A veces
la vida nos abruma, nos pasa por encima sin pedir permiso, se va sin
disculparse siquiera, nos derriba con constantes compromisos y contratos no
firmados que nos obligan a permanecer, nos inmovilizan, alejándonos de nuestros
sueños, incluso de nuestra propia felicidad. A veces nos engaña, haciéndonos
pensar que esta última nos llegará desde fuera, como caída del cielo, que con
un poco de azar y estar en el sitio adecuado será nuestra; sin embargo, la
felicidad hay que crearla, construirla, darle forma y contenido, ponerle
colores, olores, sabores, sonidos y tacto, mucho tacto: el calor del sol
azotando tu cuerpo en una fría mañana de invierno, el roce de esa mano que
consigue despertar todos tus sentidos, un beso, un abrazo.
A veces
la vida nos llena de frustraciones ajenas, de lágrimas que nos salpican por
llantos que no merecemos, nos zarandea con emociones que no hemos tenido el
valor previo de afrontar, combatir, aceptar, asumir. Demasiadas veces pagamos
los platos rotos de aquellos que no tuvieron el valor de tomar las riendas de
sus proyectos, que se conformaron con prefabricar los sueños de otros en lugar
de crear los propios. Tratan de llenarlos la cabeza con sus inseguridades, sus
complejos y las continuas y memorizadas mentiras que aprendieron de sus
mayores. Cobardes.
No, no
pienso dejar de intentarlo, no pienso desistir, poco me importan ahora vuestras
palabras, los consejos rotos e inservibles, los miedos que os enseñaron y no os
atrevisteis a desgarrar. La oscuridad, que probablemente me envuelva en las
etapas iniciales de este nuevo camino que intento rehacer continuamente, no va
a frenarme ni un solo segundo, no va a marchitar ni siquiera uno solo de mis
proyectos o, en caso de no haberlos, las ganas de salir a buscarlos, o que me
busquen, a crearnos juntos en una espiral de vida, ganas, pasión y dedicación
por aquello que me gusta hacer.
No,
tampoco importa no saber lo que quiero hacer ahora mismo. Sé reconocer lo que
siento, lo que me hace cerrar los ojos y sonreír. Soy perfectamente capaz de
saber que me hallo en el camino correcto, haciéndolo con cada paso, que tengo
un gran abanico de posibilidades ante mí y que no pienso desperdiciar ninguna.
Me he propuesto firmemente no escuchar a todos aquellos que me griten desde su
impotencia y apatía, estoy más que decidido a hacer oídos sordos a todas y cada
una de las palabras de desánimo que traten de obstaculizar mi camino, que
quieran interpretar un papel protagonista en un camino que yo vislumbré libre
de idiotas y personas que resten a mi vida.
¿Que
por qué y para qué? Por y para mí. Porque merezco dedicarme algo de tiempo,
porque nadie si no soy yo va a ocuparse de mi vida, de mis sueños, de mis
pasiones, de mis emociones. Para que nadie ocupe el lugar que me pertenece, del
que voy a adueñarme por ello y, desde lo alto, bajo o a media altura de mi
castillo, gritaré que me quiero.
¿Que a
qué viene esto? A que ojalá tan solo uno de los que me estáis leyendo haga
suyas estas palabras, se apropie de la idea, la arrope cariñosamente y se anime
a llevarle a cabo. Pero, por encima de todo, porque necesitaba decírmelo.
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