24 de marzo de 2016

Vivo

A veces la vida nos abruma, nos pasa por encima sin pedir permiso, se va sin disculparse siquiera, nos derriba con constantes compromisos y contratos no firmados que nos obligan a permanecer, nos inmovilizan, alejándonos de nuestros sueños, incluso de nuestra propia felicidad. A veces nos engaña, haciéndonos pensar que esta última nos llegará desde fuera, como caída del cielo, que con un poco de azar y estar en el sitio adecuado será nuestra; sin embargo, la felicidad hay que crearla, construirla, darle forma y contenido, ponerle colores, olores, sabores, sonidos y tacto, mucho tacto: el calor del sol azotando tu cuerpo en una fría mañana de invierno, el roce de esa mano que consigue despertar todos tus sentidos, un beso, un abrazo.

A veces la vida nos llena de frustraciones ajenas, de lágrimas que nos salpican por llantos que no merecemos, nos zarandea con emociones que no hemos tenido el valor previo de afrontar, combatir, aceptar, asumir. Demasiadas veces pagamos los platos rotos de aquellos que no tuvieron el valor de tomar las riendas de sus proyectos, que se conformaron con prefabricar los sueños de otros en lugar de crear los propios. Tratan de llenarlos la cabeza con sus inseguridades, sus complejos y las continuas y memorizadas mentiras que aprendieron de sus mayores. Cobardes.

No, no pienso dejar de intentarlo, no pienso desistir, poco me importan ahora vuestras palabras, los consejos rotos e inservibles, los miedos que os enseñaron y no os atrevisteis a desgarrar. La oscuridad, que probablemente me envuelva en las etapas iniciales de este nuevo camino que intento rehacer continuamente, no va a frenarme ni un solo segundo, no va a marchitar ni siquiera uno solo de mis proyectos o, en caso de no haberlos, las ganas de salir a buscarlos, o que me busquen, a crearnos juntos en una espiral de vida, ganas, pasión y dedicación por aquello que me gusta hacer.

No, tampoco importa no saber lo que quiero hacer ahora mismo. Sé reconocer lo que siento, lo que me hace cerrar los ojos y sonreír. Soy perfectamente capaz de saber que me hallo en el camino correcto, haciéndolo con cada paso, que tengo un gran abanico de posibilidades ante mí y que no pienso desperdiciar ninguna. Me he propuesto firmemente no escuchar a todos aquellos que me griten desde su impotencia y apatía, estoy más que decidido a hacer oídos sordos a todas y cada una de las palabras de desánimo que traten de obstaculizar mi camino, que quieran interpretar un papel protagonista en un camino que yo vislumbré libre de idiotas y personas que resten a mi vida.

¿Que por qué y para qué? Por y para mí. Porque merezco dedicarme algo de tiempo, porque nadie si no soy yo va a ocuparse de mi vida, de mis sueños, de mis pasiones, de mis emociones. Para que nadie ocupe el lugar que me pertenece, del que voy a adueñarme por ello y, desde lo alto, bajo o a media altura de mi castillo, gritaré que me quiero.

¿Que a qué viene esto? A que ojalá tan solo uno de los que me estáis leyendo haga suyas estas palabras, se apropie de la idea, la arrope cariñosamente y se anime a llevarle a cabo. Pero, por encima de todo, porque necesitaba decírmelo.

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