18 de abril de 2016

Conmigo mismo

Y de repente, silencio. Un silencio que levanta la voz y ahoga los pensamientos, que se expande insensiblemente por toda la habitación y te mira desde arriba. Un silencio que empequeñece, aprieta y casi ahoga, que sobrecoge, empapa y te hace templar a partes iguales. Un silencio que, por encima de todo, te recuerda que estás solo. Pero la soledad no acaba de venir a verte porque no tuviese mejores cosas que hacer, la has llamado, puede que sin saberlo, porque la necesitas; en último término, te necesitas a ti mismo, y no hay mejor manera de encontrarte, de enfrentarte a ti, que cuando ella está presente.

Tras un segundo parpadeo, la soledad, el silencio y tú, sin saber muy bien qué hacer ahora. Quizá lo mejor sea relajarte, hacer el cuerpo a la presencia de estas infrecuentes (para muchos) compañeras de tertulia. Sin embargo, no habrá presentaciones para principiantes ni veteranos, simplemente una charla a tres bandas en la que tú serás el único interlocutor; sí, de ti mismo. Todas y cada una de las preguntas que decidas lanzar al aire volverán envenenadas de silencio y soledad, y además esperando ser respondidas. Me temo que te va a tocar hacerte frente,  empezando por todos aquellos pensamientos y sensaciones que se hallan en la superficie, para ir ahondando poco a poco en toda esa maraña más o menos racional que rige la mayoría de tus actos y emociones sin el menor esfuerzo, sin que tú lo sepas.

Me saltaré ahora procesos intermedios, zambullidas con diferente profundidad en las que poco a poco uno se va descubriendo a sí mismo, se empieza a conocer, aceptar y, en el mejor de los casos, cambiar lo que no le gusta; si bien es cierto que no es poco el esfuerzo necesario. Pero, de todo esto ya he hablado antes, he escrito, quizá demasiado, al respecto, ¿verdad? ¿Por qué hacerlo de nuevo?

En medio de uno de esos últimos momentos de silencio y soledad, he llegado a vislumbrar el fondo, lo confieso, he encontrado algunas de las piedras de toque que se hallan en el fondo de mis pensamientos, mente, cabeza, llámenlo como quieran. Es más, he conseguido leer su superficie, identificarlas, no sin poco esfuerzo, o eso creo. Sin embargo, no me gusta parte de lo que veo, que quiero borrar lo escrito, renovar algunas de esas columnas, esculpirlas a mi manera, tirar varias de ellas y suplirlas por otras que ya tengo listas para reemplazarlas. ¿El problema entonces? No soy capaz, están fuertemente engarzadas a eso que soy yo, resultado de mi educación en una sociedad llena de estereotipos, prejuicios, visiones anquilosadas del ser humano, la sexualidad, la política y economía, la cultura, y un largo etcétera que ha ido calando desde el imaginario cultural hasta eso que me he acostumbrado a llamar ‘yo’.


Y de nuevo, silencio. Sigo sin saber qué hacer y estoy seguro de que la ayuda no puede llegar desde afuera. Quiero seguir intentándolo. 

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