Hoy, como
cada noche, tendrán que irse a la cama, solos o acompañados, poco importa, de
lo que nadie les librará nunca es de dormir con ustedes mismos. Quizá pueda
parecer obvio, de extremada sencillez y tal vez insultante simplicidad, pero
estoy seguro de que más de uno ha tenido la sensación incómoda de no caer en la
placidez del sueño con facilidad, seguramente motivado por la más que
angustiosa certeza personal de haber dejado algo por hacer, o por decir.
Una de las
cosas más difíciles a las que tenemos que enfrentarnos es hablar con nosotros
mismos, reconocer lo que hicimos mal durante el transcurso del día, lo que no
debimos comentar o las conversaciones que bajo ningún concepto tuvimos que
evitar. A veces disfrutamos poniéndonos trabas a nuestro alrededor, barreras
que nos proporcionen las excusas perfectas para quedarnos parados, disfrutando
de la comodidad de nuestra quietud. Moverse siempre implicó esfuerzo y luchar
parece haber pasado de moda.
Hay quien
decide hacer balance diario de su vida, semanal, mensual, anual, estos últimos
quizá los más insensatos, o atrevidos, o seguros de sí mismos, según se mire.
Pero también hay quien, por otra parte, nunca se para a meditar sobre el curso
de su existencia, sobre sus aciertos y errores, simplemente se abandonan al
cauce que mejor les lleve, se detienen en las orillas más atractivas y no
pierden tiempo en decidir. Desestimo, quizá apresuradamente, esta segunda
alternativa, al menos en lo relativo a mi propósito en lo presente, ya que no
es más que un mero dejarse llevar, y no un verdadero acto de vivir, con toda su
magnitud, con todo lo que ello conlleva y, todo sea dicho, con el dolor que
puede causarnos, y el daño que irremediablemente provocaremos.
No hay vidas
perfectas, no existe teoría ética alguna capaz de otorgarnos los cauces de
acción cotidianos que se acerquen a perfecciones morales hace tiempo
abandonadas por su carácter ideal. No por ello debemos renunciar a la búsqueda
de fundamentos o principios morales que nos ayuden a dirimir, en cada
situación, cuál es la mejor de las alternativas posibles. Ahora bien, y es
importante remarcarlo, nadie escoge con acierto en el cien por cien de sus
elecciones, quizá ni siquiera el cincuenta, y a veces nos cuesta asumirlo. Esta
autoexigencia tal vez se debe a la supeditación moral que tenemos respecto a
ciertas morales heterónomas que exigen al individuo la capacidad de situarse en
cotas inalcanzables dado su carácter ideal, pero no es momento de detenernos en
tan ardua tarea de reflexión y examen.
Sin enredarme
más ni dormirme en los laureles, lo que trato de mostrar es la necesidad
imperiosa, urgente en los tiempos que corren, y que quizá sea punto de partida
para reflexiones y posibles instanciaciones de planteamientos morales reales,
autónomos y particulares de cada individuo. La piedra angular de dicho cometido
debe ser la aceptación de nuestra condición imperfecta como sujetos morales, la
aceptación de nuestra realidad contingente y de las condiciones de incertidumbres
que nos rodean, dificultando la toma de decisiones. Yendo ahora a lo concreto: acéptense
tal y como son, ése es el primer paso. Acepten que por su cabeza pasarán
pensamientos macabros, posibles actuaciones deleznables, acepten también sus
posibilidades de cambio, busquen acercarse al tipo de persona que les gustaría
ser y flexibilicen al máximo su condición para conseguirlo.
Sólo siendo
capaces de aceptarnos como somos, con nuestras imperfecciones y errores,
podremos ser emprendedores en esa aventura que es vivir. Sólo entonces
tendremos la capacidad para hacernos cargo del dolor que irremisiblemente
causaremos y, sobre todo, para poder ser felices a pesar de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario