El amor
no pierde actualidad, aunque no son pocos los que defienden su transformación
en las últimas décadas. Es un hecho que nuestro modo de relacionarnos ha
cambiado. Sin entrar a valorar la situación, vemos que las nuevas tecnologías y
las redes sociales han posibilitado una expansión en nuestros horizontes en lo
relativo a conocer gente nueva y comunicarnos con los demás. Sin centrarnos en
la causa del cambio, lo que nos importan son las consecuencias, la situación y
el contexto en el que nos toca desenvolvernos. Cabría afirmar que, a día de
hoy, corren malos tiempos para los románticos.
Las relaciones interpersonales son
diferentes en la actualidad, ya no se caracterizan por la solidez de antaño, no
sentimos la necesidad de establecer vínculos emocionales irreversibles, fijos e
inamovibles en ninguno de los ámbitos de nuestra vida personal y profesional.
Parece que la fluidez y la liquidez que algunos atribuyen a esta modernidad que
vivimos se ha apoderado también del amor, de cómo construimos y queremos que
sean nuestras relaciones amorosas. El tradicional ‘para toda la vida’ ha sido sustituido por el ‘aquí te pillo, aquí te mato’, por decirlo de alguna manera. ¿Mejor
o peor? Diferente, adaptado a los cambios socioculturales que se han ido
sucediendo. Lo que el amor es, o debería ser, lo dejaremos para una discusión
posterior y la visión personal de cada uno; pero lo que es cierto es que esta
nueva concepción permite la apertura hacia horizontes hasta ahora inexplorados,
donde se plantea como todo un reto la construcción de la identidad
afectivo-emocional y sexual de un modo distinto al actual.
La identidad personal se construye ahora en un
mundo multicultural y plural, que afecta también y en gran medida al amor y a
las relaciones interpersonales. La ruptura de las fronteras de un pensamiento
tradicional y anacrónico que rechazaba a ciertos sectores de la población por
su identidad sexual, y que al mismo tiempo condenaba cualquier concepción del
amor que divergiese de la suya, así como la superación de ciertos tabúes y
miedos heredados generación tras generación, ha permitido que, poco a poco,
tomemos consciencia de nuestra autonomía y poder real en la configuración de
quién queremos ser y cómo queremos amar. Ya no aceptamos que nadie nos diga si
alguien nos conviene o no, que nos marquen las pautas de nuestro comportamiento
emocional/sexual. La apertura del amplio abanico de posibilidades que tenemos
ante nosotros, así como el reconocimiento de que no hay un amor más verdadero
que otro, nos permite desarrollarnos por el camino que queramos, haciendo
posible los saltos entre las distintas alternativas en cada una de las etapas vitales
y garantizando en todo momento el dominio pleno sobre nuestra vida. Somos
nosotros quien debemos escoger el curso que queremos que siga nuestra vida, las
riendas nos pertenecen y ahora más que nunca hemos tomado conciencia de ello.
La pregunta
ahora es: ¿a quién amar y por qué? Da un poco de miedo, ¿no?
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