De repente te descubres nómada,
te paras a contemplarte desde fuera de ti y te golpea la idea de saberte
náufrago en el mar de tu existencia, en una desolada isla que no sabes muy bien
si llegaste a elegir. Las noticias te salpican en forma de mensaje lanzado al
agua en el interior de una botella que no sabía muy bien si llegaría a ser
rescatada. Hablan de fronteras, de un tal presidente del considerado país más
poderoso del mundo cuya obstinación y racismo le han llevado a postular la
xenófoba idea de levantar, sobre esa línea imaginaria que ya dibujan los mapas,
un muro, materialización de la absurda idea de frontera, para separar,
segregar, diferenciar sobre el terreno lo que sobre el pensamiento ya hace la
idea de ‘nación’. Desde tu atolón, si el viento sopla a favor y el graznido de
los pájaros que solo existen en tu cabeza cesa, llegas a escuchar el grito de
un pueblo enfurecido, indignado, que se escandaliza ante la humanidad de tal
inhumana barbarie. Mientras contemplas y escuchas inmóvil, tratando de procesar
todo lo que sucede, llegar a la raíz de la cuestión, se escurre entre tus
labios, mezclado con lo salado de la brisa marina, el cinismo, la desfachatez,
la hipocresía de las palabras que llenan sus bocas y salen disparadas por
doquier.
Torbellino de pensamientos que
inundan en un instante tu cabeza y te impiden discernir con claridad lo que
está pasando. ¿No hay algo de familiar en todo esto? ¿A qué te recuerda? No, te
niegas a creer lo primero que de modo tan fugaz atraviesa tu mente. No puede
ser, te niegas a aceptar que aquellos que cierran sus puertas a los refugiados,
a los inmigrantes que se juegan la vida llevando como único equipaje una
esperanza que se negaron a dejar por el camino, se escandalicen frente a la
construcción del citado muro. Te repites a ti mismo, una y otra vez, que debe
haber alguna diferencia, te das un tiempo para asimilar lo que acabas de leer y
tratas de investigar sobre el asunto con la solemne decisión de poner fin a
esta desazón que te oprime el pecho.
Mucha información, opiniones
dejadas por cualquier rincón de internet, en forma de artículo, blog, noticia,
comentario en redes sociales, puntos de vista que desafían a la verdad, que se
equiparan al conocimiento sin ni siquiera tomarse la molestia de disfrazarse de
razonamiento falaz. Sientes vergüenza. Más todavía cuando un pequeño gráfico
congela tu respiración y detiene de repente el palpitar de tu corazón. Dos
vallas de seis metros de altura, una de ellas, la colindante con el país
vecino, reforzada con una concertina rebosante de cuchillas que dan la bienvenida
a todo aquel que se aventure a saltarla (y cuya retirada fue declinada hace tan
solo unos años por el presidente del país en que se halla). Por si fuese poco,
una sirga tridimensional intermedia acentúa la inhumanidad de tan miserable muestra
de la barbarie humana que parece verse en territorio ajeno y obviarse en el
propio.
“El problema era que tenías que
seguir escogiendo entre lo malo y lo peor hasta que al final no quedaba nada. A
la edad de 25 la mayoría de la gente estaba acabada. Todo un maldito país
repleto de estúpidos conduciendo automóviles, comiendo, pariendo niños,
haciéndolo todo de la peor manera posible, como votar por el candidato
presidencial que más les recordaba a ellos mismos. Yo no tenía ningún interés.
No tenía interés en nada. No tenía ni idea de cómo lograría escaparme. Al menos
los demás tenían algún aliciente en la vida. Parecía que comprendían algo que a
mí se me escapaba.”
Charles Bukowski.
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