qué sentido tenía lo absurdo de su existencia. ¿Decidieron ustedes quiénes querían ser? ¿Son lo que decidieron? Sería absurdo negar la existencia de influencias, necesarias en todo proceso de verdadera creación de una identidad sólida y segura, pero ¿hasta qué punto se dejaron influir? ¿Cuánto les pudo el miedo al fracaso? Y una última pregunta. Ahora que han fracasado, porque en algún sentido todos siempre fracasamos, ¿se arrepienten de su caída, de su derrota?

La vida duele, pero duele menos cuando es vivida por uno mismo, cuando nos enfrentamos a lo que somos, desnudos ante nosotros mismos, y decidimos no ponernos más disfraces que contenten al mundo, a los demás, sino vestirnos con nuestra propia ropa, con nuestro modo de ser, con aquello en que queremos convertirnos. El peso sobre nuestros hombros se reduce y uno puede empezar a ser feliz de verdad. Distinto es que llegue a conseguirlo. 

22 de febrero de 2015

Miedos de ayer

Anoche 
tuve miedo
por si no volvías
a abrazarme dormida.
Temí
que no hubiese
más despertares
entre tus labios.
Lloré,
sin darme cuenta,
que es la única manera
en que soy capaz
de llorar estos días.

Anoche
creí perderte,
sí, otra vez,
porque últimamente
no sé hacer otra cosa.
Huías
de mí, y mis palabras.
De ellas
por mostrar amor,
y de mí,
por no saber
corresponderlas.

Anoche
descubrí,
aunque fuese tarde,
que en eso de ser feliz
no hay lugar
para los cobardes.
Me desnudé,
ante mí, 
por primera vez,
y eso, permítanme 
que les diga,
duele.
Duele
pero no puedes
apartar la mirada,
tienes que sostenerla
y sufrir, sufrirte.
Acéptate,
tal y como eres,
hazme caso,
que yo también lo sé,
duele.

Anoche
decidí
que solo a mí
me corresponde
el sendero 
hasta tu piel,
los tropiezos
y los baches,
levantarte
y no dejarte
jamás
caer.

12 de febrero de 2015

¿Vienes?

¿Y si vienes
y me partes
en dos el alma?
Luego dejaré
que te marches,
lo prometo.
No habrá excusas
ni medias tintas,
versos incompletos
ni estrellas fugaces.

¿Y si vienes
y reabres heridas
que nunca supiste
cerrarme?
Luego podrás
irte sin mirar atrás,
como siempre.
No miraré tu sombra,
ni te perseguiré
con la mente,
aunque me sepa
tus senderos
y haya estado
en todos
tus rincones.

¿Y si vienes
y me salvas
de nosotros?
Luego seré
yo quien tenga
valor para echarte,
aunque no me creas.
No morderé
otra vez tu cintura,
ni calmaré mi sed
con tu mirada.
No habrá treguas,
ni sonrisas partidas.

¿Y si vienes
y jugamos
a que no te has ido?

5 de febrero de 2015

Paso a paso

La vida pasa,
y pesa,
dejando huella,
marcando ritmos,
vitales y finales,
dejándonos
huérfanos de amor,
buscadores de alegría,
plumas mojadas
incapaces de escribir
una sola línea más.

La vida pasa,
por nosotros,
y nos vive
con el sabor
agridulce
del que sabe
que se irá
ahora
que ha llegado.

La vida pasa,
enmascarada,
mientras se distrae
viéndonos jugar
a descubrir
su verdadero rostro.
Ilusos nosotros
que creemos
descubrirla
en los momentos
intensos
de nuestra
tragicomedia.

La vida pasa,
entre nuestros dedos,
y no podemos
atraparla,
salvo con un beso.
Nunca una ausencia,
como es la vida,
tuvo tanta fuerza
para mantenernos
inmersos
en su vorágine.

La vida pasa,
y yo no sé
si la contemplo
o es ella
quien me mira,
sentada en su sofá,
comentando
con sus amigas
cada uno de mis tropiezos.
Quizá les divierta ver
que empiezo nuevo camino,
con más lugares
donde tropezar,
o quizá lloren por mí
ahora que tú no estás.

3 de febrero de 2015

Cáscaras de otoño

Siempre,
a donde quiera
que he ido,
te he llevado
dentro de mí,
has viajado conmigo.
Pero hoy llueves
y no encuentro
rincones en mí
para guarecerme
de la soledad
y de tu falta
de compañía.
Tus besos
ya no pueden
secarme
los miedos.

Entonces,
miro hacia dentro
y veo cómo vas
desapareciendo
entre mis recuerdos,
cómo te escurres
entre mis pausas
al hablar
para que mis palabras
no logren capturarte.

Sumemos,
como aliciente
en esta persecución
de suicidas,
que conoces
mejor que yo
la cartografía
de mis incertidumbres,
que siempre
fuiste faro
en mis noches
de náufrago,
y ahora juegas
a deslumbrarme
con tu luz,
a perderme
en mí mismo
con tus reflejos.

Por ello,
creo alcanzarte
en cada giro
que me da la vida,
pero no estás,
y creo encontrarte
en ese peldaño,
punto de no retorno,
donde me convenzo
de seguir
doblando esquinas
en las que todavía
no se haya borrado
tu nombre.

28 de enero de 2015

Caminando de espalda, que el futuro, a veces, duele.

Es por fuerza de la costumbre que el futuro se nos presenta incierto. Difuso horizonte al que dirigirnos para morir constantemente, para decir, mirando atrás, que lo vivido mereció la pena. Solo los necios tratan de permanecer estáticos, intentando atrapar lo efímero del presente, para hacerlo perenne.

Desde el momento en que nacemos, todo es muerte, desfallecimiento constante inherente a la vida. ¿Qué nos salvará? ¿Qué nos librará de esta búsqueda diaria y marchita? Aunque, ¿acaso alguien quiere de veras permanecer? ¿Contra viento y marea? ¿Sí?

Hay días, y no son pocos, en los que toda fuerza titánica es inútil, y debe ser empleada para mirar a otro lado. Porque, a veces, la vida se convierte en eso, en un mirada sin rumbo incapaz de caer sobre ningún punto de esta maldita realidad que nos es ajena; como extraños nos son quienes no tienen ni para comer, o viven a la intemperie, buscando oportunidades y no caridades.

El mundo, en esos días en que no puedo apartar mis ojos de esta pantomima en perpetua autodestrucción, el mundo, digo, me pide a gritos tu sonrisa, aunque solo sea para que viva en mis ojos. Pero no estás, y no volverás a sonreírme desnuda, a vestirme de dudas sobre cómo empezar a quererte.

27 de enero de 2015

Amor: cara B

            ¿A qué aferrarnos ahora que el mundo, y con él los sentimientos y las sensaciones, se diluye, escapándose entre nuestros dedos?

            Vivimos en la sociedad de la inmediatez, sumergidos en el afán de novedades, en la necesidad constante de movernos, de cambiar de rutina, de gustos, de vida. Ello incide directamente, como apuntábamos el mes pasado, en nuestro modo de constituirnos como personas y en la construcción de la identidad. Debido a esto último, la actual situación afecta de igual manera a las relaciones interpersonales. El amor  y la amistad se han visto fragilizados por esta transformación, siendo mucho más vulnerables que antes a los aspectos vitales externos que afectan a las personas involucradas en la relación. La ruptura de las barreras nacionales, el comienzo de una era global, como muchos gustan de llamarla, a pesar de sus múltiples inconvenientes, ha facilitado la expansión de nuestros horizontes en todos los niveles de la vida. De ello tiene gran ‘culpa’ internet y la facilidad de socialización que existe actualmente con las redes sociales. Quiero precisar que este hecho no es necesariamente negativo, sino que nos obligar a replantearnos nuestra manera de concebir el mundo y a nosotros mismos.

            A pesar de lo que acabamos de mencionar, me parece acertado señalar que, en tanto personas, hemos ido inmunizándonos contra los desastres del fracaso emocional y personal, contra el dolor fruto de una ruptura amorosa o contra los desatinos a la hora de escoger un trabajo o a nuestros amigos. Cada vez con mayor facilidad, pensamos que todo es sustituible, que podemos suplir cualquier carencia vital con la reposición de lo que hemos dejado marchar, o se nos ha escapado, por otra cosa de igual entidad. Me explico con un ejemplo: ante el amigo que se nos va después de un conflicto directo, pensamos que ya vendrá otro que de verdad nos entienda, que encaje con lo que somos. De esta situación, podemos señalar, en una primera mirada, dos diagnósticos evidentes de lo que nos está sucediendo. En primer lugar, no somos capaces de plantearnos nuestros propios fallos en los problemas con los que a diario nos enfrentamos, siempre fue más sencillo delegar la responsabilidad en los demás. De otro lado, hemos perdido la capacidad de luchar por aquello que valoramos, que queremos. Nos quedamos quietos, inmóviles, atiborrándonos de las medicinas antes incluso de que se haya producido la herida.

          Todo lo que acabamos de señalar incide de un modo directo y con una fuerza desmesurada en las relaciones amorosas. El amor ha quedado indefenso, desguarecido ante la fuerza de una tormenta que no parece claudicar en su empeño por derribarle. Hemos transformado el significado del amor, adecuándolo, eso sí, a los tiempos que corren, quizá porque fuese una palabra demasiado bonita como para borrarla de nuestro vocabulario. Sin embargo, cuando actualmente hablamos de amor, no solemos ir más allá de la mera sensación que nos invade en un momento puntual, variante según cada caso, con una persona concreta. Para mí, siento decirles, esto no es más que ‘enamoramiento’. Ahora más que nunca, el amor debe erigirse como roca perenne e inmune a la liquidez de los tiempos que corren. Reivindico el amor como la construcción de un proyecto vital que tiene como creadores y partícipes a los amantes, a las personas que han decido compartir su vida, su tiempo, y eso es algo que nadie nunca les devolverá. El amor como verdadero elemento de dotación de sentido para una vida carente de sueños y expectativas, el amor como hogar compartido. Un amor que podrá terminar, sí, pero nunca nos dejará indiferentes.


            Y por tanto, aunque suene a tópico, este amor no entiende de edades, de sexos, de colores, de pasados inciertos, y mucho menos entiende de opositores. 

23 de enero de 2015

Ausencias y soledades

Deberías estar ahí,
sentada
en esa silla vacía
que lleva tu nombre.
Mirándome tranquila,
regalando tu sonrisa
a mis ojos perdidos
que solo son felices
cuando abrazan
tu reflejo
en sus pupilas.

Deberías estar ahí,
extendiendo tu mano,
buscando
tocar mis miedos
para que yo
deje de retenerlos
y te imagine
desnuda
en mi regazo.

Deberías estar ahí,
en lugar de perseguirme
por cada rincón
de esta ciudad anónima,
que sin conocerte,
me suplica
que te busque,
que te piense
a mi lado,
descubriéndola
entre abrazos.

Deberías estar ahí
y salir de mi cabeza,
que no cesa
en su intento suicida
de quemarte
con cada canción,
que no pierde
la esperanza
de perderte de vista
con el perecer diario
de la Luna.

Deberías estar ahí,
a mi lado
cuando despierto
cada mañana,
y no escabulléndote
en la irrealidad
de mis sueños,
donde todo rostro ajeno
me mira
desde su impersonalidad
y me llama
con tu voz,
suplicándome,
por favor,
que todo termine
de una vez,
que ya no puedes
con esta nueva vida
que vivimos
en dos mitades inconclusas,
inconexas, incomprensibles.

Deberías estar ahí,
aquí mejor,
muy cerca,
porque estando lejos
siento que me pierdo
en lo senderos
de una búsqueda
que no me corresponde,
de un amor
que ya no es el mío.

10 de enero de 2015

Vida o muerte

Vive.
En equilibrio
si lo prefieres,
pero vive.
Entre renglones
marchitos
y esperanzas
imposibles,
pero vive.
Vive despierto,
o en sueños,
pensando en ti,
o en ellos.
Vive por
y para
la vida,
aunque a veces
duela.
Enamórate
del dolor,
que el amor
siempre ayuda
a curar
las heridas.

Muere.
En cada roce
de tu piel
con sus mejillas,
de pie
o de rodillas,
pero muere.
Muere
con ella,
o con él,
mataos despacio,
que no duele,
morid entre besos,
morid en el sexo.
Muere
para renacer
en sus ojos
cada vez
que te mire.
Da igual
tu vergüenza,
tus miedos
ya no valen
nada,
se ha declarado
la guerra.
Así que muere,
entre sus piernas,
pero muere.

7 de enero de 2015

Una cuestión de tiempo

Los relojes
ya no saben
dar la hora
porque quedaron
huérfanos
de nuestro amor.

Las agujas
van hacia atrás
y luego vuelven,
intentando
recuperar
el tiempo
perdido.

Yo los miro,
y su tic-tac
se acompasa
con mis pestañas.
Entonces,
creo verte
a través
del tiempo.

Te intuyo
desnuda,
te visto
de versos.
Me miras
con miedo.

Nos desvanecemos
con cada
parpadeo,
pero quedas
grabada en mí,
inmune
al paso
del tiempo.

6 de enero de 2015

Descoloc-arte

Descolocarte de pies a cabeza,
de miedos a sueños,
de miradas perdidas
en la infinidad de una tarde
lluviosa de invierno.
Bailarte los añicos
de tus amores pasados
y reconstruir el puzzle
de tu piel con mis caricias.
Tocarte el alma
con mis prófugos versos,
con mis fríos dedos,
con el calor del sexo.
Abrazarte los deseos,
rompernos a besos,
mirarnos a oscuras
intuyendo nuestros cuerpos.

Descolocarte en el tiempo,
en tus futuros pretéritos
y en todos los proyectos
que dibujaste en mi espalda.
Desnudarte la mirada,
para examinarte el alma
y ver, despacito,
cómo te empapas de mí,
cómo vas conociendo
al funambulista
en que me he convertido
desde que mi equilibrio
depende de tus dedos.
Besarte bajo la piel,
último resquicio
en mi conquista
de tu cuerpo.
Soplarte los miedos,
impertinentes comensales
en nuestras conversaciones
empapadas de pretextos.

Descolocarte
para empezar
de nuevo.