Ante
todo, para que no haya malentendidos, el deporte es mi elección, nadie me obliga a ello, no lo hago sintiéndome presionado,
consciente ni inconscientemente, por ninguna persona o grupo social. Mientras
muchos, la mayoría quizá, simplemente se dejaban llevar, haciendo lo que todos
hacen, tomando ideas prestadas sin pasarlas por el tamiz de la crítica personal
y designándolas indebidamente como “propias”, mientras tanto, digo, yo decidí
voluntariamente decantarme por el deporte como vía para aprender. Obviamente no
es la única opción, hay más alternativas, pero todas implican arriar las velas
y decidir a dónde quieres que te lleve la marea.
Tolerancia,
respeto, humildad, amistad, paciencia, esfuerzo, sacrificio, constancia,
trabajo, sinceridad, y un largo etcétera, son los valores que he aprendido
gracias al deporte. ¿Y saben lo mejor? Que todos estos frutos recolectados ahora
puedo aplicarlos al resto de mi vida. Todos y cada unos de los momentos de
deporte que recuerdo van acompañados de una sonrisa, desde el sufrimiento en el
gimnasio hasta la satisfacción por la victoria en una cancha de baloncesto.
Normalmente rodeado de amigos, con los que compartir alegrías y superar las
derrotas; aunque, a veces, en soledad, propicios momentos que facilitan el
encuentro con uno mismo, que nos ayudan a enfocar desde otra perspectiva
nuestros problemas, a superarlos, así como tomar decisiones importantes en
cualquier ámbito de nuestra vida.
Pero
parece que seguimos sin comprenderlo, continuamos obcecados en nuestro empeño
de criticar al que hace demasiado deporte, al que le va la vida en ello, como decimos coloquialmente. ¿Dónde está el problema?,
me pregunto. ¿Qué está haciendo mal? ¿A quién perjudica? ¿Qué pasa si uno
quiere acompañar el ejercicio físico con una dieta sana y equilibrada? A veces
siento, con comentarios como los que apuntaba al comienzo, que todo sería más
fácil si mi vida durante el fin de semana transcurriese de noche, si llegase a
casa, algún que otro día, con poco conocimiento de dónde estoy y de cómo he
conseguido encontrar la cama. Todo sería “normal”, esa normalidad que tanto me
duele y tan poco soporto, si hubiese tenido mis desavenencias con el alcohol,
el tabaco y alguna que otra sustancia estupefaciente. Al menos, como vosotros,
podría contárselo a mis amigos sin que me mirasen con caras raras, algunos,
incluso, se sentirían orgullosos. Eso sí sería aceptado por todos, son los
problemas que se suponen que se tienen a esta edad, o por los que uno debe
haber pasado para… ¿para qué? ¿Para ser una persona normal, uno más entre el
resto? Lo siento, pero mi “problema”, para muchos, es no tener esos problemas.
Estamos perdiendo el norte y no aceptamos la ayuda de quien nos ofrece una
brújula.
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