- No me gustan las personas que ocultan su verdadera personalidad detrás de un falso disfraz – le dijo, al tiempo que sostenía con su mano derecha aquella bonita máscara veneciana.
*
Creo
que el motivo por el que te quiero tanto es que aún no nos hemos conocido.
Somos tan ajenos el uno del otro que nada nos impide amarnos.
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Le
acusaron de ser excesivamente racional, de buscarle una lógica a todo lo que
hacía o le ocurría en su día a día. Él, mientras tanto, seguía enamorado.
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- ¿Cómo desaparecen los miedos cuando las sábanas ya no son suficientes? – me preguntó mi nieto de seis años. Yo, sorprendido, no pude hacer otra cosa que encogerme de hombros. Sigo haciéndome la misma pregunta.
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Solo
cuando el gato negro que veía cada mañana rompió el espejo, acabó su mala
suerte. Él nunca fue supersticioso.
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Después
de algún tiempo, el justo para olvidar a qué había venido, abandonó su posición
arrodillada. No recordaba su pecado y, a duras penas, dilucidaba la promesa que
acababa de hacer. Así pues, confió en que aquellas monedas que le sobraron del
cine en la noche anterior fueran suficientes para ayudarle a cumplir lo
prometido. La luz que se encendió en aquella vela de plástico le fue suficiente
para regresar tranquilo a casa.