28 de febrero de 2016

Opiniones

            Todo el mundo opina. A discreción. Sin reparo ni vergüenza. Con el pecho henchido y la cabeza alta, satisfechos de aportar algo a la conversación que en el momento se mantenga. El resto de interlocutores escucha, en el mejor de los casos atentamente, y espera que llegue su turno, su gran oportunidad, la ansiada ocasión de expresar alto y claro lo que en esos momentos se halla en su pensamiento. Allá va, decidido. Ya no hay marcha atrás, todos sabrán por fin lo que más tarde olvidarán y no entrarán siquiera a valorar. Cambiar nuestros pensamientos requiere de un esfuerzo desmesurado para nuestras cómodas y malacostumbradas cabezas. Y, para qué vamos a engañarnos, ¿qué más dará? Al fin y al cabo, toda opinión es igualmente válida y debe ser respetada.

         Hemos vuelto a confundirnos. Sí, otra vez. ¿Que por qué? Porque una gran mayoría aceptaría como cierta, incuestionable, indudablemente verdadera la última afirmación del párrafo anterior. Vayamos en orden y comencemos con la validez de las susodichas opiniones. Aviso a navegantes: esto no va a gustarle a más de uno. Siento comunicarles que no, no es suficiente el hecho de ser ‘poseedor’ de una opinión (si bien en no pocas ocasiones somos nosotros los que pertenecemos a ellas, meros recipientes inertes para su transmisión y perduración en el tiempo). Se necesita algo más. No diríamos de un conjunto de hojas amontonadas en el suelo que es un árbol, ¿verdad? Pues lo mismo. Las opiniones necesitan de un sustento, de un armazón de razones y argumentos que las sostenga y permita aflorar con belleza y contundencia nuestro pensamiento. Sin ello estamos perdidos, quedamos expuestos a la intemperie de la demagogia y la palabrería barata, del engaño ajeno, nos convertimos voluntariamente en cómplices del asesinato de nuestra propia autonomía. En la misma línea, cabe señalar que hay razones más sólidas que otras, más ‘ciertas’, si se me permite. De ahí que, para desgracia de muchos, no toda opinión merece ser respetada ni tiene el mismo valor a la hora de discutir o debatir sobre un tema concreto.

          Ahora bien, ¿por qué respetar aquellas ideas que inmovilizan el pensamiento, que lo adormecen o, en el peor de los casos, lo asesinan vilmente? El tantas veces exhortado respeto no debe posarse sobre las ideas o las opiniones, estas deben ser cuestionadas, revisadas, destruidas y reconstruidas de nuevo. Hay que evitar que se nos estanquen las ideas y comience a oler a podrido en nuestro pensamiento. Debemos promover activamente el diálogo constructivo que dé forma y contenido a todas aquellas opiniones que no son tales, y también es imperativo luchar contra la asunción implícita de este establecido respeto hacia las mismas, sin importar cuáles sean. Respeten a las personas, sujetos merecedores de ello, pero dejen que las ideas sigan su curso, que las no válidas para nuestros tiempos desaparezcan, que las crueles sean abolidas y las que ayudan a mejorar el orden social y la vida de los que vivimos en sociedad florezcan y nos alcancen a todos. Está en nosotros.


            Ya está bien de escudar la ignorancia en esta falsa idea de respeto, comprometámonos con saber de qué hablamos, con no abrir la boca (o escribir en cualquier red social) si lo que tenemos que decir no es mejor que el silencio, y, cuando lo hagamos, demos argumentos, razones, elaboremos nuestras ideas, expongámoslas de manera precisa y estructurada para que los demás puedan entenderlas y contestarnos. Pero, por encima de todo, estemos siempre dispuestos a cambiarlas, hagamos de nuestra existencia un continuo viaje de aprendizaje y aprendamos a disfrutar de ello. 

2 comentarios:

  1. Alguien tenía que decirlo. ¿Lo imprimimos y repartimos cuartillas? :-P

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  2. Opinar es gratis. Y se nota en la calidad... Muy buena reflexión.

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