6 de noviembre de 2012

Hojas secas


                    El frío arreciaba aquella tarde otoño en una ciudad perdida de un país desconocido. El abrigo era imprescindible, el gorro innecesario, las botas de agua y el paraguas de los más precavidos resultaban una carga, pues las nubes habían dado una tregua. El sol se asomaba intermitente entre ellas, tímido, asustado de las nuevas caras que iba a conocer.

                Dos de aquellos rostros anónimos nos pertenecían, eran los nuestros, cálidas máscaras que escondían secretos inconfesables. Caminábamos despacio, desacompasados, disfrutando más del paisaje que de la compañía. Nunca fuimos de agarrarnos de la mano, temíamos hacer efectivo el vínculo físico que delatase aquel extraño sentimiento que nos unía, nos asustaba reconocer que dependíamos el uno de otro, que nos necesitábamos. Tú siempre fuiste mi Penélope, yo intenté volver como Ulises, fallando en cada nuevo embiste. Te adelantaste hasta un banco que nos observaba desde lo alto, te sentaste en él y comenzaste a descalzarte. De ello me di cuenta después de algunos minutos, cuando mis pensamientos volvieron sobre ti. Permanecí estático, guardado una distancia precavida y oportuna para dejarte ser, para que me deleitases con alguna nueva extravagancia hasta entonces desconocida.

                    No dejas de sorprenderme. Nos vamos conociendo.

                  Desnudaste tus pies, desafiando al gélido aire, despojándolos de los calcetines que durante el ese día serían su hogar. Desconocía tus intenciones. Lentamente volviste a retomar tu posición erguida, apoyando tu cuerpo sobre aquellos dos pilares indefensos, dirigiéndote hacia la alfombra de hojas secas que cubría el suelo de tierra. Comenzaste a pisar suavemente, con una delicadeza de la que solo tú haces gala. Te volviste hacia mí, sabedora de que eran mis ojos los que te observaban, y dijiste:

  • Esta mezcla de sensaciones, la insignificancia que siento ante la grandeza del sol, y las hojas muertas resquebrajándose bajo mis pies, poniendo banda sonora a mi vida, me desconcierta a la vez que me hace feliz. Me siento pequeña, necesitada de un abrazo, pero, al mismo tiempo, me veo con la fuerza y seguridad necesarias para conseguir cualquier cosa que me proponga. Se aúnan en mí el sentimiento de que te quiero y de que ya no me haces falta.

5 comentarios:

  1. Bueno, ODISEOOO??? Realista el final pero repetitivo..... ya tu sae!!

    ResponderEliminar
  2. "No dejas de sorprenderme. Nos vamos conociendo" Y qué verdad es. Una maravilla, JL, me ha encantado :)

    ResponderEliminar
  3. Vas ganando fans=)
    "y las hojas muertas resquebrajándose bajo mis pies, poniendo banda sonora a mi vida, me desconcierta a la vez que me hace feliz" *_*

    ResponderEliminar
  4. "No dejas de sorprenderme. Nos vamos conociendo."
    Esta entrada me ha sorprendido, mucho, y sin embargo, no he dejado de reconocerte en ella. Me ha encantado.
    Espero seguir leyendo cosas como estas.
    Un saludo desde un país desconocido, donde los gorros no son innecesarios.
    Besos!! =)

    ResponderEliminar
  5. Coincido con Marina, totalmente.
    Y, ahora por tu culpa, no me saco a Serrat de la cabeza...

    ResponderEliminar