Desde
tales creencias se me acusa de ser pecador, tan solo por el hecho de no
compartirlas y ponerlas en duda, y la acusación se dirige hacia mi persona, no
solo a lo que pienso. ¿Dónde quedan los gritos a favor del respeto? Estoy cansado
de esa mirada que se hace de la “pobre oveja descarriada” que nunca hallará a
dios, que está condenado a la infelicidad, o al menos a una felicidad no tan
plena. Esa apestosa arrogancia se apropia del bien y el mal, de lo verdadero y
lo falso, los delimita estrictamente (¡cómo si fuese tan fácil!), condenando a
todo aquel que no comparta su visión. Creo que es hora de hacer gala de
respeto, y deben hacerse coincidir los pensamientos con el respeto que se
muestra de cara al público, que no haya rastro alguno de la compasión con la
que se mira por encima del hombro al que creen distinto o no creen. Es momento
de abandonar ese chirriante “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Estoy
cansado de que se sitúe, a todo el que no comparte el dios cristiano, en el
lado del error, de lo falso. Basta ya de pensar que la verdad solo les
pertenece a ellos, es momento de abandonar la visión de que la verdad es una y
única; las cosas han cambiado, y bastante. No es tan difícil entender la
religión como una opción personal y no necesariamente obligatoria, puede
relegarse al ámbito de lo privado, buscando que pierda poder en el control de
lo público e influencia sobre la política. Respetemos también al que no quiera
elegir, no por pereza, sino porque se ha percatado de la incapacidad del hombre
para ir más allá de sus propios límites, al que ha sido sobrepasado por las
preguntas y no quiere abandonarse a la comodidad de la creencia incierta, a
pesar de las pretensiones de verdad que desde dentro se postulen).
Estoy
cansado de esta perversión de la democracia, harto del conformismo ciudadano
que piensa que no alternativas al bipartidismo podrido desde el que se nos
gobierna. Este pensamiento únicamente favorece el quietismo que ellos quieren,
nos presentan cualquier opción contraria a sus proyectos desde la imposibilidad
de un planteamiento utópico. Y nosotros, cada vez más tontos, idiotizados por
un sistema educativo que se va a pique debido a la falta de acuerdo, y de
decencia, de nuestros políticos a la hora de establecer una ley de enseñanza
definitiva o que al menos no cambie con la alternancia de las legislaciones,
nosotros carecemos de armas para combatir, intelectualmente nos están
desarmando, ante la impasividad de nuestras miradas. Por eso cedemos ante lo
que nos digan, nos enfrentamos unos a otros en la defensa incondicional,
acrítica, del partido político al que hemos votado. Es una bonita manera de
mantenernos entretenidos. ¿Dónde queda el espíritu revolucionario, que antes
primaba entre los jóvenes, de lucha hasta conseguir lo que consideramos justo?
Me parece que lejos, muy lejos, en una sociedad en la que el conservadurismo lo
ha impregnado todo. Mejor no perder lo poco que nos queda, aguantar en
condiciones cada vez más pésimas, hasta que nos lo quiten todo y no tengamos
nada que perder. Entonces, y sólo entones, comenzaríamos a reclamar lo que por
derecho nos pertenece. Aunque, sinceramente, no espero ni creo que se llegue a
tal situación. Todo pasará, nosotros seguiremos a duras penas con lo que hayan
hecho de nuestras vidas, la economía se restaurará y creeremos, con más fuerza
si cabe de lo que lo hacemos ahora, que en ella residía el problema de nuestros
males. Seguirán jugando con nosotros, con la educación, entre otras, y nunca
llegaremos a percatarnos que nuestra verdadera crisis es de valores, de
pensamiento, de su ausencia.
Sigamos,
mientras tanto, intentando atender con nuestros pequeños ojos a todas las
demandas televisivas, bien sea en modo de publicidad o de programas
deplorables. Tratemos de abarcar con nuestros brazos todos esos bestsellers y
películas recomendadas que ponen en evidencia que el problema no está en el
bolsillo sino en el vacío que llena nuestras cabezas. Tenemos el fútbol, el
deporte en general, para enorgullecernos de nuestro país, las tiendas para
gastar nuestro tiempo y la falta de criterio para poner el broche final al velo
que nos hemos puesto tan cerca que no podemos destaparlo, y que transforma toda
nuestra visión de la realidad.
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