22 de diciembre de 2014

Amor: cara A

            El amor no pierde actualidad, aunque no son pocos los que defienden su transformación en las últimas décadas. Es un hecho que nuestro modo de relacionarnos ha cambiado. Sin entrar a valorar la situación, vemos que las nuevas tecnologías y las redes sociales han posibilitado una expansión en nuestros horizontes en lo relativo a conocer gente nueva y comunicarnos con los demás. Sin centrarnos en la causa del cambio, lo que nos importan son las consecuencias, la situación y el contexto en el que nos toca desenvolvernos. Cabría afirmar que, a día de hoy, corren malos tiempos para los románticos.

            Las relaciones interpersonales son diferentes en la actualidad, ya no se caracterizan por la solidez de antaño, no sentimos la necesidad de establecer vínculos emocionales irreversibles, fijos e inamovibles en ninguno de los ámbitos de nuestra vida personal y profesional. Parece que la fluidez y la liquidez que algunos atribuyen a esta modernidad que vivimos se ha apoderado también del amor, de cómo construimos y queremos que sean nuestras relaciones amorosas. El tradicional ‘para toda la vida’ ha sido sustituido por el ‘aquí te pillo, aquí te mato’, por decirlo de alguna manera. ¿Mejor o peor? Diferente, adaptado a los cambios socioculturales que se han ido sucediendo. Lo que el amor es, o debería ser, lo dejaremos para una discusión posterior y la visión personal de cada uno; pero lo que es cierto es que esta nueva concepción permite la apertura hacia horizontes hasta ahora inexplorados, donde se plantea como todo un reto la construcción de la identidad afectivo-emocional y sexual de un modo distinto al actual.

             La identidad personal se construye ahora en un mundo multicultural y plural, que afecta también y en gran medida al amor y a las relaciones interpersonales. La ruptura de las fronteras de un pensamiento tradicional y anacrónico que rechazaba a ciertos sectores de la población por su identidad sexual, y que al mismo tiempo condenaba cualquier concepción del amor que divergiese de la suya, así como la superación de ciertos tabúes y miedos heredados generación tras generación, ha permitido que, poco a poco, tomemos consciencia de nuestra autonomía y poder real en la configuración de quién queremos ser y cómo queremos amar. Ya no aceptamos que nadie nos diga si alguien nos conviene o no, que nos marquen las pautas de nuestro comportamiento emocional/sexual. La apertura del amplio abanico de posibilidades que tenemos ante nosotros, así como el reconocimiento de que no hay un amor más verdadero que otro, nos permite desarrollarnos por el camino que queramos, haciendo posible los saltos entre las distintas alternativas en cada una de las etapas vitales y garantizando en todo momento el dominio pleno sobre nuestra vida. Somos nosotros quien debemos escoger el curso que queremos que siga nuestra vida, las riendas nos pertenecen y ahora más que nunca hemos tomado conciencia de ello.

            La pregunta ahora es: ¿a quién amar y por qué? Da un poco de miedo, ¿no?

            

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