Sonríe.
No, no vale seguir leyendo si no lo has hecho todavía. ¿Ya? ¿De verdad? Vale,
te creeré desde el pasado en que te escribo. Podría darte razones, y quizá más
adelante lo haga, pero piénsalo bien, no las necesitas realmente. Hazme caso,
no te hacen falta motivos para esbozar una sonrisa, me niego a aceptarlo, lo
siento. Es fácil, solo intenta acercar las comisuras de tus labios a los
lóbulos de tus orejas; cada uno al que tiene más cerca, no seas difícil, que
podrías, en una cómica treta del infortunio, quedarte sin boca y a ver luego
cómo lo haces para alimentarte. ¿Lo tienes? Bien, bien. Te dije que no sería
tan difícil.
Ahora
toca mantenerlo ahí, que no disminuya la longitud de esa sonrisa que tanto ha
costado construir. Mira a tu alrededor. ¿Acaso no es todo lo que te rodea más
bonito ahora que te recibe mientras sonríes? Estoy seguro de que lo que todo ha
tomado un color diferente, un brillo especial, pero realmente nada fuera de ti
ha cambiado, todo sigue igual, solo que ahora estás preparado para apreciarlo y
vivirlo de un modo bien distinto. ¿Hay alguien a tu alrededor? ¿Sí? Prueba a
mirar a esa persona y regálale tu nuevo gran descubrimiento, fulmínala con esa
nueva arma que acabas de desenfundar. ¿Ha pasado algo? ¿Has tenido esa suerte?
Ojalá que sí, que tú también hayas tenido la suerte de contagiar un poquito de
esa felicidad que has logrado tan fácilmente con un poco de perseverancia
cuando comenzaste a leer. Ahora has multiplicado una sonrisa, ¿no es
maravilloso? Siempre pensé que un día en que conseguimos hacer que otra persona
ría es un día que vale la pena.
Sonríe.
No vale ponerse la excusa de que hay días, semanas, meses… en definitiva,
momentos tristes y no tan buenos en nuestra vida, pero eso ya lo sabemos. Sea
lo que sea, seguro que pasa mejor con una sonrisa. Hazme caso, te sentará bien.
¿Cómo? ¿Que no te sale? Vale, está bien, tampoco lo fuerces demasiado, no vayas
a hacerte daño. Tal vez sea verdad eso de que lo primero que necesitas es
llorar y lo único a lo que puedas llegar sea a una falsa sonrisa. Y eso,
permíteme que te diga, es lo peor que puedes poner en tu rostro y ofrecer a los
demás. Llora entonces, como necesitas, pero no dejes de tener en mente que lo
haces solo para que luego la sonrisa brille con más fuerza y perdure en el
tiempo. ¿Me lo prometes?
Siento
no haberte dado razones, de verdad que lo siento, quizá las haya, seguro que si
nos paramos a buscarlas podríamos encontrar alguna, igual sin que ello nos
costase mucho esfuerzo. Pero hoy, simplemente, no las necesito. No es que todo
sea perfecto a mi alrededor y rebose felicidad por los poros, no es que me haya
convertido en el personaje de ficción de una idílica y utópica novela con final
feliz (al menos eso creo), pero he decidido poner una sonrisa de aquí en
adelante para hacer frente a cada uno de los días a los que me toque
enfrentarme. Algo así como una rutina matutina, una especie de consecuencia
lógica tras desayunar y lavarme los dientes, no sé si me explico. No sé si su
eficacia será ilimitada o si, por el contrario, tiene fecha de caducidad
inminente, pero no me hace ningún daño, ni a los que me rodean. Es más, es
maravilloso contemplar cómo, lo que hace epidémica a una enfermedad, hace
grande a las sonrisas, se contagian.
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