Cayeron estrepitosamente las
columnas que sostenían aquella fortaleza erigida torpemente entre sus cuerpos.
Se diluyeron los miedos, temerosos del posible enfrentamiento contra aquellos
labios que no paraban de robarse besos. Se desnudaron sus mentes, ofreciendo impolutos pensamientos contra el escarpado acantilado de la opinión ajena.
Desbordadas, todas sus pasiones ocultas salieron a la luz, cegando
involuntariamente las obsoletas palabras de amor que ahora comenzaban a rebotar
torpemente por toda la habitación. Suicidas miradas se precipitaban por el
abismo de los ojos del otro, tranquilas en su viaje hacia una interioridad aún por
descubrir.
Quizá fue este el principal
motivo por el que no consiguió evitar la conmoción cuando, la mañana siguiente,
todavía envueltos en la añoranza de las sábanas, le preguntó con qué había
soñado. Entonces contestó, en un apenas audible susurro, que hacía ya algún
tiempo desde que sus sueños fueron ocupando, progresivamente, otros cuerpos, vidas
distintas a la suya. Se apagaron las ilusiones y esperanzas, se marchitaron los
deseos cuando le arrebataron la libertad de no ser otro eslabón más dentro de
un engranaje que sonaba a oxidado. El precio de no pasar por el aro, de no
obedecer a lo socialmente establecido, acabó con su vida interior, la única que
verdaderamente le pertenecía. Aquella que en su tiempo denominamos vida exterior
se había convertido en un triste reducto de redes establecidas por los demás,
en la que ni uno mismo era ya el centro, sino un nudo más en ese burdo
entrelazamiento de relaciones estúpidas, incoherentemente inconexas, un punto
desde el que colgaba la soga que ponía fin al dolor.
Tal vez ese fue el comienzo del
círculo, el desencadenante que le hizo perder su trabajo, la custodia de sus
hijos y la fe en la vida, por la que tanto había luchado. Quién sabe si fue
aquél el comienzo de su forzado ayuno, de su falta de liquidez económica, como
eufemísticamente lo llamaban. Es improbable que consiguiese averiguarlo nunca, pero
tampoco quería hacerlo, intentaba olvidar sus palabras ante aquel
cuestionamiento acerca de sus sueños, pues la pregunta solo obtuvo por
respuesta: «Un alma desnutrida, sin alimento, es
incapaz de soñar».
No hay comentarios:
Publicar un comentario