¿Su
primera alternativa? Aferrarse, fuertemente, a cualquiera de las realidades que
se le ofrecen bajo la máscara de la religión, ideologías o idearios políticos,
entre otras muchas construcciones del mundo, que pondrán un opaco velo a lo que
pasa a su alrededor. Saciarán con creces su sed de respuestas y restarán
importancia a aquellas preguntas que no puedan contestar, le ofrecerán un
paisaje atractivamente novedoso, cálido y acogedor, que sólo le pedirá a cambio
una justa simbiosis: habitar y colonizar su pensamiento, al igual que él ha
construido su mundo entre las fronteras de su nuevo escenario. Pero, no se
confundan, el teatro ante el que ahora se encuentra no sustituye a la realidad
diluyente, diluida, que se esconde tras sus títeres, entre bastidores.
Ahora
bien, ocupar la primera posición entre las opciones a su alcance no implica que
deba escogerla, y mucho menos que sea la mejor alternativa, seguramente nunca
exista la mejor opción. Y es que, cuando el miedo de saltar de un lugar a otro
en este mundo derruido se evapora, uno comienza a deleitarse en su ejercicio. Los
brincos se transforman en frágiles saltos de danza clásica, el cuerpo se eleva
y consigue flotar sobre las pocas ruinas que quedan, obteniendo así un mejor
punto de vista, ganando en perspectiva. Se adopta entonces una mirada clara y
distinta sobre todas aquellas compañías teatrales que enmascaran la belleza de
la destrucción, consiguiendo apreciar los aciertos y errores de cada una,
absorbiendo las explicaciones certeras y combatiendo a capa y espada las
mentiras. Tratando, en última instancia, de llevar a cabo la ardua labor de
levantar al espectador de su confortable asiento, para enseñarle las maravillas
oteadas desde ese no lugar que alcanzó bailando.
Es
por ello que la filosofía, en tanto destructora de teatros y burdas
representaciones de la realidad en ruinas, como despertador de conciencias
dormidas, debe conservar su necesario lugar dentro de la educación. De poco
valen vuestras experiencias particulares con la disciplina, con la materia
escolar, no es argumento alguno para devaluarla y permitir que las generaciones
futuras queden desprovistas de las poderosas armas que la filosofía pone a su
alcance, entre las que priman la capacidad de crítica y cuestionamiento, la
curiosidad por buscar alternativas y no aceptar todo lo que nos impongan. Instrumentos
estos que serán los únicos capaces de que nuestros niños no claudiquen y se
conformen con cualquier cosa que se les imponga desde un gobierno bipartidista
y desinteresado, desde una religión obsoleta y opresora del pensamiento
autónomo.
Soy
conocedor de que son pocas las conciencias que, de manera efectiva, logran
despertarse, pero siguen siendo algunas, aunque mínimas, y son nuestra única, y
última, esperanza.