La abulia y la apatía se están
apoderando poco a poco de nuestra cotidianeidad, haciendo las veces de
ineficiente timón al mando de un barco, sin causa ni rumbo, que tiene la
batalla perdida ante una tempestad inconmovible. El problema reside, entonces,
en cómo hacernos cargo de los inesperados envites que nos ofrece la vida, de
los fortuitos golpes que nos asesta inesperadamente. Uno de ellos, no sé si el
mayor, viene hacia nosotros cuando nos ocupamos de dar respuesta a la necesidad
de desarrollar un proyecto propio que nos sirva de cauce, de escoger el camino
que queremos recorrer. Y digo “queremos” en lugar de “debemos”, craso error
sería dejar que eligiesen por nosotros.
Especialmente ahora, aunque lo
arrastramos desde ya tiempo, las generaciones presentes y venideras deben
ocuparse de la ardua labor de dar un sentido a su existencia de un modo
peculiar, nuevo, único. Los esquemas tradicionales han dejado de servirnos, no
podemos aplicarlos a nuestros problemas, al menos no todos. Los modelos de vida,
las rutas que siempre llevaron a las metas que otros pusieron ahí por nosotros,
no nos son útiles, llevan a despeñaderos, acantilados de soledad y
desesperación. Ya no vale con el típico “estudia una carrera para conseguir un
trabajo, poder construir una familia y ser feliz”; es solo un ejemplo, aunque
significativo. Nuestras apuestas se resquebrajan y caen en saco roto si
pretendemos aplicar planos antiguos sobre el abrupto relieve de nuestro
presente. Nos percatamos entonces de que lo aprendido, lo que tanto se han
esforzado en enseñarnos, indiferentemente del éxito conseguido, quizá no sirva
para mucho.
Es el momento de crear nuevos
senderos, de explorar paisajes inhóspitos, llenos de oportunidades a la espera
de ser atrapadas. La selva se nos dibuja como un horizonte repleto de impensadas
maneras de concebir las relaciones personales, sentimentales, el trabajo, el
dinero, el tiempo, la vida, la felicidad… Somos libres de escoger la que
queremos y, es más, tenemos plena autonomía para crear nuevas posibilidades,
alternativas que serán jugosas únicamente ante nuestra mirada. Tenemos un poder
inusitado para crear nuevos moldes, o para destruirlos todos; nos hallamos ante
una baraja de oportunidades en la que ninguna carta aparece como más suculenta
ni garante de felicidad, pues quizá esta se descubra solamente en el hecho de
que sea elección propia. ¿De dónde sale tanto poder, qué nos diferencia de generaciones
pasadas? Acaso que no se espere ya nada de nosotros, que nos hayan dado por
perdidos.
Sin embargo, todo tiene un
coste, y el precio de esta libertad ante la que nos encontramos es la angustia
e inseguridad que suponen hacerse cargo de ella. Este es nuestro reto,
diferente a los que se enfrentaron nuestros padres y abuelos. Permítaseme hacer
hincapié, diferente, ni peor ni menos
costoso que otros anteriores. Por ello, ruego que nadie nos menosprecie porque
nuestra labor se les presente como tarea de sencillo desempeño, que nadie
piense que cualquier tiempo pasado fue más duro; las situaciones conflictivas
son otras, no creamos poder cuantificarlas para una posterior comparación en la
que nosotros siempre perdamos. Ahora bien, ¿quién reunirá el valor suficiente para cargar y convivir con el desasosiego, la desazón y la intranquilidad
que conlleva la libertad? ¿Quién trazará su propio camino en el lienzo blanco
que otros quieren dibujar para corregir las manchas que hicieron en los suyos?
¿Quién, finalmente, se hará responsable de su vida, construyéndola sin temor al
fallo, aún a sabiendas de que el derrumbe está asegurado desde que se coloca la
primera piedra?
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