16 de septiembre de 2013

Traspiés de la memoria

Me entrego a la distopía del pasado, al estepario invierno de tu mirada, de tus pupilas reflejando mis ojos. Me lanzo al vacío sin resentimientos ni temores, me desvisto de caricias, quedo al desnudo frente a tus palabras hirientes. Inocente pero tenaz, sabedor de que vivieron por mí, decidieron en mi lugar y, lo peor de todo, pusieron sus sentimientos en mi cuerpo, sentí como ellos querían, tracé mi historia intentando rehacer sus errores. 

El colapso estaba escrito con tinta indeleble, con trazos de inquebrantable color negro en el espacio que dejaban nuestros cuerpos tras el sexo. En el interludio de los pulmones que nunca respiraron al compás, en el abismo que formaban las sábanas, resultante de aquellos movimientos respiratorios, se fueron ahogando nuestras promesas, las canciones que un día nos atrevimos a atrapar y señalar como nuestras. Malditos insentatos, ahora sus letras se han vuelto contra nosotros, y nos están ganando la batalla; algo me dice que no tendrán piedad, que nos harán añicos, es tarde para súplicas sin sentido.

Presagiando el final en el tiempo, el olvido recogió sus cartas, yo las mías. Acepté el desafío. Volví a perder. La memoria hizo el resto, mantuvo el espejismo de una historia inacabada, haciéndome inventar nuevos trazos de un dibujo que ya ni siquiera estaba delante de mí. Pero seguí mojando el pincel sobre las ya secas manchas de óleo, lanzando embates feroces a un espacio vacío, tal vez reflejo de una soledad interior nunca reconocida. Imaginación sobraba al pintor, que no cesaba en su intento de plasmar lo que tan claramente aparecía en su mente sobre aquel inventado lienzo.

Adiós, te dije, o tal vez me lo dije a mí desde tus labios, añorando ya tus besos, despidiéndome de aquella parte de mí que se iba contigo, envidiando que ella podría volver a perderse en tu cabellera sobre la cama, a fin de cuentas, respirarte. Tal vez por eso nunca has muerto, tal vez por eso nunca moriré.


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