La
gente habla, opina, y sobre todo verborrea, la mayoría de veces sin argumentos,
imposibilitando el diálogo, cerrados en sus pensamientos y sin intención de
expandir horizontes, cayendo en un relativismo de opiniones que no nos llevará
a buen puerto. Además, la gente no escucha, ¡total para qué!. Y, no conformes
con eso, te invitan a dejar de hacerlo cuando elevan su tono de voz a niveles pavarottianos. La gente no lee, se les
está olvidando. Escribir y hablar correctamente han dejado de ser importantes, se
han subyugado a una mera intercomprensión comunicativa a través de algo que
cada vez más se separa de lo que entendemos por lenguaje. Una vez más, no
contentos con hacer gala de su manifiesta ignorancia, se mofan de los vocablos
(que tan extraños les parecen) adecuadamente empleados en la situación precisa,
el momento oportuno.
La
gente el 12 de octubre salió a la calle, a celebrar el día de la hispanidad,
orgullosos aún hoy de lo que sucedió en América. Una de las mayores
transformaciones de la realidad contadas en escuelas e institutos. Lo que allí
hizo el pueblo español fue inhumano, y me enerva el tan repetido comentario de
que deberían que darnos las gracias porque sino seguirían subidos en los
árboles, ¡encima! Matamos su cultura, les imponemos la religión, aniquilamos
sus esperanzas y sueños, haciéndolos formar parte del modelo de hombre
occidental, y sumando a todo ello un terrible genocidio. ¡Menuda vergüenza! La
misma que me produce ver lo está sucediendo en África, donde los países occidentales
obligan, porque no se trata de una ayuda gratuita, a que se adopte su modelo de
hombre a cambio de unos pocos alimentos que no les sirven apenas. Dejen de
pensar en la labor de la Iglesia, porque la caridad es al precio de la
aceptación de una religión, de la evangelización de esas “pobres ovejas descarriadas” que no han conocido a Dios. ¡Oh, qué
lástima! Pero no es la lástima la que otorga dignidad a las personas sobre las
que recae.
La
gente busca culpables lejanos de sus problemas más próximos, porque ¿cómo voy a
ser yo culpable de lo que me pasa? La gente teme tanto miedo a vivir su propia
vida que decide entrometerse en las ajenas. Su proyecto de vida ha quedado
reducido a una torpe supervivencia, incapaces de hacerse cargo de sus
posibilidades, cobardes.
La
gente se queda en lo superficial, en los hechos, en el fino y delicado papel
cebolla que conforma la cotidianeidad del día a día, convencidos de que no
pueden rasgarlo y mirar dentro, perdiéndose el gran espectáculo de vida que
está teniendo lugar ahí abajo. La gente se queja de todo, se queja de la crisis
(que no cambiará mientras al neoliberalismo solo le preocupe la validez de su
teoría, sin importarle la práctica, y, siento deciros, que funciona
teóricamente), de los políticos, de que no pueden hacer nada, dando palos de
ciego. Sin darse cuenta de que se golpean unos a otros, desconocedores de su
enorme poder dentro de un sistema democrático, por mucho que éste huela a
podredumbre en algunos aspectos. Y la gente hace esto con el mando a distancia
en la mano, cetro de poder, guillotina de mentes, contemplando telebasura, que
todos conocemos y no merece la pena citar, y malgastando su tiempo, el poco que
tienen todavía para hacer de sus vidas algo de provecho.
Hablo
de la gente, las personas, cada cual en su individualidad, son otra cosa.
Vuelve, Diógenes, y ayúdame a encontrarlas.