20 de agosto de 2015

Viajar

            «Ven, hazte una foto, que va a parecer que no has estado de viaje». De ahí a mi cara de perplejidad solo hubo un paso. No pude evitar lanzar una mirada atónita, reconozco que quizá también tintada de cierta tristeza, hacia quien me dirigía aquellas palabras. Nosotros y nuestra infundada necesidad de capturar constantemente cada acontecimiento de la vida y la realidad que nos rodea. Nosotros y nuestra tan manida costumbre de llevar hasta los extremos más indeseados los grandes avances tecnológicos. Nosotros y nuestra facilidad, en definitiva, para alienarnos ante el más mínimo resquicio de cualquier actividad que se adentre en la fragilidad de una sociedad conformada por sujetos dependientes y pobres de espíritu.

            El uso del lenguaje a veces causa estragos en el significado de ciertas palabras, juega con él hasta desnudarlo por completo, hasta vaciarlo de sí mismo para convertirlo en un nuevo ente con la misma apariencia que el anterior. Es por esto que ya no se viaja, al menos no como antes, y que nadie me confunda con un nostálgico romántico anhelando tiempos pasados idealizados en su mente. Me refería, y sigo haciéndolo, a la transformación que ha sufrido el significado de la palabra “viajar”, en el uso cotidiano que de ella se hace. Tengo la impresión de que se ha perdido algo en el camino, se nos ha caído una parte, la principal quizá, de lo que se venía entendiendo por ‘hacer un viaje’, y eso que cada vez se ‘viaja’ más, debido a que las facilidades son mayores.

            La idea fundamental, la transformación que antes señalaba al nivel semántico, es que hemos cambiado “viajar” por “desplazarnos”. Intentaré explicarme. Cada vez con más frecuencia, los viajes se están convirtiendo en un desplazamiento a lugares emblemáticos, bien sean estos recomendados por familiares/amigos, bien se trate de emplazamientos de moda donde toda persona que se precie debe haber estado alguna vez. En cualquiera de los casos, lo principal será inmortalizar el momento, capturar ese maravilloso instante con una fotografía que te recuerde, perdón, eso ya no es importante, rectifico, que muestre a los demás que has estado allí. Una vez hecha la foto, donde probablemente una sonrisa amplia ilumine el rostro del afortunado viajero, lo demás no importa, el viaje muere. Lo importante es decir que se estuvo allí y que fue bonito, que por supuesto fue lo mejor de las vacaciones y que ojalá siempre fuese así. Hay momentos en que no entiendo que nos guste tanto mentirnos a nosotros mismos. Podría hablar aquí de la constante necesidad y obligación, que parece asumida, de ser felices que tanto daño nos hace, pero no quiero desviarme en exceso y trataré de dilucidar esa esencia de viajar que se ha ido difuminando hasta prácticamente desaparecer.

            ¿Qué es viajar? Quizá lo principal consiste en la inversión de algunos términos, de los presupuestos en que se basa el ‘desplazarse’ de nuestro tiempo. Empezaré señalando, por tanto, que no somos nosotros quienes hacemos el viaje, sino que el viaje es quien debe hacernos, quien debe transformarnos, ayudarnos a conocer un poco la realidad que nos rodea y, por qué no, a nosotros mismos. Un viaje que no te cambia quizá no merezca la pena llamarse así, tal vez debiésemos usar otro término de nuestro rico lenguaje. Permítaseme ser excéntrico, y no se asusten, por favor, ante estas dos atrevidas afirmaciones: es posible viajar sin hacer una sola fotografía y es concebible un viaje en el que no se disfrute, en el que únicamente haya lugar para el dolor y el sufrimiento. Es más, me atrevería a decir que ambos casos constituyen unas experiencias más ricas de viaje que las sugeridas anteriormente.

            Viajar debe ser una experiencia humana más y, como tal, no debe apoyarse nunca en lo efímero de una fotografía capturada y de una felicidad en muchos casos ficticia y casi exigida por el reconocimiento social. El viajero nunca puede ser el mismo que empezó el trayecto.


            Y termino con un ruego: ¡por favor, viajen!