19 de septiembre de 2010

Un largo viaje de vuelta a la realidad

Dubitativo, meditabundo, me dejo llevar por el compás que mis temblorosos dedos marcan sobre el frío y frágil teclado. No tengo fuerzas para escribir, pero un violento vendaval de sentimientos me obliga a ello, apoderándose lentamente de cada una de las terminaciones nerviosas que hacen que mis manos bailen al son de la suave y dulce sonata que recita mi alma.

¿Cuál es la distancia real entre dos contrarios? Reír o llorar, tristeza o felicidad, el silencio o el ruido, valentía o temor, sueño o realidad… He visto llorar de felicidad y reír a quien se halla sumido en la más profunda tristeza, he presenciado ruidosos y alborotadores silencios  y en multitud de ocasiones he ahogado mis gritos en un largo e introvertido silencio. A veces el temor se ha apoderado de todo mi cuerpo y me ha llevado a enfrentarme a las más duras batallas, las que libran constantemente el corazón y la razón. Nos encontramos en la delgada línea fronteriza que separa el deseo del deber, nos vemos obligados a pasar de un bando a otro sin descanso, sin tregua, sin saber cuál de los dos está en lo cierto, porque al igual que las batallas cada problema en el que nos sumergimos es diferente. Soñar despierto, vivir soñando, dar rienda suelta a nuestra imaginación para someter nuestros peores miedos, resolver los problemas y cambiarnos la vida a nuestro gusto, conseguir el amor de la persona deseada o modificar lo que hicimos mal en el pasado. ¿Qué sucedería si las tornas cambiasen, si pasásemos dormidos la mayor parte del tiempo y solo despertásemos por intervalo de diez minutos a contemplar el espectáculo que este circense mundo nos ofrece? ¿Cambiaríamos los conceptos de realidad y sueño? Lo mismo de siempre, preguntas sin respuesta. Aun así, en el caso de que el espejo cambiase de lugar las dos caras de la misma moneda, nuestra cabeza carecería del combustible necesario para poner en marcha la pesada maquinaria de los sueños.


Un paso, un día, unos instantes, muy poco es necesario para que la cara oculta de la Luna pase a formar parte de la realidad y la cara que siempre habíamos contemplado quede sumida en la oscuridad. Cual novato equilibrista nos balanceamos cautelosos por la fina y corta cuerda de nuestra vida, perdiendo el equilibrio constantemente, disminuyendo el ritmo de nuestros pasos a medida que perdemos el control del cuerpo sobre el tenso hilo que nos sostiene. Y, demasiado a menudo, olvidamos que la distancia que nos separa del suelo no es la suficiente como para que la caída nos provoque un daño irreparable, olvidamos que si nos caemos siempre podremos levantarnos, reponer nuestras fuerzas y recuperar el valor necesario para volver a subirnos a la cuerda de nuestra vida en el mismo punto del trayecto en el que nos caímos.

13 de septiembre de 2010

Acerca de cómo devaluar un nombre o sobre Diógenes

La Historia no trata a todos por igual, me alegro de que Diógenes no se encuentre aquí para contemplar que es lo que se nos viene a la cabeza cuando oímos su nombre. Y es que si existe algo peor que caer en el olvido con el paso del tiempo, es que te recuerden por algo que no hiciste o dijiste. Porque lo que de Diógenes debemos aprender son la belleza que podemos encontrar en la sencillez de la vida y la diferencia entre necesidad y comodidad. Diógenes hizo de la pobreza su mayor virtud.

Tengo la intención de recordar, o al menos recordarme, lo que se puede aprender de Diógenes y por lo que debe recordársele.

Son muchas las historias que rodean a Diógenes, el Cínico, como era conocido. Relatos anecdóticos que nos pueden ayudar a ver la vida desde otra perspectiva y valorar las pequeñas alegrías que nos ofrece el día a día.

“Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro.”

La primera de estas historias pone de manifiesto la peculiar costumbre a la que el filósofo dedicaba una parte de su tiempo cada día. Y es que, según cuentan, Diógenes paseaba por las calles de Atenas en busca de hombres, ¿hombres? ¿Acaso Atenas se hallaba desierta? Quizá sea necesario precisar que al tipo de hombre que Diógenes buscaba era al honesto, Diógenes gritaba sin cesar que buscaba hombres, no borregos. ¡Ay Diógenes! Después de tanto tiempo y aún hay quien continúa con tu labor hoy en día, y lamentablemente obtiene tus mismos resultados. Y es que a pesar de que la población ha aumentado y existe un mayor número de personas, sigue habiendo pocos Hombres entre nosotros. Antes que nada, no me tilden de machista, pues con “Hombre” me refiero a aquellos rasgos y características que nos diferencian del mundo animal, y no al género masculino. Como digo, quedan pocos Hombres en una sociedad estandarizada, dirigida y controlada por una serie de cánones, modelos y pautas que todo el mundo sigue. Aún hoy nos continúa invadiendo el horror cuando se trata de abandonar lo que todo el mundo acepta, nos aterroriza ser diferente al resto. Seguimos viendo en las diferencias un punto de inflexión para reforzar nuestro narcisismo y la idea de que nuestras ideas, cultura, religión, costumbres, son las superiores a las demás. ¿Por qué no optamos por nutrirnos de las diferencias, aprender de ellas? Quizá el miedo siga teniendo demasiada fuerza dentro de nosotros y nos impida salir del camino que no hemos elegido, del sendero por el que nos obligan a caminar. “Cuando estoy entre locos me hago el loco.” Así explicaba Diógenes su supuesta locura cuando las personas le acusaban de ciertos trastornos mentales por pasear gritando por las calles atenienses en busca de Hombres, y yo justifico mis palabras parafraseando a uno de mis grupos de música preferidos, pues prefiero ser un extraño y no uno más del rebaño.


A veces sobrestimamos la felicidad que obtenemos de otras personas. Con demasiada frecuencia otorgamos excesivo valor a la relación que tenemos con otras personas, y es que muchas veces pensamos que existe una dependencia insubsanable. Hay quien afirma que Diógenes se fue a Atenas acompañado por un esclavo, Manes, que le abandonó a los pocos días de su llegada. Entonces el filósofo afronto su mala suerte haciendo gala de un humor característico: “Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder sin Manes?”.

Como última de sus anécdotas que aquí voy a citar, hablaré de su encuentro con Alejandro Magno. Es en esta historia donde podemos apreciar que la mirada también se educa y no todo el mundo sabe mirar y apreciar la belleza de las cosas sencillas. Cierto día, estando Diógenes sentado en su “casa”, un tonel de madera cuyo espacio interior era el justo para un hombre y cuya única finalidad era resguardarle de la lluvia, llegó a su lado el emperador Alejandro Magno. Este le preguntó a Diógenes que si había algo que él pudiese concederle. Ante tal cuestión, Diógenes contestó: “Sí, tan solo que te apartes porque me tapas el sol.”
Para finalizar, me gustaría que todo aquel que lea estas palabras y vuelva a oír hablar de Diógenes no se le venga a la cabeza un maloliente síndrome ni unas connotaciones negativas acerca del cinismo.

La cultura es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad.”

12 de septiembre de 2010

Pasado


Muy, muy despacio, titubeantes, las manecillas del reloj te indican que el tiempo transcurre calmado, constante, imperturbable, y va dejando tras de sí un rastro difuminado de minutos, días, años, tiempo pasado que se transforma en experiencias y poco a poco, sin dar muestra de su existencia, engrosa suavemente el relato de nuestra vida. Una amalgama de sueños sin cumplir, un cúmulo de ilusiones dispersas, que se fueron perdiendo mientras crecíamos sin percatarnos de ello, sin prestarle demasiada atención.
Mirar atrás, qué difícil cuando nos avergonzamos de nuestro pasado, el orgullo se encuentra tan fuertemente anclado en nosotros que asumir nuestros errores, el daño causado o la vergüenza experimentada supone un lastre con el que muy pocos pueden cargar. Pero olvidar el gran peso que transportamos no hará que desaparezca, buscar personas con el mismo problema no conseguirá que la carga se suavice, poner trabas a nuestra mente para dejar a un lado aquello que fuimos solo conseguirá crearnos intranquilidad e inseguridad, y no hay peor compañero de camino que una mente atormentada. ¿La solución? Cortar las cadenas que permiten que seamos títeres del miedo. ¿El mayor problema? Reconocer que estas existen. Debemos aceptar lo que fuimos para saber lo que somos, pues el presente no es más que la tenue proyección de decisiones pasadas sobre la pequeña pantalla de nuestra vida.
Ya nada importa, las decisiones fueron tomadas, los errores cometidos, ni siquiera merece la pena el mero hecho de cuestionarse sobre cómo seríamos si solamente una de nuestras decisiones hubiera cambiado. No depositemos en nuestro pasado interrogantes de los que nunca podremos conocer las respuestas, no anclemos nuestro presente a un tiempo del que solamente poseemos ligeras sombras como rastro de aquello que fuimos, pensamos o decidimos. Y, especialmente, evitemos sucumbir a los brazos de la autocrítica destructiva, no caigamos en el craso error de recordar únicamente nuestros fallos, las malas decisiones y los momentos de tristeza y lágrimas. Lo que distingue al hombre feliz del triste no son los momentos alegres que ha tenido, sino el centrar su atención y recuerdo sobre dichos momentos.
El tiempo sigue moviendo las agujas del reloj, siendo el alma de este, el aliento que le permite continuar con vida, el que hace que los segundos transcurran incompasiblemente y se conviertan en minutos y estos en horas, en una sucesión de tiempo que nadie puede gobernar. Y sin embargo, a cada uno se nos ha otorgado el ínfimo poder de ejercer un mínimo control sobre este rebelde compañero de viaje del que nadie podrá nunca librarnos. En nosotros reside la voluntad de tratarle como amigo o enemigo, de apoyarnos en él para disfrutar del presente o permitir que nos ahogue en una agobiante existencia basada en el pasado. Y es que, no todo tiempo pasado fue mejor.

"He visto volando parejas de quince años en cines...


Y ahora te paras a pensar, vuelves la vista atrás y piensas en todo lo que has hecho, en todo lo que has vivido y con todas las personas con las que has estado... y sigues viendo tu pasado como algo tan fugaz y efímero que se te escaparía entre los dedos si pudieses tocarlo. Todo eso que implicaba el ser un niño se ha ido esfumando poco a poco, dejando en su lugar una vida en la que nada es fácil y las cosas no se deciden con un simple juego de azar. Y una vez te has quitado las gafas que te hacían verlo todo rosa en tu niñez crees que nada volverá a ser como antes y te vienes abajo, añoras esa vida de despreocupación en la que no tienes que tomar decisiones ni afrontar sus consecuencias.
No es este el momento de discutir acerca de cuál de las dos vidas es mejor, ni siquiera es el momento de planteárselo. Ahora toca aceptar que he conseguido uno de mis sueños de niño; sí, ese niño que he sido, soy y espero no dejar de ser nunca.
Yo lo conseguí, y lo que más me costó fue darme cuenta de ello, pero logré hacerlo. Fui capaz de volar, volar sin más ayuda que la de mi cuerpo, sin mayor motor que mi mente y sin mejor compañía que mis emociones. Me elevé por encima de todos, me escapé de la realidad por unos instantes y me sentí libre, fuerte, feliz. Porque volar no es romper los límites de la física siendo capaz de elevar tu cuerpo por encima del suelo. Volar es aislar tu cuerpo del mundo exterior, elevarte sobre la realidad y dejar que tus emociones fijen en tu memoria experiencias que serán inolvidables, experiencias que forjan tu pasado y constituyen tu presente, experiencias que te definen y explican qué y quién eres. La capacidad de volar no es solo un anhelado sueño infantil, sino un rasgo distintivo de aquel que crece como persona, aquel que va aprendiendo poco a poco cómo funcionan las cosas.
Si me ven callado, taciturno, meditabundo, con la mirada perdida pero esbozando una leve sonrisa en mi rostro, no me distraigan... déjenme volar.

... en la parte más oscura de los cines, donde parece que regalen alas a los que no ven las pelis"

Aprendiendo a morir


Y poco a poco el tiempo va pasando incompasiblemente, ante la mirada atenta de los aquellos que un día dejaron de vivir y ahora se dedican a verlo arrastrar uno a uno los días de su escasa existencia. La realidad vuelve a golpearte de lleno, de manera inesperada, y vuelve a hacerlo cuando más indefenso estás, aprovecha tu debilidad para abrazarte con situaciones que te hacen recordar la fragilidad de la vida. Desconocedor de aquello que encontrarás cuando exhales tu último aliento, te paras a meditar sobre lo que dejarías aquí. Entonces una extraña sensación, para algunos algo más familiar, te invade lentamente hasta apoderarse de ti y conseguir que realmente te agobies, pues comienzas a caer en la cuenta de que es algo inevitable. Piensas en los seres queridos que sufrirán en tu ausencia, y deseas que si se diese el caso sean capaces de rehacer sus vidas sin ti, y entonces la frustración comienza a tomar parte en tu mente al imaginarte que no podrás estar allí para ayudarles. En ese momento te tranquiliza recordar que tu también has perdido a seres queridos y que sigues aquí, con tu vida, dándole importancia a las cosas que no la tienen y descuidando a quienes realmente merecen la pena y son o han sido una parte importante de tu vida. Pero sigues vivo.
Sin embargo no todo es tan sencillo, quedarse aquí sería rozar la superficialidad del asunto. Quizá sea necesario ahondar un poco más en este oscuro agujero de la no existencia y examinar lo que puede conllevar. Te paras a imaginar que implica deshacerse de un plumazo de los cinco sentidos que reinan sobre todo lo que percibimos, y es en este punto cuando sufres lo que podría denominarse como angustia “no-existencial”. Recuerdas todo lo que has disfrutado, soñado, sufrido, y caes en la cuenta de que tienes asociados a todos esos recuerdos un olor, un sonido o una imagen mental que consiguen transportarte hasta ese lugar de forma íntegra, consiguiendo que todo tu cuerpo vuelva a sentir por unos instantes el conjunto de sensaciones que te invadían en aquel momento. Entonces piensas qué será de ti sin poder sentir la ternura de un abrazo, sin disfrutar del calor del sol acariciando tu cara una tarde de primavera, dejar de enamorarte cada día de la persona que te sonríe después de cada beso, y caes en la cuenta de que realmente no será nada de ti, porque tú serás nada, tú no serás.
Y es en este momento cuando, con un poco de suerte, te percatas de que no solo eres lo que sientes, sino lo que haces sentir a los demás, y que aunque te marches algo de ti seguirá vivo en cada una de las personas para las que has significado algo. En este momento te invade la prisa, te das cuenta de que no tienes tiempo para hacer todo lo que te gustaría y deseas conocer a multitud de personas para poder ofrecerles lo mejor de ti. Pero caes en la cuenta de que no todo el mundo está dispuesto a hacer lo mismo, y decides centrar tus esfuerzos en ese pequeño círculo de personas a las que quieres con tanta fuerza que esta misma te impide decírselo.
Por último, decides exprimir al máximo cada nueva experiencia que te pueda proporcionar la vida, sin olvidarte de que debes disfrutarla a tu manera, pues cada uno de esos momentos serán los que te definan. Tú serás ese cúmulo de momentos vividos, disfrutados. Tú serás el conjunto de vivencias que los demás hayan compartido contigo. Entonces dejarás de ser solamente lo que siente tu cuerpo y pasarás a convertirte en las sensaciones que se apoderan de todos los cuerpos cada vez que el tuyo comparte momentos con ellos.
Y después de todo esto, te das cuenta de que no has aprendido nada acerca de la muerte, sigues en el mismo estado de desconocimiento inicial. Aunque con suerte quizá presentes otra actitud hacia la vida.
“Y es que para morir solo es necesario estar vivo”

A veces debemos empaparnos de felicidad


Como cualquier ser humano indigno de llamarse así, me olvidé de que la única meta en mi vida, como ya dije alguna que otra vez, es ser feliz. Está claro que tengo mis maneras de hacerlo, pero las dejé a un lado para sumirme en la tristeza, para esforzarme en cavar una gran fosa donde solo había un pequeño orificio por el que apenas podría pasar la luz . Y lo peor de todo es que lo conseguí. Somos increíbles, solo usamos todo nuestro potencial para sumirnos en nuestra propia tristeza, convencernos a nosotros mismos de que no puede haber nadie en peor situación y autocompadecernos; y mientras tanto todo lo que hacemos es disfrutar del agrio sabor que esta sensación nos provoca.
No voy a negar que volveré a sentirme así, porque seguramente volveré a necesitarlo, volveré a querer que el aroma de la tristeza me inunde, pues solo así sabré valorar los buenos momentos.
Sin embargo, he optado por dejar que la suave brisa del presente me empuje, mientras yo sigo acurrucado en los frágiles brazos de la felicidad, que en estos momentos me acoge con la ternura característica de una madre. Ahora es el momento, el momento de sentirme pletórico, pues ciertamente nunca ha habido nada que pueda vencerme, solo que a veces lo olvido, ahora toca darlo todo, exprimirme al máximo para contagiar mi felicidad a aquellos que me rodean y que tanto se lo merecen.
Porque son esas pequeñas cosas las que hacen que la vida siga valiendo la pena, porque a veces olvidamos que hay preguntas sin respuesta y otras que es mejor contestar con hechos, porque es el momento de ser más niño que nunca y sobre todo... porque había olvidado como me sentía siendo verdaderamente feliz.