12 de septiembre de 2010

Aprendiendo a morir


Y poco a poco el tiempo va pasando incompasiblemente, ante la mirada atenta de los aquellos que un día dejaron de vivir y ahora se dedican a verlo arrastrar uno a uno los días de su escasa existencia. La realidad vuelve a golpearte de lleno, de manera inesperada, y vuelve a hacerlo cuando más indefenso estás, aprovecha tu debilidad para abrazarte con situaciones que te hacen recordar la fragilidad de la vida. Desconocedor de aquello que encontrarás cuando exhales tu último aliento, te paras a meditar sobre lo que dejarías aquí. Entonces una extraña sensación, para algunos algo más familiar, te invade lentamente hasta apoderarse de ti y conseguir que realmente te agobies, pues comienzas a caer en la cuenta de que es algo inevitable. Piensas en los seres queridos que sufrirán en tu ausencia, y deseas que si se diese el caso sean capaces de rehacer sus vidas sin ti, y entonces la frustración comienza a tomar parte en tu mente al imaginarte que no podrás estar allí para ayudarles. En ese momento te tranquiliza recordar que tu también has perdido a seres queridos y que sigues aquí, con tu vida, dándole importancia a las cosas que no la tienen y descuidando a quienes realmente merecen la pena y son o han sido una parte importante de tu vida. Pero sigues vivo.
Sin embargo no todo es tan sencillo, quedarse aquí sería rozar la superficialidad del asunto. Quizá sea necesario ahondar un poco más en este oscuro agujero de la no existencia y examinar lo que puede conllevar. Te paras a imaginar que implica deshacerse de un plumazo de los cinco sentidos que reinan sobre todo lo que percibimos, y es en este punto cuando sufres lo que podría denominarse como angustia “no-existencial”. Recuerdas todo lo que has disfrutado, soñado, sufrido, y caes en la cuenta de que tienes asociados a todos esos recuerdos un olor, un sonido o una imagen mental que consiguen transportarte hasta ese lugar de forma íntegra, consiguiendo que todo tu cuerpo vuelva a sentir por unos instantes el conjunto de sensaciones que te invadían en aquel momento. Entonces piensas qué será de ti sin poder sentir la ternura de un abrazo, sin disfrutar del calor del sol acariciando tu cara una tarde de primavera, dejar de enamorarte cada día de la persona que te sonríe después de cada beso, y caes en la cuenta de que realmente no será nada de ti, porque tú serás nada, tú no serás.
Y es en este momento cuando, con un poco de suerte, te percatas de que no solo eres lo que sientes, sino lo que haces sentir a los demás, y que aunque te marches algo de ti seguirá vivo en cada una de las personas para las que has significado algo. En este momento te invade la prisa, te das cuenta de que no tienes tiempo para hacer todo lo que te gustaría y deseas conocer a multitud de personas para poder ofrecerles lo mejor de ti. Pero caes en la cuenta de que no todo el mundo está dispuesto a hacer lo mismo, y decides centrar tus esfuerzos en ese pequeño círculo de personas a las que quieres con tanta fuerza que esta misma te impide decírselo.
Por último, decides exprimir al máximo cada nueva experiencia que te pueda proporcionar la vida, sin olvidarte de que debes disfrutarla a tu manera, pues cada uno de esos momentos serán los que te definan. Tú serás ese cúmulo de momentos vividos, disfrutados. Tú serás el conjunto de vivencias que los demás hayan compartido contigo. Entonces dejarás de ser solamente lo que siente tu cuerpo y pasarás a convertirte en las sensaciones que se apoderan de todos los cuerpos cada vez que el tuyo comparte momentos con ellos.
Y después de todo esto, te das cuenta de que no has aprendido nada acerca de la muerte, sigues en el mismo estado de desconocimiento inicial. Aunque con suerte quizá presentes otra actitud hacia la vida.
“Y es que para morir solo es necesario estar vivo”

1 comentario:

  1. (...)caes en la cuenta de que realmente no será nada de ti, porque tú serás nada, tú no serás.hjr

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