11 de diciembre de 2013

Cicatrices

Señala Javier Marías, en la sinopsis de uno de sus libros, que con la escritura se abre una herida que se va suturando a medida que escribimos; en el mismo instante que nos duele, cicatriza. Quizá sea ésta la única forma de hacerle daño al mundo, de herirle dulcemente, de grabar a fuego nuestro recuerdo en cabezas ajenas. Tal vez la muerte de la palabra contribuya, aunque torpemente, a la inmortalidad del hombre que rasga sus trazos en el papel. Seguramente sea por eso que las letras duelen, acarician o provocan cosquillas. Posiblemente, en un patoso intento de no hacernos más daño, mi boca quiso pronunciar un te quiero que, sin embargo, cicatrizó en un adiós que quedó para la posteridad. Y en algo semejante a esto, aseguran muchos, reside la magia del lenguaje, en su capacidad de travestirse, de causar dolor con la mayor muestra de cariño que nadie pudo ofrecerte. Y es que, ¿cómo pudo un te quiero disfrazarse de adiós? Supongo que por el bien de todos, hasta de aquellos que se identifiquen con esta historia de nadie.

Es probable que me canse, que desista en este burdo intento de dañar al mundo con vacuas palabras, que asuma que es momento de dejarlo, que me abandone a las cicatrices de otros y a lo que me quieran mostrar a través de ellas. Siempre será mejor, y si no, al menos más cómodo, servir de lienzo para bisturís ajenos en forma de bolígrafo o máquina de escribir, trozo de papel en blanco dispuesto a empaparse de la sangre resultante de lecturas sobrecogedoras. Optaré por temblar con sus historias, veré en cada personaje una parte de mí, ya sea para sentirme orgulloso de ella o bien para no perder un minuto en comenzar a corregirla. Sentiré sus besos, me afectarán sus alegrías y tristezas, intentaré seguir eternamente con ellos tras cerrar la tapa del libro, utilizando como puente mi imaginación. Y todo ello a sabiendas de que morirán tras la última página, de que la despedida será más amarga que las que tendré con muchas personas de carne y hueso

Así, quedaré atravesado, indistintamente y con igual fuerza, por las heridas que me hicieron los libros y las que me provocó la vida, creyendo tontamente que seguir escribiendo conseguirá paliar el dolor, sin la capacidad suficiente para aprender a soportarlo y descubrir la desolada belleza que acunan tiernamente estos rasguños.

1 comentario:

  1. Cuántas veces las heridas de los libros y las de la vida se confunden tanto que no se sabe bien cuál de las dos es la que cicatriza...

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