10 de octubre de 2013

Sueños

Cayeron estrepitosamente las columnas que sostenían aquella fortaleza erigida torpemente entre sus cuerpos. Se diluyeron los miedos, temerosos del posible enfrentamiento contra aquellos labios que no paraban de robarse besos. Se desnudaron sus mentes, ofreciendo impolutos pensamientos contra el escarpado acantilado de la opinión ajena. Desbordadas, todas sus pasiones ocultas salieron a la luz, cegando involuntariamente las obsoletas palabras de amor que ahora comenzaban a rebotar torpemente por toda la habitación. Suicidas miradas se precipitaban por el abismo de los ojos del otro, tranquilas en su viaje hacia una interioridad aún por descubrir.

Quizá fue este el principal motivo por el que no consiguió evitar la conmoción cuando, la mañana siguiente, todavía envueltos en la añoranza de las sábanas, le preguntó con qué había soñado. Entonces contestó, en un apenas audible susurro, que hacía ya algún tiempo desde que sus sueños fueron ocupando, progresivamente, otros cuerpos, vidas distintas a la suya. Se apagaron las ilusiones y esperanzas, se marchitaron los deseos cuando le arrebataron la libertad de no ser otro eslabón más dentro de un engranaje que sonaba a oxidado. El precio de no pasar por el aro, de no obedecer a lo socialmente establecido, acabó con su vida interior, la única que verdaderamente le pertenecía. Aquella que en su tiempo denominamos vida exterior se había convertido en un triste reducto de redes establecidas por los demás, en la que ni uno mismo era ya el centro, sino un nudo más en ese burdo entrelazamiento de relaciones estúpidas, incoherentemente inconexas, un punto desde el que colgaba la soga que ponía fin al dolor.


Tal vez ese fue el comienzo del círculo, el desencadenante que le hizo perder su trabajo, la custodia de sus hijos y la fe en la vida, por la que tanto había luchado. Quién sabe si fue aquél el comienzo de su forzado ayuno, de su falta de liquidez económica, como eufemísticamente lo llamaban. Es improbable que consiguiese averiguarlo nunca, pero tampoco quería hacerlo, intentaba olvidar sus palabras ante aquel cuestionamiento acerca de sus sueños, pues la pregunta solo obtuvo por respuesta: «Un alma desnutrida, sin alimento, es incapaz de soñar».

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