12 de septiembre de 2010

A veces debemos empaparnos de felicidad


Como cualquier ser humano indigno de llamarse así, me olvidé de que la única meta en mi vida, como ya dije alguna que otra vez, es ser feliz. Está claro que tengo mis maneras de hacerlo, pero las dejé a un lado para sumirme en la tristeza, para esforzarme en cavar una gran fosa donde solo había un pequeño orificio por el que apenas podría pasar la luz . Y lo peor de todo es que lo conseguí. Somos increíbles, solo usamos todo nuestro potencial para sumirnos en nuestra propia tristeza, convencernos a nosotros mismos de que no puede haber nadie en peor situación y autocompadecernos; y mientras tanto todo lo que hacemos es disfrutar del agrio sabor que esta sensación nos provoca.
No voy a negar que volveré a sentirme así, porque seguramente volveré a necesitarlo, volveré a querer que el aroma de la tristeza me inunde, pues solo así sabré valorar los buenos momentos.
Sin embargo, he optado por dejar que la suave brisa del presente me empuje, mientras yo sigo acurrucado en los frágiles brazos de la felicidad, que en estos momentos me acoge con la ternura característica de una madre. Ahora es el momento, el momento de sentirme pletórico, pues ciertamente nunca ha habido nada que pueda vencerme, solo que a veces lo olvido, ahora toca darlo todo, exprimirme al máximo para contagiar mi felicidad a aquellos que me rodean y que tanto se lo merecen.
Porque son esas pequeñas cosas las que hacen que la vida siga valiendo la pena, porque a veces olvidamos que hay preguntas sin respuesta y otras que es mejor contestar con hechos, porque es el momento de ser más niño que nunca y sobre todo... porque había olvidado como me sentía siendo verdaderamente feliz.

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