Somos insignificantes cristales
de tiempo que se hacen añicos ante el frágil aletear de la vida. Somos vida que
se esparce, contrae, esconde y escapa del ruido que generan nuestras mentes.
Somos esas mentes incapaces de estar siquiera cerca de comprender esta
existencia absurda que nos envuelve y empapa. Somos, en definitiva, ese absurdo
que se esfuerza, pese a todo, en seguir hacia delante, ¿y es que acaso hay otra
alternativa?
Estamos condenados, si es que
acaso existe tal cosa, a convertir en ruina un futuro que hace tiempo dejó de
ser esperanzador, que nos arrulla con un leve cántico de derrota y la añeja fragancia
de la desilusión. Estamos ensimismados, con los ojos a medios abrir y el
corazón cerrado, incapaces de sentir la menor muestra de verdadero amor, en
cualquiera de las formas en que este pueda darse, o recibirse. Estamos anegados
y enfangados hasta lo más hondo de nuestra contingencia con la agridulce
sensación de la incertidumbre, con la pesadez de tomar decisiones ante dilemas
para los que nunca estaremos preparados.
Somos vagabundos, deambulantes y
soñadores, que nunca fuimos capaces de cortar las cuerdas que nos convierten en
títeres, que no seremos más que el recuerdo funesto torpemente grabado en la
memoria de aquellos que nos narren durante una o dos generaciones. Después,
nada, por mucho que algunos digan, inventen o crean. Somos tachaduras en los
márgenes de una historia que carece de argumento principal, con personajes
caricaturescos y puntos suspensivos.
Sin embargo, pese a ello, o quizá
debido a ello, nos esforzamos en crear sentido(s), construir y derruir nuestras
identidades, hilar con cuidado las vivencias de nuestro frágil e incierto
devenir hasta darle la forma que consideramos adecuada. Exprimimos al máximo
cada insignificante alegría con la que nos topamos, tratamos de mirar hacia
delante, haciendo oído sordos de los ecos del pasado que nos suplica clemencia
y nos ofrece el calor de la vivencia pasada. Nos arriesgamos, a ciegas, porque
no hay otro modo de enredarse con el mundo, y nos creemos capaces hacer
habitables las ruinas que fueron las sobras desechadas por otros.
Volemos y pensémonos libres,
sintamos, aunque solo sea por un momento, que lo efímero de nuestra breve
estancia cobra sentido en la intersección con otras personas. Recreemos
nuestras más profundas esperanzas, creamos que se harán realidad solo con
desearlas fuertemente. Cerremos los ojos y sigamos a tientas, ya que no habrá
mucha diferencia, viviendo a todo sentimiento y ningún sin remordimientos.
Vayamos, pese a todo, hacia
delante, con la serena tranquilidad de que la incertidumbre nos aguarda a la
vuelta de la esquina y nuestra suerte está echada: la muerte nos espera, pero
hasta entonces, vivamos.